10

—Debería haberme llamado.

La voz de Lundy sonaba más a reproche que a enfado. Estábamos en la zona de la cocina de la casa de alquiler, con las tazas de té intactas enfriándose en la encimera. Iba vestido de forma más elegante que el día anterior y me pregunté si mi llamada no le habría interrumpido las vacaciones del puente.

—¿Y qué me habría dicho? —pregunté con aire de cansancio—. Nada hacía pensar que no fuese otra cosa que una simple zapatilla de deporte. Solo fui para quedarme tranquilo. Además, no había tiempo antes de que subiera la marea para organizar una búsqueda.

Eso me valió un suspiro resentido.

—Es una pena que no pensara en echar un vistazo cuando vio la zapatilla ayer.

«Dígamelo a mí…», pensé. En cuanto vi lo que contenía la zapatilla de deporte, se me presentó un verdadero dilema: aunque no quería encargarme personalmente de la recogida —esa era tarea de la policía científica—, la marea invadía el arroyo a una velocidad alarmante. Si no me hacía cargo de la zapatilla enseguida, lo haría el agua, y no quería arriesgarme a perderla de nuevo.

Así que después de sacar unas fotografías, utilicé una bolsa de basura para recoger la zapatilla y luego le di la vuelta a la bolsa de plástico de modo que quedara en su interior. La cobertura para la señal de móvil no llegaba hasta allí, de modo que no pude llamar a Lundy hasta que llegamos al cobertizo.

Al inspector le había sorprendido tener noticias mías, sobre todo cuando le dije dónde me alojaba. Era evidente que Trask no se lo había dicho cuando habían hablado, pero Lundy no hizo ningún comentario más allá de lanzar un suspiro resignado. Se pondría en camino enseguida, me dijo, y añadió que no me moviera de donde estaba.

No tenía planeado ir a ninguna parte. La caminata por el pantano había agotado todas mis fuerzas, y cuando Rachel y yo volvimos al cobertizo, estaba destrozado. Mientras ella preparaba el té, metí las bolsas de hielo que había congelado antes en una bolsa de plástico y las introduje en la nevera portátil con el pie antes de desplomarme agradecido en una silla. Vi que Rachel quería hacerme preguntas, pero se contuvo. Mejor así, no podría haberle dicho nada de todos modos.

Yo mismo tenía más preguntas que respuestas.

Lundy llegó antes de lo que esperaba, acompañado de un par de agentes de la policía científica. Se quedó conmigo mientras Rachel los llevaba a donde habíamos encontrado la zapatilla de deporte. No me ofrecí a ir con ellos, consciente de que ya había hecho más esfuerzos de los que me convenía, y, en cualquier caso, la marea alta impedía caminar por la orilla del arroyo. Rachel dijo que había un pequeño puente no demasiado lejos del lugar donde habíamos encontrado la zapatilla, para que pudieran coger su coche y seguir a pie desde allí. Se marcharon los tres, y los agentes se llevaron consigo la nevera portátil y su contenido. Lundy a duras penas esperó a que se cerrara la puerta para afearme mi conducta.

—¿Y bien, doctor Hunter? —dijo a la par que cruzaba sus voluminosos brazos sobre el pecho—. ¿Quiere explicarme qué ha pasado aquí?

Dejó escapar un largo suspiro.

—No hace falta que le diga lo sumamente incómodo que es todo esto, ¿verdad? La familia de Emma Derby ya ha sufrido bastante sin tener encima que pasar por esto.

—Y si yo hubiera sabido que su marido se llamaba Trask, no habríamos llegado a esta situación, ¿no le parece? —contraataqué—. Está bien, la cagué, lo admito. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?

Lundy se subió las gafas a la frente y se frotó el puente de la nariz.

—Bueno, lo hecho, hecho está. Al menos tenemos el pie. ¿Dice que tiene fotografías?

No había tenido ocasión de transferir las fotos que había sacado en el arroyo al portátil, así que las localicé en la cámara y se las enseñé.

—Necesitaré que me las pase por correo electrónico —dijo Lundy mientras examinaba las imágenes en la pequeña pantalla—. No parece amputado, ¿no cree?

—Por lo que vi, no.

Aunque sabía que no debía examinar el pie en sí, al ampliar las fotos en la pantalla de la cámara pude verlo con mayor detalle. En el interior del sucio calcetín morado era perfectamente visible la estructura curva del astrágalo, el hueso del tobillo. Los peces, los cangrejos y las aves marinas se habían encargado de limpiar la mayor parte del tejido blando, pero aún quedaban restos desgarrados adheridos a la superficie expuesta del tobillo. Salvo por las pequeñas picaduras causadas por los carroñeros, la cara contorneada del propio hueso del tobillo era lisa, sin marcas evidentes de cortes o astillas. Aun a pesar de lo poco que había visto, estaba seguro de que el pie se había separado de forma natural de sus tejidos conectivos durante el proceso de descomposición.

Eso era de lo único de lo que estaba seguro.

—Parece demasiado grande para ser de una mujer —comentó Lundy mirando otra fotografía—. ¿Por casualidad no vería qué número era?

—No, pensé que sería mejor guardarlo y meterlo en la nevera portátil lo antes posible. Parecía un cuarenta, pero solo es una suposición.

Si eso significaba algo para él, no dio muestras de que así fuera.

—¿Alguna idea de cuánto tiempo podría haber estado en el agua?

—Nada más allá de lo obvio. El tiempo suficiente para desprenderse de la pierna, por lo que, en esta época del año, estaríamos hablando de unas pocas semanas. A partir de ahí, no puedo decir nada sin examinarlo.

—Así que más o menos el mismo período de tiempo que el cuerpo que encontramos ayer.

—El pie habría quedado protegido en el interior del calzado, por lo que podría haber permanecido más tiempo, pero posiblemente, sí.

—¿Y no había rastro del otro pie? —Me limité a mirarlo fijamente. Él lanzó un suspiro—. Sí, ya lo sé, es una pregunta estúpida.

Si lo hubiese habido, ya se lo habría dicho. Pero los pies y las manos no se habrían desprendido al mismo tiempo. Habría sido pura chiripa que hubieran terminado en el mismo lugar.

Lundy retrocedió por la secuencia de fotografías hasta llegar a una que mostraba la zapatilla de deporte en su totalidad. Frunció los labios mientras la estudiaba.

—¿Va a decirlo usted o lo hago yo? —pregunté.

Él sonrió.

—¿Decir el qué?

—Por lo que he oído sobre él, eso no parece un calzado propio de alguien como Leo Villiers.

—Pero eso no quiere decir que no sea suyo. La gente guarda todo tipo de cosas sorprendentes en sus armarios.

—¿Calcetines morados?

—Reconozco que no es la clase de prenda que relacionaría con alguien como Villiers, pero cosas más raras se han visto. Todavía estamos tratando de convencer a su padre para que nos permita acceder a su historial médico, así que hasta que eso ocurra, que yo sepa, podría ser hasta daltónico. Nadie sabe tampoco qué ropa llevaba cuando desapareció. No obtuvimos autorización para hacer ningún registro en su casa, así que no podemos decir qué tipo de cosas o de ropa podía tener allí.

—¿Que no obtuvieron autorización? —pregunté sorprendido. Obstaculizar el acceso al historial médico de alguien antes de que fuera declarado oficialmente muerto era una cosa, pero no entendía cómo podía alguien impedir que la policía llevara a cabo un registro sin importar quién fuera—. ¿Y qué me dice de la desaparición de Emma Derby?

—No teníamos suficientes pruebas para obtener una orden de registro. —Negó con la cabeza, molesto por el recuerdo—. Teníamos a los abogados de su padre todo el día encima. Llevamos a cabo un registro superficial cuando se denunció su desaparición, para asegurarnos de que no estaba muerto en una habitación de la casa o algo así. Eso no pudieron impedírnoslo, pero era evidente que alguien ya había estado allí antes que nosotros. La asistenta declaró que lo había ordenado y limpiado todo antes de darse cuenta de que Villiers había desaparecido; no obstante, lo habían limpiado a conciencia, de arriba abajo.

—¿Y eso no se considera obstrucción a la justicia?

Lundy se sacó un nuevo paquete de antiácidos del bolsillo y empezó a quitarle el plástico.

—No conseguimos argumentarlo con éxito. Tampoco es que supiéramos lo que buscábamos, excepto el cuerpo de Emma Derby, así que no podíamos acusar a nadie de destrucción de pruebas. Pero lo que quería decir es que no sabemos lo suficiente sobre Leo Villiers como para afirmar que no tenía unas zapatillas de deporte de mala calidad y unos calcetines morados. Si planeaba volarse la tapa de los sesos con una escopeta, lo más probable es que le trajese al pairo lo que llevase en los pies.

Sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo.

—A usted tampoco le hace un pelo de gracia todo esto, ¿verdad? —pregunté.

—Lo que me haga gracia a mí no importa. —Se metió dos antiácidos de golpe en la boca como desquitándose con ellos—. Francamente, prefiero creer que Villiers hijo tenía un pésimo gusto para el calzado que la segunda opción: que tenemos otro cadáver en algún otro sitio al que le falta un pie.

También había otra posibilidad, pero no era el momento de sacar el tema. Además, estaba seguro de que Lundy era consciente de ello.

—¿Sabe cuándo tiene previsto Frears examinar el pie? —pregunté—. Me gustaría estar presente.

De repente, Lundy parecía incómodo.

—Gracias por el ofrecimiento, pero no creo que sea necesario.

Intenté disimular mi decepción. Puede que un pie no nos dijese gran cosa, pero supuse que la policía querría que echara un vistazo de todos modos. Y ya de paso, pensé que podría examinar también el cadáver del estuario. Todavía estaba molesto conmigo mismo por haberme perdido la autopsia y, aunque no pudiera añadir nada a las conclusiones del patólogo, al menos me gustaría saber que había hecho cuanto había podido.

Ahora ya no tendría la oportunidad.

—Así que Clarke está enfadada conmigo —dije.

Lundy lanzó un suspiro.

—Ya tenemos bastantes complicaciones con este caso tal como están las cosas ahora. La jefa no quiere que haya más.

—¿Y por qué iba a ser una complicación dejarme examinar el pie?

—Bueno, aparte de no asistir a la autopsia, ha alquilado una casa a la familia de una mujer desaparecida y se ha llevado a la hermana de esta de expedición en busca de una parte de un cuerpo. Las últimas veinticuatro horas le han cundido mucho, ¿no le parece?

Dicho así, no sonaba bien, pero los dos sabíamos que no era una descripción del todo justa.

—Aparte del hecho de que no sabía quiénes eran, usted ya me había comunicado que estaba fuera de la investigación antes de que yo pensara siquiera en alquilar la casa.

—Lo sé. Y no habríamos encontrado el pie de no ser por usted, eso no se lo discuto. Pero la jefa así lo ha decidido, por lo tanto… —Extendió las manos—. Estoy seguro de que será de la misma opinión en cuanto se calme. Habrá otras investigaciones en el futuro. Ahora, si quiere un consejo, lo mejor que puede hacer es mantenerse en un segundo plano y pasar desapercibido.

Si seguía pasando desapercibido, acabaría por desaparecer. Sin embargo, Lundy tenía razón, y enemistarse con su superior no iba a ayudarle en nada.

El inspector tomó un sorbo de té para dar por zanjada la discusión.

—Entonces ¿cuánto tiempo más tiene previsto quedarse? —preguntó mientras depositaba su taza en la encimera.

—Hasta que mi coche esté arreglado. —Lo miré arqueando una ceja—. ¿Era una indirecta?

Rio entre dientes.

—No, solo era una pregunta de cortesía. Para ser sincero, me sorprende que Trask le haya dejado quedarse aquí. ¿Ha intentado hablar del caso con usted?

Ahora estábamos llegando al meollo del asunto.

—No, y ya le dejé claro que no iba a hablar de ello.

—¿Significa eso que sí le preguntó por el caso?

—¿Acaso usted no lo haría si fuera su esposa?

No pretendía contestarle de esa manera. El hallazgo del pie me había dejado exhausto y de mal humor, pero Lundy no parecía sentirse ofendido por mi brusquedad.

—Puede ser, pero no estoy convencido de que esa no sea en parte la razón por la que se ha mostrado tan solícito con usted. ¿Sabe que este cobertizo era el proyecto estrella de Emma Derby? Por no mencionar que su hijo se ha ofrecido a arreglarle el coche. Tanto derroche de amabilidad me escama. Tal vez piense que no le vendría mal tener a un asesor de la policía de su parte.

No creía que las palabras «derroche de amabilidad» pudieran aplicarse a Trask.

—No fue esa la impresión que me dio. En todo caso, parecía reacio a dejar que me alojara aquí, así que dudo que lamente que me vaya.

—Es posible, pero me pregunto si se habría mostrado tan amable si no estuviera usted involucrado en la investigación policial.

—No sabía que lo estaba cuando me rescató del arroyo —dije, aunque también recordé haber pensado que el Land Rover no iba a detenerse, que su conductor pareció pensárselo dos veces antes de volver para rescatarme. Y Trask solo se ofreció a remolcarme hasta Creek House cuando descubrió por qué estaba allí. Incluso entonces parecía indeciso—. Parece que no le cae muy bien.

—No se trata de que me caiga bien o no. Puede ser un tipo desagradable y mordaz, pero hay que ponerse en su piel y en la de su familia. Lo han pasado muy mal este año. Como si no hubiera tenido bastante con la desaparición de su esposa, también le tocó descubrir que tenía una aventura… —Negó con la cabeza, frunciendo el ceño con la mirada fija en el té—. Esa familia ha tenido muy mala suerte. La primera mujer de Trask murió poco después de dar a luz a su hija, por complicaciones después del parto. Tuvo que criar a una recién nacida y a un niño él solo, lo que no tuvo que ser nada fácil. Luego conoce a una mujer mucho más joven que él, sofisticada y elegante, la típica londinense que acaba de salir de una relación, se casa con ella y se la trae al culo del mundo, hablando en plata. Sabe Dios en qué pensaría cualquiera de los dos, pero cuesta entender que creyeran que aquello iba a funcionar.

—¿Sabía Trask lo de la aventura de su mujer con Leo Villiers antes de que desapareciera?

Me di cuenta demasiado tarde de que no tenía ningún derecho a interrogarlo cuando yo ya no formaba parte de la investigación, pero Lundy se limitó a encogerse de hombros.

—Dice que sospechaba que se veía con alguien, pero no sabía con quién. Eso se averiguó más tarde, cuando conseguimos los registros de llamadas de ella. Había muchas llamadas recientes al número de Villiers, que terminaban unos días antes de que ella desapareciese. Después de eso, todo apuntaba en una sola dirección.

—¿Llegaron a sospechar de Trask?

La sonrisa de Lundy no contenía una pizca de humor.

—Es el marido, por supuesto que sospechamos de él, pero estaba en Dinamarca, en un congreso de arquitectura, cuando ella desapareció. Varios testigos la vieron o hablaron con ella después de que él se hubiera ido, y luego, a los dos días, desapareció. El hijo y la hija de Trask tampoco estaban presentes, la niña estaba en una excursión de la escuela y el chico en casa de un amigo de sexto curso, por lo que no se dio la voz de alarma hasta que Trask volvió, esa misma semana.

Pensé en la mujer guapa y segura de sí misma de la fotografía. A menos que se produjese algún golpe de suerte inesperado, con Leo Villiers muerto nadie llegaría a saber nunca qué le había pasado a Emma Derby. La muerte ya era algo lo suficientemente horrible para una familia, pero que un ser querido desapareciera sin más era aún peor. Y si su asesino había arrojado su cuerpo a las Backwaters, como todo parecía indicar, entonces ya no quedaría mucho que reconocer. La vitalidad, la vanidad, la ambición y todo lo demás que había hecho a Emma Derby ser quien era habría desaparecido hacía tiempo. A pesar de no conocerla, sentí un vacío familiar al pensar en cómo podía suceder algo así. El abismo entre la vida y la muerte es un misterio al que era tan incapaz de resignarme en ese momento como cuando había perdido a mi familia.

—¿Doctor Hunter? —dijo Lundy—. ¿Está usted bien?

Me serené. Me había quedado obnubilado; estaba más cansado de lo que creía.

—Lo siento. Estaba pensando.

Apuró el té y dejó la taza.

—Bien, será mejor que me vaya. Se supone que tengo que estar en la fiesta de cumpleaños de mi nieta esta tarde. Me ha prometido que me guardará un pedazo de pastel, aunque no me entusiasma, la verdad.

—No me extraña. —Sonreí ante el recuerdo agridulce de las fiestas de cumpleaños de mi propia hija—. ¿Qué edad tiene?

—Cuatro. Kelly está hecha toda una mujercita. Y hace lo que quiere conmigo.

—¿Tiene más nietos?

—Todavía no, pero uno está en camino. Mi hija Lee, la madre de Kelly, está esperando su segundo hijo. —Sacudió la cabeza—. Parece que fue ayer cuando soplaba las velas de sus pasteles de aniversario cuando era una niña. ¿Y usted? ¿Tiene…? ¿Tiene planes para cuando vuelva?

Había reaccionado a tiempo, pero yo sabía lo que había estado a punto de preguntarme. «¿Tiene usted hijos?». Se había contenido a tiempo, así que o bien había investigado sobre mí o alguien le había hablado de mi pasado. Estaba acostumbrado a tener que responder a esa pregunta y, aunque siempre sería doloroso, casi nunca me pillaba desprevenido. Sin embargo, Lundy parecía muy incómodo, y su cara ya rubicunda de por sí estaba de un rojo aún más encendido.

—No, no tengo ningún plan —contesté ahorrándole el mal trago.

—Ah. Bueno, pues gracias de nuevo. —Extendió una mano carnosa para que se la estrechara—. Le deseo un buen viaje de vuelta, doctor Hunter.


Cuando Lundy se fue, tiré el té frío y me preparé otra taza. Aunque todavía me encontraba muy débil, no tenía escalofríos ni señales de fiebre que indicasen que la infección estaba empeorando. Sin embargo, la visita del inspector me había dejado desanimado y deprimido. Lo cierto es que no podía culpar a Clarke por impedirme que siguiera participando en la investigación —desde luego, hasta entonces me había cubierto de gloria—, pero seguía siendo una desilusión. Pese a todo, independientemente de las circunstancias, en cierto sentido me había redimido al encontrar el pie. Puede que salir al pantano hubiese sido una idea un tanto desacertada, pero al menos podría regresar a Londres sabiendo que había hecho algo útil.

Y había valido la pena conocer mejor a Rachel. Parecíamos haber hecho buenas migas después de haber aclarado las cosas y, a pesar de todo, disfruté de pasar aquel rato con ella. Tenía la impresión de que ella sentía lo mismo. «Sí, porque lo mejor para entablar amistad con alguien es encontrar un pie en descomposición», pensé.

Me bebí el té sentado en el sillón que había junto a la ventana abovedada mientras miraba a los pájaros que chapoteaban en el arroyo inundado. Me dije que tenía que telefonear para averiguar qué pasaba con mi coche, pero decidí que podía esperar unos minutos más. Trask había dicho que ya me llamarían cuando estuviese listo, y con molestarlos no conseguiría que lo arreglasen antes.

Además, no tenía prisa por volver a Londres. La perspectiva de pasar el final del puente en un piso vacío me cayó encima como una losa. Siempre podía ir a casa de Jason y Anja, pero era un trayecto muy largo y para cuando llegase, no valdría la pena, pues enseguida tendría que volver.

Me cambié a una postura más cómoda en el sillón, estirando los pies mientras contemplaba desfilar la tarde fuera. Solo había visto una pequeña parte de las Backwaters, pero me gustaba aquello. Las marismas planas bajo el cielo tenían un efecto relajante y meditativo. Parecía muy lejos del ruido y el fragor de Londres, donde los únicos espacios verdes eran parques rodeados por las principales arterias de la ciudad. No me había dado cuenta de hasta qué punto me había mimetizado con aquella jungla de asfalto, de cómo me había sumido en la rutina de los desplazamientos y el tráfico. Y el cobertizo reformado era un buen lugar para alojarse: sencillo, pero con todo lo necesario. Lamentaría tener que abandonar aquella paz y tranquilidad.

«¿Es eso lo único que lamentarás abandonar?».

No supe que me había quedado dormido hasta que el ruido de un motor me despertó. Me incorporé y me froté los ojos mientras consultaba el reloj: había dormido más de una hora. Sin embargo, la siesta me había sentado bien, y aunque aún estaba cansado, tenía la cabeza despejada de nuevo. Pensé que debía de ser Jamie con mi coche, así que me levanté del sillón y estuve a punto de tropezar al pisar algo que había debajo de la alfombra. Solté una maldición, y avancé cojeando para ir a abrir justo cuando alguien llamaba a la puerta.

Rachel estaba de pie al otro lado, con la mano levantada en el aire.

—Oh… —exclamó sorprendida.

—Lo siento, creía que era Jamie —dije, y luego me sentí como un idiota cuando me di cuenta de que no tenía mucho sentido.

—¿Qué le pasa en el pie? —preguntó al ver que me lo masajeaba.

Me enderecé, tratando de ignorar las palpitaciones en los aplastados dedos de los pies.

—Nada. Me he dado un golpe con algo que había debajo de la alfombra.

—Es culpa mía, debería haberle advertido —dijo con gesto de dolor a su vez—. Hay una vieja trampilla en el suelo. El tirador sobresale del suelo, así que es peligroso. Es otra de esas tareas pendientes de las que le hablé. Espero que no esté roto…

—No puedo responder por el tirador, pero mi pie está bien. —Sonreí. Y aunque no lo estuviera, no pensaba admitirlo—. ¿Cómo ha ido con la policía científica?

Se encogió de hombros.

—No había mucho que pudieran hacer. Se limitaron a sacar algunas fotos del arroyo, en el lugar donde encontramos la zapatilla, y luego me llevaron de vuelta a casa.

Se había quitado las botas de goma, pero llevaba el mismo impermeable rojo que antes. Abierto, dejaba al descubierto un grueso jersey de punto trenzado que combinaba con sus vaqueros.

—¿Quiere entrar? —le ofrecí a la par que retrocedía unos pasos.

Ella negó con la cabeza.

—No, estoy de paso. Voy a recoger a Fay a casa de una amiga, pero le dije a Jamie que vendría. La buena noticia es que su coche ya casi está listo. Ha cambiado el aceite y lo ha desmontado y limpiado todo, así que debería funcionar perfectamente. Dice que tiene suerte de que no sea un coche nuevo, porque el sistema eléctrico es más complicado y no podría haberlo arreglado.

Traté de mostrar un poco de entusiasmo.

—Genial.

—No cante victoria todavía. La mala noticia es que necesita bujías nuevas. Jamie no tiene ninguna, así que hay dos opciones. A unos cuarenta kilómetros de aquí hay una tienda de piezas de recambio para automóviles que abre los días festivos. Se ha ofrecido a comprar las bujías; dice que no tardará mucho en conseguir que el coche vuelva a funcionar en cuanto las tenga. Creo que se siente mal por no haber podido arreglarlo aún.

Él no tenía la culpa, y su propuesta implicaba un trayecto de ida y vuelta de ochenta kilómetros, un domingo por la tarde después de un puente. Seguramente habría mucho tráfico cuando llegase a las carreteras más transitadas, y aún tendría que reemplazar las bujías cuando regresara.

—¿Cuál es la otra opción? —pregunté.

—Hay una gasolinera en Cruckhaven donde deberían de vender bujías. Se trata de una gasolinera local, así que ahora estará cerrada. Pero mañana por la mañana abrirán, de modo que si no le importa quedarse otra noche…

Estaba tan resignado a tener que irme esa noche que no sabía qué responder. Tenía claro que no me apetecía en absoluto conducir de regreso a Londres después de la caminata por el pantano: ya había tentado demasiado a la suerte por un día. Lo más sensato sería descansar hasta el día siguiente, y Trask ya me había dicho que por él no había ningún problema. Pero, aunque Clarke no estuviese molesta por haber involucrado a la familia de Emma Derby, había otro posible inconveniente.

—Esa gasolinera no se llamará Coker’s, por casualidad, ¿verdad? —pregunté al recordar mi intento fallido de ponerme en contacto con un mecánico.

Rachel me miró con recelo.

—No. ¿Por qué?

—No importa.

Por un momento creí que iba a insistir y seguir preguntándome, pero decidió no hacerlo.

—Lo dejo a su elección, pero tengo que ir a Cruckhaven por la mañana de todos modos. Puedo comprar las bujías y podrá marcharse a la hora del almuerzo. Todo depende de la prisa que tenga.

No tenía ninguna prisa, lo único que me aguardaba a la vuelta era un piso vacío. Sentí que mi determinación flaqueaba.

—¿Qué dice su cuñado?

—A Andrew le da lo mismo. —Se apartó un mechón de cabello oscuro de la frente y, por un instante, vi el parecido físico con su hermana—. Aquí no molesta a nadie.

Volví a recordar mi conversación con Lundy. Le había dicho que solo me quedaría hasta que mi coche estuviera arreglado, pero no le dije cuándo sería eso. Una noche más no podía importar mucho, sobre todo si Trask no se oponía.

Además, ya me habían apartado de la investigación.

—¿Puedo ir andando a Cruckhaven desde aquí? —pregunté tratando de ganar tiempo.

Ya había abusado bastante de aquella familia como para que, encima, Rachel tuviera que ir a buscarme también las bujías.

—Se puede, pero tardaría casi una hora, en función de la marea. Y no tiene mucho sentido si yo voy a ir allí de todos modos. —De pronto me dedicó una sonrisa repentina teñida de una pizca de vergüenza—. Si se va a sentir mejor, ¿por qué no viene conmigo?

Seguía habiendo varias razones por las que no debía aceptar su ofrecimiento. Experimenté una breve lucha interna conmigo mismo.

—Eso estaría bien —contesté.