13

Rachel condujo en silencio la mayor parte del trayecto de regreso a Creek House. No pudo decirme mucho más, solo que la hija de Trask se había ido después de una discusión con su hermano una hora antes y nadie había vuelto a verla desde entonces. Tampoco habían visto a su perra.

—¿Tienes alguna idea de adónde podría haber ido? —pregunté.

Redujo la velocidad para tomar una curva pronunciada y luego aceleró rápidamente de nuevo. Regresábamos por otro camino, más deprisa ahora que la marea era lo bastante baja para que el viejo Defender pudiera sortear los baches aún inundados de los cruces.

—Probablemente a las Backwaters. Por lo visto, se ha aburrido de esperarme y quería que Jamie saliera en la barca con ella. Él estaba ocupado, así que se ha ido sola y de mal humor.

Detecté el tono de autorreproche en su voz, y yo también me sentí culpable. Si no hubiera invitado a Rachel a ir a la cafetería, ya estaría en casa. Y lo más probable era que Jamie hubiese estado ocupado reparando mi coche.

—¿Había hecho algo parecido antes?

—Un par de veces. Andrew le tiene prohibido que salga sola, pero no siempre le hace caso.

Me tranquilicé un poco al oír aquello: la desaparición de la niña parecía más bien una rabieta y no algo grave.

Llegamos a un arrecife que reconocí al instante: el lugar donde mi coche se había quedado encallado por culpa de la marea. Todavía estaba cubierto en parte por agua, y solo asomaba en forma de una clara franja de tierra bajo la superficie, pero Rachel no dudó. Redujo la marcha y se lanzó sobre él con el coche, salpicando agua a su paso. En un acto reflejo, me puse inmediatamente tenso, pero luego me relajé. Era evidente que no era la primera vez que lo hacía, y con el snorkel tubular, parecía fácil atravesarlo con el viejo Land Rover.

Al alcanzar la otra orilla, Rachel aceleró de nuevo. Pasó junto al cobertizo de alquiler y, en menos tiempo de lo que Trask había tardado en remolcarme a mí, llegamos a Creek House. Jamie ya corría hacia nosotros cuando nos detuvimos en la zona de aparcamiento de gravilla. Mi coche estaba allí cerca, desatendido y solitario, pero con el capó aún abierto. Rachel puso el freno de mano y se bajó de un salto.

—¿Ha vuelto ya?

—No. —El hijo de Trask estaba pálido y parecía preocupado. Apenas me miró—. Papá está sacando la barca.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Rachel mientras se dirigían de vuelta hacia la casa.

Como no sabía qué otra cosa hacer, yo también fui con ellos.

—Nada, pero ya sabes cómo es Fay. Se puso hecha una fiera cuando le dije que no iba a dejarlo todo y salir con ella en barca.

—¿La viste irse?

—No, pero poco después, papá no la encontraba por ninguna parte. No estaba en casa, y Cassie tampoco. No están por aquí, así que debe de haber salido a las Backwaters. Dios, es una niña tan consentida…

—Ya basta. —Trask había aparecido por el costado de la casa cuando salimos del bosquecillo, y estaba enrollando una cuerda de nailon en sus manos—. Si tuvieras más paciencia con ella, a lo mejor no se comportaría así.

—Eso no será solo por mí, ¿no? —murmuró Jamie por lo bajo.

Su padre se volvió hacia él con la mandíbula apretada.

—¿Qué has dicho?

—Nada.

Empezaba a sentirme más que nunca como un intruso. Aquello era una pelea familiar: yo allí no pintaba nada. Desde luego, no me necesitaban.

Aun así, ya que estaba allí, lo menos que podía hacer era ofrecerme a colaborar.

—¿Puedo ayudar en algo? —pregunté más que nada para rebajar la tensión.

Tras echar una dura mirada a su hijo, Trask se volvió hacia mí.

—No, gracias. Si quiere, podría…

Todos oímos a la perra a la vez. Fue un gemido grave procedente del camino, y al cabo de un momento, la mascota de la niña apareció entre los árboles. Llevaba el pelaje húmedo y cubierto de fango, como si hubiera estado en el arroyo, y cojeaba al avanzar por el sendero. Atisbé detrás, pero no había señales de la hija de Trask. El animal volvió a lanzar un gemido y cuando se acercó, vi que llevaba parte del pelo apelmazado por algo más oscuro que el barro.

—¡Está sangrando! —exclamó Rachel corriendo hacia ella—. ¡Santo cielo! ¡Va llena de cortes y heridas!

El pobre animal siguió gimiendo, moviendo la cola mientras Rachel intentaba examinarlo. Temblaba violentamente, y las manchas de sangre en la capa de barro que la recubría podían verse ahora con total claridad.

—Parecen mordiscos. Debe de haberla atacado algún otro animal —señaló Jamie.

—¿Puedo verla? —pregunté.

Jamie se apartó a un lado. La perra gimió cuando alisé el grueso pelaje para examinar mejor sus heridas. Eran en su mayoría superficiales, cortes irregulares o pequeños pinchazos.

—No son mordiscos —dije. Los dientes o las garras habrían desgarrado más profundamente la carne. Sentí un alivio aún mayor al comprobar que los cortes no eran tan limpios como para ser de un cuchillo—. Parecen más bien arañazos, como si se hubiera quedado atrapada en alguna parte.

—¿Como por ejemplo? —preguntó Jamie como si fuera culpa mía.

No tenía respuesta. Trask había perdido interés por la perra. Caminó hacia el bosquecillo en la dirección de la que había venido el animal e hizo bocina con las manos alrededor de la boca.

—¡Fay! ¡Fay!

No obtuvo respuesta. Miró al paisaje vacío y luego regresó.

—Iré con la barca a las Backwaters. Jamie, tú sigue la orilla del arroyo hacia el cobertizo. Llévate el teléfono y llámame en cuanto encuentres algo.

—Pero ¿y si no…?

—¡Haz lo que te digo!

—¿Qué hago yo? —preguntó Rachel mientras Jamie echaba a correr.

—Tú quédate aquí. Si Fay vuelve, avísame.

—Pero…

—No hay pero que valga.

Ya estaba andando en dirección a la esquina de la casa. Fui detrás de él.

—Iré con usted.

—No necesito ayuda.

—Podría necesitarla si está herida.

Trask me fulminó con la mirada, como si estuviera furioso conmigo por haber expresado en voz alta su mayor miedo, pero Rachel nos había seguido e intervino antes de que él pudiera responder.

—Es médico, Andrew. Ya has visto a Cassie.

Trask vaciló y luego asintió con la cabeza. Llegamos a la parte delantera de la casa. En aquel lado era casi todo vidrio, unos enormes ventanales que daban directamente al arroyo. Había un muelle flotante en la superficie del agua y, amarrada a él, una pequeña embarcación de fibra de vidrio con motor fuera borda. El muelle se balanceó cuando Trask corrió a él y se subió en la barca.

—Desate el cabo.

Solté la amarra y subí a bordo acompañado del chapoteo del agua verde sobre el fondo cubierto de algas. Me senté en la proa mientras Trask arrancaba el fueraborda con un estruendo y un chorro de humo azul. A continuación, aceleró el motor y enfiló corriente arriba.

Al mirar atrás, vi a Rachel agachada junto a la perra, observándonos.

Trask no dijo una sola palabra mientras la barca rugía al avanzar por el arroyo, adentrándose cada vez más en la zona de las Backwaters. La bajamar había dejado expuestas a cada lado las orillas, casi secas, pero todavía había suficiente agua en el centro para el poco calado de la barca.

Vi cómo las gaviotas se abalanzaban sobre algo en el barro, pero solo era una bolsa de plástico.

—¿Su hija tiene móvil?

—No. —Creía que eso era lo único que iba a responderme. Siguió con la mirada fija delante, en el arroyo—. Le tengo dicho que es demasiado pequeña para llevar móvil.

No tenía sentido añadir nada más a sus palabras. Sabía que lo único que podía hacer que se sintiera mejor era encontrar a su hija sana y salva. Comprendía demasiado bien lo que estaría pasando por su cabeza en esos momentos.

—¿Hay muchos sitios donde podría haber ido?

Esquivó una sucesión de olas rizadas en el agua, la única señal de que había un banco de arena justo debajo de la superficie.

—Unos cuantos, pero es complicado acceder a ellos a pie. Podemos cubrir más terreno en barca.

La marisma daba paso a altas riberas de juncos. En algunos puntos superaban la altura de nuestras cabezas ahora que la marea empezaba a bajar, por lo que la barca parecía abrir canales entre ellos. De vez en cuando, Trask gritaba el nombre de su hija por encima del zumbido del motor, lo que provocaba una respuesta estridente entre las aves más desorientadas, pero eso era todo. Pasamos por unas brechas en las orillas que parecían canales secundarios bifurcándose desde el arroyo principal, hasta que nos acercamos lo suficiente para constatar que no tenían salida. No era de extrañar que fueran tan pocas las embarcaciones que se molestaran en llegar hasta allí: era fácil perderse en aquel laberinto de juncos y agua.

La marea había bajado considerablemente en el breve intervalo de tiempo desde que habíamos salido: ahora las orillas del arroyo se elevaban sobre nosotros a cada lado como si fueran cañones en miniatura. Aunque nos manteníamos en el centro del canal, pronto se hizo evidente que no podríamos avanzar mucho más antes de quedarnos varados allí. Cuando llegamos a un punto donde el arroyo quedaba dividido por un largo banco de arena, Trask detuvo la barca, mordiéndose el labio mientras examinaba los canales divergentes.

—¿Qué pasa?

—No sé hacia dónde habrá ido desde aquí, y la marea está bajando demasiado para buscar en todos los canales. —Apagó el motor bruscamente. La barca se balanceó cuando Trask se puso en pie y gritó en el repentino silencio—. ¡Fay!

No hubo respuesta. El agua azotaba el casco mientras la barca se desplazaba hacia atrás. Con gesto sombrío, Trask gritó su nombre otra vez antes de alargar el brazo para volver a arrancar el motor.

—Espere —dije.

Me pareció haber oído algo justo cuando Trask se había movido. Él se detuvo y aguzó el oído.

—Yo no…

Y entonces se oyó de nuevo. La voz aterrorizada de una niña.

—¡Papá!

Esta vez Trask también lo oyó.

—¡Tranquila, Fay! ¡Ya voy! —gritó arrancando el motor.

Tenía los nudillos blancos sobre el timón mientras maniobraba la barca hacia la bifurcación de la izquierda. Unos postes de madera podrida flanqueaban las orillas, sobresaliendo del barro como dientes rotos. Pasamos junto a los restos de una vieja choza de chapa ondulada, y luego la embarcación dobló una curva y vimos a la hija de Trask.

Estaba tendida en el agua con la mitad del cuerpo fuera del arroyo, sollozando y cubierta de barro. A su alrededor, la superficie del agua estaba plagada de lo que en un principio pensé que era una especie de algas, expuestas por la bajamar. Pero al acercarnos me di cuenta de qué era en realidad.

El arroyo estaba lleno de alambre de espino.

—¡Duele mucho, papá!

Fay lloraba mientras saltábamos de la barca y avanzábamos hacia ella salpicando agua fría.

—Lo sé. No pasa nada, cariño, no te muevas.

No habría podido hacerlo, aunque quisiera. Solo tenía libre un brazo; el otro estaba atrapado en el alambre oxidado. Las púas se le habían clavado en la piel y en la ropa, y el barro que la cubría estaba manchado de sangre. Solamente se le veía la parte superior del cuerpo, pero era evidente que el alambre también la había atrapado por debajo del agua.

Tenía la cara pálida y llena de lágrimas.

—¡Cassie saltó al agua y luego empezó a gritar! Intenté ayudarla, pero ella se liberó y yo me caí, y… y…

—Chisss, no pasa nada, tranquila. Cassie está bien, ha vuelto a casa.

Trask se agachó junto a ella, palpando el alambre con cuidado. Aquel era un hombre distinto al que había visto hasta entonces, tierno y paciente. Pero al volverse hacia mí, su mirada reflejaba miedo.

—Necesito que sujete el alambre para que no se mueva —dijo en voz baja.

—Deberíamos llamar a los servicios de emergencia… —empecé a decir, pero él negó con la cabeza.

—Tardarían demasiado en llegar hasta aquí. No la voy a dejar así.

Entendía cómo se sentía: si hubiera sido mi hija, yo tampoco habría querido esperar. Simplemente no estaba seguro de que los dos pudiéramos sacarla de allí sin hacerle aún más daño.

Pero vi que Trask ya había tomado una decisión. A Fay le entró el pánico cuando vio lo que estábamos a punto de hacer.

—¡No, no, no, no…!

—Chiss…, necesito que seas valiente. Vamos, pórtate como una niña grande.

Fay cerró los ojos con fuerza y apartó la cara mientras su padre se ponía manos a la obra. Me quité la chaqueta y la arrojé a la orilla seca antes de sumarme a la tarea. Era una temeridad volver a mojarme entero cuando acababa de recuperarme, pero no había otro remedio. Trask tenía una expresión sombría y decidida en el rostro cuando se agachó y se metió en el agua hasta la altura del pecho, buscando a tientas las púas debajo de la superficie turbia. El barro me tiraba de los pies cuando agarré el alambre de espino, tratando de que no se moviera. No fue fácil. Aunque me había bajado las mangas de la camisa para protegerme las manos, tanto Trask como yo no tardamos en sangrar por culpa del metal afilado que nos había rasgado la piel como si fuera de papel.

Aun así, sabía que habíamos tenido suerte. Si la marea hubiera subido en lugar de bajar, todo podría haber sido muy distinto. Al ver a Trask con su hija, experimenté una sensación de alivio por los dos, pero no pude evitar sentir también un intenso dolor al recordar mi propia pérdida.

Pero no podía permitirme distracciones de ninguna clase. Hice un esfuerzo por ahuyentar aquellos pensamientos y examiné el alambre de espino minuciosamente. Un banco de arena represaba en parte el arroyo, formando una suerte de embalse que parecía lo bastante profundo para retener el agua incluso con la marea baja. En la superficie apenas sobresalían unos cuantos fragmentos de alambre, desplazados por los forcejeos de la niña. En condiciones normales, estaría completamente sumergido, y me enfurecía pensar que algún idiota lo había dejado allí.

Trask hizo una mueca de esfuerzo mientras buscaba a tientas debajo del agua.

—Buena chica. Solo uno más —le dijo a su hija. Me lanzó una mirada—. Prepárese para apartar el alambre.

Tensó los hombros y la niña aulló de dolor. Entonces Trask la sacó del agua, ambos chorreando mientras se erguía para incorporarse. El alambre era más pesado de lo que esperaba, y se movía muy despacio mientras tiraba de él para que Trask pudiera cargar con su hija y transportarla hasta la orilla de barro. Fay sollozaba, aferrándose a su padre mientras él le murmuraba palabras tranquilizadoras. Estaba tiritando y sangrando, pero ninguna de sus heridas parecía grave. «Gracias a Dios», pensé al tiempo que soltaba el alambre.

Pero entonces Fay miró hacia atrás y abrió los ojos como platos, como en estado de shock. Volví la cabeza y vi algo moverse en mitad del arroyo. El agua se arremolinaba como si un pez enorme estuviera dando vueltas, y luego lo vi salir a la superficie.

Atrapado en el alambre de espino, el cuerpo emergió lentamente, con los brazos y las piernas colgando como una marioneta rota. Mientras los gritos de Fay resonaban sin cesar, una cabeza exánime volvió las cuencas vacías de los ojos hacia el cielo.

Entonces, como si se refugiara de la luz del día, se hundió de nuevo y el agua engulló el cadáver una vez más.