El fantasma le arrancó la cabeza al muchacho y la ocultó en alguna parte de la casa.

Tras cerciorarse de que dejaba la cabeza bien escondida en algún recóndito lugar de la inmensa y oscura mansión, el espectro del capitán de navío lanzó un último alarido que estremeció las macizas paredes de piedra.

El desgarrador grito terminó con la llamada de siempre: «¡Annabel! ¡Annabel!»

Después, el viejo fantasma desapareció para no volver jamás.

Sin embargo, la Casa de la Colina seguía estando encantada. Un nuevo fantasma deambulaba por los interminables y serpenteantes pasillos, porque a partir de ese momento, Andrew comenzó a vagar por la Casa de la Colina. Cada noche, el espectro del infeliz muchacho recorría las salas y las alcobas en busca de la cabeza que había perdido.

Según cuentan Otto y los otros guías, los pasos del Fantasma Sin Cabeza, que sigue buscando incansablemente, se oyen por toda la casa.

Y ahora, cada una de las estancias de la enorme mansión cuenta con su propia historia de terror.

¿Son ciertas esas historias?

Bueno, Stephanie y yo creemos que sí. Por eso visitamos la Casa de la Colina con tanta frecuencia. Ya habremos recorrido ese viejo lugar más de cien veces.

La Casa de la Colina es un sitio de lo más impresionante y divertido.

O, por lo menos, lo era. Hasta que Stephanie tuvo otra de sus brillantes ideas.

Después de su genial ocurrencia, la Casa de la Colina dejó de ser divertida y se convirtió en la más terrible de las pesadillas.