31
La mujer y el español subieron a un tranvía y se apearon en la segunda parada. Ella era un rostro público, por lo que debían ser discretos y cobijarse en un lugar donde no fuese fácil reconocerla. El barrio de Wola siempre había sido un área perjudicada, ya fuese por la situación económica, la diferencia de clases, el gueto judío que los nazis formaron antes de la Segunda Guerra Mundial o la escasa esperanza de progreso de quienes lo habitaban. Caminaron varios metros hasta una cafetería austera con mesas de plástico y oferta limitada. La mujer no parecía del todo segura con la presencia de León.
El español olía su miedo.
Pidieron dos cafés y el camarero los llevó a la mesa. Sentados junto a la cristalera que dejaba a la vista una calle peatonal de baldosas abiertas y asfalto desconchado, la mujer comenzó a responder las preguntas del español.
—¿Qué sabía Bosko?
Ella se estremeció y sujetó su taza de café con las dos manos.
—Hablar de él en pasado —dijo—, todavía me resulta extraño. Hace dos días, estaba en el apartamento, moviéndose nervioso…
—Siento tu pérdida, pero debemos concentrarnos en los hechos. Bosko está muerto porque sabía algo. Los siguientes podemos ser nosotros.
La mujer levantó la vista.
—Hacía meses que no confiaba en nadie —explicó tocando el contorno de la taza—. No usaba internet, ni el teléfono móvil. Algo había cambiado en él para siempre. La paranoia de ser espiado, controlado todo el tiempo, era superior a sus fuerzas. En un principio pensaba que eran los católicos, que querían deshacerse de él, pero después se dio cuenta de que había algo más.
—¿Cuándo empezó a comportarse de esa manera?
—Ese doctor —dijo la mujer—. Imagino que habrás escuchado hablar de él.
—Podrías ayudarme a recordar…
—Antes de que Komarnicki desapareciera… —respondió y miró a su alrededor—, un grupo de cinco científicos fueron trasladados a los Sudetes, obligados a ocupar las instalaciones que hay cerca del castillo de Książ, en las Montañas Buho… Pusieron en marcha un proyecto para reactivar lo que los nazis habían dejado a medias, aunque en este caso, se trataba de un proyecto personal.
—Encontré unos documentos —dijo León—. Supuestamente, el cuerpo de Roman se encuentra embalsamado ahí…
—El Doctor Zelman envió un mensaje cifrado en tres partes —continuó la mujer—. Uno para Bosko, otro para Wojtek y el último para Wiktoria. Él fue el único que pudo burlar la seguridad de la fortaleza y escapar de ella. Como respuesta, mataron a su familia y pusieron precio a su cadáver. Desde entonces, nadie conoce su paradero, aunque no pudo ir muy lejos, por lo que todos sospechaban que se encontraría en Breslavia.
—Te refieres a los que ya están muertos.
—Así es… —contestó. Iba a romper en un sollozo—: Bosko jamás me contó nada. Decía que era mejor así, que me estaba protegiendo.
—Wiktoria decía lo mismo.
—Cuando lo encontré sin vida en el apartamento con un disparo en el pecho —explicó con voz temblorosa—, busqué por toda la casa antes de llamar a la policía. Di con una caja donde él guardaba siempre sus documentos. Allí estaba el mensaje.
Wojtek también guardaba sus documentos en el falso tabique del cuarto de baño. León se preguntó dónde lo habría hecho Wiktoria.
—¿Tienes la caja contigo?
—No —dijo ella—. Bosko se lo llevó a la tumba. Es el último lugar donde buscarían una evidencia.
—Al menos, conocerás su contenido…
—Sí… —respondió y se limpió las lágrimas que salían de sus ojos con una servilleta—. El chico… Es la piedra angular del plan.
—Al parecer, es el único donante apto para transfundir la sangre al cuerpo de Roman.
—¿Una transfusión? —preguntó sorprendida—. ¡Eso es absurdo! Komarnicki se encuentra en estado de coma desde hace diez años.
—¿De qué diablos me estás hablando?
—Perdona… —contestó—. No sé qué te habrán contado, pero despertar a un comatoso con una transfusión sanguínea está todavía lejos de nuestra tecnología… Lo siento, León, pero te han engañado.
—Pero…
—Sí —dijo ella—. Komarnicki no va a resucitar, al menos, no como imaginamos. Sin embargo, quieren al chico para hacerle un transplante de memoria.
León irguió la columna.
—Explica eso.
—Al ver que las posibilidades de que Roman resucitara eran mínimas —explicó la mujer—, se planteó la posibilidad de realizar una transferencia de memoria.
—¿Y sí es posible?
—Con animales, sí —dijo ella—. A través de una operación quirúrgica, copiarán los patrones cerebrales del abuelo para instalarlos en el lóbulo frontal del chico, a través de ondas cerebrales. En caso de éxito, no reemplazaría su identidad sino que la reforzaría con la memoria de su abuelo.
—¿Y si falla?
—El chico moriría.
León miró a la mesa y lo entendió todo. Un cúmulo de imágenes golpearon su sien provocándole un fuerte dolor de cabeza. El español entendió por qué Zofia jamás abortaría como Komarnicki había deseado en un principio. Las piezas del rompecabezas encajaban: el político no había desarrollado una relación parental con su nieto, sino que esa segunda oportunidad para vivir lo convertiría en su sucesor político. El plan era brillante. La tecnología y el dinero podían hacerlo posible. Era cuestión de esperar y mantenerlo con vida. Si encontraban a Marcin, el país gozaría de un legado, joven, fuerte y reforzado. La sombra del político permanecería intacta y sus planes continuarían tal y como los había dictado antes de su muerte.
—¡Menudo hijo de perra! —gritó y dio un golpe en la mesa. Después, se levantó—: Tengo que encontrar al chico.
—El doctor se encuentra oculto en la 304 del Hotel Europejski, en Breslavia —dijo la mujer—. Has de hacerme una promesa…
—Pides mucho.
—Le prometí a Zelman que lo sacaríamos de allí… Ha arriesgado demasiado.
—Veremos qué puedo hacer… ¿Qué aspecto tiene?
La mujer sacó del bolso una fotografía de tamaño carné y se la entregó al español. Había perdido color con el paso de los años.
—León, espera… —dijo mientras el español observaba la imagen—. Llegados a este punto, no puedes confiar en nadie.
—Descuida, tengo experiencia en dudar de la gente. Ahora debemos movernos.
—¿Qué pasará conmigo? —preguntó la mujer.
—Estarás a salvo —respondió—. Conozco a una persona que se hará cargo de ti. Tienes mi palabra.
—Gracias —asintió ella.
—Una última pregunta… —dijo el español—. ¿Qué pasó con Wiktoria y Bosko?
La mujer sonrió apenada.
—Nos querían… y mucho. Fueron buenos amigos hasta el final. Esa mujer… realmente te amaba, León. Hizo todo lo posible por mantenerte a salvo.
Dos horas más tarde, Jadwiga Borkowska observaba las nubes a través de la ventana de la cocina de un apartamento de Mokotów. Frente a ella, Konrad la sometía a las mismas preguntas que León haría horas antes. Diez kilómetros al sur y bajo una tormenta de granizo, León abandonaba Varsovia en un vehículo con destino a Breslavia, bajo el respaldo de Bartosz y Zuzanna.