APÉNDICE

El progreso ha sumergido en el agua todo este paisaje. Un viajero que se sentase en mi vieja mesa del puente de Orşova tendría que escudriñarlo por un grueso disco de cristal con goznes de acero, que le ofrecería una vista de tinieblas y cieno, pues llevaría calzado de plomo y estaría mirando por una escafandra de buzo conectada mediante trescientos metros de tubo de respiración a una barca estacionada a dieciocho brazas de distancia por encima de su cabeza. Si avanzara un par de kilómetros más río abajo, llegaría a tientas hasta la isla hundida y podría pasearse entre las sumergidas casas turcas. O bien, agua arriba, podría revolcarse entre las algas y los escombros que taponan ahora la carretera del conde Széchenyi, y divisar al otro lado del tenebroso golfo los vestigios de la vía trajana. El abismo le tendría rodeado por todas partes, y los estrechos en los que antaño se abrían paso las corrientes y las cataratas que temblaban de orilla a orilla y los ecos que zigzagueaban por las fisuras vertiginosas estarían sumidos en un silencio diluviano. Entonces, tal vez un titubeante rayo de sol podría mostrarle los restos hundidos de un pueblo, y después otro, y otro más, todos ellos enterrados en el fango.

Podría dedicar días enteros a estas lúgubres labores de sondeo, pues Rumanía y Yugoslavia han levantado en mitad de las Puertas de Hierro una de las presas de ferrocemento y una de las centrales hidroeléctricas más grandes del mundo. Esto ha transformado doscientos diez kilómetros de Danubio en un estanque inmenso que ha engullido y emborronado el curso del río hasta dejarlo irreconocible. Ha suprimido cañones, convertido riscos imponentes en suaves colinas y ascendido el hermoso valle del Cerna casi hasta los Baños de Hércules. Muchos miles de habitantes de Orşova y de los villorrios ribereños tuvieron que abandonar sus hogares y mudarse a otros lugares. Los isleños de Ada Kaleh han sido trasladados a otro islote río abajo y su antigua morada ha desaparecido bajo la quieta superficie como si nunca hubiese existido. Esperemos que la energía generada por la presa haya llevado bienestar a ambas riberas y haya iluminado las ciudades rumanas y yugoslavas con más luz que antes, porque en todos los aspectos, excepto en el económico, el daño es irreparable. Tal vez, con el paso del tiempo y el debilitamiento de los recuerdos, la gente podrá olvidar el tamaño de su pérdida.

Otros han hecho igual daño, o tal vez más. Pero seguro que en ningún otro lugar la destrucción de la asociación histórica, de la belleza natural y de la vida salvaje ha sido mayor que aquí. Recuerdo a mi amigo el polímata austríaco y sus reflexiones sobre los miles de kilómetros libres aún de todo obstáculo, cuando los peces podían nadar desde la Tartaria Krim hasta la Selva Negra y vuelta otra vez. Recuerdo cómo lamentaba, en 1934, el proyecto de construcción de la presa de Persenbeug, en la Alta Austria: «¡Desaparecerá todo! Pretenden domar el río más salvaje de Europa y convertirlo en una depuradora municipal. ¡Y todos los peces que vienen del este! No volverán nunca más. ¡Nunca, nunca, nunca!».

El lago anodino ha eliminado todos los peligros para la navegación, y el hombre del traje de buzo no encontrará nada más que un socavón en el lugar donde antes estuviera la mezquita: la desmontaron pieza a pieza y la llevaron al nuevo hogar de los turcos, y creo que la iglesia mayor ha corrido una suerte parecida. Estos encomiables esfuerzos por expiar el mastodóntico despojo han arrancado a estas aguas encantadas su última hebra de misterio. Nunca más un viajero imaginativo o hiperromántico se hallará en peligro de creer que detecta la llamada a la oración elevándose desde las profundidades, y se ahorrará la ilusión de tañidos ahogados, como los de Ys, la cathédrale engloutie de la costa de Bretaña, o como los de la legendaria ciudad de Kitezh, en el curso medio del Volga, casi pegada a Nizhni-Novgorod. Dicen los poetas y los cuentacuentos que se hundió en la tierra durante la invasión de Batu Kan. Un lago se la tragó después y a veces algunos escogidos pueden oír el doblar de sus campanas en las torretas ahogadas.

Pero aquí no pasa eso. Mitos, voces perdidas, historia y leyenda han salido en estampida, dejando únicamente este valle de sombra. El consejo de Goethe, «Bewahre Dich vor Räuber und Ritter und Gespenstergeschichten» («Guárdate de los ladrones, los caballeros y las historias de fantasmas»), se ha aplicado al pie de la letra y ha huido todo.