Capítulo 8

Encorvada en un extremo del sofá, Finn esperó a que la auxiliar técnica sanitaria le limpiara la sien con alcohol. Era una mujer negra, gorda y muy amable.

—Debe de haber usado una cachiporra o algo así porque la piel casi no está desgarrada. Te saldrá un chichón, pero poco más. Nada, chica, que has tenido suerte.

Finn asintió despacio, rehuyendo la visión de la enorme mancha que ensuciaba el lado de la alfombra más próximo a la puerta. No se consideraba afortunada, todo lo contrario, pero al menos estaba viva. No como Peter. Tragó saliva al volver a sentir el calor de las lágrimas en los ojos. Lo que había oído antes de caerse por el oscuro pozo de la inconsciencia había sido a Peter antes de morir. Le habían cortado el cuello de un solo tajo, y ella oyó algo parecido al murmullo del ala de un ave nocturna antes del horrible estertor final.

El apartamento estaba lleno de gente: dos sanitarios a punto de irse, tres o más policías de uniforme y dos detectives. También había un técnico especialista en pruebas que estaba espolvoreándolo todo para encontrar huellas dactilares. Mientras, en voz baja, la auxiliar volvió a decirle algo a Finn.

—¿Seguro que no quieres venir al hospital para que te echen un vistazo los médicos? Podrías tener una conmoción. Yo diría que no, pero nunca se sabe… —Frunció el entrecejo—. Aparte de lo otro, que igual quieres que te lo comprueben…

—Si me hubieran violado lo sabría —dijo Finn—, Y no.

—Bueno, chica, tú misma —contestó la mujer cerrando el maletín de plástico donde llevaba el instrumental—. Nosotros nos vamos. Lamento todo lo que ha pasado. Te acompaño en el sentimiento.

—Gracias.

Los técnicos sanitarios desfilaron uno a uno por la puerta, esquivando la mancha de sangre. Uno de los detectives salió del dormitorio de Finn, que se preguntó para qué había entrado. Al enterarse de cómo se llamaba (detective Tracker)1 le había dado un ataque de risa: pura histeria, en realidad. Tracker le miraba todo el rato las tetas, y tenía mal allento. Era un hombre alto, ancho de hombros y con el pelo graso.

—¿Hacía mucho que erais amigos tú y Peter?

—Un par de meses.

—¿Os acostabais?

—No creo que le importe.

—Pues sí que me importa. Si te acostabas con él, puede que un tipo celoso forzara la puerta y os esperara dentro. Si no erais amantes, entonces hay que considerar otras hipótesis. ¿Me explico?

—No, no nos acostábamos.

—O sea que no conocías al que le ha matado.

—No.

—¿Cómo estás tan segura si has dicho que estaba todo oscuro?

—No conozco a nadie que se dedique a matar.

—¿Se ha llevado algo?

—No lo he mirado, la verdad.

—Entonces podría ser un robo.

—Supongo.

—Aunque no es que haya mucho que robar…

—No.

—Estudiante, ¿verdad?

—Sí, en la Universidad de Nueva York.

—¿Peter también?

—Sí.

—¿De qué os conocías? ¿De ir a la misma clase? ¿Teníais amigos comunes?

—Está…, estaba en el programa de bellas artes.

—¿Y eso qué significa?

—Pues que asistía a clases de dibujo del natural, y yo poso de modelo.

—Mmm… ¿En pelotas?

La mirada de Tracker volvió a posarse en los pechos de Finn, que por primera vez en varios años se molestó.

—Desnuda.

—Es lo mismo… No llevas ropa.

—Le aseguro que no es lo mismo, detective Tracker.

—¿Tú crees que puede haber sido alguien de la clase?

—No.

—Nueva York está llena de pirados.

Finn tenía la cabeza a punto de explotar. Sólo le apetecía una cosa: dormir acurrucada en el sofá.

—Que no, que no ha sido nadie de la clase, ¿vale?

—No te pongas así, que aquí el malo no soy yo, ¿de acuerdo?

—Pues lo parece.

Uno de los policías de uniforme sonrió. Tracker frunció el entrecejo. Llamaron a la puerta y la abrieron. Era un hombre alto y muy delgado, con el pelo negro y demasiado largo, y una cara tensa y angulosa, con ojos hundidos del mismo color que el pelo. Sus mejillas y su barbilla tenían la típica sombra de barba de por la tarde. Parecía irlandés. Arrugó el ceño al ver el charco de sangre que se estaba coagulando en la alfombra.

—¿Quién diablos es usted? —preguntó Tracker—. ¡Que han matado a alguien! ¡Aquí molesta!

El hombre delgado metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó una carterita gastada de piel. En el momento de sacarla, Finn vio que tenía un arnés para pistola. Tracker también lo vio. El recién llegado abrió la carterita y se la puso a Tracker en las narices.

—Delaney. Teniente Vincent Delaney, de la brigada especial —sonrió—. ¿Y usted?

—Tracker, de la comisaria del distrito veintitrés.

—Muy bien, muy bien. ¿Ésta es la señorita Ryan?

—Sí, teniente.

—Pues me gustaría hablar con ella si no le importa.

—Estoy en medio de una investigación.

—No, ya no —dijo Delaney.