Prólogo

Mayo de 2009

Una vez en casa, Darío recorrió paso a paso la habitación vacía que pertenecía, o mejor dicho, que había pertenecido a su hermana y su sobrina. Se subió a la litera, se tumbó sobre ella con los brazos detrás de la cabeza y una lágrima se le escapó por entre las pestañas fuertemente cerradas. Estaba vacía; ya no se oirían gritos infantiles, ni risas acompasadas, ni temblarían las paredes con las travesuras de Iris. Su hermana ya no le recriminaría continuamente que no dijera tacos, ni controlaría con precisión la nevera. No habría nadie en el salón por las noches cuando regresara del gimnasio. Nadie le preguntaría cómo había ido el día, ni le daría un beso en la mejilla cuando se fuera a la cama. Y no es que pensara que lo fuera a echar de menos. Seguro que estaría en la gloria solo en casa.

Otra lágrima rodó por su mejilla con ese pensamiento.

Ruth e Iris se habían marchado definitivamente. Su hermana mayor se había casado esa misma mañana y ya no había marcha atrás.

Durante los últimos meses había mantenido la esperanza de que su hermana mandara a la porra al energúmeno con el que se iba a casar. Pero en vez de eso, ese energúmeno había empezado a caerle bien. Y ahora se la había llevado. Y él se había quedado solo.

Otra lágrima más brotó de sus ojos cerrados.

¡Jo… petas! No estaba triste, no estaba llorando; era simple y llanamente un efecto secundario de todas las cervezas que había tomado durante la celebración. Ni más ni menos.

¡Pero es que todo se aliaba en su contra!

Héctor, su hermano pequeño, con el que había vivido toda su vida, había anunciado la semana pasada que había conseguido una beca y se iría a principios de junio, en menos de un mes, a vivir a Alicante. Ruth había señalado su intención de llevarse a papá con ella. Menos mal que había logrado convencerla de que no lo hiciera. No le faltaba más que encontrarse de buenas a primeras viviendo solo en esa casa que hasta hacía bien poco estaba llena de gente.

En fin. Se dio la vuelta en la cama e intentó concentrarse en pensamientos más agradables. Una imagen apareció en su mente. Una mujer alta, de espaldas estrechas, piernas largas con músculos bien definidos y el vientre liso, con los abdominales más marcados que los suyos propios. Sacudió irritado la cabeza. Había dicho «pensamientos más agradables», no pesadillas con brujas. Volvió a girarse en la litera. Un perfil afilado, de pómulos marcados y con un hoyuelo en la barbilla, enfatizado por el corte de pelo más extraño que hubiera visto en su vida, entró en su mente sin pedir permiso. Lo acompañaban unos ojos grises insolentes y unos labios carnosos que escondían unos dientes tan blancos y perfectos como perlas, tras los cuales se ocultaba la lengua más retorcida y venenosa que pudiera existir. Suspiró irritado. ¡Solo le faltaba acabar la noche pensando en una bruja! Bajó de la litera y se fue al cuarto que compartía con su hermano Héctor, que en esos momentos dormía a pierna suelta. Se tumbó sigiloso en su cama e intentó conciliar el sueño…