Seis

Beau Devereaux apretó el botón de pausa del mando después de reproducir la parte de las noticias de la noche anterior para su hermano Caleb y los miembros allí reunidos de su equipo de seguridad especial.

Habían perdido hombres muy buenos por culpa de un loco que había hecho pasar lo indecible a Caleb y a la que ahora era su esposa, Ramie; y se habían dado cuenta de que necesitaban más, más de lo que en un principio creían que era lo mejor. Después de un exhaustivo proceso de selección, habían contratado a más hombres y los nuevos empleados habían pasado por un curso de formación intensivo dirigido por Dane Elliot, su jefe de seguridad. Había trabajado en las Fuerzas de Operaciones Especiales de la Marina de los EE. UU. y era un combatiente excelente, duro de pelar. Formaba equipo con Eliza Cummings, una mujer de armas tomar también. Ambos habían sido fundamentales para atrapar al cabrón que había atormentado a Ramie, aunque había sido Caleb quien acabara con ese desgraciado de una vez por todas. Zack era probablemente la incorporación más interesante. Beau se había interesado por él porque ambos se parecían en muchos sentidos: eran tranquilos y escépticos. Los dos se conformaban con sentarse y observar, mirar a su alrededor, captar los detalles y procesar con calma toda la información obtenida. Y ninguno de los dos era un cazafortunas: solo querían hacer bien su trabajo.

Él no era el empleado prototípico. Muchos de sus hombres eran exmilitares o antiguos agentes del gobierno: del FBI, de la DEA y de muchas otras organizaciones que oficialmente no existían. Cuando empezaron a remontar, tras el año frenético que siguió al secuestro y posterior rescate de su hermana, Caleb y él habían hecho lo que estaba en sus manos para contratar expertos de seguridad adecuados. De hecho, habían pasado la prueba de fuego. A consecuencia de haber perdido a sus hombres y de la experiencia cercana a la muerte de Caleb y de su mujer, se pusieron las pilas, aprendieron de sus errores anteriores y no repararon en gastos para tener lo mejor, solo lo mejor. Si el dicho de «Lo barato sale caro» era cierto, entonces tenían trabajadores de primera, porque no estaban siendo baratos precisamente.

Sin embargo, Zack era otra historia. Había sido el jugador estrella de fútbol americano en la universidad con una beca completa. La NFL le había seleccionado en la primera ronda como quarterback titular, pero dos años después, una lesión lo apartó del deporte para siempre. Para mucha gente esto habría sido un contratiempo del que nunca se habrían recuperado, pero él no se hundió e hizo rehabilitación. Luego siguió los pasos de su padre y entró en los cuerpos de seguridad, donde lo tenían en estima y ascendía con rapidez.

Una agencia del gobierno le iba detrás, pero Beau se lo arrebató rápidamente; su instinto le decía que era la decisión correcta. Le notaba una crueldad y oscuridad que no se percibían a simple vista. Su mirada no se perdía ni un detalle; siempre calculaba, tomaba notas y lo procesaba todo a la velocidad del rayo. Para muchos esto habría sido una señal de advertencia, una razón para no contratarlo, pero Beau conocía su gran valía tratando a las víctimas y a las personas a las que perseguían. Era muy amable con los inocentes, pero frío como el hielo cuando se trataba de acabar con los monstruos que abusaban de ellos. Era perfecto para el equipo de seguridad de Devereaux y su red en expansión.

Caleb se reclinó con una expresión especulativa mientras miraba a su hermano.

—¿Por qué estamos viendo esto, exactamente?

Los demás allí reunidos parecían tener miradas interrogativas similares, pero la de Zack era dura; se le antojaba la misma ira que estallaba en sus propias venas.

—¿No te preocupa que una mujer indefensa haya estado al borde de la muerte? —preguntó Beau amablemente.

Incluso mientras hablaba centraba su atención en la imagen congelada de los rasgos delicados y aterrorizados de Arial Rochester. No sabía explicar por qué estaba más preocupado por su ataque que por otros a pesar de que en la empresa habían visto muchos, incluso en el poco tiempo que llevaban trabajando.

—A mí me interesa más ese extraño huracán y los ladrillos volantes —murmuró Eliza—. Desde que lo subieron a YouTube, el vídeo se ha vuelto viral y ha recibido más de diez millones de visitas en veinticuatro horas. Todas las cadenas de noticias del país se han hecho eco y se han disparado las especulaciones sobre cómo pudo defenderse de tres agresores sin llevar un arma encima.

—Cosas más raras se han visto —dijo Dane en su tono tranquilo e implacable.

Eliza resopló porque sabía que decía la verdad. En comparación con lo que había pasado con Caleb y Ramie, esto parecía un simple juego de niños.

Beau siguió escudriñando los ojos enormes y aterrorizados de la pequeña mujer. Se abrazaba como forma de protección y el pánico se reflejaba en cada uno de sus rasgos… después de haber eliminado la amenaza.

¿No debería sentirse aliviada? Debería notársele una pizca de alivio o incluso de enfado; alguna reacción por ese escarceo con la muerte. Sin embargo, parecía incluso más aterrorizada que cuando se enfrentaba a aquellos imbéciles engreídos.

Había algo que le preocupaba, pero no lograba dar con ello. Pero el arrebato de ira que sentía por el ataque a una mujer que parecía tan pequeña y vulnerable lo cabreaba y mucho. Normalmente no se implicaba de forma personal en su trabajo, no dejaba que sus emociones lo dominasen o se interpusieran en sus actos. La protección requería que no hubiera lugar a errores ni fallos. Que las emociones no resultaran en decisiones apresuradas y estúpidas que provocaran la muerte de alguien.

—¿Así que crees que tiene habilidades psíquicas? —preguntó Caleb atreviéndose a formular la pregunta que todos se planteaban.

Él se encogió de hombros.

—Puede ser. Es posible. Está claro que ha causado revuelo y las pruebas son bastante inexplicables. Claro que también podría ser un simple suceso extraño; que la pobre estuviera asustada y no entendiera siquiera lo que estaba pasando.

—Tal vez le preocupaba que la descubrieran —comentó Zack, hablando por primera vez con su voz ronca.

Beau había pensado lo mismo.

—Bueno, si entonces estaba preocupada por eso, seguro que ahora lo estará aún más —repuso Eliza con seriedad.

Los Devereaux estaban familiarizados con el miedo a ser descubiertos. Su hermana pequeña, Tori, tenía habilidades psíquicas y la habían protegido de la opinión pública toda la vida. La mujer de Caleb también era psíquica, aunque su don era más una maldición que una bendición. Y aunque sus habilidades ya se conocían, Caleb había corrido grandes riesgos para mantenerla alejada de la opinión pública y se había cerciorado de que las muchas peticiones para que Ramie les ayudara se filtraran a través de la empresa de seguridad y nunca le llegaran directamente.

Ramie todavía no se había recuperado por completo de su experiencia cercana a la muerte. Tampoco Caleb. Beau no creía que la mujer fuera capaz de usar sus poderes otra vez. Había visto la muerte demasiado cerca, había sentido demasiado dolor y desolación, y no había perdido el juicio por muy poco. Caleb era plenamente consciente de ello y haría lo que fuera para que su esposa no volviera a correr peligro otra vez.

—Tenemos que centrarnos en otros asuntos, asuntos de negocios —dijo Caleb enfáticamente—. Mientras esto siga siendo una cuestión de intereses, no hay nada más que hablar: no nos meteremos en el caso. Tenemos otros clientes que merecen toda nuestra atención.

Y, así, la reunión cambió de rumbo y se centraron en sus clientes y encargos actuales. Siguieron planificando y organizando, decidieron quién dirigía qué y revisaron las solicitudes que habían llegado recientemente.

Beau no podía sacarse el incidente de la cabeza y no estaba seguro de por qué, pero le inquietaba y mucho.