Veintiséis
Beau observaba con impotencia cómo Ari se venía abajo frente a él y no había nada que pudiera hacer para ayudarla. Nadie podía. Algunas heridas y traiciones calaban demasiado hondo y eran imposibles de olvidar, perdonar e incluso entender.
—No —repitió ella en un tono lastimero, como el de un animal herido.
Se abrazó como si así pudiera protegerse de esa verdad tan dolorosa. Se inclinó hacia delante con un dolor intenso en el rostro y los objetos del salón empezaron a reaccionar a la hecatombe que había en su mente.
Los objetos e incluso los muebles grandes vibraban como si hubiera un terremoto. Cayó una lámpara y se hizo añicos en el suelo, rompiendo así el silencio que reinaba en el salón.
—No me detestaban —dijo entrecortadamente—, no me abandonaron, no me dejaron tirada en pleno invierno a merced de alguien que tal vez sí o tal vez no me descubriera en el umbral de su casa.
Las lágrimas le resbalaban por las mejillas; sus ojos reflejaban tal desolación que a Beau se le hizo un nudo en la garganta de la emoción y estuvo a punto de llorar también. Ninguno de los presentes era inmune a la pena y al dolor de Ari.
Eliza giró la cabeza, pero no antes de que Beau la viera secándose las lágrimas. Dane la miraba con compasión; cambió de postura y se metió las manos en los bolsillos, sin saber qué hacer o qué decir, visiblemente incómodo al presenciar la crisis nerviosa de Ari.
Zack tenía una expresión sombría, la mirada desolada y lejana como si recordara algo igual de doloroso.
Ramie lloraba y no quiso que Caleb la abrazara; seguramente pensaba que no era la que más consuelo necesitaba en esos momentos.
Cada vez que Beau trataba de acercarse a Ari, tocarla, abrazarla y mecerla sin más, dejar que llorara entre sus brazos y sobre sus hombros, reaccionaba con violencia casi como si tuviera miedo de contagiarle algo.
Maldijo con ganas. En ese instante odiaba a su padre, Gavin Rochester y a los cabronazos que le estaban haciendo pasar semejante suplicio. Llevaban manipulándola desde que nació. ¿Cómo podían haberlo hecho? Por la información que tenían ahora, según lo que Ramie había repetido en su estupor, parecía que Ari no había sido más que una transacción. Como una forma de apaciguar a Gavin y a Ginger que aliviara las pérdidas que habían sufrido. Un bebé de repuesto, como si no importara quién, y ella hubiera sido una solución para todos.
¿Por qué sus padres biológicos se mostraron tan reacios a quedársela? ¿Y qué narices tenía que ver su padre en todo esto? ¿Podría ser que hubiera sido él quien le enviara la niña a Gavin? ¿Se lo debía de alguna forma? ¿Por eso le había dicho Gavin a Ari que buscara a Caleb o a Beau Devereaux si estaba en peligro? Era como si la hubiera estado preparando para esta eventualidad.
Que Gavin hubiera sido quien viera vivo a Franklin Devereaux por última vez —dada la información que acababa de salir a la luz—, convenció aún más a Beau de que el padre adoptivo de Ari tenía que ver con la muerte de su padre. Directa o indirectamente, a saber.
Dudaba de que Gavin fuera de los que se ocuparan directamente del trabajo, no cuando tenía a un montón de hombres y compraba la lealtad de los demás. Por el precio adecuado, uno podía adquirir la lealtad de quien fuera.
Ramie se levantó del sofá con paso vacilante y Caleb alargó el brazo para detener una posible caída, pero ella consiguió llegar tambaleándose hasta Ari, que estaba hecha un ovillo y sollozaba de una forma desgarradora.
Le tocó la espalda con suavidad y al ver que no protestaba, la abrazó. Ari hundió el rostro en su hombro; el cuerpo entero le temblaba por la fuerza de los sollozos.
—Lo siento muchísimo —le dijo en un tono arrepentido—, pero, escúchame bien. Mírame —añadió con firmeza.
Aguardó, paciente y comprensiva, hasta que Ari levantó por fin la cabeza y la miró con unos ojos rojos del llanto. A Beau se le revolvió el estómago al ver su agonía tan evidente en su rostro y en su expresiva mirada.
—Claro que te querían. Absoluta e incondicionalmente. Esa es la verdad. Te quisieron en cuanto Gavin y Ginger Rochester te encontraron en el umbral de su casa. Tomaron muchas precauciones para cerciorarse de que nadie se te llevara y que pudieras llevar una buena vida. Evidentemente eso cambió cuando descubrieron tus habilidades, pero les dio más ganas de darte todo lo que estuviera en su mano.
Las lágrimas salían ahora más deprisa y le brillaban en los ojos, más vibrantes que de costumbre. Eran eléctricos, casi de neón.
—Y hay otra verdad más que quiero que escuches —añadió Ramie—. Presta atención porque no te mentiría con algo tan importante ni te diría palabras vacías para consolarte viéndote tan abatida. Tus padres biológicos también te querían con locura.
Ari negó con la cabeza; sus ojos reflejaban de nuevo su gran dolor. Ramie le lanzó una mirada penetrante.
—Yo también he estado en esa situación, Ari. He sentido lo mismo que ellos y sé lo que es. ¿Dudas de mi don? ¿Crees que esta es la única ocasión en la que me equivoco?
—Entonces, ¿por qué? —preguntó entrecortadamente—. No entiendo por qué.
—Pues porque los mismos que te persiguen ahora te perseguían entonces. Tus padres estaban aterrorizados y siempre estaban huyendo. Cuando tu madre se quedó embarazada no podían esconderse tan fácilmente ni pasar desapercibidos. Se pasaban los días mirando por encima del hombro y temiendo lo peor. Entonces naciste tú y te quisieron muchísimo. Pensaban que eras un milagro; la pura bondad en medio de la maldad. Intentaron quedarse contigo… querían quedarse contigo. Pero la gente que iba a por ti los descubrieron. Escaparon por un pelo y por alguien que estaba en el sitio correcto en el momento más indicado. Entonces supieron que no podían seguir así, que no había forma de criar a un hijo y que tu vida sería un infierno. Nunca tendrías lo que los demás niños: un hogar, estabilidad, seguridad. No podrías ir a la escuela, hacer deporte o ir a danza.
Ramie se quedó callada un momento, cansada por lo que había experimentado, pero también decidida a llegar al corazón de Ari antes de sucumbir a los efectos físicos y mentales de la conexión.
—Querían que tuvieras todo eso, así que acudieron a alguien que pensaron que podría ayudarlos e incluso acogerte en su seno: Franklin y Missy Devereaux.
Caleb y Beau hicieron una mueca y este último apretó los puños pensando en la coincidencia de que estuviera relacionado con Ari de otras maneras además del amor que sentía por ella. Las dudas que había tenido de que la llamada de su padre biológico fuera una estafa se acababan de disipar y lo asimiló por fin.
Ramie miró a los hermanos con una expresión de lástima.
—Quizá no queráis oír el resto. Ari y yo podemos seguir en privado.
Beau dio un paso al frente, al igual que Caleb, que se levantó del sofá. Fuera intencionado o no, los hermanos estaban casi el uno al lado del otro, como en señal de solidaridad.
Caleb habló antes de que Beau pudiera decir nada.
—Nada de lo que puedas decir de mi padre o madre nos va a sorprender. Sabemos exactamente quién y qué son… y lo que no —dijo en un tono helado.
Su hermano asintió, incapaz de añadir nada más a lo que él había dicho ya.
Ramie suspiró y se volvió hacia Ari.
—Franklin se quejó a tu padre biológico de que ya tenía tres críos y la imbécil de su esposa se había quedado preñada otra vez. Lo habían sabido una semana antes y no podía encargarse de otro chiquillo porque a duras penas soportaba a los tres que ya tenía y el cuarto en camino.
Incluso a sabiendas de que su padre era un gilipollas, Beau no pudo controlar encogerse de dolor al escuchar las palabras de su padre de una forma tan directa.
—Fue entonces cuando les recomendó a Gavin Rochester, les dijo que era un socio y que su esposa y él estaban desesperados por tener hijos, pero que hasta entonces no habían podido. Les dio dinero e incluso los dejó usar su jet privado para que nadie pudiera rastrear sus movimientos.
Ramie tomó la cara de Ari entre sus manos y la obligó a mirarla.
—Quiero que me escuches. Necesito que lo oigas.
Ella pestañeó, trató de enfocar la mirada y aclarar la confusión que aún había en sus ojos.
—Tu padre y tu madre, los de verdad, y me refiero a los que te criaron como su hija, los que te han querido y protegido toda la vida, no sabían nada de lo que pasaba entre tus padres biológicos y los que los perseguían ni estaban al corriente de la participación de Franklin Devereaux. De hecho no lo supieron hasta dos años después de adoptarte.
»Acudieron a la puerta una noche de Navidad y te… encontraron. Descubrieron a un ángel, un bebé precioso, y una nota. En la nota les pedían que te criaran como si fueses suya, que no podían cuidar de ti y que siempre correrías peligro. Gavin y Ginger te quisieron al instante. Te sacaron del país y Gavin empezó a preparar el papeleo que documentaba el embarazo, tu nacimiento en otro país y tu posterior regreso a los Estados Unidos.
»Vendió todo lo que tenía antes de tu llegada, salvo una empresa petrolera, aquí en Houston. Se mudaron aquí para empezar una nueva vida contigo. Esa es la verdad y la única que vale: te querían, te deseaban y les importas.
Ari abrazó a Ramie con fuerza.
—Gracias —susurró—. Ni te imaginas lo que significa esto para mí.
—Sí me lo imagino, sí —repuso ella bajito. Miró a Beau y se le suavizó la mirada al tiempo que le cogía la mano a Ari. Entonces le tendió la mano a Beau antes de volver a mirarla.
—Creo que hay alguien que querría cogerte la mano ahora mismo. Esto ha sido muy duro para él también, Ari. Ha descubierto información muy delicada, deberíais apoyaros el uno al otro.
Beau observó la cantidad de emociones que se reflejaban en el semblante de Ari cuando lo miraba. Entonces, con un sollozo ahogado, se lanzó a sus brazos abiertos. Lo rodeó por la cintura y lo abrazó.
—Lo siento —susurró casi tartamudeando—. Lo siento muchísimo, Beau. No mereces la forma en la que te he tratado. Eres el que menos lo merece. Perdóname, por favor. Eres el único en quien confío plenamente. No te enfades conmigo, te lo ruego.
Él la atrajo hacia sí todavía más, abrazándola todo lo fuerte que podía sin hacerle daño. Hundió el rostro en esa melena tan deliciosa sin decir nada, solo jadeaba por toda la emoción contenida.
No quería venirse abajo, no allí, delante de los demás. No cuando Ari necesitaba que fuera fuerte por ella. Cuando se retiró, le enmarcó su bello rostro con ambas manos y la miró fijamente a los ojos, perdiéndose en su alma. No quería que lo encontraran jamás. Estaba perdido en su interior, en ella, y quería permanecer así el resto de su vida.
Le dio un beso en los labios con ternura. Era un beso para tranquilizarla y para que se sintiera mejor sabiendo que estaba a su lado, que era real y no se iría a ningún lado.
Ella apoyó la frente en su cuello y Beau posó la barbilla en su cabeza, sobre su pelo sedoso. Notaba la fatiga que emanaba; Ari había llegado al límite.
Le cogió las manos.
—Vamos a la cama, cielo. Mañana lanzaremos un ataque a gran escala. Atraeremos a esos cabronazos y les sonsacaremos la información que necesitamos cueste lo que cueste.
Ella se estremeció y supo que estaba imaginando las implicaciones de sus palabras. Por suerte no reaccionó con miedo o disgusto; se limitó a echar la cabeza hacia atrás y mirarlo a los ojos como si fuera su vida, su mundo entero. Y eso era precisamente lo que quería ser para ella. Cuando terminara todo esto, le abriría el corazón; se lo sacaría del pecho si hacía falta. Quería exponerse y desnudar su alma frente a ella.
Solo esperaba que cuando eso sucediese, no rechazara los únicos regalos que podía darle: su corazón, su alma, su cuerpo.
Su amor.