Treinta y seis
Incluso la sonrisa de satisfacción del Gorila A había desaparecido ya. Pese a que antes había sido engreído y había estado seguro de que Ari no tenía agallas para matar de verdad a alguien, la incertidumbre marcaba ahora sus rasgos y el miedo se reflejaba sin adornos en su mirada.
Bien, porque ella iba realmente en serio. Se había acabado tener remilgos por provocar la muerte de los gilipollas que habían matado a sus padres y habían arrastrado sus cuerpos como si fueran bolsas de basura.
Sentía cómo le hervía la sangre por la ira y cómo le silbaba en las venas hasta que un cálido palpitar resonaba en todo su cuerpo.
—¿Qué habéis hecho con ellos? —preguntó con un tono tan gélido hasta que pudo notar un cambio de temperatura real en la sala.
El tipo frunció el ceño desconcertado y entonces el dolor ocupó su lugar cuando Ari aplicó presión en su garganta, dejándolo sin aire de forma momentánea. El tío estaba aplastado con firmeza contra el techo y era incapaz de moverse. Estaba completamente paralizado y no podía hacerle ningún daño.
—Dime lo que hicisteis con ellos o juro por Dios que tendrás una muerte larga y agónica y me pedirás que te mate para acabar con tu sufrimiento —le dijo con un tono de voz peligrosamente suave.
Dejó de hacer presión sobre la garganta del tipo, pero le retorció los testículos con fuerza hasta que su rostro se convirtió en una máscara de dolor.
—No sé de qué narices estás hablando —rugió con la mandíbula apretada y a punto de reventarlo mientras respiraba a través de la agonía que Ari le estaba infligiendo—. Tú has visto lo mismo que yo. Sea lo que sea ese vudú que has hecho ha conseguido que las balas no tengan efecto.
La presión mental a la que estaba sometida Ari la estaba dejando sin fuerzas con rapidez y le estaba pasando factura. La sangre le caía en un hilo continuo de la nariz y podía sentir el cálido líquido deslizándose a ambos lados del cuello.
Se limpió la nariz con el antebrazo, arrastrando parte de la sangre a los labios. Notó un sabor metálico y enfermizo en la boca. El suelo reaccionaba a su energía psíquica, vibrando y rompiéndose. Empezaban a aparecer pequeñas grietas que luego se hacían más grandes.
Un crujido que no presagiaba nada bueno llenó la sala como si el edificio estuviera expresando su fatiga y su debilidad. Las bombillas estallaban, haciéndose añicos y desperdigando fragmentos de cristal en todas direcciones. Alguno la golpeó, y le produjo cortes, pero ella hizo caso omiso y en ningún momento desvió su centro de atención del hombre que tenía sobre ella.
Toda la zona estaba respondiendo a la energía inagotable y salvaje que fluía a través de ella y a su alrededor. Sentía un hormigueo en la piel como si el aire estuviera cargado de electricidad y una corriente continua fluyera en círculos.
Se sentía… como si fuera de otro mundo. Como una actriz de una película de ficción, ya fuera de magia o de brujería; cualquiera de los dos tipos encajaba. En este momento, sentía una carga de poder tan fuerte que casi cayó de rodillas. La llenaba, la consumía, era casi abrumadora en su intensidad.
Nunca se había sentido tan fuerte, capaz de conseguir cualquier cosa sin importar lo imposible que pareciera. La columna se le puso rígida y Ari se plantó al tiempo que la decisión se instalaba en ella y le confería la voluntad de hacer lo que debía hacer.
El dolor le atravesaba la cabeza y el cuerpo, por lo que sintió como si se le estuvieran haciendo añicos los huesos. La sangre le salía por los orificios y solo fue capaz de imaginar el horrible aspecto que debía de tener en ese momento. Esperaba con todas sus fuerzas que hubiera asustado a muerte al cabrón que estaba clavado en el techo con la increíble fuerza de sus poderes.
Algo de lo que estaba sintiendo tenía que ser claramente visible porque la cara del gorila se puso blanca como la leche y se la quedó mirando con unos ojos que dejaban claro que sabía lo que le esperaba y cuál era su condena.
—Sí, gilipollas —murmuró Ari con un tono inquietante—. Ríndete ante tu destino y ante la vergüenza de recibir una paliza de una «zorrita», tal como me has definido de forma tan concisa. Bueno, pues esta zorra va a mandarte directo al infierno.
—¡Ari!
Se estremeció al oír ese grito desgarrado y dio un paso atrás de forma instintiva antes de darse cuenta de quién la estaba llamando. Se giró y se sintió enormemente aliviada cuando vio a Beau en la entrada con unos ojos que irradiaban miedo. Zack corrió a su lado y apuntó con su arma inmediatamente al hombre del techo.
—Es mío —espetó Ari con una voz que era como un látigo que azotaba a través de la sala.
—Ari, cariño —dijo Beau con un tono tranquilizador—. Tenemos que sacarte de aquí antes de que todo este lugar sea pasto de las llamas o nos caiga encima.
Las lágrimas le quemaban en los párpados a Ari y no estaba segura de si ahora era sangre o lágrimas lo que le caía por los ojos. Tal vez fueran las dos cosas.
—Los ha matado —dijo secamente Ari—. ¡Ha matado a mis padres! Ordenó sus ejecuciones mientras yo estaba aquí. Dios mío, había levantado un escudo a su alrededor, pero perdí la concentración y el escudo se vino abajo. ¡Vi su sangre!
Beau abrió los ojos como platos. Zack y él intercambiaron miradas rápidas y Beau maldijo en voz baja entre dientes.
—Ari, no están muertos.
—¡Lo he visto! —gritó—. No intentes calmarme. No me mientas para conseguir que me vaya contigo. No me iré hasta que todos estos cabrones estén muertos.
—Ari, no están muertos —insistió Zack con la voz firme y no tan tranquilizadora como la de Beau. Sus rasgos tenían marcada una seriedad extrema cuando la miró—. Los hemos sacado de la celda. La sangre que viste era de los dos guardias que tu padre mató. Beau disparó al tercero cuando iba a por tu madre. Están bien. Te lo prometo. Están a salvo y esperándote. Están muy preocupados por ti. Tienen un miedo atroz de que te haya pasado algo. Así que déjalo ya para que podamos llevarte con tus padres. Para que puedas ver por ti misma que no te mentimos.
Ari pestañeó, abrió la boca y parte de los terribles pensamientos sobre ira y violencia fueron apaciguándose a medida que sopesaba la sinceridad de Zack.
—¿Están vivos? —susurró.
Beau se acercó más con un movimiento vacilante como si tuviera miedo de tocarla, miedo de que se rompiera en mil pedazos.
—Sí, cariño, están vivos —dijo con calma—. Tú les has protegido. Tu escudo evitó que las balas los hirieran. Y, cuando el escudo cayó, tu padre se cargó a los hombres de forma bastante impresionante. Están a salvo, te están esperando y, como ha dicho Zack, están que se mueren de preocupación. Porque tú te has sacrificado por ellos. No hagas algo ahora que los obligue a llorar tu pérdida durante el resto de sus vidas y sentirse culpables porque hayas sacrificado tu vida por ellos. No me hagas a mí tener que llorar tu muerte.
Deslizó la mano por el brazo de Ari hasta llegar a su hombro y luego llegó a la nuca. Entonces la atrajo con delicadeza hacia él.
—Por favor, Ari, ven conmigo —le pidió con dulzura—. El edificio se está yendo abajo. No aguantará mucho tiempo más en pie. Dane, Capshaw e Isaac se están encargando ya de los pocos hombres que no te has cargado tú. Ya está. Les has dado una buena lección y te has asegurado de que nadie usará este lugar con intenciones malvadas nunca más.
Se permitió a sí misma un breve y dulce momento en brazos de Beau, en su abrazo fuerte y protector, antes de separarse de él de mala gana. A continuación miró en dirección al gorila.
—Aún queda uno —dijo con frialdad—. Y tengo una cuenta personal que saldar con él. Es el cabrón que intentó drogarme la mañana después de la desaparición de mis padres.
La mirada de Beau se enfrió cuando levantó la vista hacia el hombre que estaba clavado contra el techo sin poder hacer nada.
Entonces otro temblor afectó a todo el complejo, sacudiendo sillas, muebles e incluso los propios cimientos del edificio. Se oyeron unos crujidos distantes que se acercaban cada vez más. De hecho, Beau tenía razón. El edificio estaba cayéndose a pedazos guiado por la sobrecogedora ira de Ari y su energía psíquica.
—Déjalo —dijo Beau, entrelazando sus dedos con los de ella—. Déjalo que se muera cuando el edificio se venga abajo. No se merece una muerte rápida y piadosa.
Aun así, Ari dudó porque todavía saboreaba el dulce regusto de la venganza en la boca.
Se oyó un estruendo mucho más cerca esta vez seguido por un grito que llegó a través de los escombros que se iban acumulando. Era el nombre de Beau.
—Vamos —rugió Zack—. ¿Quieres que muramos todos para que puedas vengarte, Ari?
Beau lo miró y gruñó, y Ari pudo ver que estaba a punto de reprenderlo. Entonces Ari apretó la mano de Beau.
—Tiene razón, Beau. No estoy pensando con claridad. Perdóname. Lo último que quiero es que alguien muera por mi odio y mi sed de venganza.
Beau la abrazó con fuerza y la guio hacia la puerta. O lo que quedaba de ella. A medida que el subidón de adrenalina empezaba a desaparecer, empezaron a temblarle las rodillas. Le temblaba todo el cuerpo. Las piernas le fallaban y Beau tuvo que sujetarla contra él para impedir que cayera al suelo.
—Estoy bien —dijo entre dientes—. Puedo hacerlo. Tú necesitas las dos manos.
—No estás bien —le espetó Beau—. No sabes el mal aspecto que tienes, Ari. Me has acojonado de verdad cuando te he visto ahí dentro. Dios, pensaba que había llegado demasiado tarde. No puedo creer que sigas en pie con todo lo que has sangrado. Lo primero que vamos a hacer cuando salgamos de este lugar dejado de la mano de Dios es llevarte al hospital.
Corrieron por el pasillo entre gritos de Dane a Beau para que se dieran prisa. Ari sabía que les retrasaba, pero Beau se negó a dejarla.
Tenían a la vista a Dane y a los dos hombres que los flanqueaban cuando los muros de ambos lados explotaron, arrojando escombros y placas de yeso sobre ellos. Se oyó un estrépito que no presagiaba nada bueno y entonces Ari se encontró volando hacia atrás al tiempo que Beau la protegía para absorber el impacto de su caída.
Todo el techo y la segunda planta se habían hundido, bloqueando el camino hacia donde les esperaban los demás.
—¿Zack? —Beau gritó con un tono de voz preocupado.
—Estoy aquí. Estoy bien.
Entonces Beau cogió la cara de Ari entre las manos. Estaba encima de él, ya que Beau se había interpuesto entre el suelo y ella durante la caída. La observó con preocupación.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo?
Ari hizo una mueca.
—Me duele todo el cuerpo, pero no tiene nada que ver con lo que acaba de pasar. Estoy bien, Beau.
—Vamos a tener que encontrar otra salida —dijo Zack son gravedad.
—¿Qué? —preguntó Ari con incredulidad—. Puedo encargarme de esto. He hecho cosas mucho más complicadas.
—No —dijeron los dos hombres al unísono.
Ari negó con la cabeza, segura de que había algo que no entendía.
—No puedes aguantar mucho más, Ari. Cualquier tonto puede verlo. Ya has acabado. No vas a hacer nada. Si sufres otra hemorragia, no quiero ni imaginarme lo que pasará y, aunque a ti te dé igual, prefiero que no seas un vegetal durante el resto de tu vida.
—Por Dios santo —farfulló Ari—. ¿Y cómo propones que salgamos por otro lado si no me dejas usar los poderes?
—Haciendo un agujero en uno de los muros externos para que la estructura interna no caiga sobre nuestras cabezas —dijo con paciencia Beau.
Ari suspiró.
—Como quieras. Vamos a hacerlo. Quiero ver a mis padres.
Se levantaron del suelo y Zack se puso en cabeza. Ari estaba entre ambos hombres. Podía ir delante. No tenía sentido que esos hombres vulnerables a las balas fueran delante en lugar de una mujer que no era vulnerable a un ataque con armas. Pero ni siquiera gastó saliva discutiendo porque nunca accederían y lo único que conseguiría sería malgastar un tiempo preciado dándose una y otra vez contra la pared. Y, porque quería que todo acabara ya de una vez por todas para poder comprobar por sí misma que sus padres estaban bien.
Al menos Beau la estaba dejando caminar por sus propios medios ahora. Ari estaba determinada a no retrasar su avance de ninguna manera, así que luchó más allá del dolor agonizante que sentía y su agotamiento extremo; anduvo pegada a los talones de Zack durante todo el trayecto.
Giraron hacia la izquierda en la última sala antes de aquella en la que el gorila jugaba a ser el hombre araña y Zack se acercó a toda prisa al muro más alejado y empezó a adherir explosivos plásticos en diversos puntos.
—¿No abrirá esto un agujero en el pasillo de las celdas? —preguntó Beau con el ceño fruncido.
Zack sacudió la cabeza y respondió sin desviar la mirada de lo que estaba haciendo.
—Las últimas tres salas de este pasillo se extienden más allá del edificio que aloja las celdas. Cuando hagamos un agujero en este muro, estaremos fuera.
—Me parece bien. Date prisa —le urgió Beau.
—Poneos a cubierto —ordenó Zack.
Beau se agachó detrás de un mueble que parecía una sólida construcción de acero, y arrastró a Ari con él. Beau se acuclilló, pero ella era mucho más bajita, así que solo tuvo que medio agacharse a su izquierda y apoyar la mano sobre su hombro para poder sostenerse en pie.
Una inquietante sensación de picazón hizo que se le erizara el vello. Una sensación de frío le recorrió la columna y le estrujó el vientre, apretándole el estómago hasta convertirlo en una bola oprimida.
Igual que antes, cuando había sentido una amenaza inminente sobre ella y se había agachado y había dado una patada para defenderse de forma instintiva de un agresor al que no veía, sabía que se avecinaba algún peligro.
Miró hacia atrás porque era el único lugar del que podía llegar el peligro. El único lugar que no tenía en su campo de visión. Se quedó de piedra. El mundo empezó a girar más despacio. Como si estuviera en algún extraño sueño en el que podía ver lo que pasaba, pero era incapaz de hacer algo.
El gorila que había creído atrapado en el techo y que se moriría cuando el edificio se viniera abajo estaba en el umbral de la puerta, con un arma en la mano y apuntando directamente a… Beau.
No se formó de inmediato ningún escudo espontáneo e instintivo de supervivencia sin que ella tuviera que levantarlo con la mente porque ella no era el objetivo. Y sabía que no tenía tiempo de levantar un escudo alrededor de Beau porque estaba demasiado débil y descentrada para levantarlo a tiempo.
Se oyó un disparo y Ari hizo lo único que podía hacer, la única cosa que tuvo tiempo de hacer. Se puso delante de Beau, de espaldas al matón. Agarró la cabeza de Beau, la colocó de forma protectora en la parte superior de sus muslos para protegerlo de la mejor manera que supo y cerró los ojos.