Treinta y cinco
Beau tardó unos valiosos minutos —minutos que no tenían— en convencer o más bien en ordenar a Gavin Rochester que se quedara en el punto de encuentro con su mujer, el piloto y una Eliza muy reticente y disgustada.
Dane había insistido a Eliza para que se quedara allí, pero ella no estaba de acuerdo con esa decisión. Entrecerró los ojos hasta que se convirtieron en dos ranuras brillantes y Beau tuvo que oír más de una palabrota de sus labios. Pero cuando Dane le dio la vuelta a la tortilla explicándole que tenía que haber al menos dos personas en el punto de encuentro para proteger no solo a los Rochester, sino también el helicóptero —porque si se quedaban sin él, estaban jodidos en medio del desierto—, Eliza cedió de mala gana.
Aun así, Beau pudo sentir el calor de la mirada de Eliza cuando él, Zack, Dane, Cap e Isaac se pusieron en marcha para volver al sanctasanctórum del complejo.
Zack andaba en cabeza junto a Beau, que iba detectando la posición de Ari, además de marcando las otras señales de calor del edificio.
Beau abrió los ojos como platos cuando vio la pantalla parpadear y mostrar los resultados.
—¿Qué narices…? —preguntó Beau incrédulo.
Dane se adelantó hasta situarse al otro lado de Zack, se asomó para echar un vistazo al dispositivo y dejó escapar un silbido.
—Diría que tenemos una pequeña fiera bastante cabreada —anunció Zack.
Mientras que antes había habido al menos cuatro decenas de señales de calor dentro del edificio, ahora solo quedaban unas quince. Tal como había dicho antes, calor significaba vida y, bueno, salvo que el dispositivo hubiera empezado a fallar, Ari se había desmadrado y se había cargado a tres cuartas partes de los hombres responsables de su encierro y del de sus padres.
—Ari está aquí —dijo Zack al tiempo que señalaba una luz parpadeante situada al final de un largo pasillo—. Como podéis ver, hay tres fuentes de calor aquí, pero ninguna entre la celda en la que estaban encerrados sus padres y ella y la sala en la que está ahora mismo. Lo que significa que se ha cargado a todo el que se ha cruzado en su camino.
—Y aquí no hay nadie —murmuró Dane, gesticulando hacia uno de los pasillos carente de cualquier fuente de calor.
—Los demás están aquí. —Zack señaló una zona concentrada donde diez puntos se superponían en la pantalla—. Con suerte, podremos recorrer ese primer pasillo que cruza el complejo hasta donde está Ari, acabar con las dos señales que están en la sala con ella, cogerla y salir cagando hostias de aquí antes de que los demás decidan venir a por nosotros.
—Me parece un buen plan —susurró Beau.
Beau solía participar activamente en la planificación hasta el último detalle de las misiones, pero en este caso no tenía ninguna objeción y lo sabía. También sabía que no podía fiarse de sí mismo en ese caso para tomar decisiones fiables y objetivas. No cuando se trataba de Ari.
Así pues, le dio carta blanca a Zack, cosa que probablemente no le parecería igual de bien a Dane, aunque si le molestó, no lo demostró en absoluto. Lo único que demostró fue su típica determinación para acabar con éxito una misión. Beau apreciaba ese rasgo de su carácter, ahora más que nunca. Porque esta misión era muy personal y, si se iba a tomar por culo, Beau también se iría a tomar por culo.
Cuando se acercaron al muro de las celdas de la prisión, el tejado a dos aguas se hundió y aparecieron unas llamas que se elevaban desde dentro y rugían hacia el cielo. El humo formaba grandes nubarrones negros y el fuego empezó a extenderse por el resto del tejado.
Cenizas, residuos y escombros ardían y sobrevolaban con fuerza sobre ellos, cayendo como una tormenta de granizo.
—Tu chica la está montando gorda —dijo Zack con un tono de asombro—. Creo que podría enamorarme de ella.
Beau se limitó a mirar, más preocupado que nunca, mientras recorrían la distancia que les quedaba cada vez más rápido hasta que acabaron corriendo.
Se metieron dentro del agujero del muro y, uno a uno, fueron entrando en el pasillo. Dane y Capshaw, para encargarse de la retaguardia, se dieron la vuelta y caminaron hacia atrás con las armas en alto y escrutando el pasillo que dejaban a su espalda.
Cuando llegaron a la puerta que llevaba a una gran sala circular con una cúpula de cristal, se detuvieron el tiempo suficiente para asegurarse de que la posición de Ari no había cambiado y de que no les esperaba ninguna sorpresa inesperada.
La zona prácticamente vacía del complejo en la que estaban parecía ser al mismo tiempo una enfermería y una zona de recepción desde la que salían varios pasillos que conducían a diferentes alas del supuesto hospital. Obviamente los pacientes que suponían una amenaza más grave para la sociedad estaban alojados en las inmundas celdas con barrotes infestadas de bichos, y Beau se puso enfermo solo de pensar que alguien pudiera ser tratado con tan poca humanidad. Incluso aunque esos criminales fueran de la peor calaña posible.
En este lugar quedaban reducidos al estado más alejado de la humanidad posible. La mayor parte de los refugios para animales y, si nos ponemos así, cárceles modernas, ofrecían un alojamiento muy superior.
Aunque los cabrones que se habían llevado a Ari y que habían encerrado a sus padres en una celda diminuta en condiciones deplorables se merecían algo mucho peor, así que Beau pensó que era mejor guardarse su opinión en el futuro antes de ofrecer su empatía total a cualquiera.
—Tenemos un problema —dijo Zack con seriedad. Se dio la vuelta a medio camino para poder observar el pasillo situado en el extremo derecho más alejado—. Tenemos movimiento en el ala norte. Se dirige hacia aquí.
Dane se puso tenso y en cuestión de segundos tenía un arma en cada mano. Luego asintió mirando hacia Cap e Isaac.
Ordenó a Beau y a Zack:
—Marchaos y sacad a Ari. Nosotros os cubriremos desde aquí y nos aseguraremos de que no pasen de este punto. Eso sí, avisadnos cuando vayáis a entrar para que no os peguemos por equivocación un tiro en los huevos.
—Gracias —dijo Zack secamente—. No me apetece nada separarme de mi polla.
Intranquilo, Beau se alejó por el pasillo. Hacia Ari. Hacia la que era toda su vida, dejando atrás a Zack para que lo alcanzara. O no. No iba a esperar ni un minuto más, por supuesto que no. Confiaba en que Dane y los demás harían su trabajo y mantendrían a los hombres que se acercaban a una distancia suficiente para que ellos pudieran llegar hasta donde estaba Ari y sacarla de ahí.
Todavía no habían dado dos pasos por el pasillo cuando el suelo se combó y empezó a ondear como si fueran las olas del mar bajo sus pies. Las paredes temblaron, haciendo que los cuadros que ya colgaban de medio lado cayeran con un estruendo sobre las baldosas del suelo. El techo y las vigas se agrietaron y gruñeron en señal de protesta, tambaleándose hasta que parecía como si todo el edificio se estuviera moviendo. El sonido no auguraba nada bueno, era señal de un desplome inminente.
Confiando en el saber tecnológico de Zack, Beau corrió hacia el final, hacia la puerta cerrada tras la que se encontraba Ari sin prestar atención a las salas blancas distribuidas a ambos lados del pasillo. Zack iba pisándole los talones, con un arma en cada mano, los brazos en alto y su penetrante mirada captándolo todo. Beau sabía que estaba siendo imprudente y tonto, pero contaba con su socio para que le cubriera las espaldas. Zack nunca le había fallado todavía en el relativamente poco tiempo que hacía que se conocían.
Beau aminoró la marcha lo suficiente para dejar que Zack lo alcanzara y así poder derribar de una patada la puerta. Sin embargo, antes de poder hacerlo, la puerta se partió, se soltó de las bisagras y salió volando por el pasillo hecha mil pedazos.
Los dos hombres se pusieron a cubierto justo a tiempo de evitar que sus cabezas salieran rodando.
—¡Al suelo! —gritó Zack, tirando de Beau cuando este intentaba ponerse de pie otra vez.
Un hombre salió volando por el pasillo detrás de la puerta y se estampó contra la pared más alejada. Hizo un agujero en la pared hueca formando una abertura cavernosa.
—Santo Dios —maldijo Beau con el rostro petrificado por el susto—. ¡Les está dando una buena paliza!
—Ya te digo. ¿Y cuándo lo has sabido? ¿Con tres decenas de señales de calor que desaparecían de repente? Vaya, espera, ya puedes tachar a ese también de la lista. Ari treinta y ocho, los malos diez. O tal vez ha sido al ver el gigantesco agujero del tejado por el que asomaba un infierno ardiendo y en erupción como un maldito volcán. O tal vez…
—Ya lo pillo —masculló Beau—. Listillo.
Zack se rio, pero se levantó con cuidado. El humor desapareció de sus rasgos cuando miró hacia el interior de la sala sin puerta.
—Beau —susurró Zack—. Tienes que venir a ver esto. Ahora.