IV
Querido Hiroshi:
¿Han terminado ya tus exámenes? Espero pasar las vacaciones contigo.
¿Y qué te voy a llevar? Te he estado buscando un perro cantonés, pero no parece que en esta ciudad haya ninguno. Shanghái y Cantón parecen estar en distintos países. Pienso que lo mejor va a ser llevarte un lebrel. Hay muchos por aquí. Supongo que sabes muy bien cómo son los lebreles pero por si acaso te envío una fotografía.
La fotografía me hace pensar que quizás prefieras una máquina fotográfica. Dime pronto si prefieres la máquina o el lebrel.
Dile a tu padre que he encontrado Las mil y una noches en Kelly and Walsh; naturalmente no se trata de Las mil y una noches para niños. Llevo un brocado para tu madre, pero supongo que con el poco gusto que tengo para esas cosas, me habré equivocado una vez más y van a reírse de mí. Será terrible. Dile de todas formas que me ha costado mucho más escoger su brocado que buscar a tu perro.
No voy a llevar mucho equipaje y por tanto ya me las arreglaré solo. Si te llevo el perro, pondré un cable y entonces será mejor que vaya alguien a esperarme al barco. Tomaré el Shanghaimaru que llega a Kôbe el veintiséis.
TAKANATSU HIDEO
El día veintiséis a mediodía Kaname e Hiroshi esperaban el barco.
—¿Y el perro? ¿Dónde está? —gritó Hiroshi en cuanto llegó al camarote de Takanatsu.
—¡Ah! El perro está aquí dentro —contestó Takanatsu.
Llevaba puesta una chaqueta de tweed de color blanco, un suéter gris y unos pantalones de franela también grises. De vez en vez, hacía un alto en su tarea alrededor del equipaje para dar una chupadita a su cigarro que pasaba continuamente de su mano a su boca y viceversa; concentrado en el gesto aquel que parecía dar al camarote una urgente actividad.
—Parece que traes bastante equipaje. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte? —preguntó Kaname.
—Aquí, cinco o seis días. Tengo también algún asunto en Tokio.
—¿De qué se trata?
—Vino. Vino de Shaohsin. Muy viejo. Quédate con una botella si quieres.
—¿Y si nos libráramos de estos paquetitos? Jiiya espera abajo. Le llamo y le digo que empiece a pasar con ellos.
—Pero ¿y el perro? —interrumpió Hiroshi—. ¿No se va a ocupar Jiiya de él?
—No es necesario. El perro puedes llevarlo tú mismo —replicó Takanatsu.
—¿No muerde?
—En absoluto. Puedes hacerle lo que quieras. En cuanto te vea te empezará a hacer fiestas.
—¿Cómo se llama?
—Lindy. Es una abreviación de Lindbergh. Un ilustre nombre de importación.
—¿Se lo has puesto tú?
—No. Su dueño anterior era extranjero y le puso este nombre.
—Hiroshi —interrumpió Kaname para hacer callar al niño que no cesaba de hablar del perro—. ¿Quieres ir abajo y llamar a Jiiya, por favor? El mozo no podrá él solo con todo eso.
Takanatsu observó a Hiroshi que se marchaba, mientras él se inclinaba para sacar un voluminoso paquete de debajo de la cama.
—Tiene un aspecto estupendo.
—Los niños acostumbran casi siempre a tener buen aspecto. Sin embargo es extraordinariamente nervioso. ¿Te ha contado algo en sus cartas?
—No, que yo sepa.
—Claro, porque sus sospechas no han tomado todavía forma definitiva. No sabe exactamente qué es lo que no marcha bien y a su edad no sabría qué decir.
—Sin embargo he notado que las últimas cartas me llegan con más frecuencia. Tal vez sea porque está preocupado… No, no me he dado cuenta de nada más.
Takanatsu se sentó pesadamente sobre la cama y se abandonó a su cigarro.
—¿Todavía no le has dicho nada?
—Todavía no.
—Creo que en eso te equivocas. Ya hemos hablado otras veces de ello.
—Si me hiciese alguna pregunta, probablemente se lo diría.
—¿No irás a esperar que sea él quien saque a relucir el tema?
—Supongo que no y por eso sigo sin decirle nada.
—Pues estás equivocado. De veras que te equivocas. Cuando llegue por fin el momento, será mucho peor tener que explicárselo todo de una vez. ¿No sería mucho más natural que le dieras tus razones paso a paso, que se las explicaras e hicieras comprender qué es lo que inevitablemente va a ocurrir?
—Creo que en realidad lo presiente de modo vago. No le hemos dicho nada directamente, pero sí le hemos dejado ver suficientes cosas como para que adivine. Probablemente está resignado a aceptar lo que venga, incluso sin saber a ciencia cierta de qué se trata.
—Pero sería mucho más fácil decírselo. Fíjate: mientras no le digas nada, puede estar imaginando lo peor y por eso está tan nervioso. Si cree, por ejemplo, que no podrá volver a ver a su madre nunca más, ¿no sería mejor tranquilizarle cuanto antes?
—He pensado lo mismo, pero temo el shock que esto puede producirle y sigo aplazándolo.
—Dudo que fuese para él un golpe tan grande como piensas. Los niños son fuertes; te sorprenderías si vieras lo fuertes que son. Tú crees que va a ser algo terrible para él, pero tú eres un adulto y no puedes saber lo que pasa por la imaginación de un muchacho. El niño crece, evoluciona, cambia y ésa es una de las cosas en las que ellos no hacen hincapié. Tú se lo explicas con calma y se resignará al ver que es algo que no puede evitar.
—Ya lo he pensado. Ya he pensado todo eso que acabas de decir.
En realidad Kaname había estado esperando la visita de su primo con una mezcla de contento y de temor. Le irritaba su propia indecisión, esa tendencia suya a posponer toda acción de un día para otro, de una semana para otra, de un mes para otro, hasta que por fin se había convencido de que no sería capaz de hablar hasta que la crisis final se produjese. Presentía que con la llegada de Takanatsu se vería impulsado, aunque de forma penosa, a tomar alguna determinación. Pero ahora, al enfrentarse con una solución que había considerado sólo como una eventualidad lejana, más que animado a arrostrarla, le aterraba la idea y estaba dispuesto a retroceder.
—¿Qué planes tienes para hoy? —dijo Kaname cambiando de tema—. ¿Irás directamente a casa?
—Tengo que hacer algunas cosas en Osaka, pero pueden esperar.
—Supongo que preferirás primero instalarte en casa.
—¿Y Misako? ¿Está en casa?
—Estaba cuando me fui.
—¿Me espera?
—Posiblemente. O quizás haya salido. Es muy diplomática y tal vez ha pensado que será mejor que hablemos primeramente solos, o habrá tomado esa razón como excusa para irse.
—Querría hablar con ella también, naturalmente, pero me gustaría saber antes cuáles son tus intenciones. Ya sé que es una equivocación que un extraño se inmiscuya en un divorcio, por buen amigo que sea. Ahora bien, vuestro caso es algo muy particular, porque sois capaces de no decidiros nunca.
—¿Has comido ya? —Kaname cambió otra vez de tema.
—Todavía no.
—¿Por qué no vamos entonces a comer a Mitsuwa? Hiroshi puede adelantarse; con el perro se entretendrá solo.
—¡Lo he visto! —exclamó Hiroshi entrando otra vez en el camarote—. Es una maravilla; parece una gacela.
—Tendrías que ver cómo corre. —Takanatsu se había vuelto hacia el niño—. Me dijeron que corre más que un tren. El mejor modo de hacerle hacer ejercicio es dejarlo correr delante de la bicicleta. Los lebreles corren en los hipódromos, ¿sabes?
—Querrás decir en los canódromos —corrigió Hiroshi.
—Me has atrapado.
—¿Ha tenido ya el moquillo?
—Sí, lo ha pasado ya; tiene un año y siete meses. El problema va a ser cómo llevarlo a casa. ¿En tren hasta Osaka y luego en taxi?
—Mucho más sencillo. Puede ir en el tren eléctrico sin necesidad de hacer ningún cambio. Sólo es preciso ponerle bozal y así puede viajar con nosotros.
—¿Tenemos ahora trenes eléctricos? El Japón se está poniendo al día.
—¡Oh! Tenemos de todo —exclamó Hiroshi, empleando una expresión propia de los habitantes de Osaka.
—Tenemos de todo. Tenemos de todo —intentó remedar Takanatsu.
—Espantoso, nadie iba a creer que eras de Osaka. ¡Qué divertido el dialecto en boca del tío!
—Este chico es un portento. Emplea con Misako y conmigo un lenguaje completamente distinto del que usa en la escuela.
—Cuando quiero hablo con acento de Tokio, pero todos los chicos de la escuela son de Osaka. —Hiroshi seguía haciendo gala de su dialecto local.
—Hiroshi —interrumpió Kaname pues el chico parecía dispuesto a proseguir la conversación—. ¿Qué te parecería empezar a bajar del barco y empezar a pasar con Jiiya? Tu tío tiene que resolver algunos asuntos en Kôbe.
—Y tú, papá, ¿qué vas a hacer?
—Iré con él. Hace mucho que no ha probado el suki-yaki[13] de Kôbe y pienso que le gustará comerlo. Supongo que tú no tendrás hambre. Has desayunado bastante tarde. Y además tenemos que hablar de algunas cosas.
—Ah… sí.
Hiroshi demostró saber de qué se trataba. Miró temeroso a su padre, intentando leer algo más en la expresión de su cara.