8
Londres
La niebla parecía haber encerrado la ciudad. Zahra se bajó del taxi delante de la editorial Wilson&Wilson y sintió cómo la humedad se abría paso desde el abrigo hasta sus huesos.
Benjamin la recibió con gesto serio y apenas se saludaron le entregó una carpeta. Ella había ido directamente del aeropuerto al despacho de Wilson. Ni siquiera se había entretenido, como en otras ocasiones, recorriendo las plantas inferiores donde estaba la librería.
Aquel edificio situado en el corazón de Bloomsbury siempre le había gustado. Se asemejaba a una sinfonía interminable de palabras guardadas en los libros que cubrían las paredes de los dos primeros pisos. Pero allí donde estaban situados la vivienda y el despacho de Benjamin la atmósfera era diferente. Los libros también cubrían las paredes, pero dejaban espacio a enormes cuadros y se notaba la presencia de Sara por los bouquets de flores situados en mesas bajas.
Mientras Benjamin se servía un oporto, Zahra abrió la carpeta y miró fijamente las fotos que contenía antes de sumirse en la lectura de los papeles que guardaba.
Cuando terminó, buscó la mirada de Benjamin.
—¿Estás seguro?
—Tanto como se puede estar en estos casos. Mi hombre buscaba a un oficial de las SS desaparecido días antes de que Alemania se rindiera. Alguien quiere saldar cuentas con ese individuo. Alguien que perdió a su madre y a su padre en Auschwitz. Su único empeño es llevarlo ante la justicia. He estado cinco años buscándole y creo haberle encontrado pero como has podido ver en la foto, uno de los hombres que aparece junto a él se parece extraordinariamente a Ludger Wimmer, el socio de tu padre.
—Sí, podría ser él. ¿Quién es tu hombre?
—Un buen investigador. Judío. Su padre era juez, un hombre que había consagrado su vida al derecho. Fue él quien decidió que su mujer y su hijo se marcharan de Alemania al poco de hacerse Hitler con la Cancillería. Él tenía diez años y no quería irse. Se sentía alemán y no comprendía por qué de repente le trataban como si hubiera dejado de serlo. Pero marcharse le salvó la vida porque su padre y sus abuelos paternos, junto a sus tíos y primos, murieron en Auschwitz.
—¿Cómo se llama?
—Johan Silverstein. Es periodista, de modo que puede husmear sin despertar demasiadas reticencias.
—¿Y por qué la familia Silverstein decidió refugiarse en Chile?
—Eso se lo tendrás que preguntar a él. Sólo te puedo decir que su madre tiene una hermana casada con un diplomático chileno, de manera que era la opción más conveniente. Johan ha crecido en Santiago de Chile, donde ha culminado sus estudios y ejerce como periodista.
»En Chile hay una importante colonia alemana, es un buen sitio para husmear la pista de antiguos nazis. Johan ya ha encontrado a otro hombre que me habían encargado que buscara.
—¿Y qué ha sido de ese hombre? —preguntó Zahra.
—No lo sé. Le di la información a las personas que le buscaban. El encargo era tan sólo encontrarle.
—De acuerdo, iré a Chile.
—Y le matarás —afirmó Benjamin.
—Sí.
—¿Quieres que te acompañe alguno de mis hombres?
—Se lo pediré a Fernando.
—¿A Fernando? Ya sabes que no quiere saber nada de este negocio y mucho menos si se trata de matar a nadie. Fue capaz de matar por motivos personales y sólo lo volverá a hacer si es por la misma causa.
—Vendrá conmigo. Él no tiene que matar a nadie; eso lo haré yo. Esta vez será la única ocasión en que apretaré el gatillo por placer.
Benjamin comprendió que Zahra no necesitaba a Fernando para que la ayudara en la misión sino para que después la ayudara a salvarse de sí misma, de manera que asintió.
—Le diré a Sara que debe prescindir de Fernando por unos días.
—Sí, supongo que será un inconveniente.
—Bueno, los Dufort siempre son una fuente de solución a los problemas. Seguro que encontrarán a alguien.
—¿Y por qué no Catalina?
—Es una mujer capaz de llevar la librería en ausencia de Fernando, pero Marvin no lo comprendería. Está trastornada y le persigue por todas partes. Nos debemos a él.
—Ya, pero sería la mejor solución mientras Fernando me acompaña.
Benjamin se encogió de hombros en un gesto de resignación.
—¿Vendrás a cenar esta noche con nosotros?
—Gracias, pero prefiero emprender viaje a París a buscar a Fernando. Eso sí… necesitaré que en Santiago alguien me proporcione un arma.
—Sí, ya lo sé. Te daré una dirección. Pero no mezcles a Johan, él se limita a buscar gente.
—No lo haré.
—Suerte.
Zahra sonrió; luego salió del despacho y no se sorprendió cuando horas más tarde se encontró con Sara en el tren camino de París. Había decidido ser ella quien se hiciera cargo de mantener abiertas las puertas de la editorial-librería Rosent.