CAPÍTULO 25
Mientras cruzaba el puente oscuro que conectaba el mundo de Jilo con Candler, las sombras vivientes empezaron a apretarse a mi alrededor. Su contacto era como seda fría, seductor y terrorífico en la misma medida. Percibí que no estaban emparentadas con el demonio asesino de niños que había encerrado mi abuelo entre los límites físicos del hospital, pero esas entidades eran sin duda igual de repugnantes. Notaba que el olor a sangre era lo que las volvía hambrientas. Seguí avanzando, segura de que, si me detenía aunque fuera solo un momento, estaría perdida. Ellas se detuvieron bruscamente cuando un rayo de sol atravesó la penumbra desde arriba. Me obligué a continuar con paso tranquilo, temerosa de que, si hacía un movimiento brusco, se arriesgaran a la luz del sol y me persiguieran.
Por fin me encontré en el estrecho rayo de luz que iluminaba la entrada al túnel. Subí los escalones y me vi de nuevo cerca del viejo hospital. Volví a colocar la pesada plancha de metal en su sitio con un movimiento de la mano y el túnel quedó sellado. En la placa había marcas de brujos, invisibles al ojo humano. Quizá eso también lo había hecho mi abuelo, pero un sexto sentido me decía que habían existido mucho antes de que él caminara sobre la tierra.
El tiempo había avanzado de un modo distinto en el mundo de Jilo. La luz que me guio para salir de la oscuridad era el último rayo de sol que entraría allí ese día. Media hora más y habría estado perdida. Un escalofrío recorrió mi columna, pero lo ignoré. Me volví y vi a Connor justo detrás de mí.
—¿Te has hecho daño? —me preguntó, mirando la sangre en mi camiseta.
Me molestó mucho que me hubiera seguido, pero su voz transmitía una preocupación auténtica, un cariño genuino que mis oídos humanos nunca habían conseguido captar. Lo miré por primera vez con ojos de bruja. En lugar del dictador pomposo y reprobador que siempre había visto en él, vi solo un hombre. Un hombre que había sido bastante atractivo en su juventud —yo había visto fotos— y que, con treinta kilos menos, había tenido una buena figura. Un hombre que parecía cansado y derrotado. Un hombre que nunca había podido conseguir lo que más había querido.
—No, estoy bien —contesté—. No es nada.
—Desde aquí no parece que no sea nada —dijo. Tomó mi mano herida. La aparté de él con violencia, pero fui demasiado lenta. Me atrapó la mano y la colocó con la palma hacia arriba para poder valorar la herida—. Bueno, yo no soy Ellen —suspiró—, pero creo que puedo ocuparme de esto.
Trazó la longitud de la herida con más delicadeza de la que yo le habría creído capaz de utilizar, y observé cómo se curaba el corte bajo su dedo. Estaba impresionada. Estaba muy familiarizada con los trucos de rastreo que hacía con su péndulo y sabía que se le daba bien mover objetos pequeños con telequinesis, pero era la primera vez que lo veía hacer algo como aquello. El esfuerzo parecía haberlo cansado. Sudaba y estaba un poco gris—. Ya está. ¿Te importa decirme qué has estado haciendo?
—La verdad es que sí —dije, pero sin el rencor que mi corazón solía guardar hacia él—. Gracias por curarme la mano.
—Hoy probablemente podrías haberlo hecho tú misma —contestó—. El gólem me ha dicho que estás cargada con la magia de Oliver. —Hizo una pausa y me miró, sopesando sus palabras.
—Es obvio que tienes algo que decir, así que suéltalo —lo alenté.
Él hizo una mueca.
—Así es. Tengo algo muy importante que decir. En realidad, muchas cosas importantes que decir, pero estoy pensando cómo decirlas sin enfurecerte. —Empezó a hablar de nuevo, pero vaciló. Hundió los hombros y movió la cabeza—. Tú siempre me ves como al enemigo, Mercy, pero no soy tu enemigo. Escúchame unos minutos, ¿de acuerdo?
Una parte de mí habría preferido pasar más tiempo con las sombras vivientes del túnel que escuchar los sermones de mi tío, pero asentí de todos modos.
—Bien —dijo él—. Gracias —añadió, en un alarde de buena educación poco habitual en él—. Los hospitales normales no están equipados para ocuparse de los partos de brujas. Vosotras dos nacisteis en casa y fuisteis prematuras. Solo Iris y Ellen estaban en casa cuando tu madre se puso de parto. Yo no estaba allí cuando nacisteis, estaba fuera de la ciudad. Pero Iris me dijo que Maisie había salido resplandeciente de vida y poder. Todos creíamos que tu madre solo llevaba un niño dentro. A ti no te esperábamos. Emily eligió el nombre de Maisie para tu hermana en cuanto estuvo segura de que el bebé era una niña. —Connor guardó silencio un momento y sonrió para sí—. Dijo que en el mundo había ya demasiadas condenadas brujas llamadas Sarah y Dianna. Tú fuiste una sorpresa para todos. Cuando saliste, estabas esquelética y azul, prácticamente te habías muerto de hambre en el vientre de tu madre.
Una lágrima rodó por su mejilla. Se la secó, aunque parecía que ni siquiera se había dado cuenta de que la había derramado.
—Tu madre se estaba muriendo. Ellen tenía muchos poderes antes de que Ginny se los bloqueara, pero incluso ella tenía sus límites. La naturaleza solo le permite salirse con la suya hasta un punto. Había que elegir y la elección la hizo tu madre. Rehusó la ayuda de Ellen y gastó sus últimas fuerzas en suplicarle que salvara a su bebé. Que te salvara a ti.
En mis ojos se formaron lágrimas, lágrimas demasiado grandes y numerosas para ignorarlas. Connor agitó la mano como un mago de escenario y sacó un pañuelo. Me lo tendió y yo lo tomé.
—Ellen te abrazó con fuerza y te insufló su propio aliento en los pulmones. Le costó un rato, pero consiguió calentar tu cuerpo. Para cuando tus mejillas tuvieron algo de color, tu madre había muerto ya. Ellen te llamó Mercy allí mismo porque pensó que una pobre niña como tú necesitaría algo de merced. Yo, por mi parte, adopté una táctica diferente. Una vez que supimos seguro que carecías de poderes, decidí atacarte siempre que se presentara la oportunidad. Te reñía. Decía cosas malas de ti. Te restregaba por la cara tus fracasos siempre que podía. Todo esto lo he hecho porque te quiero. Quería que fueras lo bastante dura para resistir a los demás brujos, que decían cosas mucho peores de ti a tus espaldas. Quería que fueras lo bastante dura para lidiar con…
—Para lidiar con Ginny —lo interrumpí. Él asintió y, para mi sorpresa, intentó abrazarme. Me resistí e incluso usé algo del poder que me había prestado Oliver para escapar de él. No estaba preparada para perdonarle una vida entera de ataques, todavía no. En sus ojos vi titilar el dolor de mi rechazo.
—Ella fue a por ti desde el comienzo —dijo—. Te culpaba de la muerte de tu madre. Y después, cuando se dio cuenta de que no tenías poderes, empezó a llamarte «La Decepción» a tus espaldas. —Esas palabras me atravesaron el corazón—. Así que yo empecé a llamarte lo mismo a la cara para hacerte más fuerte. Pero debes saber, Mercy, que nunca has sido una decepción para mí. Ni para ninguno de nosotros aparte de Ginny.
Dio una vuelta a mi alrededor para impedir que me fuera. Solo entonces me di cuenta de que me había estado alejando, intentando esquivar el dolor que me causaba su sinceridad.
—Escucha —dijo—. Yo sé lo que es eso. Ginny también me despreciaba a mí. Pensaba que Iris había cometido un error al casarse conmigo y que yo no tenía suficiente poder para ser un buen partido. La vieja bruja me humillaba, me avergonzaba por mis limitaciones cada vez que tenía ocasión. Sé que hacía bromas a mi costa con los familiares lejanos. Pero a ti —dijo, y su expresión indicaba que nunca había comprendido bien lo que estaba a punto de decir—, a ti te odiaba, Mercy. Siento decirlo, pero todos sabíamos que era así.
—Yo también lo supe siempre —dije—. ¿Pero por qué se molestó en ponerme conjuros de protección si tanto me odiaba?
—Por orgullo —repuso Connor—. Esa perra vieja no iba a permitir que fueras el eslabón débil en su armadura. Si alguien te hubiera hecho daño a ti, habría sido una afrenta para su dignidad. —Me puso una mano en el hombro. Yo se lo permití y él me sorprendió alzándome la barbilla para que lo mirara a los ojos—. Hay cosas que quiero compartir contigo. Algunas que he averiguado recientemente y otras que he sabido desde siempre y que debería haberte dicho hace años. Pero no puedo limitarme a decírtelas, tengo que mostrártelas. Necesito que vengas conmigo —dijo, con ojos suplicantes.
—¿Adónde? —pregunté, aunque supe la respuesta antes de que contestara.
—A casa de Ginny —dijo, confirmando mi sospecha—. Si vienes conmigo, podré explicártelo todo.
—Iré —dije. Esperaba que el espectáculo valiera el precio de admisión, ya que había decidido no volver a pisar la casa de Ginny.
—Gracias —repitió. El alivio inundó su rostro—. Pero primero vamos a limpiarte un poco. —Señaló mi camiseta arruinada. Empezó a hacer magia, pero levanté una mano para detenerlo. Pasé mi mano derecha por la parte delantera de mi camiseta, y la sangre seca, que habría sido imposible eliminar de otro modo, desapareció al instante. Una vez hecho esto, cruzamos Drayton y entramos en Forsyth Park, donde tomamos el camino central, que pasaba por el Monumento Confederado con sus cuatro ángeles rebeldes. Empezaba a oscurecer y vi que las últimas familias normales evacuaban Forsyth, reconociendo con su marcha que de noche el parque pertenecía a los traficantes de drogas y a los matones, que nunca aparecían mencionados en los folletos de las agencias de turismo.
Cuando nos acercábamos a Park Avenue, el límite más bajo del parque, me fijé en el monumento en memoria de los que habían luchado en la guerra hispanoamericana. Me detuve en seco al ver el rostro del soldado que miraba al sur. Lo había visto un millón de veces o más, pero ese día, con el modo en que lo acariciaba la luz moribunda, reconocí un parecido inconfundible con Jackson. Mis sentimientos por él me inundaron como una marea, lo que agravó mi furia hacia Peter y mi culpa por el papel que hubiera podido jugar yo al destruir los sueños de Maisie de un matrimonio feliz. La tentación de fugarme con Jackson era fuerte, pero sabía que, si cedía a ella, los dos lo lamentaríamos algún día.
—¿Estás bien? —preguntó Connor.
No contesté. Me limité a asentir y crucé la calle. Giramos a la izquierda en Barnard Street y seguimos después hasta Duffy. La casa de Ginny apareció ante nosotros antes de lo que yo habría querido. Había estado vacía desde el asesinato y probablemente permanecería así, un museo dedicado a la vida y muerte de Virginia Francis Taylor. Sabía que Connor e Iris habían pasado mucho tiempo allí últimamente, sorteando las pertenencias de Ginny, que eran pocas, y catalogando sus magias, que eran mucho más numerosas. Empecé a preguntarle si habían encontrado algo interesante, pero él levantó una mano para detenerme.
—Dentro —dijo, y me sujetó la puerta abierta.
Lo primero que noté fue que Connor debía de haberle quitado la pila al reloj de Ginny, pues su golpeteo irritante había cesado. Dejé que actuaran mis sentidos de bruja e intentaran husmear todos los secretos que pudieran de lo que me rodeaba.
Connor pareció darse cuenta de lo que hacía.
—Aquí abajo no hay nada —dijo—. Ginny guardaba las cosas importantes arriba. —Me dejó al pie de las escaleras y subió despacio al piso superior.
Me sentí aturdida y vacilante. Ginny nunca me había permitido subir al segundo piso. Nunca. Posé el pie en el primer escalón con mucha cautela, como si esperara que saltara una trampa. El escalón aceptó mi peso sin objeciones y el siguiente me llamó. Cada paso que daba me parecía un acto de venganza contra la vieja, que había hecho lo posible por enajenarme del resto de la familia porque no compartía sus dones.
Al final del pasillo había una puerta abierta. Sentí que había sido la habitación de Ginny y crucé el umbral. Pasé mis manos por la cómoda, la cama y la mesilla de noche, intentando captar vibraciones residuales. Solo sentí la ausencia de Ginny. Alentada, encendí la luz y me encontré con que fotos de Maisie en distintas fases de su vida me devolvían la mirada. Una de ellas había sido en su origen una foto de nosotras dos, pero Ginny la había partido en dos y usado estera gruesa para ocultar la parte de mi presencia que no había podido cortar. Intenté convencerme de que eso no me dolía, de que no importaba, pues Ginny estaba muerta. Pero la verdad era que dolía mucho.
La voz de Connor me llamó desde otra habitación, así que apagué la luz y salí al pasillo. Él estaba de pie en el umbral de una habitación rosa muy femenina que, sin duda, había sido el hogar de Maisie fuera de casa. Se hizo a un lado para dejarme entrar.
Había toda una pared ocupada por una librería empotrada, llena de un extremo a otro de diarios modernos y textos antiguos. Abrí uno de los de aspecto más nuevo y vi notas que había tomado Maisie durante una lección que había recibido de Ginny. La idea de Ginny entrenando alegremente a mi hermana mientras me obligaba a mí a esperar abajo, mirando una pared vacía, me enfureció. Arrojé el cuaderno al suelo y saqué otro al azar. La caligrafía de ese era más madura, los conjuros más complejos. En los márgenes había dibujados diagramas que yo no podía comprender, compuestos por formas geométricas que parecían desafiar las elucubraciones más disparatadas de Euclides y símbolos raros que yo no había visto nunca, algunos de ellos aparentemente astrológicos. Estuve a punto de devolverlo a su estante, pero acabé tirándolo al suelo en otro arranque de mal genio.
Connor estaba sentado a los pies de la cama de Maisie. Movió la mano en un gesto casual y la silla de la cómoda se colocó a mi lado.
—Creo que querrás sentarte para lo que viene ahora —dijo él, con voz quebrada y nerviosa. Obedecí sin protestar—. Estos libros, el conocimiento que hay en ellos… Yo nunca quise ocultarte nada de esto. De verdad que no. Pero mientras Ginny llevaba las riendas, ninguno de nosotros osábamos desafiarla, ni siquiera Maisie. Ahora que ella ya no está, me alegro de que las familias apoyen tu educación. Yo nunca quise dejarte en la oscuridad. ¿Me crees? ¿Crees todo lo que te he dicho? —Su deseo de que dijera que sí zumbaba a su alrededor con tanto brillo como el cartel de neón de una casa de empeños.
—Sí, supongo que sí —dije. Me pregunté por qué le importaba tanto eso.
Me sonrió de nuevo y dio la impresión de que debatía para sí cómo expresar lo que quería decir.
—He cometido muchos errores en mi vida, Mercy. Muchos contigo, desde luego, pero también muchos errores en general. —Vaciló un momento y luego se lanzó en picado—. Me casé con tu tía Iris por mis padres. Nunca la amé. —Me miró, buscando una reacción en mi cara. No le di ninguna, pero me sentía traicionada, no solo por Iris, sino también por mí misma. Que nos hubiera podido involucrar a todos en la mentira hacía que me hirviera la sangre. Guardé silencio y él continuó después de un momento—. Mis padres estaban orgullosos de que una mujer Taylor se hubiera fijado en mí. Estaban orgullosos de que me casara con alguien de más estatus que yo. Iris era hermosa, rica y una bruja mucho más poderosa de lo que nunca sería yo. Y me amaba. Pensé que con eso sería suficiente.
Se levantó de la cama y empezó a pasear por la pequeña habitación, que llenaba con su corpulencia.
—Tu tía Ellen era solo una adolescente cuando nos casamos Iris y yo. Tu madre era todavía una mocosa pelirroja, delgaducha como una planta de frijoles y tan caprichosa como una… —Vaciló y me miró—. Bueno, como no sé qué.
Volvió al pie de la cama.
—Sabes que Iris y yo vivimos fuera de Savannah casi una década. Veníamos de visita a menudo, pero nunca conecté mucho con tus abuelos ni con los hermanos de Iris. Después del último aborto de Iris, tus abuelos insistieron en que volviéramos a Savannah. Iris había estado a punto de morir en nuestro último intento por tener hijos y, bueno, tus abuelos decidieron que querían a su hija en casa. Ellos controlaban el poder e Iris, la bolsa de nuestro dinero, así que vinimos a casa.
Yo observaba cómo sus manos arrugaban y alisaban alternativamente la colcha rosa.
—Para entonces tu madre había crecido y la verdad era que, en muchos sentidos, sabía más del mundo que yo. Sabía que yo estaba insatisfecho. Ella se había unido a una especie de club aquí en Savannah —dijo.
Me empezó a arder el estómago en previsión de sus próximas palabras. Quería que no dijera nada más, pero lo único que pude hacer fue escuchar.
—Verás, Emily fue la primera que se metió en el Tillandsia y después me metió a mí, con el conocimiento de Iris, en caso de que eso te importe. Después del último aborto, Iris ya no tenía mucho interés por las relaciones matrimoniales, pero yo era un hombre normal, en la flor de la vida. Tenía necesidades de un hombre normal, e Iris aceptaba eso. —Se dio unas palmaditas en el estómago—. Ya sé que ahora no puedes verlo, pero hace un par de décadas había muchas mujeres que querían estar conmigo.
—Me da igual —musité. Estaba increíblemente avergonzada. Lo último en lo que quería pensar era en Connor como ser sexual y, definitivamente, no quería pensar en él disfrutando mientras mi madre miraba.
—Lo siento —dijo—. Debería concentrarme en lo que importa.
—¿Y qué es lo que importa? —pregunté. Empezaba a perder la paciencia.
—Lo que importa es que amaba a tu madre. Amaba a Emily con toda mi alma.
—Comprendo —dije—. ¿Y crees que ella te amaba a ti?
—Dio su vida por tener a mis hijas —contestó. Y la tierra dejó de moverse en los cielos.
Todo mi cuerpo se quedó frío como el hielo, pero al mismo tiempo empecé a sudar. Sus palabras me habían dejado sin aliento.
—¿Ella qué? —pregunté, cuando fui capaz de respirar.
—Vosotras. Maisie y tú. Sois hijas mías —dijo.
—Oh, no. Eso no es posible. —Levanté la mano en un gesto de advertencia de que no intentara acercarse a mí—. Eso no es cierto —dije, solo para oír mis palabras e intentar creerlas.
—Mírame, Mercy. En este momento tienes el poder de una bruja. Si me miras, sabrás si te estoy mintiendo.
Lo observé con atención, cada arruga de su rostro, cada marca de su negra alma, y por mucho que yo aborreciera la idea, sabía sin ninguna duda que no mentía. Era mi padre, nuestro padre. La idea me resultó chistosa y, riendo como una maniaca, me levanté con tanta fuerza que derribé la silla donde había estado sentado él.
—Tus tías me hicieron prometer que esperaría hasta que cumplierais veintiún años para decíroslo, para que fuerais lo bastante adultas para afrontar la verdad. Sé que me estoy adelantando unas horas, pero no podía esperar ni un minuto más —dijo—. Necesitaba que supieras que no mentía. Sin el poder de Oliver para confirmar la verdad, una parte de ti siempre dudaría de mí. Qué demonios, podría presentarte una prueba de ADN y una partida de nacimiento firmada y tú todavía no querrías creerme.
—¿Maisie lo sabe? —pregunté. Me apetecía gritar y llorar. Ahora estaba muy claro por qué le preocupaba a Iris que saliera como mi madre, con un interés por los hombres de otras mujeres.
—No —respondió—. Al menos no lo creo. Pero, con todo el poder que tiene a su alcance, ¿quién sabe lo que habrá descubierto? Yo esperaba decíroslo a las dos juntas y a la vez. Nunca anticipé el asesinato de Ginny.
—No creo que lo hiciéramos ninguno —repuse. Avancé hacia la puerta.
Connor extendió el brazo y agarró el mío.
—Creo que en eso te equivocas. Creo que uno de nosotros sí lo hizo.
—Está bien, te escucho —dije. Me soltó el brazo, se metió la mano al bolsillo y sacó y desdobló una hoja grande de papel. El papel estaba embrujado y los pliegues se alisaron solos al instante—. Encontré esto entre los asuntos de Ginny.
Le quité el papel y lo escaneé con la vista. Sin la magia de Oliver, la página me habría parecido en blanco. Pero, cuando la miré con mirada de bruja, aparecieron palabras, palabras tan antiguas que yo no debería haber tenido la habilidad de entenderlas, pero de algún modo sí la tenía.
—Es un conjuro de disolución —dijo, volviendo el papel hacia la luz. En aquel momento yo no tenía paciencia para descifrar los garabatos, así que doblé el conjuro y lo guardé en el bolsillo para poder examinarlo después más atentamente—. Iba a hacerlo —continuó Connor—. Ginny iba a acabar con Wren de una vez por todas, y los dos sabemos que Ellen jamás permitiría que ocurriera eso.
—Ellen jamás habría matado a Ginny.
—¿Estás segura de eso? —preguntó él—. Yo no. Los dos sabemos que lleva ya una década pendiendo de un hilo. Si no fuera por el whisky y por Wren, se habría rendido hace mucho.
Me pregunté si podría tener razón. Todas las piezas tenían sentido, pero yo no quería dejar que encajaran. Ya era bastante malo que Connor fuera mi padre. No quería creer que mi encantadora tía fuera capaz de matar.
—No, te equivocas. No lo creeré.
—No lo creas si no quieres —contestó él—. Francamente, creo que Ellen nos hizo un gran favor a todos. Yo, desde luego, no pienso delatarla a las familias. Mientras consiguiera cubrir bien sus huellas, yo estoy conforme con lo que hizo.
Aquella noche Connor me había revelado más de lo que yo podría procesar en cien años.
—De acuerdo —musité—. Ya me has dicho lo que querías. Ahora me marcho.
—No puedes irte todavía —contestó—. Te he traído aquí por una razón. Hay una cosa más que tengo que compartir contigo, pero necesito hacerlo aquí. —Se volvió y se acercó a la librería, de la que tomó uno de los diarios más nuevos. Me lo mostró y vi el nombre de Maisie escrito en la parte delantera. La caligrafía infantil de su firma me reveló que el diario era más viejo de lo que parecía—. He intentado sacarlo de la casa, pero no puedo. No me deja. Tenía que traerte aquí para mostrártelo. —Me lo tendió.
Mis manos lucharon con la encuadernación, pero no pude abrirlo por mucho que lo intenté. Había sido cerrado con magia. Rocé la tapa con la mano y, aunque no se abrió, alguna información se filtró a través del sello. Supe que ese diario contenía información mucho más valiosa que todos los demás manuales de brujería juntos. Estaba sellado porque contenía los secretos de la barrera. Hasta yo, en mi ignorancia, sabía que Ginny jamás debería haberle contado aquellos secretos a Maisie; solo se podían pasar de un ancla a otro.
—Sabes lo que hay ahí, ¿verdad? Lo percibes —preguntó Connor, con el rostro lleno de alegría—. Yo lo supe en cuanto lo toqué.
—Es sobre la barrera. Este diario está lleno de sus secretos, cosas que solo debería saber un ancla.
—Las familias habrían bloqueado a Ginny si hubieran sabido que le contaba estas cosas a Maisie.
—Mira la escritura de la tapa. Maisie era demasiado joven para saber dónde se metía —dije yo.
—Sí, nosotros lo vemos así, y las familias probablemente estarían de acuerdo. Pero Ginny es otra historia —contestó él—. Con ella no habrían tenido merced. La habrían bloqueado y depositado muy muy lejos de cualquier lugar desde donde hubiera podido acceder a la barrera.
—De acuerdo —contesté—. Pero está muerta y Maisie va a ser el ancla. ¿Qué sentido tiene mostrar esto?
Él enderezó la silla que yo había volcado y se sentó.
—El sentido es que esta es nuestra oportunidad, tuya y mía, de acceder a la línea principal. Tú has probado el poder de Oliver. ¿Me vas a decir que no te gustaría tener el tuyo propio? ¿Y no solo una parte, sino una conexión con la misma fuente? Porque a mí sí, Mercy. Estoy cansado de vivir a la sombra de tu familia, con magia que solo sirve para trucos de salón. Quiero más.
—Pues tómala. ¿Por qué compartirla conmigo?
—Por dos razones —contestó él—. Primero, porque eres mi hermosa hija. Quiero que tengas todo el poder que siempre has querido. Te he observado desde que eras pequeña. Siempre has hecho lo posible por no sentir envidia de Maisie, pero yo sé que, en el fondo, una pequeña parte de ti no puede evitar codiciar sus poderes.
—¿Y la segunda razón? —pregunté. Intuía que ese sería el verdadero motivo por el que me llevaba consigo en aquel viaje.
—El libro. Yo no puedo sacarlo de la casa y… —Vaciló— no puedo abrirlo.
Solté una carcajada y me abaniqué con el diario.
—¿Y crees que yo puedo?
—No —repuso él con cautela, como si temiera espantarme si avanzaba demasiado deprisa—. Es decir, normalmente no. Pero espero que quizá, como eres hermana gemela de Maisie…
—Melliza —intervine, para recordarle aquel hecho.
—Está bien, pero sois mellizas. Y en este momento estás llena de la magia de Oliver. Quizá la combinación de esas dos cosas sea suficiente para convencer al libro de que se abra para ti. Y tienes que recordar que no fue Maisie la elegida en el sorteo para ser ancla, fuiste tú.
—Tú dijiste que era un error.
—En aquel momento pensé eso, pero ahora no estoy tan seguro. Intenta abrirlo mientras todavía tengamos la oportunidad. —Apretaba las manos de tal modo que sus nudillos se estaban poniendo blancos. Su mirada me clavaba en el sitio como se clava a una mariposa en un cartón. Era fácil ver hasta qué punto quería que funcionara aquello.
—¿Y cuando esté abierto? —pregunté.
—Copiaremos todos sus secretos. Y cuando el poder de Oliver te abandone por la mañana, tendrás un pozo sin fondo para extraer el tuyo propio.
—No, Connor. Es tentador, muy tentador, pero es demasiado peligroso. Me da igual cuáles fueran las razones de Ginny para contarle esto a Maisie. Nosotros no somos anclas y no deberíamos interferir con la barrera. Solo Dios sabe los daños que podríamos causar involuntariamente.
—¿Y estás dispuesta a dejar escapar el poder? ¿O crees que Jilo honrará el pequeño pacto que has hecho hoy con ella? Sí, sé quién se esconde en ese túnel del que has salido. Las dos habéis hecho un pacto de sangre de algún tipo, pero puedo decirte por experiencia personal que Jilo no cumple las promesas que hace.
—No he hecho ningún pacto con Jilo —repuse, intentando parecer tranquila.
—Pues aprovecha esta oportunidad conmigo. Ayúdate a ti misma. Ayuda a tu padre. Solo prueba. Tu madre creía en ti. Quería que vivieras y alcanzaras todo tu potencial. No dejes que su muerte fuera en vano. Solo prueba. Te lo suplico.
La habitación quedó un momento en silencio, y Connor me dejó atónita cuando se dejó caer de rodillas llorando. No sabría decir si su exhibición me conmovió o simplemente me avergonzó. Pero tenía que intentarlo, aunque solo fuera para que se levantara del suelo. Sabía que estaba mal. Sabía que era peligroso. Pero, en el fondo, creía que no funcionaría.
—Conóceme —ordené. Y una sacudida viajó desde mis dedos hasta la tapa del diario. Este se abrió y yo me quedé parada y boquiabierta. Miré a Connor, que se había puesto de pie, y volví de nuevo la vista al libro. Pero, antes de que pudiera leer la primera frase, Connor me arrancó simultáneamente el libro de las manos y el colgante del cuello. El poder me abandonó en el mismo momento en el que se rompió el cordón de cáñamo.
Una sonrisa de víbora curvó sus labios. Sostuvo el amuleto ante mis ojos y lo convirtió en polvo por arte de magia.
—Siempre has sido la más simple —dijo. Agitó su mano libre en el aire y me envió volando contra la pared. Mi cabeza golpeó el yeso y por un momento solo hubo oscuridad.