CAPÍTULO 7
Detrás de mí sonó un grito excitado.
—¡Mercy! ¡Mercy!
Casi me desmayé del susto; pero, cuando me volví, vi a Wren de pie en el rincón.
—¿Has estado ahí todo el tiempo? —pregunté.
—Sí —repuso él, con la vista baja—. Solo quería enseñarte esto. —Levantó la mano donde llevaba un juguete nuevo, una camioneta azul.
—Sabes que no debes entrar en una habitación sin avisar —dije, esforzándome por mostrarme severa. Pero ¿cómo te vas a enfadar con un niño que ha sido siempre un niño desde antes de que tú nacieras? Un niño con el que tú misma jugabas. Un niño que ni siquiera es un niño de verdad. Al tratar con Wren era fácil olvidar que no era real, que había empezado como amigo imaginario de tío Oliver. Pero cuando un brujo joven con tanto poder como Oliver inventa un compañero de juegos, este puede adoptar vida propia. Aunque Wren parecía tan real como el que más, en realidad solo existía en forma de pensamiento, un pedazo de energía imaginativa tan bien ideada que había podido separarse del ser que lo había imaginado originariamente.
Se dejó caer de rodillas, empujó la camioneta hacia mí y la pasó por encima de mis pies como si estos fueran topes de velocidad. Después de un momento, dejó de jugar con ella y me miró.
—No me gusta ese hombre —dijo, intentando cambiar de tema igual que lo haría un niño de verdad.
—Creo que a mí tampoco me gusta mucho ese hombre —contesté. Le puse la mano en la cabeza, y la sensación de sus rizos cálidos y relucientes fue muy real. Después de tantos años y de incontables veces de jugar al corro de la patata con él, no sé por qué me sorprendió, pero lo hizo. Aunque parecía igual que cualquier otro niño al que pudieras ver montando en triciclo por la calle o entrando en una tienda detrás de sus padres, un niño normal de seis años, Wren era una criatura misteriosa, algo antinatural en este mundo. Y no parecía correcto que no hubiera signos visibles de ello.
Iris me había dicho que Wren se había evaporado antes de que Oliver llegara a la pubertad. La familia pensó que se había ido para siempre, pero, evidentemente, había estado latente, esperando que lo despertara la llegada de otro niño. Ese niño había sido Paul, el hijo de Ellen. Cuando nacimos Maisie y yo, Wren ya había vuelto a ser una parte de la familia, un ser que no crecía ni envejecía más allá de su encarnación inicial.
—Mi camioneta es mejor que la de Peter —dijo.
—¿Y eso cómo lo sabes? —pregunté yo, divertida.
—He visto su camioneta. Es vieja.
—Sí, pero es real —contesté yo. Me arrepentí al instante. Él se puso de pie y dio una patada a la camioneta, que rodó hasta el rincón más alejado.
Se abrió la puerta y Ellen asomó la cabeza.
—¡Ellen! —gritó Wren. Corrió hacia ella, abandonando por completo la camioneta de juguete que lo había cautivado solo unos segundos atrás. Mi tía entró en la habitación, se arrodilló a su lado, lo besó en la frente y lo estrechó contra sí.
Ginny había reclamado a menudo que lo disolviéramos y que pusiéramos fin a aquello. El trabajo de la familia era mantener la barrera, no pulsarla como una cuerda de guitarra. Pero después de la muerte de Paul, el hijo de Ellen, esta se había aferrado a Wren. Nadie, ni siquiera Ginny, había tenido valor para arrancarle otro niño de los brazos, por lo que, a pesar de la ruindad de Ginny, en la familia parecía existir el acuerdo tácito de que Wren sería mantenido «con vida». Yo sospechaba que extraía energía de los poderes de Ellen, debido a la combinación de alcohol y de la necesidad de aferrarse a una ilusión de ella. De alguna parte tenía que sacar su combustible. Dudaba de que sacara gran cosa de Maisie, que ya no tenía necesidad de él. Y yo no podía darle nada.
—No encuentro mi pelota —dijo él, dirigiéndose a Ellen. Adelantó el labio inferior de un modo cómico y Ellen se echó a reír y lo abrazó con más fuerza. A mí me preocupaba lo que le estaba haciendo a mi tía y sabía que no era natural que estuviera allí con nosotras, pero no podía evitar que mi corazón respondiera con él como lo haría con un niño de verdad.
—No te preocupes, pequeño —dijo ella—. Si no la encontramos, pondré a Connor a trabajar en el caso con su péndulo. —Me miró—. Y tú, jovencita, no te preocupes por Adam. Pronto se dará cuenta de que está errando el tiro.
—Cree que uno de nosotros mató a Ginny por dinero —dije.
—Tía Ginny no tenía dinero propio. Sacaba su estipendio del fideicomiso, como el resto de la familia. Y como haréis Maisie y tú a partir de vuestro próximo cumpleaños. Nadie se beneficia económicamente de la muerte de la pobre Ginny. Lo que tenía para dar no era dinero. Eran conocimientos.
Tendió el brazo y me tomó la mano.
—Ese detective está equivocado. El que mató a Ginny no fue de la familia, ni próxima ni lejana. Si se le hubiera acercado un brujo con malas intenciones, Ginny habría percibido el peligro a un kilómetro y medio. —Ellen sopesó sus palabras—. Los que nacemos con poderes tenemos una firma, una especie de vibración. Cuando nos acercamos a alguien como nosotros. —Apartó la vista de mí, quizá se sentía algo culpable por excluirme—, esa vibración o entra en sincronía y zumba al unísono con la nuestra, o es como uñas arañando una pizarra. —Me soltó la mano y volvió su atención de nuevo a Wren—. Si un brujo lleno de rabia se hubiera acercado a ella, Ginny lo habría notado.
—Pero, si podía saber cuándo un brujo iba contra ella, ¿por qué no podía saber si lo hacía una persona normal? Parece una omisión demasiado grande —dije. Y enseguida me arrepentí de haber usado la palabra «normal» para los no brujos.
—Yo diría «regular» en vez de «normal» —me corrigió Ellen, pero noté que no estaba enfadada—. La persona que atacó a Ginny era regular, pero, desde luego, no era normal. Mi sensación es que esa persona probablemente estaba perturbada. ¿Sabes que las personas trastornadas tienden a ponerse más nerviosas con la luna llena?
—Claro. Por eso tenemos el término «lunático» —dije.
—Precisamente. Cuando una persona loca, y perdona que no sea políticamente correcta, se acerca a la barrera, sucede más o menos lo mismo. La vibración provoca que esté más trastornada de lo que estaría normalmente. Y Ginny era el punto focal, el ancla de nuestra porción de la barrera. O sea que acabas con una locura sobrecargada. —Hizo una pausa—. En cuanto a que Ginny no captara la amenaza, sospecho que pensó que podía controlar la situación. Que subestimó la fuerza o la locura de su atacante. Pero sea como sea, el asesino no es de la familia.
—Sí, lo sé, pero creo que no he ayudado a convencer al inspector Cook de eso.
—No temas. Investigará un poco, pero tiene una mente abierta. Y por «abierta» me refiero a lo bastante abierta para que yo husmee un poco por ella. —Le puso una mano en la cabeza a Wren.
—¿Qué has visto? —pregunté.
Ella empezó a acariciar los rizos rubios de Wren y los músculos de su frente se relajaron con la caricia. Extraía mucho consuelo de él.
—Uno de los vecinos vio a un joven en el jardín de Ginny la mañana en que la mataron. Afroamericano, me parece. No he podido ver la descripción en sí, solo la impresión de Adam de esa descripción. No parecía nadie que conozcamos.
—Mi pelota. —Wren empezaba a impacientarse.
Ellen le dio una palmadita en la cabeza y se puso de pie.
—Está bien, hombrecito. —Le dio la mano—. Vamos a buscarla. ¿Recuerdas dónde jugaste con ella por última vez?
—Fuera.
—Pues empezaremos por ahí —dijo Ellen, y salió de la habitación con Wren.
Segundos después, Teague Ryan, uno de los primos, asomó la cabeza por la puerta.
—¿Habéis terminado aquí? —ordenó más que preguntó. La mandíbula cuadrada y la frente alta lo situaban en el rango de aspectos entre rey de la graduación del instituto y locutor de telediarios. Su sensación de tener derecho a todo lo situaba entre un niño mimado de seis años y Luis XIV, el Rey Sol de Francia.
—Sí —contesté—. Toda tuya.
Él permaneció inmóvil en el umbral, bloqueando la salida.
—Disculpa —dije, pero no se movió. Conseguí pasar a su lado y salir al pasillo, pero él me agarró del brazo antes de que pudiera alejarme. La presión de su mano me arrancó una mueca de dolor, aunque logré soltarme con una sacudida.
—Los Taylor de Savannah creéis que tenéis todo esto bien atado —dijo. Su acento duro del norte volvía más ásperas sus palabras—. Pero creo que esta vez no deberíais estar tan seguros del resultado. —Se colocó delante de mí y volvió a bloquearme el camino—. Los Taylor sois débiles y mimados, mientras que otros, yo mismo por ejemplo, hemos trabajado en nuestra disciplina y en desarrollar nuestra fuerza. Creo que esta vez la barrera pasará por alto a tu familia. Los demás llevamos generaciones bailando al son de los Taylor, pero Ginny ha sido la última de vosotros en darnos órdenes. Ahora nos toca el poder a nosotros.
—Por lo que a mí respecta, os lo podéis quedar todo —dije. Pasé a su lado, haciendo lo posible por esquivar las antenas psíquicas que sentía dirigidas a mí desde todos los rincones de la casa. Yo era un blanco fácil en el que podían leer los primos, y todos lo sabían. Me concentré en el mantra: «Ocúpate de tus malditos asuntos», con la esperanza de que tachara el resto de mis pensamientos.
Subí las escaleras y bajé por el largo pasillo hacia la alacena de las sábanas y toallas, donde sabía que me esperaba Maisie. Habíamos usado aquel espacio para nuestras citas clandestinas desde que aprendimos a andar. La alacena tenía una ventana y era lo bastante grande para servir de dormitorio pequeño. Quizá había sido el cuarto de un sirviente en otra época, cuando todavía era aceptable socialmente tener criados internos. Con los años se había convertido en algo más para nosotras que un lugar para susurrarnos secretos. Se había convertido en un santuario, un lugar sagrado. Y ahora, con la casa a rebosar de primos, era también el único lugar que quedaba donde mantener una conversación nominalmente privada.
Sabía que era una tontería, pero, por tradición, hice nuestra llamada secreta con los nudillos. La puerta se abrió en silencio y apareció Maisie, cuyo rostro se iluminaba suavemente con el brillo de las velas del pastel que tenía en la mano.
—Feliz cumpleaños a nosotras —dijo sonriente.
Entré en la estancia, y la puerta se cerró automáticamente a mis espaldas. Maisie era tan poderosa que probablemente ni siquiera necesitaba dirigirla conscientemente.
—Pero todavía faltan días para nuestro cumpleaños —dije.
—Sí; pero, si me eligen para reemplazar a Ginny, no podré pasarlo contigo. Estaré fuera, entrenando con otro ancla. Y no quiero que no celebremos juntas nuestro veintiún cumpleaños. Ahora ven aquí y ayúdame a soplar estas velas. Tengo una sorpresa para ti.
Me eché a reír.
—Ya estoy sorprendida.
—Esta es mejor —dijo ella.
Me acerqué y sentí el calor que emanaba de las velas.
—Cuando cuente tres —dijo ella—. Uno, dos, tres. —Tomamos aire juntas y soplamos las velas. Para alegría mía, las llamas se desprendieron de las velas y bailaron en el aire en lugar de apagarse. Aunque la mayoría mantuvo su color, una tenía el color azul brillante de una llama de gas—. Son veintiún recuerdos que puedes revivir —dijo Maisie—. O para ser exactos, veinte recuerdos y un deseo, mi deseo para nosotras dos.
Permanecí en silencio, admirada, mirando las llamas subir y bajar en el aire.
—Adelante —me alentó Maisie—. Toca una. —Sus ojos resplandecían azules de alegría.
Alcé la mano y toqué con cuidado la llama más próxima. En el acto me envolvió una ola de calor y de pronto me encontré en Forsyth Park, compartiendo un helado de cucurucho con Maisie. Detrás de nosotras, un grupo de chicos jugaba a «pelota de goma», la versión de Savannah del stickball. Supe al instante cuándo y dónde estábamos. Era el 4 de julio y Maisie y yo teníamos diez años. Tío Oliver había venido de visita, esa mañana nos había regalado unas bicicletas nuevas y nos las habíamos llevado al parque. Sabía muy bien lo que ocurriría a continuación. Estábamos a punto de conocer a Peter. Era uno de los niños que jugaban detrás de nosotras y, en contra de los deseos de los otros chicos, nos invitó a jugar con ellos. Nosotras aceptamos y les dimos una paliza.
Había sido el mejor 4 de julio de mi vida y pude volver a vivirlo. Cuando ganamos el partido, la visión fue decayendo y me encontré de nuevo enfrente de una Maisie adulta en nuestro pequeño cuarto secreto. Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas.
—Eso ha sido increíble —dije—. ¿Cómo lo has hecho?
—Es solo un truco que me enseñó tía Ginny —respondió ella—. De algún modo me parecía apropiado incluir también algo de ella en tu regalo. —Sonrió, aunque sus ojos delataban la pérdida que sentía. El pastel que tenía en las manos desapareció y fue reemplazado por un frasco de cristal antiguo. Maisie se pasó un dedo por el labio, y las llamas restantes empezaron a descender y a llenar el frasco. Todas excepto la azul, que destacaba entre las demás—. Tienes diecinueve recuerdos más para disfrutarlos cuando te apetezca, pero ahora me gustaría que vieras mi deseo.
Le puso la tapa al frasco de cristal y me lo tendió. Miré un momento las llamas, que saltaban en el frasco como luciérnagas atrapadas. No las desperdiciaría. Las parcelaría y las guardaría para los días en los que necesitara de verdad un recuerdo feliz. Todavía mareada por la emoción, dejé el frasco en una mesa vieja que había sido relegada a la alacena.
Alcé la vista y toqué la llamita azul. Esta vez sentí un chispazo intenso, como un calambre de electricidad estática. De nuevo estábamos en Forsyth y una vez más era verano. Pero Maisie parecía estar al final de la veintena o principios de la treintena. Unos niños jugaban cerca, dos rubios perfectos y un par de pelirrojos alborotadores. Mi corazón se hinchió al ver a los pelirrojos. Se parecían muchísimo a mí, pero los dos tenían ojos dispares, uno azul y uno verde. Maisie me sirvió un vaso de vino frío y yo me volví al oír voces. Jackson y Peter estaban al lado de una barbacoa humeante, con una cerveza en la mano. Maisie se sentó a mi lado en el suelo, dijo algo a nuestros niños y me besó en la mejilla.
Cuando desapareció la visión, Maisie estaba de pie enfrente de mí y su rostro encantador había perdido la sonrisa.
—Para mí es muy difícil no leer tus pensamientos —dijo—. ¡Estamos tan conectadas! Intento no entrar en tu cabeza, pero cuando tienes un sentimiento intenso, me viene a mí. No puedo evitarlo.
La miré como un cervatillo atrapado por los faros de un automóvil.
—Sé lo que sientes por Jackson…
—Lo siento —la interrumpí.
La sonrisa volvió a sus labios y se adelantó a abrazarme.
—Sé que lo sientes. De verdad. Lo sé. Y quiero que sepas que lo comprendo. Créeme, si alguien entiende por qué amas a Jackson, soy yo. —Se apartó un poco de mí, pero dejó las manos en mis brazos—. Sé que si pudieras cambiar lo que sientes, lo harías —me dijo—. ¿Por eso fuiste a ver a Jilo? —preguntó entonces.
No tenía sentido negarlo, pues era obvio que mis pensamientos le pertenecían casi tanto como a mí.
—Sí —contesté—. Quería un conjuro que me hiciera sentir por Peter…
—Lo que sientes por Jackson —terminó Maisie en mi lugar—. ¿Te lo hizo?
—Cambié de idea. Le dije que no lo hiciera —repuse—. Pero me dijo que lo iba a hacer de todos modos.
—Eso no es bueno —comentó Maisie—. Los conjuros de amor casi siempre producen efectos no deseados. Los sentimientos que crean no son reales, son falsificados, y pueden fácilmente deformarse en pasiones que no tienen nada que ver con el amor verdadero. Yo jamás intentaría algo tan estúpido. ¿Has notado algún cambio en tus sentimientos por Peter?
—No —respondí. Pero el pensamiento que había reprimido desde el momento en el que había encontrado a tía Ginny creció entonces rápidamente—. Dijo que el conjuro necesitaría sangre. Mucha sangre. —Mi cuerpo empezó a temblar.
—Ni se te ocurra ir por ahí —dijo Maisie—. La vieja arpía se estaba burlando de ti. No se usa sangre en un conjuro de amor. E incluso, si Jilo hubiera tenido algo que ver con el asesinato de Ginny, no estaría relacionado contigo ni con ese conjuro. ¿Me oyes?
Asentí, con la sensación de que me habían quitado un peso enorme del pecho.
—Sospecho que Jilo estaba fanfarroneando con lo de hacer el conjuro, pero si notas algo fuera de lo corriente, ven a verme. —Hizo una pausa—. Lo más triste es que, si alguna vez comienzas a sentir algo más por Peter, una parte de ti siempre se preguntará si el cambio en tu corazón habrá tenido algo que ver con Jilo. Pero no adelantemos acontecimientos. Por el momento no te acerques a ella. Es peligrosa. No vuelvas a buscarla jamás. Bajo ningún concepto. —Maisie me soltó y empezó a andar por la habitación. Después de lo que me pareció una eternidad, se detuvo por fin y se volvió a mirarme—. Siempre te he envidiado, ¿sabes?
—¿Tú me has envidiado a mí? —La idea era demasiado absurda. Yo me había pasado toda la vida a su sombra. No era tan guapa como ella, no tenía poderes y probablemente también era menos inteligente.
—Sí. He envidiado tu libertad. Mientras tú estabas por ahí, recorriendo Savannah y haciendo amigos, Ginny me tenía cerca de ella. Siempre pensó que yo la sustituiría algún día y me he pasado la vida entrenando con ella para ese momento. Nunca me importó mucho porque creía que llegaría mucho más tarde en la vida, después de que hubiera tenido ocasión de vivir un poco. Incluso esperaba que las dos pudiéramos viajar juntas por el mundo cuando tuviéramos acceso a nuestra parte del fideicomiso familiar.
—Todavía podemos —dije.
—Si yo me convierto en ancla, no. Los anclas sostienen la barrera en su sitio y yo tendré que pasar el resto de mi vida a menos de un tiro de piedra de esta ciudad. Pero eso no me importa, puesto que tendré a Jackson aquí conmigo. —Empezó a andar de nuevo—. Tú tienes muchas posibilidades para ser feliz. Para mí solo existe Jackson. —Se detuvo y se volvió a mirarme de nuevo—. No puedo decirte si Peter es el hombre indicado para ti. Solo sé que te adora, siempre te ha adorado. Pero puedo decirte que Jackson me ama. Es la verdad.
—Ya lo sé —le aseguré, pero ella no me hizo caso.
—Sin embargo, percibo que tú puedes confundirlo en ese terreno. Se siente tan atraído por ti como tú por él.
—¿Cómo puede desearme a mí cuando te tiene a ti? —pregunté con sinceridad.
Maisie se quedó momentáneamente sin palabras. Luego movió la cabeza y alzó los ojos al cielo.
—Mercy, tu percepción de ti misma está muy equivocada. Si te vieras como te ve Peter, como te ve Jackson, no harías esa pregunta. Pero, por favor, no me hagas que te halague el ego cuando te estoy suplicando que me dejes a Jackson para mí.
—Perdona —dije. Me sentía egoísta y narcisista. Esta vez me acerqué y la rodeé con mis brazos.
Ella me estrechó un momento contra sí y luego me apartó con delicadeza.
—Entonces, ¿nos comprendemos mutuamente?
—Sí —respondí—. Y, por favor, prométeme que sabes que te quiero más que a ninguna otra persona en el mundo y que jamás haría intencionadamente nada que pudiera hacerte daño.
Ella sonrió y movió la cabeza.
—Tengo otra sorpresa y espero que te alegres por mí. Me está matando no decirte nada a ti. —Sonriendo, sacó una cadena del cuello de la camisa y mostró un anillo de compromiso con un solitario—. Jackson y yo nos vamos a casar. Estábamos esperando el momento adecuado para empezar a decírselo a todo el mundo, y yo quería empezar por ti. Pensábamos anunciarlo la próxima vez que se reuniera la familia, pero teniendo en cuenta las circunstancias de la presente reunión… —Su voz se apagó. Sentí que mi atención, todo mi ser, se contraía al ver la piedra brillante del anillo—. Bueno, di algo, Mercy. ¿Te alegras por mí? —La voz de Maisie mostraba ansiedad. Permanecía inmóvil, esperando mi respuesta.
Sacudí mentalmente la cabeza.
—Por supuesto. Por supuesto que me alegro por ti. —La estreché en mis brazos. Dios sabía que me alegraba por ella. Tenía que alegrarme. Simplemente tenía que hacerlo.
Llamaron fuerte a la puerta con los nudillos. La abrí y me encontré a Connor al otro lado, con el péndulo en la mano.
—Te encontré —dijo, mirando a Maisie—. Tus tías y yo tenemos que hablar contigo del sorteo.
—También necesitaremos a Mercy —dijo Maisie—. Ella también participa en la elección. —Me di cuenta de que había vuelto a guardar disimuladamente el anillo debajo de su camisa.
—Mercy solo necesita saber que meterá la mano en una bolsa y sacará una ficha de madera blanca —dijo Connor, que hablaba como si yo no estuviera presente—. Tú, por otra parte, tienes muchas probabilidades de ser elegida para sustituir a Ginny. Y eso implicaría muchos cambios en tu vida. —Connor la miró fijamente—. Muchos cambios.
Una sombra cruzó por el rostro de Maisie.
—Aunque sea elegida, no tomaré las decisiones que tomó Ginny. Yo tendré una vida propia.
—Muchacha, vamos a ver cómo van las cosas antes de que empieces a enfadarte. Y no juzgues tan rápido a Ginny. Quizá te encuentres en su pellejo, entonces podrás empezar a hacer discursos de que no vas a ser como ella. Vamos. Tus tías nos están esperando.
Maisie me dedicó una última sonrisa.
—Feliz cumpleaños, hermanita —dijo. Y salió del cuarto.
—Te quiero —le dije. Connor me lanzó una mirada fría y desdeñosa que me recordó el mote que me había puesto, «La Decepción», y salió detrás de Maisie.
Volví mi atención al frasco de recuerdos que me había regalado mi hermana. Estaba frío al tacto, pero brillaba como una luz en la noche. Lo llevé a mi habitación para guardarlo y lo escondí en una caja de juguetes y objetos de mi infancia que reservaba para cuando tuviera hijos propios; quizá los mismos rufianes pelirrojos con los que me había imaginado Maisie.