CAPÍTULO 5
Una parte de mí quería dejar los ojos cerrados, como si todo lo que había ocurrido pudiera desaparecer si elegía no afrontarlo. Sentí un pinchazo en el brazo y sabía que la cama en la que estaba tumbada no era la mía. Esas dos cosas bastaron para decirme que estaba en un hospital. Me quedé inmóvil unos momentos, intentando volver a unir las piezas, pero solo pude recordar sangre, un relámpago azul y luego negrura. Oí un golpeteo cerca de mí. No era un golpeteo al azar, sino el sonido de alguien que con mucha habilidad escribía en el teclado de un teléfono móvil. Yo solo conocía a una persona en el mundo que pudiera manejar así un teléfono.
—Tío Oliver —dije. Noté que tenía la boca muy seca.
—Hola, mi pequeña pelirroja —repuso él, usando el apodo con el que solía llamarme—. ¿Estás lista para reunirte con nosotros? —Cuando abrí los ojos, él se acercó y pulsó el botón de llamar a la enfermera.
Parpadeé contra la luz que entraba por la ventana. Me di cuenta de que era por la tarde, pero no estaba segura del día. Oliver habría tardado un día en llegar desde San Francisco a Savannah. Por las pocas palabras que había pronunciado, notaba que el acento del sur empezaba a regresar a su voz. Cuando estaba en la costa oeste, no tenía acento. Después de una semana en Savannah se convertía en un tío Remus completo. Estaba al principio del proceso, así que calculé que había estado inconsciente un par de días.
—Tres días, a decir verdad —declaró él con rotundidad, leyéndome el pensamiento. Yo odiaba que pudiera hacer eso conmigo. No le funcionaba con el resto de mi familia, solo con los que no éramos brujos. Oliver, el más pequeño de los hermanos de mi madre, era el mejor cuando se trataba de telepatía, pero sus verdaderos puntos fuertes eran el glamur, la persuasión y conseguir que alguien viera, creyera o sintiera lo que él quisiera. No tenía nada de raro que ganara tanto dinero trabajando como relaciones públicas. Ni tampoco que hubiera roto tantos corazones—. Y vaya con la comparación con el negro de Remus. Podrías haber dicho Ashley Wilkes.
—Yo no he dicho nada —contesté. Intenté sentarme, pero renuncié cuando me di cuenta de lo débil que estaba.
—Ve con cuidado —dijo él. Una enfermera entró y salió, saltando como un yoyó, y dijo que volvería enseguida con el doctor—. Traiga al joven rubio al que le quedan tan bien los pantalones de cordones —le gritó Oliver. A pesar de mis tres días en coma, me sonrojé y él entornó los ojos—. Estás roja como una remolacha —dijo. Al principio pareció preocuparle que tuviera algún problema médico, pero seguramente escaneó mis pensamientos porque se echó a reír después de un momento—. Querida, sigues siendo virgen. A pesar de las historias sobre tu vida salvaje que me ha escrito Iris.
Sentí que pasaba de la vergüenza a la rabia.
—Deja de leer mis pensamientos y empieza a explicarme lo que pasó.
Él sonrió y me pasó los dedos por el pelo. Al instante se evaporó la rabia y me relajé. Sabía que me estaba cautivando, pero estaba demasiado cansada para combatirlo. Demasiado cansada incluso para querer combatirlo.
Miré su rostro sereno y sin arrugas. Sabía que se acercaba a los cuarenta, pero el hombre que había de pie a mi lado no podía tener más de veinticinco, no era mucho mayor que yo. Me pregunté cuánto de lo que veía era real y cuánto era magia. ¿Cómo sería poder elegir si mostrarle al mundo la persona que el tiempo había hecho de ti? Otra oleada de consuelo me invadió cuando tío Oliver intentó descarrilar ese tren de pensamiento.
—¿Qué pasó? —repitió mi pregunta, pensativo—. Bien, pelirroja, ¿sabes que a veces durante una tormenta hay picos de electricidad y eso puede hacer que se funda un fusible en tu caja de los fusibles?
Asentí.
—Pues bien, tú, querida mía, fuiste el fusible que no resistió. —Una expresión de irritación, no, de pura rabia, pasó un momento por su rostro—. Iris y Connor son idiotas. No deberían haber intentado usarte como toma de tierra. Es como dejar a un niño en una cabina de mando y decirle que aterrice el avión. Y no digo que tú seas una niña —añadió. Registró mis pensamientos en busca de sentimientos ofendidos, dispuesto a calmarlos si los encontraba.
A mi mente regresaron con brusquedad retazos de lo que había ocurrido en casa de Ginny.
—¿Encontraron lo que buscaban? ¿Tía Iris vio quién mató a Ginny?
—No, tesoro. Me temo que tú te derrumbaste como una torre de cartas en una fiesta baptista. No consiguieron nada. Y fueron tontos al arriesgar tu vida para intentar descubrir quién lo hizo. Deberían haberle dejado eso a la policía. ¿Qué pensaban que iban a hacer de todos modos? ¿Enviar a Connor a perseguir al asesino con un rifle? ¿O planeaban ponerse en plan Macbeth y matar al hijo de perra a base de maleficios? Ahora no tienen nada y, cuando por fin llamaron a la policía, la escena del crimen estaba tan contaminada que no conseguirán una condena ni con una confesión completa.
—Lo siento —empecé a decir, pero no completé la frase porque en ese momento entró el doctor. Era un hombre cincuentón aunque todavía atractivo. No era el joven rubio que esperaba Oliver, pero yo dudaba de que estuviera decepcionado.
—Bienvenida de vuelta, Mercy —dijo el doctor. Miró a tío Oliver con frialdad—. Oliver. —Sacó un bolígrafo linterna para examinarme los ojos. Por cómo había dicho el nombre de Oliver, adiviné que allí había una historia. Aunque tío Oliver, al parecer, tenía historias en casi todas partes.
—Me alegro de verte, Michael. ¿O debería llamarte doctor? —preguntó Oliver.
—Te recomiendo que no me llames en absoluto. —El rostro del doctor era una máscara de hielo que no mostraba ninguna emoción. Debía de ser un jugador de póquer buenísimo. Tuve la sensación de que aquel hombre me caía bien, fuera quien fuera. Me tomó el pulso, miró mi gráfico y asintió, como si diera a entender que había terminado conmigo.
—Una cosa que he aprendido con los Taylor es que nunca sabré qué causa sus enfermedades ni qué es lo que las cura —dijo—. Te voy a dejar aquí otra noche, pero es solo para asegurarme de que no demandéis al hospital. Podría hacer más pruebas y aumentar la factura, pero tú eres una Taylor y sé con certeza que, si un Taylor se despierta, es que va a vivir. Mis condolencias por Ginny. Era una buena amiga de mi abuela. —Colgó mi gráfico a los pies de la cama y salió, procurando no establecer contacto visual con Oliver.
—Supongo que eso es todo, pues —Oliver soltó una risita. No supe si se refería al pronunciamiento del doctor sobre mi salud o a lo que quiera que hubiera pasado entre ellos en el pasado—. Debería llamar a tu hermana para decirle que estás despierta. Ha permanecido a tu lado hasta hace una hora. Por fin he conseguido que ese guapo novio suyo la sacara de aquí.
—Jackson —dije, dándole el nombre—. Jackson —repetí, y solo pensar en él hizo que me inundara un calor profundo de la cabeza a los pies.
—Mmm —intervino Oliver—. Veo que nos esperan problemas por ese chico. Por cierto, esas flores, el ramo grande. —Señaló un altísimo arreglo floral de rosas—, esas son de Peter. Maisie ha dicho que las ha traído en el almuerzo. Probablemente le habrán costado una semana de sueldo.
Cerré los ojos y fingí dormir. Intentar engañar a un telépata no es nada fácil, pero Oliver me permitió salirme con la mía. En pocos minutos, la pose se convirtió en realidad y me quedé dormida.
Cuando desperté, debía de ser alrededor de la medianoche. Mi primera idea fue que había entrado una enfermera, pero cuando enfoqué la vista, mi corazón saltó en un fuerte latido antes de esconder la cabeza de vergüenza. No era una enfermera. Jackson se inclinaba sobre mí. Recorrió mi mejilla con el índice derecho y se llevó el otro a los labios para pedirme silencio.
—No pretendía asustarte —susurró con voz ronca—. Solo quería ver cómo estabas.
Me maravilló lo guapo que estaba incluso con aquella luz fluorescente tenue. Sus rizos rubios resplandecían y sus ojos lucían con un azul brillante. Parecía que llevara consigo un trocito de cielo de verano dondequiera que fuera.
—¿Cómo has llegado aquí? —pregunté—. Ya ha pasado la hora de visita, ¿verdad?
El monitor al que estaba conectada fue testigo del efecto que me producía, pues mi pulso se aceleró. Sabía que le pertenecía a mi hermana y sabía que aquello estaba mal. Pero en último extremo, era algo inofensivo. Yo jamás podría competir con Maisie, y Jackson la adoraba. Con el tiempo se casarían, tendrían hermosos bebés querubines y mi enamoramiento por él nunca conduciría a nada. Si lo guardaba en secreto, nadie tenía por qué saberlo. Tenía la esperanza de que esos sentimientos a los que yo no había invitado se fueran con el tiempo. Tomé nota mental de que debía protegerme mejor con tío Oliver.
—Tengo mis trucos —respondió él con un destello en los ojos—. Oliver ha dicho que estabas bien, pero quería verlo por mí mismo.
—¿Y Maisie?
—No te preocupes por ella. Está en casa, descansando. Tu familia está preparando algo grande y es obvio que Maisie estará en el centro de todo. Ha pasado casi todo el día con Iris y Connor, y luego la han acostado temprano. Todos han mostrado un gran secretismo sobre lo que ocurre, y Connor me ha invitado a marcharme justo después de cenar con sus encantadores modales de costumbre. Maisie ha dicho que me lo explicaría todo mañana. Algo sobre una «barrera» que se ha visto alterada por la muerte de Ginny.
—Alguien tendrá que ocupar su lugar —pensé en voz alta. Al instante lamenté mis palabras. No sabía cuánto le habría contado ya Maisie, pero sabía que no me correspondía a mí decírselo—. No me hagas caso —dije, intentando parecer más confusa de lo que estaba—. Creo que mi cerebro todavía tiene cables cruzados.
Él me sonrió y me tomó la mano.
—Supongo que antes o después me acostumbraré a todos estos temas espeluznantes en los que anda metida tu familia —dijo—, pero tengo que admitir que necesitaba un poco de normalidad y he empezado a pensar en ti.
Me encogí y aparté la mano de la suya. «Normal» no era un cumplido en mi familia, e incuestionablemente, no era una palabra que yo quisiera que usara Jackson para describirme.
—Lo siento —dijo él con ternura—. No he debido molestarte. Solo quería ver cómo estabas. Ahora cierra los ojos y vuelve a dormir —me aconsejó. Y, a pesar de mí misma, hice lo que me pedía. Sentí que besaba mi frente como podía besar un padre a un hijo enfermo. Después, sus labios rozaron fugazmente los míos con indecisión. Volví a abrir los ojos, pero él ya se había ido.