CAPÍTULO 4

—Has hecho lo correcto, querida —dijo tía Iris, estrechándome contra su seno excesivamente perfumado—. Has hecho bien en llamarnos a nosotros antes que a la policía. Jamás habríamos podido arreglar la energía de esta habitación con el comisario y su grupo de zoquetes paseándose por toda la casa y contaminando la escena con sus pensamientos.

—Ya ha revuelto bastante esto ella sola —murmuró Connor. Iris me soltó y le lanzó una mirada capaz de marchitar el cemento.

—Lo hecho hecho está. Ahora tenemos que poner un conjuro de ocultamiento alrededor de la casa para impedir que la gente curiosee hasta que hayamos terminado. —Un ocultamiento no volvía invisibles los objetos ni silenciaba los sonidos, solo hacía que la gente ignorara lo que tú querías ocultarles—. Los dos se pusieron a trabajar en silencio en el conjuro, aunque a mí sus esfuerzos me parecían como si intentaran colorear el aire con pintura de dedos.

—¿Quién ha podido hacer esto? —susurré. No conseguía imaginar cómo habían podido hacerle algo así a Ginny. Y no lo decía en el sentido de: «¿Quién podría hacerle daño a una anciana indefensa?», sino: «¿Quién demonios ha podido atravesar sus defensas y matar al dragón?». Sentí que la sangre se congelaba en mis venas. ¿Podría ser este el sacrificio que Jilo había prometido hacer en mi nombre?

—Eso es lo que intentamos averiguar —repuso Connor—. Pero tú no ayudas nada quedándote aquí y proyectando tus pensamientos en voz alta. Lárgate de aquí mientras trabajamos. —Su mano derecha ajustó el cinturón que le apretaba la barriga, mientras el péndulo que sujetaba con la izquierda se movía y después se paraba una y otra vez.

—¡Connor! —exclamó Iris—. La pobre chica ya está bastante conmocionada.

—Y sus vibraciones están alterando esta habitación. Vamos, hija, sal de aquí antes de que consigas que nos sea imposible acallar lo que quiera que haya pasado aquí —dijo él mientras volvía a prestar su atención a los movimientos del péndulo.

El péndulo era la conexión de Connor con el poder, aunque fuera una conexión débil. La mayoría de los brujos tienen algunos dones en común. Concentrándose, casi todos pueden leer los pensamientos de los no brujos, y la mayoría pueden mover cosas sin tener que tocarlas. Pero los brujos tienden a tener más habilidades en una o dos áreas concretas. Connor era débil como el agua en casi todas las disciplinas, pero podía usar su péndulo para rastrear casi cualquier cosa, desde unas lentes perdidas hasta un niño desaparecido. Sin preguntárselo, supe que buscaba el arma homicida.

—Vamos, preciosa. Tu tío tiene razón. Creo que es mejor que salgas al aire fresco. No tendrías que haber visto nada de esto.

Me dejé guiar fuera y me senté en la vieja mecedora chirriante que llevaba en el porche de la tía abuela Ginny más tiempo del que yo llevaba viva. En cuestión de unos pocos segundos, el calor de Savannah empezó a lamerme los tobillos y a subirme por las pantorrillas. Se apoderó de mí despacio pero con seguridad, con la experiencia de miles y miles de amaneceres.

Alargando su mano, el sol trazó un haz subiendo por mi muslo; aquella mañana de solsticio en Savannah marcaba su paso a través de mi piel y proyectaba sobre mí la sombra de la veleta de una casa vecina. Me recosté en la mecedora y me rendí al calor, al olor a sangre y al incesante tictac del reloj de Ginny, que todavía podía oír desde el porche. El asiento gimió debajo de mí, con un sonido perdido en algún lugar entre la queja y el placer. Se me ocurrió un pensamiento horrible: el mismo calor que me calentaba la piel entraba por la ventana y golpeaba el cuerpo de Ginny, acelerando su putrefacción. Aparté ese pensamiento de mi cabeza e intenté concentrarme en la primera gotita de sudor que se formaba detrás de mi rodilla. Intenté no imaginar lo que había ocurrido, no corromper las energías que ayudarían a tía Iris y tío Connor a descubrirlo todo.

A través de la persiana de la ventana abierta, oí decir a tía Iris:

—No ha podido evitarlo. No ha sido entrenada. —El aire inmóvil transportaba su voz como el susurro de un apuntador en el escenario.

—No hay nada que entrenar —bufó Connor.

Le lancé una mirada a través de la ventana. Iris y él nos habían criado a Maisie y a mí. Mi madre, Emily, la hembra más joven de la tribu de los Taylor, había muerto al dar a luz y nunca había tenido a bien decirle a nadie quién era nuestro padre. Yo me habría vuelto hacia Connor, como una flor hacia el sol, si hubiera dado la más mínima muestra de afecto paternal. Pero eso nunca había ocurrido; lejos de ello, a los seis años me había endilgado el apodo de «La Decepción». Nuestros ojos se cruzaron cuando ese nombre cruzaba por mi mente, y por un momento me pareció captar en su expresión algo parecido a remordimientos. No sé si lo percibí en el fruncimiento de su boca o en el modo en que volvió la vista al péndulo que sujetaba, pero el caso es que estaba allí y que después desapareció. Él volvió a concentrarse en su quehacer y a caminar por la sala de un modo aparentemente fortuito, a medida que el péndulo giraba o se detenía.

—Es una lástima que no llegara Maisie aquí la primera en lugar de su hermana.

Maisie había sido su preferida desde siempre. Había llegado a este mundo con tanta fuerza que ni siquiera había hecho falta anunciar su nacimiento a las demás familias de brujos, pues había quedado registrado en el radar de todos ellos. Yo llegué la segunda y era débil, como una especie de ocurrencia tardía del universo. A la mayoría le sorprendió mucho mi llegada, y todos se entristecieron con la muerte de mi madre.

—Tienes que mostrar algo de consideración por la pobre chica, ha sufrido una conmoción. Sabe que esto va más allá de lo que le ha pasado a Ginny. Sabe que la barrera puede haber quedado dañada.

—Querida, yo no la culpo a ella, me culpo a mí mismo. Si me hubiera portado como un padre de verdad, me habría hecho cargo de ella, le habría explicado las cosas… —se lamentó Connor—. Mercy es una buena chica. Ha hecho lo que ha podido al llamarnos. —Me sorprendió oír que se le quebraba la voz. Era la primera vez que mostraba algo de ternura por mí—. Pero en este momento solo nos quedan unos minutos para averiguar quién le ha hecho esto a Ginny. El pánico de Mercy cuando la encontró fue casi lo bastante fuerte como para reemplazar lo que pasó aquí. Hay que intentar capturar cualquier huella que quede, y después hay que asegurarse de que la barrera resiste. Necesito que tú también te concentres. Cuando hayamos terminado, llamaré a Oliver y le diré que haga el maldito favor de venir a casa, y tú puedes empezar a reunir al resto de la familia.

Connor desapareció de mi vista, aunque todavía podía oír sus pesados pasos moviéndose por la planta baja de la casa. Después, el chirrido de un escalón me indicó que se dirigía al segundo piso. Me concentré en tía Iris, que se arrodilló al lado del cuerpo y empezó a oscilar en silencio, buscando las energías que pudieran quedar por allí. El silencio dio paso a sollozos cuando Iris se rindió a su pena. Era extraño. De niña le había deseado a menudo la muerte a Ginny. Una vez concedido el deseo y después de ver cómo había sido su muerte, mi sangre llamaba a la suya y pedía justicia a gritos. Supongo que era familia después de todo.

—El arma no está aquí —dijo Connor, derrotado, cuando volvió a la habitación. Oí que se dejaba caer ruidosamente en uno de los sillones.

Tía Iris no contestó. Ni siquiera pareció darse cuenta de que Connor había hablado. Sus sollozos se detuvieron, pero siguió balanceándose al lado del cuerpo de Ginny.

La especialidad de tía Iris era la psicometría. Podía sostener cualquier objeto y hablarte de su dueño o de cualquiera que tuviera una relación, aunque fuera tangencial, con él. No era necesariamente el más fabuloso de los poderes, pero se valoraba mucho en una ciudad llena de antigüedades de dudosa procedencia. Si Connor hubiera conseguido encontrar el arma, habría habido muchas probabilidades de que Iris descubriera quién la había usado contra Ginny. Sostener el arma homicida la habría expuesto a una energía feroz, pero sin ella, no tendría más remedio que poner las manos en la propia Ginny, lo cual sería muchísimo peor. Exponerse a tal grado de energía oscura era muy peligroso. Incluso cuando la que muere es una persona normal, se abre una puerta, y cosas que deberían quedarse al otro lado a veces consiguen pasar. El asesinato agrava el problema, pues invita a pasar a entes todavía más oscuros, y el de alguien como la tía abuela Ginny puede arrancar la puerta de sus goznes. Me di cuenta de que yo no había ayudado nada.

—La energía está remitiendo —dijo tía Iris. Abrió los ojos y se levantó con rigidez—. Es ahora o nunca.

—Chica. —La llamada de Connor me sobresaltó—. Prueba a llamar a tu hermana a ver si está ya en camino. Y prueba de nuevo con Ellen.

—Cuando hemos llamado a Maisie, ha salido el buzón de voz —repuso tía Iris—. Eso significa que está con ese chico y no contestará. Y no tengo ni idea de dónde habrá pasado Ellen la noche, pero probablemente siga inconsciente o demasiado resacosa para ser de ayuda. Hay que hacer esto ahora. —Hizo una pausa como si sopesara sus opciones y a continuación me llamó—. Mercy, querida, vuelve aquí.

—¡Ah, demonios, no! —empezó a protestar Connor.

—Es ahora o nunca —lo interrumpió Iris—. No tenemos tiempo de buscar a nadie y tengo aún menos tiempo para tus tonterías. —Respiró hondo y recuperó la compostura—. Ven, Mercy. Yo te guiaré en todo esto. —El columpio del porche cantó como un coro griego cuando me levanté. Iris captó mi vacilación—. No tengas miedo.

Volví a entrar, apartando la vista del cuerpo en el suelo. El sudor que se había formado entre mis omóplatos se enfrió y goteó por mi columna.

—Ya sé que nunca te hemos enseñado nada de esto, querida, pero lo vas a hacer muy bien.

—De acuerdo —respondí, aunque parecía que mis rodillas iban a ceder en cualquier momento y el olor a descomposición me tenía mareada—. ¿Qué hago?

—¿Recuerdas cuando erais pequeñas y jugabais al martín pescador con Peter y sus amigos? —Iris sonrió débilmente. Su recuerdo de vernos jugar apartaba momentáneamente su mente del horror que había a sus pies—. Lo que vamos a hacer es algo muy similar. Yo voy a invocar cierta energía, pero cuando me abra a ella, puede haber otras fuerzas que intenten entrar. Solo necesito que estés aquí de pie y nos des la mano a Connor y a mí. Tu fuerza, tu luz interior, ayudará a impedir que pasen cosas malas.

Me situé a su lado y tomé su pequeña mano fría. Connor se acercó y tomó mi otra mano en su gruesa garra.

—De acuerdo. Bien. —Iris me sonrió alentadora y cerró los ojos—. Puede que veas cosas. No dejes que te asusten. Solo son sombras. Fija la mente en algo real. Algo que quieras. Algo que te haga sentir segura.

Mi mente empezó a girar como una ruleta en la que pasaban personas, lugares y cosas, pero sin detenerse en nada que me diera el nivel de confort que sospechaba que iba a necesitar. Mi madre había muerto antes de que pudiera conocerla. No sabía quién era mi padre. Tía Iris había intentado criarnos lo mejor que había podido, pero Connor había enturbiado nuestra relación. Tío Oliver estaba muy bien para llegar cargado de regalos y contar historias interesantes, pero pasaba el mínimo tiempo posible en Savannah y no representaba un hogar para mí. Tía Ellen compartía conmigo ciertas cosas, aunque siempre susurraba sus secretos de maquillaje de reina de la belleza y las historias de sus viejas conquistas románticas con olor a whisky en el aliento. Estaba Peter, pero yo me sentía demasiado confusa sobre nuestra relación para extraer consuelo de él; y Jackson me hacía sentir culpable. Al final, solo quedaba Maisie. A pesar de nuestras diferencias y de los celos que siempre había tenido de ella, era la única persona en el mundo que me hacía sentir querida y segura.

—¿Has encontrado lo que necesitas? —preguntó tía Iris.

—Sí —repuse sin aliento.

—Bien. Ahora concéntrate en eso. Mantenlo fuertemente asido a tu mente y tu corazón, y deja que ambos se concentren en igual medida. —Se arrodilló y colocó la mano libre en el cuerpo de Ginny. Me apretó la mano con más fuerza y de pronto fue como si viera la habitación a través de una extraña mirilla. Empezaron a formarse sombras que oscurecían mi visión periférica, sombras que se acercaban a nosotros amenazadoras—. Concéntrate, Mercy —ordenó tía Iris. Yo lo intenté. Fijé la mirada al frente y pensé en Maisie. Pero cuando mi mente empezaba a ver su rostro, un relámpago de luz azul golpeó la habitación y después todo se volvió negro.