CAPÍTULO 17
Cuando desperté, supe que había alguien en la habitación conmigo. Sentí sobre mí el peso de unos ojos hostiles y me incorporé en la cama con un respingo.
—Eso no es necesario —dijo Connor—. Soy yo. —Había acercado la silla de mi mesita de maquillaje a los pies de la cama y estaba allí sentado observándome dormir. Llevaba la cadena del péndulo enrollada en los dedos de la mano derecha.
—¿Qué quieres? —pregunté.
—Vamos, no te enfades —dijo. Dejó caer el péndulo en toda su longitud—. Quería hablar contigo en privado.
—¿Y decides sentarte ahí a verme dormir como una especie de buu arpía? —pregunté. La buu arpía era la versión sureña del hombre del saco. Bueno, quizá más bien un cruce entre el hombre del saco y un vampiro. Era una criatura que te succionaba la vida mientras te observaba dormir. Connor había abierto la contraventana solo lo suficiente para que entrara un poco de luz plateada. Como la ventana estaba detrás de él, yo solo podía ver su silueta, sus rasgos quedaban oscurecidos por la sombra. Inundar el cuarto de luz podría haber ayudado a disipar la sensación de amenaza, pero algo me dijo que no me arriesgara a pasar por su lado para abrir las contraventanas. Extendí el brazo y encendí la lámpara de la mesita de noche.
La luz reveló una mirada extraña en sus ojos que yo jamás habría esperado ver allí. Arrepentimiento combinado con ternura, un cariño que alteró mi percepción de lo que era aquel hombre para mí.
—Desde luego, eres una copia de tu madre —dijo—. A ella también le habría venido bien algo de disciplina. —La dureza a la que estaba acostumbrada regresó a sus ojos.
Coloqué la almohada delante de mí y la abracé.
—¿De qué quieres hablar? —pregunté. Mi sensación de vulnerabilidad ponía una nota nerviosa en mi pregunta.
Él sonrió.
—Quiero hablar del día en el que mataron a Ginny. Hay algo de aquel día que me preocupa —dijo. Se inclinó un poco hacia delante y la silla crujió bajo su peso—. Iba a dejarlo pasar, pero luego anoche sacaste la ficha del ancla.
Hizo una pausa cargada de suspense, pero yo no dije nada.
—Es solo que mi péndulo no dejaba de darme respuestas extrañas aquel día cuando le pedía que me mostrara dónde estaba el arma usada para matar a Ginny.
—Dijiste que no estaba allí —le recordé.
—Bueno, eso fue una mentirijilla —dijo. Empezó a girar el péndulo en un círculo lento—. Cada vez que preguntaba su ubicación, te señalaba a ti. —Se levantó y se acercó a la cama.
—Yo no tuve nada que ver con el asesinato de Ginny —dije—. Y ahora me gustaría que salieras de mi cuarto. —Tenía miedo de oír lo que pudiera decir.
—¿Estás segura de eso? —preguntó él—. O quizá lo que de verdad quieres hacer es aprovechar este momento en el que estamos los dos solos para contarme todo lo que sabes.
—No sé nada que no te haya contado ya —repuse—. Ahora márchate, por favor.
Él no hizo caso a mi petición.
—Ginny estaba enfadada contigo. Tú estabas furiosa con Ginny.
—Yo no la maté —respondí.
Él se sentó a mi lado en la cama y yo apreté con más fuerza la almohada contra mí.
—Oh, eso lo creo —dijo—. Ahí es donde las cosas empiezan a ponerse interesantes. El péndulo insistía tanto en ti que le pregunté allí mismo si la habías matado tú. —Me miró profundamente a los ojos y, maldición, yo parpadeé—. Me dijo claramente que no. —Se levantó con brusquedad, el colchón chirrió.
Empezó a pasear hacia un lado y otro.
—O sea que el mensaje que recibí fue que tú eras el arma utilizada, pero no la mano que blandía dicha arma. ¿Alguna idea de lo que eso significa?
—Ninguna. Pregúntale a tu juguete.
—Lo he hecho, y le seguiré pidiendo que lo clarifique, pero yo esperaba que tú te abrieras; quizá que me dijeras qué era lo que hacías que cabreaba tanto a Ginny.
Lo miré fijamente.
—¡Quién sabe! Con Ginny siempre había algo.
—Eso es verdad —admitió—. Era una vieja bruja muy quisquillosa. —Dejó de pasear y se volvió a mirarme—. Como ya he dicho, lo habría dejado pasar, achacándolo a energías confusas, de no ser por el hecho de que fuiste elegida para ocupar el lugar de Ginny.
—Tú mismo dijiste que era un error —repliqué.
—Sé lo que dije, pero yo intentaba cuidar de ti. Y también enmendar el daño que se le estaba haciendo a Maisie. No sé lo que te propones, pero te has metido en algo que te queda muy grande. —Agitó un dedo delante de mí—. No deberías haber intentado apoderarte de lo que estaba destinado a tu hermana. Sigue así y acabarás aplastada como un mosquito.
—Ya es suficiente. Hemos terminado —dije. Lancé la almohada que abrazaba al otro lado de la habitación, salté al suelo y me enderecé todo lo que me permitió mi cuerpo—. Yo no he hecho nada. —Alcé la mano y lo empujé fuerte en el pecho—. Y no he intentado apoderarme de nada. —Volví a empujarlo—. De nada. Punto final. —Acerqué mi cara a la suya—. Y ahora lárgate.
Él retrocedió un paso. Había una sonrisa en su rostro, pero ningún calor en sus ojos que la apoyara. No dijo nada más. Su expresión lo decía todo. Sabía que yo era culpable de algo, aunque todavía no había averiguado de qué. Intenté no pensar en Jilo, pero si intentas no pensar en un elefante, solo ves trompas. Oliver habría leído en mí sin problemas; pero, gracias a Dios, Connor era débil. Después de un momento, se giró y abandonó la habitación. Cerré la puerta con llave detrás de él y corrí a la ventana a abrir las contraventanas y dejar entrar la luz del sol.