CAPÍTULO 18

Un momento después, llamaron suavemente a la puerta.

—¿Va todo bien ahí? —preguntó Ellen—. Te he oído gritar.

—Tenía una pesadilla. Estoy bien —dije un poco temblorosa—. Todo va bien —añadí. Abrí la puerta para que viera por sí misma que estaba sana y salva.

—De acuerdo. —Ella dudó un momento—. Oye, me gustaría hablar contigo de anoche si te sientes con ganas. ¿Crees que podríamos salir un rato de aquí? Podemos ponernos muy femeninas y te invito a un té en el Gryphon.

—Me encantaría, pero antes necesito una ducha —dije.

Ellen era exactamente la persona con la que quería hablar de la noche anterior. No del sorteo, sino de lo que había ocurrido con Peter. En un mundo normal, esa mañana habría subido corriendo las escaleras para contárselo a Maisie. Me pregunté si la nueva normalidad iba a ser no tenerla allí.

—Estaré en mi habitación —dijo Ellen—. Ven a buscarme cuando estés lista.

Me duché y elegí un vestido de cóctel clásico de los años cincuenta que me había regalado Ellen. Me dejé el pelo suelto y me puse un collar de perlas que me había dado Iris en mi dieciocho cumpleaños. Después de añadir unas bailarinas que había encontrado escarbando en mi armario, me sentí mucho más femenina que desde que cumplí los doce años y dejé de disfrazarme de princesa por Halloween.

Cuando llegué a la puerta de Ellen, oí la voz de Wren dentro. Estaba a punto de llamar y preguntarle a Ellen si estaba lista, pero la oportunidad de escuchar a aquellos dos resultó demasiado tentadora. Me esforcé por oír a través de la gruesa puerta de roble.

—Maisie te asustó. —La voz de falsete de Wren sonaba tan clara como una campana a través de la madera.

—Sí, así es —repuso Ellen. Su voz sonaba más amortiguada.

—A mí también me asustó —confesó Wren y, en el silencio que siguió, sospeché que Ellen lo había abrazado para consolarlo.

—No dejaré que nadie te haga daño, precioso —musitó ella, tranquilizadora.

—Te quiero —dijo Wren. Me pregunté si era posible que Wren sintiera emociones reales.

—Yo también a ti, hombrecito. —Me mordí el labio inferior. Ellen solía llamar «hombrecito» a Paul. No me parecía sano que llamara así a Wren.

—¿Maisie es mala?

—Claro que no, tesoro. —Ellen parecía sorprendida por la pregunta—. Es joven y está confusa. Ha caído una gran responsabilidad sobre sus hombros. Pero no es mala…, ni mucho menos.

—Yo creo que es mala. Le robó a Mercy. —Después de aquel comentario, agucé el oído y me apoyé más en la puerta—. El poder no la quería a ella, quería a Mercy.

Reprimí el impulso de reír por la ridícula idea de que el poder pudiera haberme elegido a mí después de haberme ignorado completamente durante casi veintiún años. Dudaba de que hubiera cambiado de idea de pronto y me hubiera elegido reina del baile.

Ellen guardó silencio un momento.

—Maisie no es mala —declaró con solemnidad—. Es mi sobrinita. Pero creo que podrías tener razón. No comprendo lo que sucedió anoche, pero mi instinto me dice que fue la hermana correcta la que sacó la ficha roja. No puedo explicarlo, pero estoy segura de que esto no está tan decidido como le gustaría creer a Iris. Nada era nunca fácil con Emily, así que yo no esperaría que lo sea con sus hijas.

—¿Por qué te tiembla tanto la mano? —Wren cambió de tema cuando yo intentaba lidiar todavía con lo que había dicho mi tía.

—Son nervios, precioso. Solo nervios —repuso Ellen.

—Te sentirías mejor si tomaras una copa —dijo Wren. Abrí mucho la boca, sorprendida.

—No. Tengo que cumplir la promesa que le hice a la familia, a Mercy.

—Yo no diré nada. Un poco te ayudará. Es culpa de Maisie. —¡Qué bastardo! ¿Solo ponía voz a las justificaciones de Ellen o temía perder fuerza si ella se recuperaba? Tenía que hablar con Iris y Oliver sobre él, y pronto.

Llamé a la puerta, desesperada por parar a mi tía antes de que siguiera el consejo de Wren.

—¿Sí? —preguntó Ellen.

—Soy yo.

—Está abierto —dijo. Giré el picaporte. Cuando entré, vi que ella estaba sentada sola delante de la cómoda—. Casi estoy lista —dijo. Sospeché que Wren seguía en la habitación, pero escondido. Entré y me quedé de pie detrás de ella, mirando nuestras imágenes combinadas en el cristal. Ella me sonrió y volvió a su brillo de labios.

—¿Qué ocurre, tesoro? —preguntó.

Le puse las manos en los hombros y me incliné a besarle la mejilla.

—Es solo que yo creo en ti. De verdad que sí.

Ella se manchó la cara con el brillo de labios y tomó un pañuelo de papel. Limpió el error sin hacer comentarios y volvió a ponerse el brillo, tratando de enmascarar su sorpresa. Cuando terminó, se volvió a mirarme y cambió inmediatamente de tema.

—Hoy percibo algo diferente en ti —dijo.

Sentí que me sonrojaba. No era de vergüenza, era de felicidad. Sonreí y me senté en el borde de su cama.

—Anoche Peter y yo… —empecé a decir.

No conseguí hablar más. Ellen corrió a la cama y me abrazó.

—Me alegro mucho por ti. —Se apartó un poco y me miró—. Estamos felices con esto, ¿verdad?

Sonreí y asentí con la cabeza.

—No me extraña que hoy estés resplandeciente. Cuéntamelo todo. Bueno, obviamente, no todo —rectificó—. Oh, qué diablos, solo dime que estás enamorada.

Parecía alegrarse tanto por mí que no pude soportar meter a Jilo en la imagen.

—Sí —respondí—. Lo estoy.

—Pues eso debería ayudar a aclarar las cosas con Jackson —dijo Ellen para sí. Cuando se dio cuenta de que había hablado en voz alta, se encogió de hombros—. Lo siento.

—No, no importa. Tienes razón. Esto ayuda a clarificar nuestra relación —dije—. Yo no soy como ella en ese sentido, ¿sabes? —Ellen no estableció la conexión—. Mi madre. Yo no persigo intencionadamente a los hombres de otras mujeres.

—Pero, querida mía, eso ya lo sé —dijo ella—. ¿Quién te ha contado historias sobre Emily?

—Iris me dijo que le preocupaba que hubiera heredado el gen de robar hombres —repuse, intentando tomar mis preocupaciones a la ligera.

—Pues perdóname, pero Iris no tiene ni idea de lo que dice su estúpida boca. Tú eres igual que tu madre en muchos sentidos, pero todos ellos buenos. —Me rodeó con sus brazos y apretó con fuerza.

—Tucker Perry dijo que mi madre lo introdujo en el Tillandsia —comenté. Ellen me soltó con expresión de alarma—. ¿Tucker es mi padre?

—¡Dios querido, no! —contestó Ellen.

—Entonces, ¿tú sabes quién es mi padre?

—Lo siento, querida. No lo sé. De verdad que no.

—¿Había demasiados hombres para adivinar cuál era?

—Lo siento. Es cierto que Emily era una parte del Tillandsia. Y es verdad que tenía muchos hombres en su vida. —Se mordió el labio y me miró guiñando los ojos—. ¿Se puede saber cuándo has hablado con Tucker?

—Últimamente me está siguiendo —repuse, mirando a Ellen a los ojos para ver si el acoso de Tucker la ponía rabiosa o celosa.

—Siento que te haya molestado —dijo. Apartó la vista, avergonzada—. Le he dicho que Maisie y tú sois territorio prohibido, a menos que quiera terminar como Wesley Espy y llevar los genitales a modo de flor en el ojal. —Wesley era el hijo de un juez que tenía una afición desafortunada por las novias de los gánsteres. Los padres de Savannah llevaban casi ochenta años contando su historia en las citas de graduación de sus hijas en señal de advertencia—. Lo veré esta noche y le dejaré las cosas claras de una vez por todas.

—Creo que Peter también piensa hacerle una visita —comenté.

—Eso está bien, pero ese bastardo necesita oírmelo a mí también.

—¿Cómo puedes soportar que te toque? —Las palabras salieron de mi boca antes de que mi cerebro pudiera censurarlas.

Ellen no se mostró sorprendida ni ofendida.

—Desde que he dejado de beber, yo también me hago esa pregunta. Y ahora que sé que te ha estado buscando, te puedo garantizar que no volverá a tocarme. —Guardó silencio un momento y la tristeza apareció en su rostro—. Después de la muerte de Erik y Paul, dejó de importarme lo que estaba bien o mal. No me importaba nada lo que me sucediera a mí. Tucker era muy atento y divertido. Me distraía un poco del dolor.

—Siento mucho haber sacado este tema —dije.

—No, no lo sientas. Es bueno hablarlo. Después de lo que le sucedió a Ginny, he pensado mucho en ellos. —Ellen me miró a los ojos—. Mercy, sé que es terrible decir esto, pero espero que, si encuentran a ese tal Martell Burke, le den una medalla. Y otra a Jilo si le encargó ella la hazaña. —Sus palabras me escandalizaron, pero se habían abierto las compuertas y Ellen no había terminado—. Erik murió en el lugar del accidente, pero mi hijo seguía vivo. Por los pelos, pero quedaba chispa suficiente en él para que yo lo salvara. Podría haberlo hecho, lo sé. Pero ella me detuvo.

—¿Cómo? —pregunté—. ¿Por qué?

—Tú eras joven, aunque probablemente te acuerdes. La semana antes de la muerte de Erik y Paul, un automóvil atropelló a un joven delante de mi antigua floristería.

—Sí, me acuerdo —repuse, pero ella no me escuchaba.

—El automóvil le pasó por encima. Estaba destrozado. Yo no pensé, solo reaccioné —dijo—. Me acerqué a él y lo retuve en este mundo. —Me miró con ojos de asombro—. Estaba tan cerca de la muerte que lo vi, Mercy, vi ese túnel del que hablan y la luz. Pude oír voces que procedían de aquella luz, pero entonces él abrió los ojos y me pidió, por favor, que lo salvara. —Movió la cabeza y cerró los ojos; el recuerdo la llevaba a otro lugar—. Y, no sé cómo, lo hice. Saqué poder suficiente para sanar sus peores heridas. Cuando llegó la ambulancia, solo le quedaban las piernas rotas y una costilla cascada. Ginny se puso furiosa. Dijo que había dañado el equilibrio de la naturaleza al salvar a ese chico.

—Pero ¿cómo pudo ella impedirte salvar a tu propio hijo? —pregunté.

—Ella era un ancla, pero a veces confundía ser un ancla con ser Dios. Aquel día usó su control para disminuir mis poderes. Fue más o menos como si pusiera un nudo en mi manguera. La verdad es que mis poderes no han dejado de menguar desde entonces.

—No, quería decir que cómo pudo dejar morir a Paul.

—Sinceramente, creo que le tenía miedo —contestó Ellen—. Tú has oído hablar de las diez familias principales, las que tienen vínculos y mantienen la barrera. Pero hay otras tres familias de las que no hablamos mucho.

—Las tres que ayudaron a crear la barrera pero que después se arrepintieron.

—Oh, hicieron algo más que arrepentirse. Intentaron más de una vez romper la barrera. Destruir todo el sistema.

—Pero ¿por qué hicieron eso? ¿Por qué querrían ellas devolver el mundo a los demonios?

Ellen se echó hacia delante y tomó una foto enmarcada de su hijo y su esposo que había en la mesilla. Me la puso en las manos.

—Porque, cuando nuestra realidad estaba controlada por los demonios, las trece familias ocupaban un lugar especial en la jerarquía de las cosas. Los demonios eran los reyes, pero las trece familias eran los señores. La revolución condujo a la democratización. Cuando retiramos nuestra realidad del control de los demonios, barrimos una jerarquía social que había existido desde los primeros humanos. Y, aunque las tres familias se alegraron de librarse de sus jefes, no les gustó perder el control de los que estaban por debajo de ellos. —Ellen hizo una pausa—. Erik venía de una de esas familias.

—¿Tío Erik? —pregunté. La noticia me sorprendió tanto que estuve a punto de dejar caer la fotografía.

Ellen me la quitó y la devolvió a la mesilla.

—Sí, pero él no era como su familia. Había roto su lealtad a ellos y se había unido a las diez familias mucho antes de que nos conociéramos.

—¿Y Ginny tenía miedo de Paul porque su padre procedía de una de las tres familias adversarias?

—No. Ginny tenía miedo de Paul debido a una profecía que se hizo cuando las tres familias se separaron del resto. Después del nacimiento de Paul, Ginny se enteró de que habían predicho que la mezcla de nuestras sangres llevaría al nacimiento de una bruja capaz de reunir a las trece familias. Ninguno de nosotros había oído esa profecía hasta que Ginny empezó a ponerse como loca con ella.

—¿Y crees que Ginny sacrificó a Paul porque no quería que se reunieran las familias? —Le toqué la mano con delicadeza.

Ella se sentó conmigo en la cama.

—¡Quién sabe lo que quería ella! Ni siquiera estoy segura de que le importaran las familias. Creo que no quería que ninguna luz brillara más que la suya, y sabía que la suya resultaría opaca en comparación con la de mi hijo.

—¿Crees que Ginny pudo hacer algo para provocar el accidente? —pregunté, sorprendida yo misma por haber sido capaz de pensar eso.

—No —repuso Ellen—. Si lo creyera, la habría matado personalmente hace años. —Hablaba con una claridad tan fría que no lo dudé—. Ginny intentaba hacerse pasar por una santa, una gran mártir, pero era una zorra ruin y controladora. Y yo me alegro de que esté muerta, así que tres hurras por Madre Jilo o quienquiera que la matara.

—¿Y tú crees que pudo ser Jilo? —pregunté. Yo sabía ciertamente que Jilo odiaba a Ginny, que odiaba a todos los Taylor. Ellen asintió—. Pero ¿por qué odiaba Jilo a Ginny tanto como para matarla?

Ellen se cruzó de brazos como si sintiera frío.

—Oh, querida, las personas como Jilo siempre van por ahí con una lista de ofensas percibidas. Estoy segura de que, en todos los años en los que se enfrentaron Ginny y ella, Jilo encontraría razones suficientes.

—He oído que tío Oliver estuvo próximo a su familia en algún momento. Que era amigo de su nieta, la que se suicidó ahogándose —dije, buscando respuestas. Esperaba que Ellen me contara lo sucedido para no tener que preguntarle a Oliver.

—Te refieres a Grace —repuso mi tía después de un momento—. ¿Dónde has escarbado una historia tan vieja?

—La gente habla —contesté con vaguedad.

—Bueno, sí, Grace y él iban con el mismo grupo de amigos, pero eso fue cuando él era adolescente —respondió Ellen, que calculaba visiblemente los años transcurridos desde entonces—. Fue cuando Adam Cook y él eran amigos. Se rumoreó que la chica tuvo un aborto y que después se arrepintió. Fue una situación muy triste, pero no tuvo nada que ver con nosotros. Estoy segura de que no necesito explicarte que tu tío no tuvo nada que ver con su embarazo —dijo con una sonrisa.

—No. Yo también estoy muy segura de que tío Oliver no tuvo nada que ver con eso —contesté. Le devolví la sonrisa. Quería creer que Oliver no haría daño ni a una mosca, que no le había hecho nada a aquella tal Grace. Con todo lo que había sucedido en las últimas horas, estaba más que dispuesta a aceptar cualquier consuelo que pudiera encontrar.

—Pero he pensado mucho en eso —comentó Ellen—. Y, si Jilo fue la responsable de la muerte de Ginny, puede que el motivo no fuera la venganza.

—¿Qué quieres decir?

—Solo que Jilo trabaja mucho con magia negra, magia de sangre. Ginny era una bruja poderosa. Jilo podría sacar mucha fuerza de la sangre de Ginny. Quizá hayamos mirado esto del modo equivocado. Quizá no fuera un asesinato, sino un sacrificio.

—Pero ¿qué clase de hechizo exigiría un sacrificio humano?

—Oh, tesoro, las hechiceras como Jilo saben cómo almacenar energía con un baño de sangre. Podría gastar toda esa energía intentando algo grande, como una resurrección, o podría ir consumiéndola a lo largo de los años, gastarla poco a poco para conjuros de dinero, de venganza, de amor…

—Pero yo creía que en los conjuros de amor no se usa sangre —dije. Sentía náuseas. Había aceptado encantada la afirmación de Maisie de que la muerte de Ginny no podía estar relacionada con el conjuro que yo le había pedido a Jilo que hiciera.

—Bueno, yo, por supuesto, no lo haría. De todos modos, hay que estar bastante loca o desesperada para tontear con conjuros de amor. Y, además, las brujas de verdad que los hacen nunca usarían sangre. Sin embargo, para una persona que solo tiene poderes prestados, como Jilo, a veces la sangre es el único modo. Oh, perdona, te he disgustado. —Ellen forzó una sonrisa—. Pero basta de esto. ¡Vaya dos que estamos hechas! El pasado es pasado. No deberíamos desperdiciar toda esta bella y agraciada feminidad en un recorrido por los malos recuerdos. Vamos a tomar ese té.

—No, lo siento. De pronto no me encuentro bien. ¿Quizá en otro momento?

Ellen me miró preocupada. Me puso la mano en la frente. Yo sabía que no podía fingir una enfermedad física con ella.

—Por supuesto —dijo—. Lo siento. Debería haberme guardado mis teorías para mí.

—No. Me alegro de que me hayas hecho partícipe de tus pensamientos. Solo necesito algo de tiempo para procesarlos.

Ella me pasó un dedo por el contorno de la barbilla.

—Lo intentaremos de nuevo pronto.