CAPÍTULO 6

Cuando me dieron el alta en el hospital, pasé otro día entero en la cama, pero al menos era mi cama. Al despertar al día siguiente temprano, me sentía de nuevo normal y estaba deseando salir. Dejé mi teléfono en la mesilla de noche antes de escapar, con la esperanza de esquivar los cuidados maternales de Iris. Los años que había pasado de adolescente saliendo a escondidas me sirvieron entonces. Salí por la ventana, bajé por el emparrado y me encontré libre en una mañana hermosa, aunque húmeda.

Empecé a caminar por Savannah, más o menos con el piloto automático activado, sin pensar en dónde terminaría. Cuando me encontré cerca de Chippewa Square, entré en el Gallery a comprar un café para llevar y me metí en el parque. El ayuntamiento había cortado hacía poco las azaleas frondosas que muchas personas sin techo habían usado como refugios improvisados. Reconocí la necesidad de ese trabajo, pero parecía una lástima. Me gustaba Chippewa y su aspecto descuidado; había algo familiar e incluso reconfortante en eso.

Todos los bancos estaban ocupados, bien por turistas que imitaban lo mejor posible a Forrest Gump para la cámara, o bien por las mismas personas sin hogar a las que el ayuntamiento esperaba expulsar de la plaza. Me instalé en el suelo, a la sombra de mi árbol favorito. Intenté evitar pensar en Ginny y en la violencia de su muerte, escuchando todas las conversaciones que se producían a mi alrededor. Me tomé el café y tracé con la vista la silueta del campanario de la iglesia presbiteriana.

Una niñita angelical pasó a mi lado y rio cuando su padre la alcanzó y la columpió en el aire. Fue una distracción agridulce. A mis años, todavía envidiaba la relación de esa niña con su padre. Si mi madre hubiera revelado quién era nuestro padre, quizá Maisie y yo habríamos podido pasar días así con él. Por supuesto, sabía que mamá debía de haber tenido una muy buena razón para no contarlo, pero yo habría preferido que lo hubiera hecho.

—Sabía que estarías aquí —dijo tía Ellen detrás de mí—. Cuando eras pequeña y no te encontrábamos por ninguna parte, siempre podía contar con que te encontraría aquí, sentada a la sombra de este viejo caballero. —Por un momento pensé que saludaba a la estatua de Oglethorpe, pero me di cuenta de que solo se protegía los ojos—. Este sol es mucho más caliente ahora de lo que era antes. —Hizo ademán de reunirse conmigo en la hierba, pero luego pareció pensarlo mejor—. Querida mía, me temo que ya he pasado la edad de levantarme con gracia por mis propios medios, pero no estoy todavía en los años en los que mi orgullo me permita aceptar tu ayuda. Vamos, levántate y pasea un poco conmigo.

Le sonreí. Sus ojos eran claros, su voz firme, y parecía estar mucho más presente de lo que había estado en meses. Su rostro era fresco y su cabello rubio tenía nuevos reflejos oscuros. Sus uñas lucían una manicura perfecta, y un ligero temblor en sus manos me dijo que no había tomado su primer cóctel del día. La muerte de Ginny había provocado una reunión familiar de urgencia; y nuestra casa estaba llena hasta la bandera, rebosando no solo de parientes lejanos de los Taylor, sino también de los MacGregor, los Ryan y los Duval, conocidos entre nosotros, colectiva y algo despectivamente, como «los primos». Me pregunté si Ellen intentaba portarse bien por la reunión familiar o si, simplemente, la casa estaba tan llena de gente que no podía asaltar el bar a escondidas.

A pesar de la despiadada luz y de haberse pasado una década o más bebiendo copiosamente, tía Ellen seguía siendo hermosa. Más hermosa que ninguna otra de las mujeres Taylor, exceptuando, por supuesto, a Maisie. Me levanté y me sacudí la hierba, el musgo y la arena de los vaqueros. Ella me ofreció su brazo y yo lo tomé.

—Te has perdido lo peor de la reunión —comentó cuando echamos a andar por McDonough Street, una de las calles que bordeaban el parque—. La parte en la que todos los primos intentan fingir que les importa algo la muerte de Ginny. —Me miró con aire de culpabilidad—. No debería hablar así.

—No importa. Ella me odiaba. Debo admitir que su muerte no va a crear un gran vacío en mi vida —contesté. No hablaba en serio. No sabía si podría aclarar alguna vez mis sentimientos hacia Ginny y lo que le había ocurrido.

—Es terrible. Sé que debería importarme más, pero Ginny no era cruel solo contigo. No tuvo una palabra amable para nadie desde 1984. Estuvo vieja, amargada y llena de ira hasta el fin —comentó Ellen.

—Pero ¿cómo llegó a ser así? —pregunté—. Sé que tenía demasiada responsabilidad para tener una familia propia, pero creo que de todos modos no quería tenerla. No comprendo qué le hizo ser tan dura.

—Yo tengo una teoría. Ten en cuenta que es solo una teoría, pero creo que puede ser acertada —dijo Ellen—. Ginny era una mujer atractiva, pero no lo que yo llamaría hermosa, y los hombres no hacían cola precisamente para estar con ella. Era también inteligente, pero de un modo astuto. No un gran intelecto. Desde luego, carecía de tu increíble imaginación. No había nada especial para ella en el mundo, así que ser elegida como ancla le dio una meta y una enorme sensación de validación. Pero en lugar de usarlo como una oportunidad para ampliar sus horizontes, se encerró en sí misma, y a medida que su mundo se encogía, empezó a verse más grande y más importante de lo que tenía derecho a verse. Se veía como el sol y esperaba que nos pasáramos la vida girando a su alrededor. —Ellen dejó de hablar cuando un tranvía turístico paró a nuestro lado. Su llegada tuvo algo que puso fin a la sinceridad de mi tía—. ¡Vaya pareja que hacemos, hablando mal de los muertos! —terminó. Arrugó la frente y se abrazó el cuerpo.

—¿La policía podrá entregarnos el cuerpo a tiempo para el funeral? —pregunté, con la intención de sacarla de sus pensamientos.

—No lo sé, querida. Oliver está trabajando en eso, pero me temo que pasarán unos días más, o incluso semanas, antes de que podamos enterrarla. —Hizo una pausa—. Tengo que pedirte disculpas, Mercy. No pude ayudarte cuando resultaste herida.

—Lo que pasó no fue culpa tuya, tía Ellen.

—En cierto modo sí lo fue. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. No estaba localizable cuando me llamó Iris. Después de que tú encontraras a Ginny, quiero decir. Seguro que sabes por qué no estaba en casa, por qué ninguno de vosotros sabía dónde estaba. Qué demonios, ni siquiera yo sabía dónde estaba. Si no hubiera estado inconsciente, habría contestado al teléfono. Voy a dejar de beber. Ya sé que lo he intentado otras veces, pero esta vez lo voy a hacer. —Me miró a los ojos—. Esta vez es verdad, preciosa. ¿Me oyes?

Yo deseaba desesperadamente creerla. Por su bien. Sonreí e intenté abrazarla, pero se apartó.

—No he terminado —dijo. La determinación formaba arrugas en su frente. Sus cejas alzadas dejaban expuestos sus ojos azul añil y hacían que parecieran más grandes—. No pude ayudarte. ¿Comprendes? Intenté sanarte. Iris y Connor te trajeron a mí antes de llevarte al hospital. Debería haber sido fácil. Tuviste un buen golpe, pero eres joven, fuerte y sana, y yo debería haber podido curarte. En vez de eso, casi te dejé morir. —Las lágrimas le caían con fuerza por las mejillas.

—No estaba tan mal —exclamé yo—. Solo me desmayé.

—Estuviste inconsciente durante días —dijo Ellen.

Era verdad. Para ella debería haber sido muy fácil ayudarme. De los tres hermanos de mi madre, el talento de Ellen era el que más admiraba. La había visto parar hemorragias de golpe y regular el latido de un corazón. En una ocasión la vi traer a alguien de vuelta desde el umbral de la muerte. Después de eso, tuve durante días miedo de acercarme a ella. Y quizá ella había llamado demasiado la atención de la muerte al sentarse a horcajadas en el umbral entre los dos mundos, ya que, una semana después, su esposo y su hijo murieron en un choque en cadena de vehículos. Yo estaba segura de que se culpaba a sí misma por ello. Y por eso pasaba la mayor parte del tiempo ocultándose del sol con un vaso de algo fuerte en la mano.

—No sé lo que me ha pasado. Hoy en día apenas puedo curar un arañazo en la rodilla de alguien —continuó Ellen—. Tú pasaste un día entero en el hospital antes de que pudiera localizar tu esencia. Incluso entonces, necesité la ayuda de Maisie para traerte de vuelta del coma. Pero espera y verás. Me recuperaré. Tú ten fe en mí aunque nadie más la tenga, ¿de acuerdo, querida?

—Tengo fe en ti. —Esta vez no se resistió cuando la abracé. Yo no creía que el alcohol fuera lo único que interfería con sus poderes, pero sabía que ese no era el momento de retirarle mi apoyo a Ellen.

—¿Me acompañas a la casa? —me preguntó—. No puedo enfrentarme a esa bandada de buitres sola. —Dimos unos pasos más y volvió a pararse—. ¿Qué crees que quería? ¿Por qué quería verte Ginny?

—Sinceramente —mentí—, no tengo la menor idea. —Giramos por Perry y nos dirigimos a casa.

La gente suele elegir cruzar la calle para no pasar por delante de nuestra casa, un edificio victoriano vergonzosamente grande, pero todavía con gracia, que ocupa la mayor parte de una manzana. Quizá cruzaban por respeto o por miedo, o quizá un siglo y medio de gente haciendo eso había dejado algún tipo de marca psíquica en la acera. Y por eso fue una experiencia nueva ver a un desconocido sentado en los escalones delanteros.

—Adam Cook. Aunque ahora es el inspector Cook, ¿verdad? —preguntó Ellen.

Era policía; y yo sabía, sin necesidad de preguntar, que había ido allí a interrogarme. Esperaba esa conversación, pero confiaba en que la policía encontrara al asesino de Ginny antes de que me viera obligada a revivir la mañana en que encontré su cuerpo. Sabía que era poco realista por mi parte, pero no sería ni la primera ni la última vez que caía presa de un optimismo idiota.

—Sí, señora, así es. —El policía se puso en pie y estrechó la mano de Ellen—. Gracias por recordarme. Es un placer volver a verla. —Incluso después de bajar a la acera, nos miraba a las dos desde muy arriba. Una mezcla de sangres, afroamericana, nativa americana y caucásica, jugaban en sus rasgos atractivos. Su frente alta y su nariz recta se combinaban con una piel de color canela de un modo que resultaba muy agradable a la vista.

—Oliver se va a alegrar mucho de verle —comentó Ellen. Entonces recordó dónde estaba—. ¡Santo cielo! No me diga que lo han dejado aquí en la calle. ¿No le han abierto cuando ha llamado a la campana?

—Oh, sí, señora. Me han abierto y me han pedido amablemente que esperara dentro, pero, sinceramente, había tanta… —buscó una palabra apropiada— actividad ahí dentro, que he pensado que sería mejor esperar aquí fuera y disfrutar del aire de la mañana. Espero poder hacerle una visita a Oliver antes de que regrese a California, pero me temo que ahora estoy aquí por un asunto oficial. —Sus ojos inteligentes de color café se posaron en mí—. Señorita Taylor, me alegro de verla levantada y caminando. La vi en el hospital cuando estaba inconsciente y debo decirle que me admira su recuperación.

—Los Taylor somos una estirpe resistente —respondió Ellen por mí.

—Sí, señora. Eso lo sé por experiencia personal —dijo él. Sonrió con cierta timidez y cambió rápidamente de tema—. Señorita Taylor, ¿se siente lo bastante bien para hablar del incidente conmigo?

Establecí la relación entre su timidez y su historia con mi tío. Obviamente, el inspector Cook había sido otra de las conquistas de Oliver. Al pensar en ellos dos juntos, casi me ruboricé yo.

—Claro que sí —contesté. Para mi sorpresa, sentía algo de alivio ya que la conversación que había temido terminaría pronto. Quizá contarle mi historia al inspector bastaría para exorcizarla de mis sueños—. No creo que pueda ser de mucha ayuda, pero haré lo que pueda.

—Muy bien —él sonrió. Intentaba claramente hacer que me sintiera cómoda.

—Entonces debo insistir en que entre —intervino Ellen con brusquedad. Su ceño fruncido delataba que estaba ofendida—. Nosotros no hablamos de tales asuntos en el umbral de la puerta.

—Sí, señora, por supuesto. Pido disculpas por mi falta de tacto —respondió Cook.

Cuando Ellen nos guio al interior de la casa, Maisie me miró a los ojos. Llevaba un viejo vestido de verano blanco y su pelo dorado iba recogido en un moño descuidado, pero incluso con un atuendo tan informal, mi hermana era una de las bellezas más esplendorosas que había conocido nunca Savannah. Señaló el techo con un gesto casi imperceptible y supe que me decía que me reuniera con ella en nuestro no-tan-secreto lugar de encuentro secreto, una alacena de la ropa blanca situada en el rincón trasero del último piso de la casa.

Ellen nos guio al inspector Cook y a mí a la biblioteca y ahuyentó a los parientes lejanos que se habían instalado allí. Cook se detuvo un momento a observar la habitación. Estanterías hasta el techo con libros antiguos forrados en piel cubrían toda la longitud de la pared occidental; la pared oriental estaba ocupada por dos puertas de cristal que daban al porche lateral de la casa. La pared septentrional estaba dedicada a una chimenea gigantesca que casi nunca encendíamos. Sobre su repisa colgaba un cuadro de mi abuela. Era una habitación hermosa, pero yo pasaba tanto tiempo en ella que había dejado de fijarme en eso. La admiración de Cook me impulsó a verla con nuevos ojos.

—Debería llamar a Iris y Connor —dijo Ellen—. Ellos pueden rellenar los huecos que quizá tenga Mercy.

—No, gracias —repuso Cook, con bastante vehemencia—. Prefiero hablar a solas con la señorita Taylor, si usted está de acuerdo. —Me miró buscando mi conformidad—. Si no estoy equivocado, usted cumplirá veintiún años en breve, y esto es solo una conversación informal. Desde luego, no es sospechosa de haber participado en la agresión a su tía, o tía abuela. —Elegía siempre los términos más benignos: incidente, agresión…

—Creo que la frase es «asesinato a sangre fría». Y no, no me importa contar lo que vi, sin supervisión de los adultos —respondí. Ellen me advirtió con la mirada de que no revelara demasiado. ¿Demasiado de qué? Yo no sabía quién había matado a Ginny. Qué demonios, ni siquiera estaba segura de lo que me había golpeado a mí y apagado la luz—. No te preocupes, tía Ellen. Estaremos bien.

—Al menos déjeme traerle algo de beber, inspector. ¿Té dulce, quizá?

—No, gracias, señora. No creo que les robe mucho tiempo. Comprendo que este es un momento duro para la familia, en especial para la señorita Taylor aquí presente.

—Está bien. Avíseme si cambia de idea —dijo tía Ellen, y cerró silenciosamente la puerta a sus espaldas.

—Ese es su modo de decir que tendrá la oreja pegada a la puerta —bromeé. Y enseguida me di cuenta de que unos cuantos de mis primos podían usar sus poderes para escuchar nuestra conversación. Muchos brujos poseen la habilidad de proyectar su consciencia a un lugar, a veces en la otra parte del mundo, y presenciar lo que sucede allí. Espiar en nuestra biblioteca no supondría ningún esfuerzo. Sospeché que tía Ellen estaría en aquel momento buscando a alguien con esa habilidad.

El inspector Cook sonrió.

—¿Le importa que nos sentemos? Es cierto que no le robaré mucho tiempo, pero he estado entrenando para la próxima maratón y, francamente, mis ya maduras piernas están destrozadas y me duelen los pies.

—No, desde luego que no. —Me senté en el sillón de orejeras tapizado y señalé el sofá situado al lado.

Cook ignoró mi gesto, acercó una otomana a mi sillón y se sentó justo delante de mí. De cerca pude ver la sombra de una barba que reclamaba el territorio perdido tras el afeitado de aquella mañana. Su aspecto, todos sus movimientos, mostraban el tipo de virilidad relajada que tío Oliver encontraba tan atractiva. Cook se inclinó hacia mí y empezó a hablar.

—Me crie aquí en Savannah, a menos de tres kilómetros de esta misma casa. Conozco algo a su familia. De joven incluso salí de vez en cuando con su tío. Sé que ustedes tienen costumbres propias y demás, pero tengo que preguntarlo. —Se echó hacia atrás como si quisiera verme bien—. Entra en casa de su anciana tía, la encuentra muerta a golpes en el suelo, ¿y la primera llamada que hace es a su tía —abrió una libreta pequeña— Iris? ¿No se le ocurrió llamar antes a la policía o quizá a una ambulancia?

—No llamé a una ambulancia porque sabía que estaba muerta.

—Oh, ¿tiene entrenamiento médico? Por lo que he deducido hablando con su familia, es usted estudiante. ¿Un par de clases en la Universidad de Arte y Diseño de Savannah la cualifican para decidir si alguien ya no puede recibir asistencia médica? —Su tono repentinamente agresivo me tomó por sorpresa, algo que sin duda él había calculado.

—No —repliqué, enfadada de pronto—. Lo que me cualificó fue ver la parte superior del cráneo en el otro extremo de la habitación y su cerebro saliendo por el hueco.

Cook se echó aún más hacia atrás, intentando mostrarse más relajado.

—Lo siento. La frase ha salido más dura de lo que era mi intención. Es que estoy muy frustrado con lo que alteraron todos ustedes la escena del crimen.

—Yo no toqué nada —repuse.

—Quizá no con las manos, pero se desmayó encima del cuerpo. Lo desplazó más de treinta centímetros de su posición original y dejó pelo y fibras de su ropa por todo el cadáver.

—Lo siento. No lo sabía —murmuré. Ahora entendía su consternación. No podía creer que nadie me hubiera dicho aquello, pero, por otra parte, habría preferido no saberlo nunca.

—Está bien. Vamos a ser realistas, señorita Taylor. Es cierto que no sospecho que tenga nada que ver con la muerte de su tía abuela. —Echó atrás la cabeza y me miró a los ojos—. De verdad —insistió—. Pero estoy seguro de que sabe que, en la mayoría de los casos, los asesinatos los comete alguien que conoce la víctima. Y muy a menudo es alguien de su familia. —Hizo una pausa—. A mí me parece que el que se cargó a la anciana la odiaba —continuó—. Necesitó tres golpes para abatirla. Era una vieja dura. Pero el último golpe, como usted vio, se llevó la parte de arriba del tejado, por así decirlo. —Se inclinó hacia mí y bajó la voz—. A usted no le caía bien, ¿verdad?

—No. Pero, desde luego, no la odiaba. No, en serio. Ciertamente, no lo bastante para matarla.

—¿Por qué la odiaba? —preguntó él, ignorando por completo mi afirmación de lo contrario.

—¿Qué importa eso? Yo jamás la habría atacado.

—La creo. De verdad —insistió—. Pero si inspiraba odio en usted, es probable que ocurriera lo mismo con otros miembros de la familia. Quizá alguien más la odiaba por las mismas razones que usted. Y quizá, si me cuenta esas razones, me ayude a llevar a su asesino ante la justicia. —Vaciló—. Sé que ustedes los Taylor tienen su propia opinión de cómo deberían ser las cosas, pero usted cree en la justicia, ¿verdad?

—Por supuesto. Ginny no merecía ser asesinada, y menos así.

—Pues dígame por qué la odiaba.

Dejé de resistirme y dije la verdad, lo que llevaba toda mi vida queriendo decir.

—Odiaba a Ginny porque me hacía sentir como si yo fuera un error —repuse—. Como si no tuviera derecho a existir.

—Continúe.

—Mi madre murió al nacer yo. Ya sabe que tengo una hermana melliza, Maisie —le di el nombre para ahorrarle otra mirada a su libretita negra—. Ginny adoraba a Maisie. A mí menos. Pensaba que mi madre podría haber sobrevivido si no hubiéramos sido dos. —Mis ojos se llenaron de lágrimas y sentí una punzada de dolor al pronunciar esas palabras.

—Y ella le hizo creer eso, ¿no es así? —preguntó él. Tendió el brazo y casi me tocó la mano, pero debió de pensárselo mejor, pues retiró la mano con delicadeza.

—Sí, creo que sí. —Y me di cuenta de que era cierto. Lo creía y siempre lo había creído. Me sequé las lágrimas con las manos e intenté recuperar la compostura.

—Pues se equivocaba. Sospecho que Ginny Taylor se equivocaba también en muchas otras cosas —dijo él. Sacó un pañuelo de papel de un paquete que llevaba en el bolsillo de la chaqueta y me lo tendió.

—¿De verdad? ¿Como cuáles?

—Como pensar que era una buena idea dejar las puertas y ventanas abiertas. La puerta estaba abierta cuando llegó, ¿verdad?

De nuevo sentí que me ponía tensa.

—Sí. Tía Ginny nunca cerraba. No necesitaba… —empecé a decir, pero me di cuenta de que, si explicaba cómo pensaba Ginny que podía mantener fuera a los malos, podía destapar otra caja de los truenos. Cook sonrió y dejó pasar mi declaración dubitativa. Hacía años que conocía a mi familia, sí.

—O sea que todos los miembros de su familia sabían que Ginny nunca cerraba las puertas.

—Bueno, sí. Lo sabía todo el mundo. Los de la tintorería, el repartidor de la tienda de comestibles… Todo el mundo, no solo la familia.

—Comprendo. —Cook abrió brevemente su libretita negra y volvió a cerrarla al instante—. Y dígame, señorita Taylor, ¿por qué llamó a su tía en vez de a la policía? ¿Intentaba quizá proteger a alguien? ¿Alguien como su tío Connor, por ejemplo? Es un hombre grande con mucho genio. Es famoso por eso, ¿verdad?

—Tío Connor —dije, casi atragantándome en la palabra «tío»— no tuvo nada que ver con la muerte de Ginny.

—¿Está segura de eso? ¿Puede darle una coartada?

—Lo vi en el desayuno. Estoy segura de que estuvo toda la mañana con Iris. Puede preguntarle si no lo ha hecho ya, pero sé que él no habría hecho eso.

—¿Tampoco por la herencia que recibirá de Ginny?

—No recibirá nada de Ginny. —Me eché a reír—. Ginny no tenía reparos en decir que pensaba que Maisie era la única de nosotros que valía algo. No pasaba ni una cena de Acción de Gracias sin que anunciara que, a su muerte, pensaba dejárselo todo a Maisie. —Me di cuenta de que había metido la pata.

—Gracias por su tiempo, señorita Taylor. —Él se puso en pie con brusquedad y con cierta rigidez—. No hace falta que me acompañe —sonrió y salió de la habitación, dejándome con la sensación de que había caído en su trampa.