18. En la empresa privada

Tras su marcha de la NASA, von Braun pasó a trabajar para la empresa aeronáutica Fairchild Industries, como vicepresidente ejecutivo para Ingeniería y Desarrollo. Había llegado allí invitado por el presidente de la compañía, Edward G. Uhl.

Uhl y von Braun eran amigos desde hacía tiempo. Se conocieron en 1946, cuando Uhl, antiguo ingeniero del ejército e inventor del bazooka, comenzó a aparecer por White Sands para participar en la construcción de bancos de pruebas para las V-2. Durante los años cincuenta, siguieron colaborando en la construcción del misil Pershing, desarrollado por el grupo de von Braun en Huntsville y fabricado por la compañía Glen L. Martin, en la que trabajaba Uhl. En 1961, a sus 43 años, Uhl llegaba a la dirección de la Fairchild Industries, una empresa aeronáutica no involucrada en temas espaciales o de misiles. Pero con su llegada al frente de la compañía, Fairchild se embarcó en el proyecto Pegasus, el desarrollo de una serie de satélites encaminados a analizar el riesgo que suponían los micrometeoritos para futuras misiones espaciales. El proyecto había sido ideado por el grupo de von Braun, y finalmente adjudicado a Fairchild, con lo que la relación entre ambos hombres se mantuvo, estrechándose a nivel tanto industrial como personal en los años siguientes.

Lo que había empezado como una simple relación laboral terminó convirtiéndose en amistad, en buena parte favorecida por las frecuentes escapadas de cacería emprendidas por ambos. Uhl siempre le había dicho a von Braun, medio en broma, medio en serio, que si alguna vez quería abandonar la NASA, tendría un despacho esperándole en Fairchild Industries. Cuando las cosas empezaron a deteriorarse tras su llegada a Washington, Wernher von Braun empezó a considerar el ofrecimiento de su amigo; en 1971, con el progresivo empeoramiento de la situación para nuestro protagonista, Uhl creaba la vicepresidencia ejecutiva para Ingeniería y Desarrollo y le comunicaba a von Braun que tenía el puesto esperándole. Así lo mantuvo hasta que el ingeniero sintió llegado el momento de dar el adiós definitivo a su antiguo trabajo, incorporándose a las oficinas centrales de Fairchild en Germantown, Maryland, el 1 de julio de 1972. Su nuevo trabajo tenía, además, la ventaja de permitirle seguir manteniendo su actual domicilio, al encontrarse situado en las afueras de Washington, a unos cincuenta kilómetros de su casa.

A sus sesenta años, por primera vez en su vida dejaba la Administración pública para pasar a trabajar en la empresa privada. Su nuevo puesto, como alto ejecutivo de una mediana empresa aeronáutica, no tenía el caché social y mediático de sus anteriores cargos en la NASA, ni sus atribuciones tenían en realidad tanto contenido. Pero, sin embargo, su sueldo se había disparado: de los algo menos de cuarenta mil dólares anuales que cobraba en la NASA, a una cifra situada entre los doscientos mil y los doscientos cincuenta mil dólares en Fairchild Industries. Nada mal para 1972. Y, además, con una limusina con chófer a su disposición.

El trabajo oficial de von Braun en Fairchild consistía en la planificación estratégica del futuro de la compañía. Pero, en la práctica, su principal valor para la empresa era como relaciones públicas: todos los clientes querían comer con él y, como relataría el propio Uhl años más tarde, «nos abría las puertas en cualquier lugar del mundo». Su fama era mundial, y «dondequiera que fuésemos, se convertía en el invitado de honor del líder del gobierno». A lo largo de sus viajes sería recibido, entre otros, por el sha de Irán, por la reina Isabel II de Inglaterra, o por el príncipe Juan Carlos, en España. En el primer caso, había sido el propio sha quien le había invitado, con el propósito de exponer a su gobierno y a la comunidad universitaria los beneficios del nuevo Satélite de Tecnología Aplicada (ats) en desarrollo por Fairchild Industries. En nuestro país, por su parte, pudo disfrutar del placer de volver a sentarse a los mandos de un Messerschmitt Bf109, como en ocasiones hiciera en sus tiempos de Peenemünde. En los Estados Unidos, si había que acudir al Congreso para solicitar algún tipo de ayuda, era von Braun el encargado de hacerlo, aprovechando la experiencia y los contactos que incluso entre congresistas y senadores había ido consiguiendo con el paso de los años. Era evidente que la popularidad de su nuevo ejecutivo sería de gran utilidad para los contratos comerciales de Fairchild Industries, aunque teóricamente no fuese ése el campo de actuación de nuestro hombre.

En su nueva empresa, Wernher von Braun era tratado por todos los trabajadores con una amabilidad y admiración rayante en la idolatría. Tras los deprimentes años de desprecios en las oficinas de la NASA en Washington, era un agradable cambio que suplía en parte la inevitable decepción que había supuesto tener que abandonar la actividad espacial.

En cualquier caso, no la abandonó del todo, pues dentro de Fairchild Industries se lanzó con pasión a la defensa del principal proyecto espacial de la compañía, el satélite ats. Se trataba de un satélite de comunicaciones para televisión de gran potencia, lo que facilitaba la recepción con un equipo mínimo, en una época en la que la transmisión vía satélite necesitaba de enormes antenas y amplificadores. Para von Braun, la gran ventaja de esta simplificación del equipo terrestre era el potencial que ofrecía a los países en desarrollo para llevar programas educativos hasta las remotas áreas rurales. Lamentablemente, por lo general los gobiernos de estos países no veían la utilidad de gastar dinero en un satélite para ilustrar al pueblo. Sólo la India, con un naciente programa espacial que ponía todo su énfasis precisamente en los servicios sociales, contrataría con Fairchild la puesta en órbita de un ats en 1974, para llevar la televisión y los programas educativos a su extensa comunidad rural. Incluso en pequeños poblados, donde no llegaba la electricidad, se habilitaron generadores movidos por una bicicleta, en la que los jóvenes pedaleaban por turnos para alimentar el televisor ante el que se congregaba toda la aldea. Desde entonces, India ha desarrollado un extenso programa espacial propio que mantiene como principal objetivo el servicio a su comunidad, sea a través de las comunicaciones, de experiencias de teleeducación y telemedicina, o de satélites de observación terrestre que ayudan a una mejor explotación de los recursos naturales y a la prevención de catástrofes.

Von Braun también trabajó promocionando otros proyectos con un nulo componente espacial. Prácticamente a la vez que se incorporaba a la compañía, ésta ganaba un importante contrato con la Fuerza Aérea para fabricar el primer avión especializado en tareas antitanque, el A-10. Con el objetivo de vender este aparato en el resto del mundo, von Braun viajaría a países como Jordania o Irán, países con gobiernos pro norteamericanos en aquella época. Durante los años que estuvo en la empresa, von Braun viajó por todo el mundo, para diferentes proyectos: Alaska, India, Brasil, Venezuela, Inglaterra, España, Francia, Irán, Jordania… En suma, la principal labor de Wernher von Braun en su nueva empresa era la de actuar como relaciones públicas.

El fin del equipo de Peenemünde

En diciembre de 1972, Wernher von Braun tendría de nuevo un breve contacto con la que había sido su casa durante tantos años, la NASA. Como uno de los principales involucrados en el proyecto, fue invitado a Cabo Kennedy para presenciar el lanzamiento de la última misión lunar tras el recorte impuesto al programa unos años atrás, la Apollo 17.

Entre tanto, las cosas no iban bien en el Marshall desde que su líder se fue a Washington. En unos momentos de recortes presupuestarios para todo el programa espacial, y sin poder contar con el que había sido su ardiente defensor y su guía durante tantos años, los antiguos alemanes que quedaban en Huntsville comenzaron a pensar que sus días estaban contados tras la marcha de su director en 1970. El nombramiento de Eberhard Rees como sucesor al frente del centro, orquestado por von Braun antes de partir, había tenido como uno de sus objetivos precisamente mantener la estabilidad del equipo original frente a posibles intentos de agresión desde otros sectores de la NASA.

109. Tres directores del Marshall, de izquierda a derecha: Rocco Petrone, Eberhard Rees y von Braun, fotografiados durante la fiesta de despedida de Rees.

Pero Rees no se mantendría al frente del Marshall durante mucho tiempo. En un entorno en el que estaba cada vez más claro que todo se derrumbaba a su alrededor, decidió acogerse a la campaña de bajas incentivadas iniciada en la NASA a comienzos de los setenta, retirándose en enero de 1973. Durante su breve estancia al frente del centro, había ayudado a avanzar en el proyecto Skylab y a iniciar nuevos desarrollos de satélites astronómicos, entre los que estaría el futuro telescopio espacial Hubble. Pero en 1972 estaba claro que los recortes presupuestarios y de personal amenazaban a todos los centros de la NASA y, sin conseguir ver una luz en el horizonte, decidiría retirarse cuando aún podía hacerlo desde lo más alto.

El hombre elegido por Rees para sustituirlo fue William R. Lucas, un antiguo miembro del Marshall que ejercía de adjunto de Rees, lo que lo convertía en la elección lógica. Pero en la dirección de la NASA tenían otras ideas: en su lugar, fue nombrado director Rocco Petrone, un coronel retirado que llegó a Huntsville entre amplios rumores de que venía «para cortar cabezas».

Aunque Petrone desmentiría ante la prensa tales rumores, pronto se comprobaría que tenían mucho de ciertos: poco después de tomar posesión del cargo, se le ordenaba desde Washington hacer un recorte de mil empleos directos, y de más de dos mil subcontratados, además de cancelar dos de las tres estaciones Skylab por entonces previstas. Fue lo que los miembros del antiguo equipo de von Braun denominaron «la gran masacre».

Siguiendo las normas establecidas para los empleados de la Administración, los primeros en ser despedidos serían aquellos que no habían prestado servicio en el ejército, los «no veteranos». En esta situación se encontraban todos los antiguos miembros del equipo de Peenemünde, aunque alguno de ellos argumentaría irónicamente si no contaban sus servicios en el ejército alemán durante la guerra. Después de veintiocho años de servicio a los Estados Unidos en la mayor parte de los casos, los antiguos alemanes fueron forzados a retirarse o a aceptar un puesto de mucha menor responsabilidad dentro de la agencia.

Algunos de los hombres pidieron consejo a su antiguo líder, Wernher von Braun. Éste prefirió no hacer ninguna declaración pública oponiéndose a los recortes: no serviría de nada. Conociendo cómo estaba la situación, les recomendó aceptar las cosas como venían, y retirarse de la NASA y vivir una vejez tranquila recordando los grandes éxitos conseguidos durante todos estos años. La mayoría seguiría su consejo.

En 1976, sólo ocho de los 124 alemanes que llegaron con von Braun a los Estados Unidos para trabajar en el programa de cohetes, seguían trabajando en el Centro Marshall en algún oscuro puesto. Tras llevar a cabo su tarea, Petrone había dejado Huntsville en marzo de 1974 para aceptar un puesto de mayor rango en las oficinas centrales en Washington. Apenas había estado en su cargo un año, suficiente para llevar a cabo la labor que le había sido encomendada, y por la que recibiría a la par un ascenso, y el apelativo de Il Duce entre los trabajadores del Marshall. Una vez realizada la criba, en un Centro Marshall recortado y «americanizado», William Lucas asumiría la dirección, como en su día había propuesto Eberhard Rees. Era el fin de la contribución alemana al programa espacial de los Estados Unidos.

Cáncer

En mayo de 1973, el Skylab era finalmente puesto en órbita, convirtiéndose en la primera estación espacial norteamericana, y la única hasta la entrada en servicio de la Estación Espacial Internacional en 1998. Había sido el último proyecto en el que participó directamente el equipo de von Braun durante su permanencia al frente del Marshall, y al mismo tiempo significaría prácticamente el fin del programa espacial tripulado de los Estados Unidos durante algunos años.

Poco después, durante un viaje por Texas en el verano de aquel mismo año, von Braun aprovechaba para hacer una visita a su amigo el doctor James Maxfield en su clínica de Houston, para un chequeo exhaustivo al que le había prácticamente forzado Edward Uhl. De acuerdo con la política de la compañía, todos los ejecutivos debían someterse a exámenes médicos periódicos, y ya que no parecía poder escaparse a esta imposición, al menos decidió hacerlo con alguien que fuera de su confianza. Por otra parte, necesitaba pasar un examen médico para renovar su licencia de piloto, así que mataría dos pájaros de un tiro.

Pero el chequeo descubrió algo inesperado: en una de las radiografías rutinarias que se le efectuaron, se encontró una sospechosa sombra sobre su riñón izquierdo. La mancha indicaba la presencia de un tumor, y los médicos recomendaron que se operase de inmediato.

Von Braun volvió a Washington con las malas noticias, y preocupado por tener que abandonar su trabajo para someterse a la cirugía. Inicialmente, intentó alargar las cosas y acudir al hospital más adelante, frente a las protestas de Uhl y su esposa para que no dejase pasar más tiempo. A pesar de todo, el obstinado von Braun dejaría pasar todo el verano antes de acudir en septiembre al hospital de la universidad Johns Hopkins de Baltimore. Allí le extrajeron el riñón izquierdo completo, al encontrar que la sombra observada en la radiografía correspondía a un tumor maligno. La operación se llevó a cabo con éxito, y los médicos le explicaron que creían haber podido extirpar la totalidad del tumor. No obstante, se le prescribieron sesiones de radioterapia como refuerzo y precaución ante la posible presencia de algún resto canceroso en su organismo. Tras un tiempo de tratamiento, Wernher von Braun volvía a su vida habitual, curado y tan optimista y vital como siempre.

El Instituto Nacional del Espacio

Aunque los líderes de la NASA se habían adaptado forzosamente a la nueva política espacial del gobierno, con las reducciones presupuestarias y los recortes de programas futuros que ello implicaba, esto no quiere decir que estuviesen felices con la situación. Al fin y al cabo, la NASA era un organismo para la exploración aeronáutica y espacial, siendo el segmento espacial el que había representado la mayor parte de su trabajo durante los últimos años. El declive que estaba experimentando en los Estados Unidos la exploración espacial en todos sus frentes, era algo que por fuerza tenía que doler a quienes estaban al frente de la agencia.

Enfrentados a esta situación, el administrador James Fletcher y su adjunto George Low decidieron que sería útil que existiera alguna organización, ajena a la NASA, que luchara a nivel público por la defensa del programa espacial, y que sirviera para devolver a la opinión pública norteamericana el ardor por la conquista del espacio que se había vivido hacía diez años.

Fletcher y Low sabían quién era el hombre ideal para liderar una organización así. Pero también sabían que acudir a él directamente, poco después de su amarga salida de la NASA, no era lo más oportuno. Por ello, decidieron dar un rodeo y contactar con Edward Uhl para encargar a Fairchild Industries un estudio de viabilidad de una organización con esos objetivos. Uhl asignó el trabajo a su vicepresidente de marketing, Thomas Turner, quien tres meses más tarde presentaba una propuesta para una organización sin ánimo de lucro con fines educativos y científicos. Fletcher y Low acogieron favorablemente la propuesta, y el 13 de junio de 1974 se fundaba la Asociación Nacional del Espacio (nsa).

Los dos ejecutivos de la NASA utilizaron sus influencias entre las principales empresas aeronáuticas del país para lograr su apoyo económico, consiguiendo reunir una suma inicial de medio millón de dólares para que arrancara el nuevo organismo. Después acudieron directamente a von Braun, ofreciéndole la presidencia de la asociación. Inicialmente se negó. Probablemente sentía aún resentimiento hacia quienes le habían hecho la vida imposible en sus últimos años en la agencia, especialmente Low. Pero estos insistieron: la NSA le permitiría continuar haciendo lo que siempre había amado, arrastrar al pueblo norteamericano hacia la aventura espacial. Finalmente, nuestro hombre aceptó, convirtiéndose en el primer presidente de la asociación. Como miembros de esta institución aparecería un amplio elenco de personalidades, entre industriales, políticos, gobernadores, senadores, presidentes de la National Geographic Society y de varias universidades, astronautas, actores, escritores y otros personajes variados. James van Allen, Alan Shepard, Jacques Cousteau, Bob Hope, Isaac Asimov o Arthur C. Clarke serían algunos de sus miembros más conocidos a nivel popular.

Al año siguiente de su fundación, la NSA cambió sus siglas a NSI, Instituto Nacional del Espacio, para evitar ser relacionada con la NASA. Aunque había tenido su origen en los deseos de los administradores de la agencia espacial de aumentar el apoyo popular y político hacia sus actividades, no era conveniente que se considerase el nuevo organismo como un grupo de presión subvencionado por la NASA. En 1986 volvería a cambiar su nombre, manteniéndose en la actualidad como Sociedad Nacional del Espacio (NSS). En todos estos años, su efectividad en cuanto a la promoción de la exploración espacial ha sido, cuanto menos, dudosa.

Enfrentándose a la enfermedad

El 15 de julio de 1975, von Braun volvía a Cabo Kennedy para contemplar el último lanzamiento de un Saturn IB y una nave Apollo, en el comienzo de la misión Apollo-Soyuz. Planteada como una muestra del nuevo espíritu de distensión y de un prometedor futuro de cooperación en el espacio entre las dos superpotencias, la misión no fue más que un espejismo, pues no sólo la cooperación no tendría ninguna continuidad, sino que tanto las naves Apollo como los lanzadores Saturn serían definitivamente retirados tras su finalización. Pasarían seis largos años antes de que un astronauta norteamericano volviera a subir el espacio, esta vez a bordo del Space Shuttle.

Ésta fue la última vez que nuestro protagonista visitó las instalaciones del Centro Espacial Kennedy. Tras el lanzamiento, tomó un avión para Stuttgart, en Alemania, con destino a la factoría Daimler Benz, donde aceptaría un cargo como director adjunto en la firma. A sus 63 años de edad, su talento y su valor como relaciones públicas eran aún un gran atractivo para muchas empresas.

Ese verano, Wernher von Braun se fue con su familia de vacaciones a Ontario, Canadá. Estando allí, una mañana encontró en el baño un hilo de sangre, señal de un derrame intestinal. Los síntomas desaparecieron al poco tiempo y, siguiendo su tónica habitual, decidió no darle importancia. Semanas más tarde, estando de viaje de negocios en Alaska acompañado de Ed Uhl, los síntomas retornaron, y esta vez con mayor virulencia. A su vuelta, iría directamente al hospital de la universidad Johns Hopkins, donde dos años atrás le habían extirpado el cáncer de su riñón izquierdo.

Los médicos decidieron operar de inmediato, y al abrir encontraron un tumor en estado muy avanzado en el colon. Los cirujanos extirparon una amplia sección de intestino con la esperanza de cercenar el cáncer en toda su extensión, aunque el pronóstico no era demasiado positivo, dado lo avanzado de la enfermedad.

El cáncer de colon que le había sido descubierto era sin duda el resultado del desarrollo de los pólipos detectados por su médico en Houston cinco años atrás. En aquel momento, se le recomendó pasar por quirófano, pero von Braun no le dio ninguna importancia. Parece increíble esta indiferencia en una persona de su inteligencia, y más teniendo en cuenta los antecedentes familiares: su madre había muerto de cáncer de colon en 1959. Los cinco años perdidos entre aquel primer diagnóstico y el descubrimiento definitivo del cáncer en 1975 pudieron haber sido vitales para el desarrollo final de los acontecimientos.

Von Braun ingresó en el hospital el 6 de agosto, y allí permaneció durante casi dos meses, hasta el 29 de septiembre. No fue una convalecencia fácil, teniendo que soportar un fuerte proceso febril durante el postoperatorio. Cuando fue dado de alta, había perdido casi diez kilos de peso, y se le notaba apreciablemente debilitado.

El mes de octubre lo pasaría descansando en casa, para volver al trabajo de nuevo en noviembre. Los médicos le habían recomendado no esforzarse y reducir su jornada laboral considerablemente. Esta vez procuraría seguir sus recomendaciones con algo más de interés que en ocasiones anteriores, probablemente porque realmente no se sentía con fuerzas para continuar con su agitado estilo de vida habitual. Aunque de cara al exterior mantenía su espíritu animado y vital, su aspecto se había deteriorado sensiblemente, y a menudo tenía recaídas con fiebre, debido a un absceso intestinal infectado. Las hemorragias intestinales también volvían esporádicamente, y Wernher von Braun empezaba a compaginar sus actividades diarias con frecuentes visitas al hospital.

A pesar de su estado, mantuvo una actividad considerable entre finales de 1975 y comienzos de 1976. Seguía en comunicación con William Lucas, el nuevo director del Marshall, a quien pedía que le enviase informes periódicos de la actividad desarrollada en el centro; aunque sin ninguna relación ya con el Marshall ni con la NASA, von Braun no podía llegar a desentenderse de lo que ocurría en lo que había sido su creación, y donde había pasado los mejores años de su vida profesional.

110. En 1975, la salud de von Braun se deterioraría rápidamente, algo que se reflejaría claramente en su aspecto.

También mantendría su actividad como divulgador, escribiendo artículos para revistas en los que seguía intentando avivar el interés popular por la exploración espacial. Algo que complementaba con conferencias o incluso participando activamente en una película educativa rodada a iniciativa de Fairchild para atraer a los jóvenes hacia la ciencia y la actividad espacial.

Incluso mantendría la fuerza de voluntad suficiente, a pesar de su progresivo deterioro físico, para acudir el 12 de marzo de 1976 a una campaña de apoyo en la universidad de Alabama en Huntsville, su antigua ciudad, para que le fueran concedidos fondos para levantar un instituto de investigación solar. Allí dio un breve discurso, frente a multitud de antiguos amigos, compañeros y conciudadanos que pudieron contemplar con tristeza el lamentable estado físico en que se encontraba. «Se movía muy lentamente» comentaría uno de los presentes aquel día. «Estaba muy enfermo… pero estaba allí.»

En mayo tuvo una fuerte recaída. Tuvo que ser ingresado en el hospital de Alexandria, donde recibiría transfusiones y alimentación por vía intravenosa. Esta vez ya no tenía sentido acudir a Baltimore al hospital Johns Hopkins, donde estaban los especialistas en oncología: todos sabían que su cáncer ya no tenía cura posible. Alexandria, al menos, estaba más cerca de su casa.

Desde entonces, su permanencia en el hospital sería prácticamente constante, con breves altas tras las cuales volvía a ingresar con nuevas recaídas. A su lado estaba María de forma casi constante, a la que se unían frecuentes visitas de sus tres hijos y de numerosos amigos: Edward Uhl, Ernst Stühlinger, Eberhard Rees, Neil Armstrong y muchos otros acudirían para hacer compañía a su amigo Wernher.

Entre tanto, no dejaba de escribir, ni siquiera en el hospital: a sus artículos se sumaban ponencias para conferencias, o colaboraciones en libros sobre la historia de la exploración espacial. Algo que muchas veces tenía que hacer a escondidas, para no ser reprendido por su mujer o por la enfermera. No podía estar parado, a pesar de que su salud se deterioraba rápidamente. Pero tampoco perdía el sentido del humor: un día, durante una visita de su amigo y todavía jefe Ed Uhl le comentaría que «he recibido tantas transfusiones, que ahora sí que puedo decir que soy un americano de pura sangre». Según sus propias estimaciones, más de cuatrocientas unidades de sangre le fueron administradas durante este periodo.

Así pasaría el año 1976, entre hospitales, escritos y visitas de sus amigos, quienes observaban con aflicción cómo al siempre vital von Braun se le escapaban las fuerzas poco a poco. En esta situación, von Braun comprendió que no tenía sentido seguir formando parte de la plantilla de Fairchild Industries, y solicitó la baja voluntaria con fecha 31 de diciembre de 1976. Sabía que ya no le quedaba mucho tiempo de vida.

En enero del siguiente año, el presidente Gerald Ford le concedió la Medalla Nacional de la Ciencia. Se trataba del mayor honor que el gobierno de los Estados Unidos podía dar a un científico, pero la condición física de nuestro protagonista le impediría acudir personalmente a la Casa Blanca para recibirla. Sus doctores ni siquiera autorizaron que el personal de la Casa Blanca le visitara con motivo de este acontecimiento, de modo que el presidente delegó en Uhl la ceremonia, entregándole la medalla para que se la llevara de forma completamente privada al ingeniero. Incluso así, pasarían varias semanas antes de que los médicos le permitieran realizar la visita. Cuando llegó el momento, María lo llamó aparte antes de entrar a la habitación, para prepararle frente a lo que se iba a encontrar. Aun así, Uhl difícilmente pudo controlar la emoción cuando se encontró cara a cara frente a su amigo: «Parecía un esqueleto, con nada más que la piel cubriendo sus huesos». Ed Uhl le hizo entrega de la medalla, y Wernher se emocionó; volviéndose a María, le dijo: «¿Verdad que éste es un gran país? Vine aquí con todo lo que tenía metido en una caja de cartón, en una situación intermedia entre antiguo enemigo y futuro ciudadano, y me dieron todas las oportunidades de la ciudadanía. Este país me ha tratado tan bien… Y ahora el presidente me concede este alto honor…» Pese a las eternas desconfianzas y los sinsabores de los últimos años, Wernher von Braun se sentía profundamente agradecido hacia el país que le había acogido y le había permitido llevar a cabo el sueño de toda una vida.

Su estado continuó empeorando a lo largo de 1977. Ya prácticamente no podía levantarse de la cama, su cuerpo estaba tremendamente limitado, e incluso tuvo que abandonar el único escape que le quedaba, la lectura y la escritura, rendido a la debilidad que le acosaba. Finalmente, en la mañana del día 16 de junio de 1977, su corazón dejó de latir. Esa misma tarde, antes de que la noticia de su muerte se filtrara a la prensa, fue enterrado en la intimidad en el cementerio Ivy Hill, un pequeño camposanto adosado a una iglesia en Alexandria. Sólo estuvieron presentes su familia y los amigos más íntimos. Tras dos largos años de agonía, Wernher von Braun había sucumbido finalmente al cáncer a los 65 años.

111. Lápida de Wernher von Braun en el cementerio de Ivy Hill. Salmos 19.1: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos."