2. Trabajando para el ejército
Para la familia de von Braun, y en particular para su padre, el barón Magnus von Braun, el cambio de régimen tuvo efectos importantes. Tras la toma del gobierno por los nazis, el barón dejaría su puesto como ministro de Agricultura, abandonando en lo sucesivo cualquier actividad relacionada con la nueva Administración. No queriendo tener nada que ver con el nuevo rumbo que tomaba la política alemana, el barón y su esposa abandonaron Berlín y se retiraron a sus posesiones en Silesia. Allí, en el condado de Lowenberg, ambos vivirían de sus rentas lejos de la vida pública.
Wernher, por su parte, se dedicaba entusiasmado a su nuevo trabajo sin prestar demasiada atención a los conflictos políticos. En un principio, tampoco se notaron realmente diferencias en un ejército alemán tradicionalmente poco politizado. En cuanto a los miembros de la antigua vír, había ejemplos de todo tipo, desde personajes como Rudolf Nebel, que rápidamente abrazaría la filosofía nazi y se afilió al partido, hasta extremos contrarios como el de Willy Ley, visceralmente antihitleriano. Von Braun, por su parte, no parecía mostrar interés por la política, no abrazando el partido nazi ni apareciendo como un claro opositor a los nuevos dirigentes. De acuerdo a las fuentes disponibles de la época (aunque hay que reconocer que pudieran no ser del todo objetivas, pues en su mayor parte se trata de memorias escritas por amigos del ingeniero), a Wernher únicamente parecían importarle sus cohetes.
Los que el equipo empezó a desarrollar tras el inicio de su colaboración con el ejército se denominaban todos con la letra a, del alemán Aggregat (agregado). Se quería resaltar así el hecho de que aquellos ingenios eran el compendio de todo el conocimiento existente por entonces en Alemania sobre el tema. El primero de todos había sido el A-1, que se empezó a desarrollar a mediados de 1933. Se trataba de un cohete de metro y medio de largo por treinta centímetros de diámetro y ciento cincuenta kilos de peso, con aspecto de obús con aletas, y cuyo motor desarrollaba un empuje de unos 375 kilos. Su estabilidad en vuelo se conseguía artificialmente, situando un pesado giróscopo de cuarenta y dos kilos en la punta, cuya rápida rotación otorgaba al cohete una considerable inercia para mantener su orientación en el espacio.
El primer A-1 fue ensayado a finales de 1933, y resultó un fracaso, explotando apenas después de encenderse el motor. Pero en vez de construir un nuevo prototipo, von Braun y Dornberger acordaron mejorarlo en un nuevo modelo, el A-2. Básicamente era el mismo A-1, en el que el principal cambio venía dado por el cambio de posición del volante de inercia giroscópico, de la punta del cohete a su parte central: cálculos más refinados habían probado que la posición en la ojiva lo hacía inestable.
Mientras se trabajaba en el A-2, von Braun completaba su tesis doctoral, Contribuciones constructivas, teóricas y experimentales al problema del cohete de propulsante líquido, que fue aceptada el 27 de julio de 1934. No obstante, el trabajo sería inmediatamente etiquetado como «secreto» por exigencias militares, y su único título público sería Sobre ensayos de combustión. Con tan sólo veintidós años, cuando los demás estudiantes estaban terminando sus licenciaturas, von Braun ya era ingeniero y había terminado un doctorado en Ciencias Físicas, convirtiéndose de ahora en adelante en el doctor Wernher von Braun, como sería tratado tanto en Alemania como luego en los Estados Unidos. Aunque lo cierto es que este proceso de doctorado tuvo sus controversias: dada la naturaleza secreta de las investigaciones, su tesis no fue estudiada por la comisión de doctores habitual, sino simplemente aprobada a ciegas por el rector de la universidad de Berlín a instancias del coronel Becker, también profesor en dicha universidad.
El año de 1934 había sido un gran año para el grupo de investigadores en general, y para von Braun en particular, y no terminaría sin un último logro: en diciembre se probaban con éxito dos cohetes A-2, apodados Max y Moritz como los protagonistas de unos dibujos animados populares en Alemania; el lanzamiento, realizado desde la isla de Borkum, en el mar del Norte, alcanzaría los 2500 metros de altitud. Este éxito daría un nuevo ímpetu al programa, al convencer a los responsables militares de que el cohete realmente podría tener un buen futuro como arma.
Pero la investigación no se detenía, y mientras se estaba trabajando en los primeros prototipos del A-2, ya estaba sobre la mesa de diseño el nuevo A-3. Este nuevo ingenio supondría un importante salto cualitativo frente a los anteriores desarrollos, al prever un gigantesco cohete de siete metros de largo y setenta centímetros de diámetro; su masa al despegue llegaría a los 740 kilos, y sería impulsado por un potente motor capaz de desarrollar un empuje de hasta 1500 kilos. Todo un gigante para la época, pero no era su tamaño y potencia lo que le hacía más especial: por primera vez, este cohete incluiría un sistema de guiado capaz de llevarle hasta un destino prefijado. Hasta entonces, todos los cohetes anteriores habían contado con algún tipo de estabilización natural o forzada, pero nunca habían sido guiados.
Los progresos del grupo de ingenieros pronto llamaron la atención de la Luftwaffe, la recién nacida fuerza aérea alemana. Sus altos mandos vieron en los nuevos cohetes una posible planta motriz revolucionaria para nuevos aviones de altas prestaciones, por lo que ofrecieron al grupo de von Braun la nada despreciable cifra de cinco millones de marcos para desarrollar un motor cohete para un nuevo avión. El ejército, por su parte, ante el temor de perder a su equipo de expertos a favor de la Luftwaffe, ofreció también la suma de seis millones de marcos para continuar los desarrollos en marcha. En realidad, la reacción del ejército fue bastante airada, según relataría Dornberger años más tarde: al parecer, el general Becker se habría sentido indignado por la oferta realizada por la fuerza aérea:
—¡Estos advenedizos de la Luftwaffe! —exclamó el general—. ¡Si antes nos presentamos con un desarrollo prometedor, antes tratan de llevarse un pellizco! ¡Pero ya se darán cuenta de que no son más que los comparsas en el negocio de los cohetes!
—¿Quiere usted decir que se propone invertir más de cinco millones en cohetería? —preguntaría un incrédulo coronel von Horstig.
—¡Exactamente! ¡Pretendo poner seis millones encima de los cinco de von Richtofen!
De esta forma, y gracias en buena medida a la rivalidad entre cuerpos, el equipo de Dornberger y von Braun continuaría trabajando en sus proyectos en marcha conjuntamente con los nuevos desarrollos para la fuerza aérea, y compartiendo con estos las nuevas instalaciones que sería preciso construir.
Peenemünde
La necesidad de un nuevo emplazamiento para los ensayos se había hecho evidente para Walter Dornberger y von Braun en los últimos meses: Kummersdorf se les había quedado pequeño. No sólo el equipo había crecido hasta las ochenta personas, entre técnicos y trabajadores, requiriendo un mayor número de talleres, laboratorios y bancos de pruebas, sino que el propio terreno era limitado: los alcances conseguidos con los nuevos y futuros cohetes comenzaban a amenazar con exceder los márgenes del recinto militar, haciendo inviable realizar pruebas con cohetes de mayor potencia por razones de seguridad. Por otra parte, la colaboración con la Luftwaffe requería de una pista de aterrizaje para probar los nuevos aviones propulsados por cohetes. Dado que ampliar las instalaciones de Kummersdorf resultaba inviable, habría que buscar una nueva localización.
Comenzaba 1935, y con apenas 23 años, von Braun se encontraba dirigiendo un equipo de expertos compuesto por civiles y militares, con un presupuesto de once millones de marcos a su disposición, y con la perspectiva de unas nuevas instalaciones construidas expresamente para él y su equipo (sufragadas con parte del presupuesto antes mencionado). Era como un sueño, tras las penurias sufridas en tiempos de la VfR, y la confirmación de que habían elegido el camino correcto pactando con los militares.
Pero el ejército tenía unos objetivos tremendamente claros, y no eran precisamente que von Braun y su equipo siguieran realizando investigación sobre cohetes cada vez más perfeccionados de forma indefinida. Un día de 1935, Dornberger, quien compartía con von Braun el espíritu técnico-científico y empezaba a dejarse contagiar por el sueño espacial, le dijo a éste en confianza: «El ejército espera que fabriquemos un arma capaz de enviar una gran cabeza de guerra a una distancia mucho mayor que la artillería. No podemos esperar mantenernos en este trabajo si sólo lanzamos cohetes experimentales».
Por aquel entonces, el equipo de von Braun había crecido considerablemente, hasta alrededor de una veintena de personas, habiéndose incorporado antiguos aficionados a los cohetes no pertenecientes a la VfR. Ese era el caso, por ejemplo, de Arthur Rudolph y Walter Riedel (a quien no hay que confundir con Klaus Riedel, que había sido uno de los miembros de la VfR que no quiso participar en el acuerdo con los militares). Ambos habían pertenecido a otra sociedad de amigos de los cohetes ajena a la VfR, y se incorporaron al equipo en diferentes momentos: Riedel se unió prácticamente desde el comienzo de la colaboración con los militares, mientras que Rudolph fue contratado en paralelo para realizar sus propias investigaciones independientes, uniéndose al grupo principal de von Braun en 1935. Ambos poseían una buena capacitación técnica, y alcanzarían puestos de relevancia.
Mientras empezaban los trabajos sobre el nuevo A-3 y a la vez se gestaban las primeras ideas sobre el futuro A-4, Dornberger y von Braun comenzaron a trabajar en la búsqueda del emplazamiento idóneo para las que debían ser sus nuevas instalaciones de desarrollo y lanzamiento, a compartir con los proyectos de la Luftwaffe. Buscaban una ubicación costera, por motivos de seguridad frente a los lanzamientos; llana, para poder construir la pista de aviación; con una larga franja deshabitada, para poder efectuar los tiros de forma paralela a la costa y así poder seguir visualmente al cohete durante toda su trayectoria; y preferiblemente situada en un lugar remoto, por razones de seguridad y discreción. Curiosamente, la idea sobre el lugar idóneo partiría de la madre de von Braun, la baronesa Emmy von Quistorp.
Fue en las navidades de 1935, mientras Wernher estaba de visita en casa de sus padres en Silesia. Comentando el desarrollo de sus trabajos, expuso a sus progenitores sus problemas sobre la ubicación apropiada para la nueva base, en algún lugar de la costa alemana. Fue entonces cuando su madre le propuso: «¿Por qué no miras en Peenemünde? Tu abuelo solía ir allí a cazar patos». Fue dicho y hecho: tras una visita al lugar, von Braun concluyó que aquello era, en sus propias palabras, «amor a primera vista.
8. Wernher von Braun y el físico Bahr, navegando por el Báltico a las afueras de Peenemünde, hacia 1942.
9. Wernher von Braun, fotografiado durante su servicio militar en la Luftwaffe.
Excelente para navegar». Y es que la navegación y el submarinismo, junto con el pilotaje de aviones, sería otra de las pasiones de su vida.
Esta última afición, el vuelo, había prendido bastante temprano en él. Mientras aún estudiaba, tomó clases de planeador, logrando la licencia para veleros con tan sólo 19 años. Pero no se conformaría con eso, y el título de piloto privado lo conseguiría con 21. Más adelante, cuando llegó el momento de su servicio militar, decidió realizarlo en la fuerza aérea. Fueron dos años que pasó como cadete de la Luftwaffe, repartidos en dos temporadas de un año, con frecuentes pausas para atender sus obligaciones en Kummersdorf, entre 1936 y 1938. Durante ese tiempo, von Braun se convirtió en un cualificado piloto de aviones militares, y ello, junto a su especialización en ingeniería aeronáutica, también le sirvió como experiencia práctica de cara a los trabajos a realizar para la Luftwaffe en Peenemünde.
En 1937, Peenemünde, en la costa del Báltico, se convertía en la nueva base de desarrollo y lanzamiento de cohetes militares alemanes. Su ubicación, lejos de cualquier zona habitada, era de lo más apropiada tanto por seguridad como para mantener el secreto de lo que allí se llevaba a cabo. Además, la vegetación boscosa de la zona ayudaría a mantener ocultas las instalaciones. Los terrenos habían sido adquiridos en secreto por el gobierno, dando comienzo rápidamente la construcción de las infraestructuras necesarias. En dos años se había preparado la base, dividida en dos zonas diferenciadas, Peenemünde-Este, controlada por el ejército, y Peenemünde-Oeste, bajo el control de la fuerza aérea. No obstante, ambas secciones serían administradas conjuntamente por el ejército, bajo la designación hvp, siglas en alemán de Estación Experimental del Ejército Peenemünde. Von Braun sería el director técnico de la hvp.
Mientras avanzaba la construcción de las nuevas instalaciones, los trabajos en Kummersdorf continuaban. El nuevo A-3 estaba siendo desarrollado con el objetivo de levantar una carga útil de cincuenta kilos hasta una altura de unos 25 000 metros. Se trataba ya de un cohete de aplicaciones y no puramente experimental, capaz de transportar carga (en previsión de una futura cabeza explosiva), y el primer paso para el que debía ser el primer cohete de guerra realmente operativo, el A-4. Éste debería ya responder a las expectativas que el ejército tenía puestas sobre el grupo de ingenieros, y sus prestaciones representarían un salto espectacular.
Dornberger, como responsable militar del proyecto, había sido el encargado de definir sus especificaciones: el A-4 sería un arma capaz de enviar una tonelada de explosivos a una distancia de 250 kilómetros. Y eso no era lo único importante: para que fuese realmente efectiva, debía alcanzar su objetivo con precisión. Ésta se definió en un radio de ochocientos metros alrededor del punto elegido, es decir, unas veinte veces más preciso que la artillería clásica. Otros requisitos adicionales eran que el artefacto debería ser transportable por medios convencionales, por carretera o ferrocarril, y debía pasar a través de los túneles que atravesaran estos.
10. Preparación de un A-3 en Kummersdorf.
Fueron von Braun y Walter Riedel los que esbozaron el primer diseño de este revolucionario cohete. En sus primeros bocetos, el aparato mediría unos catorce metros de largo con un diámetro de casi dos, contaría con grandes aletas en su base y la masa de propulsante se elevaría hasta las doce toneladas. Si ya el A-3 había parecido en su día un ambicioso gigante, el A-4 iba a ser un auténtico mastodonte.
En mayo de 1937 las instalaciones básicas de la nueva base de Peenemünde estaban finalizadas, y todo el equipo se trasladó allí desde Kummersdorf. No habían pasado cinco años desde que los más veteranos del grupo abandonasen el antiguo almacén de munición a las afueras de Berlín, y ahora contaban con unas completas instalaciones levantadas expresamente para ellos. Porque Peenemünde no era sólo una base de lanzamiento: se trataba de un centro autosuficiente, con viviendas para los trabajadores, oficinas, laboratorios, fábricas, plantas de energía, servicio de bomberos, almacenes… Con 25 años, von Braun sería el director técnico de todo este complejo que llegaría a alojar a diez mil trabajadores. Y Walter Dornberger, ascendido a coronel coincidiendo con el traslado, con 41 años y recientemente nombrado doctor honoris causa en ingeniería mecánica por la Universidad de Berlín, su oficial al mando.
Un joven al mando
Abundan las anécdotas relacionadas con la juventud de Wernher von Braun, y más aún, su aspecto aniñado, cuando se hizo cargo del complejo militar de Peenemünde.
Por ejemplo, era frecuente que, en sus paseos por el complejo y las oficinas, muchos empleados le confundieran con un trabajador más, sin saber que estaban hablando en realidad con el director técnico y jefe de todos ellos. En otras ocasiones, tenía incluso problemas para poder tomarse una copa en algún bar cuando salían por los pueblos de los alrededores para relajarse del trabajo. Rudolf Hermann, un experto en aerodinámica que se unió al equipo en 1937, recuerda uno de aquellos incidentes: «Una tarde, la camarera del bar le preguntó a von Braun: "¿Tiene usted 21 años? Es la ley, ¿puedo ver su carnet de identidad?" Incluso con el carnet delante, no podía creerse que von Braun ya tenía 25 años. Parecía tener 18, con su pelo rubio, sus mejillas sonrosadas y esa sonrisa aniñada».
Su aspecto y sus refinados modales, unidos a algo que lo destacaría durante toda su vida, su don de gentes, causaban furor entre las chicas. Una de sus secretarias en aquella época, Dorette Kersten, lo recuerda: «Todas las chicas se sentían atraídas por él. Era joven. A las chicas se les aparecía como un dios griego, por su forma de caminar, la forma de comportarse. Era un genio, y a la vez era simpático, llano y accesible.» También recuerda cómo, tras largas jornadas de trabajo, no dudaba en acompañarla en una relajante caminata por el bosque o a dar un paseo en barco; aunque la ex secretaria aclara que lo hacía como algo natural entre compañeros, no para intentar seducirla, y que este comportamiento lo tenía también con sus demás colaboradores, no sólo con las mujeres. Todo ello le hacía aparecer como un personaje encantador. Aunque sus biógrafos no comentan si tuvo frecuentes aventuras amorosas o no a lo largo de su vida, lo cierto es que parece ser que no les faltaron las oportunidades.
11. Wernher von Braun, en su despacho de Peenemünde.
Y a pesar de todo ello, de su aspecto aniñado y su accesibilidad, ya en aquellos años de su juventud sabía ser un gran líder, capaz de arrastrar a las personas a seguir sus indicaciones con gusto, haciéndoles sentir importantes. Kersten recuerda otra anécdota al respecto, cuando en una ocasión en que la planificación apremiaba para terminar un cierto trabajo, lo acompañó por los talleres cuando acudió a pedir a los trabajadores que se quedasen a trabajar por la noche (algo que al parecer él mismo hacía con cierta frecuencia): «Sus ojos brillaban cuando se acercaba y hablaba personalmente con ellos. Los tocaba en el hombro, les hacía sentirse importantes. Todos se quedaron y trabajaron durante toda la noche».
El A-4
Habían sido necesarios tres largos años de trabajo sobre el A-3, desde que los dos A-2 fuesen lanzados con éxito en Kummersdorf, para que el primer prototipo del nuevo cohete estuviese listo para su lanzamiento. Su desarrollo había llevado mucho más tiempo y dificultades de las inicialmente previstas, pero finalmente, el 4 de diciembre de 1937 todo parecía dispuesto para el primer vuelo. El ensayo fue un completo desastre: el cohete se elevó, y en breve comenzó a inclinarse sobre sí mismo hasta ponerse horizontal, dirigiéndose mar adentro; luego, se desplegó el paracaídas preparado para hacerlo descender suavemente una vez que hubiese completado su ascenso, lo que provocó que el cohete comenzase a dar tumbos sin control, cayendo finalmente al mar.
Dornberger y von Braun pasaron varios días estudiando las posibles causas del fracaso, llegando a la conclusión de que el problema había sido originado por el sistema de despliegue del paracaídas. Así que decidieron probar un segundo A-3 al que se le había desmontado dicho sistema, con el mismo resultado. Un tercer intento se comportó algo mejor, alcanzando una altura de unos mil metros, para quedar también a continuación fuera de control.
12. Con sus catorce metros de alto y dos metros de diámetro, el A-4 sería un enorme cohete capaz de transportar una carga bélica de una tonelada hasta una distancia de 250 kilómetros.
Tres fracasos sucesivos demostraban que había algún fallo de fondo en el diseño, y las sospechas recayeron sobre el sistema de guiado, desarrollado por expertos de la Marina. La solución sería sustituirlo por un nuevo equipo, dando lugar al A-5, prácticamente idéntico al A-3 pero con diferente sistema de guiado (la designación A-4 ya había sido tomada tiempo atrás para el cohete definitivo, el que debía proporcionar al ejército el arma que estaban demandando). De paso, el A-5 se utilizaría también como prototipo para ensayar algunos de los nuevos desarrollos en marcha para el futuro A-4.
Entre tanto, aires de guerra empezaban a soplar por Europa, alentados por el expansionismo de Hitler. En marzo de 1938, tropas alemanas cruzan la frontera con Austria, que queda así anexada al Reich. En octubre del mismo año, se invade la región checa de los sudetes, de mayoría étnica germana. En España, tropas alemanas combaten del lado franquista ensayando nuevas técnicas y tácticas que les serán útiles en el futuro. Y en marzo de 1939, la totalidad de Checoslovaquia es también anexionada al Reich. Las potencias europeas, pretendiendo evitar la guerra, no reaccionan.
En Alemania, con el paso del tiempo la Luftwaffe había decidido abandonar su colaboración con el ejército en el campo de los cohetes, al comprobar que resultaba excesivamente oneroso para los resultados conseguidos. A comienzos de 1939, la fuerza aérea se quedaba a cargo del aeródromo de la base, cediendo al ejército todas sus instalaciones de desarrollo de cohetes. En lo sucesivo, la Luftwaffe dedicaría la mayor parte de sus esfuerzos en Peenemünde al desarrollo de la bomba volante V-1, impulsada por pulsorreactor.
El 23 de marzo de 1939, el mismo día que Wernher von Braun cumplía 27 años, el Führer decidía acudir personalmente a contemplar los avances realizados por el grupo de investigadores. Había sido persuadido para ello por parte de altos oficiales del ejército, que buscaban así el apoyo personal de Hitler a sus proyectos. En un ambiente militarista y de preparación para la guerra como el que se vivía en Alemania en aquellos días, parecía que era el momento ideal para presentar al máximo dirigente alemán el arma definitiva.
La visita se organizó en Kummersdorf, y no en Peenemünde, por razones de proximidad a Berlín. Allí Dornberger, actuando como anfitrión, acompañaría a Hitler en una visita de las instalaciones, incluyendo ensayos de encendido estático de diversos motores, y presentaciones de secciones de cohetes A-3 y A-5. Von Braun, por su parte, realizaría una exposición técnica del funcionamiento de estos aparatos, mientras un A-5 desprovisto de carcasa exterior y mostrando todos sus componentes internos, era hecho funcionar en otro ensayo estático; con todo ello se buscaba la máxima espectacularidad en un intento de impresionar al Führer, mientras se le explicaban las magníficas prestaciones bélicas del futuro A-4, por entonces en desarrollo.
El líder nazi asistió a todas estas presentaciones con expresión impasible, y sin pronunciar ni una sola palabra, dejando a sus anfitriones un tanto decepcionados por su falta de entusiasmo, rayante en el desinterés. Aunque es posible que a Hitler no le faltasen razones para su frialdad hacia los trabajos del equipo: en los cinco últimos años, desde que se lanzasen los A-2 en 1934, se habían gastado decenas de millones de marcos sin proporcionar ningún resultado tangible. Si Hitler buscaba hechos, todo lo que le ofrecieron fueron buenas palabras.
Seis meses más tarde, el 1 de septiembre de 1939, Alemania iniciaba la invasión de Polonia. Frente a las anteriores anexiones de Austria y Checoslovaquia, en las que no se había ofrecido resistencia, ahora finalmente estallaba la guerra. Como consecuencia de la invasión, Francia e Inglaterra declaraban la guerra a Alemania. La segunda guerra mundial había comenzado.
Parece que la apertura de las hostilidades debería haber supuesto un mayor empuje del gobierno hacia las actividades de investigación llevadas a cabo en Peenemünde, pero lo que sucedió fue todo lo contrario: tras la fulminante invasión de Polonia y posteriormente la rápida ocupación de Holanda, Bélgica y Francia, Hitler llegó a la conclusión de que no necesitaba invertir enormes sumas de dinero en nuevas armas extraordinarias; con sus aviones, tanques y artillería convencionales parecía bastarle para terminar con la guerra en pocos meses.
Por todo ello, de poco sirvió que en octubre de 1939 el equipo de Peenemünde lanzase con éxito tres cohetes A-5 consecutivos. Ya poco parecía importar que todo estuviese a punto para el definitivo A-4: en febrero de 1940, Hitler ordenó parar todos aquellos proyectos de armas que no estuvieran listas para entrar en producción en el plazo de un año. Por optimista que se fuese, en base a la experiencia previa no parecía que un año fuese plazo suficiente para poner a punto el nuevo misil. El A-4 estaba condenado.
Sin embargo, el ejército no estaba dispuesto a rendirse después de todo el dinero, tiempo y esfuerzo invertidos, ahora que estaban aparentemente tan cerca de su meta. Por ello, mantuvieron el proyecto en marcha, sin apoyo gubernamental, a costa de derivar fondos de otros proyectos, y manteniendo a cuatro mil trabajadores cualificados tras la fachada de «servicios en primera línea». El propio mariscal von Brauchitsch, comandante supremo de la okh (Ejército de Tierra alemán) de 1938 a 1941, apoyaba la continuación de los trabajos, punto de vista también compartido por el propio ministro de Armamento y Producción de Guerra del Reich, Albert Speer.
El proceso había sido realmente digno de un timador profesional: von Brauchitsch había autorizado la formación de un batallón de tropas en Peenemünde, técnicamente una unidad de combate asignada temporalmente al frente doméstico. Pero su composición era realmente extraña: se trataba de más de mil hombres procedentes de unidades desmanteladas o recién salidos del hospital por heridas de guerra, todos ellos con formación técnica o científica. A su llegada a Peenemünde, estos hombres quedaban desconcertados al encontrarse, primero, con una entrevista donde unos civiles les preguntaban por su formación y experiencia en la vida civil, para después asignarles a trabajos en laboratorios o talleres, en una total ausencia de disciplina militar, y dependiendo de personal civil o de militares sin uniforme y a veces de rango inferior al suyo. Todo era una tapadera para asignar a los técnicos existentes en el ejército a las instalaciones de Peenemünde. Hombres como Ernst Stühlinger acabarían así, sin habérselo imaginado, trabajando para von Braun.
La situación era complicada: la orden de Hitler de suspender los proyectos que no pudieran ver la luz en el plazo de un año amenazaba seriamente la continuidad de los trabajos, aunque el apoyo interno de los altos cargos del ejército permitiera mantenerlo en marcha de forma solapada. Una vez roto el optimismo que les había provocado el éxito de los A-5 combinado con las buenas perspectivas que la guerra parecía deparar a su trabajo, el equipo de von Braun y Dornberger siguieron trabajando en su proyecto durante los dos años siguientes con la incertidumbre propia de esta falta de apoyo gubernamental. Durante ese tiempo, el profesor Hermann Oberth se había incorporado al equipo.
Oberth había vuelto a Alemania a finales de los años treinta, estableciéndose en la ciudad de Felixdorf. Allí fue a visitarle Wernher von Braun en la primavera de 1940, ofreciéndole unirse al equipo de técnicos e investigadores de Peenemünde, en calidad de consultor. En realidad, no era mucho ya lo que Oberth podía realmente aportar al equipo. Además de la experiencia ganada por sus miembros más veteranos, Peenemünde se había convertido también en todo un centro tecnológico en el que algunos de los principales científicos y profesores de universidad alemanes trabajaban con becas de investigación en aspectos específicos del proyecto. Von Braun le ofreció a Oberth una forma de colaboración similar, como consultor externo. Pero en realidad parece que se trató más bien de un gesto de amistad, de reconocimiento y agradecimiento, lo que impulsó al joven a actuar así hacia su antiguo mentor y profesor. En cualquier caso, Oberth accedió.
Pasaron más de dos años y medio desde el lanzamiento con éxito de los A-5 para que el equipo de von Braun y Dornberger tuviera a punto el primer prototipo de A-4 listo para ser ensayado. Los problemas habían sido numerosos y de muy diferente naturaleza, algo lógico teniendo en cuenta la gran complejidad de la máquina en desarrollo, sus numerosos sistemas internos (de propulsión, de alimentación, de guiado…) y, sobre todo, la novedad de su diseño. El A-4 iba a ser el primer misil balístico de la historia, y crearlo no fue tarea fácil.
13. Un A-4 dispuesto para el lanzamiento en Peenemünde.
Pero finalmente, superados todos los problemas, el 13 de junio de 1942 el primer A-4 elevaba majestuosamente sus catorce metros de longitud sobre la pequeña plataforma de lanzamiento en Peenemünde. Era un gran momento para el inmenso equipo de personas que habían trabajado durante los últimos años en su desarrollo. Pero todo acabó en decepción: el enorme cohete se elevó de forma tambaleante hasta unos mil metros de altitud, y luego cayó a la tierra. Un segundo intento se repetiría dos meses después: el 16 de agosto, el segundo A-4 despegaba comenzando un majestuoso ascenso que duró cuatro segundos, hasta que su sistema de guiado se bloqueó. Luego siguió ascendiendo de forma errática a medida que aumentaba su velocidad hasta sobrepasar la barrera del sonido; finalmente, cuarenta y cinco segundos después del despegue y a 10 500 metros de altitud, explotaba repentinamente en una gran bola de fuego.
Mes y medio más tarde, el 3 de octubre, tenía lugar el tercer intento. La tensión se palpaba en el ambiente: habían pasado tres años desde el último lanzamiento con éxito, y millones de marcos habían sido invertidos para crear un arma de guerra que hasta ahora se negaba a funcionar. La sombra de un tremendo fracaso se cernía sobre los militares y técnicos de Peenemünde que desde su puesto de observación a algo más de un kilómetro del cohete listo para el lanzamiento, ponían sus esperanzas en este nuevo intento.
Llegado el momento, el A-4 inició su ascenso en vertical. A los 4,5 segundos, comenzó a inclinarse lentamente hacia el este, como estaba previsto, hasta alcanzar una inclinación próxima a los 45.º, la que debía proporcionarle el máximo alcance. Los observadores contenían la respiración mientras seguían con su vista la máquina que se hacía cada vez más pequeña en el cielo. A los 22 segundos del lanzamiento, cruzaba la barrera del sonido, superando así la zona transónica en la que los esfuerzos y vibraciones sobre la estructura son más críticos, mientras seguía acelerándose en su ascenso. A los 58 segundos, un comando enviado desde el control de tierra paró sus motores, dando comienzo una trayectoria balística a una velocidad inicial de unos 5600 kilómetros por hora; una celeridad impresionante en una época en la que los aviones más veloces apenas superaban los 700 km/h. Cinco minutos después de despegar, el A-4 alcanzaba su objetivo, impactando sobre el mar a 190 kilómetros de su punto de lanzamiento, y marcando la zona para seguimiento con un colorante verde.
El júbilo se apoderó de los técnicos y militares que siguieron el ensayo, que veían cómo finalmente sus años de esfuerzos y dedicación con incontables noches sin dormir, habían dado fruto. Esa noche, una gran fiesta tuvo lugar en Peenemünde para celebrar el éxito. En ella, Dornberger, que ya hacía tiempo había sido seducido por los sueños espaciales de von Braun y su equipo de visionarios, pronunciaría un famoso discurso: «¿Os dais cuenta de lo que hemos conseguido hoy? ¡Hoy ha nacido la nave espacial!… Hemos invadido el espacio con nuestro cohete, y por vez primera… hemos usado el espacio como un puente entre dos puntos terrestres. A la tierra, el mar y el aire debemos añadirle ahora el vacío infinito como un área para el futuro tráfico intercontinental». Pero Dornberger tenía los pies en la tierra, y sabía cuál era su misión más inmediata: «Ésta es una nueva era en el área del transporte, la del viaje espacial. Mientras dure la guerra, nuestra tarea más urgente sólo puede ser el rápido perfeccionamiento del cohete como arma. El desarrollo de posibilidades que aún ni siquiera somos capaces de imaginar, será una tarea para la paz». También sabía que el éxito no podía subírseles a la cabeza: un primer ensayo con éxito no significaba un arma operativa. «Os advierto que nuestros quebraderos de cabeza no han terminado, de ningún modo… ¡no han hecho más que empezar!».
14. Fotograma de una filmación de un lanzamiento de pruebas de un A-4 en Peenemünde.
Y Dornberger tenía toda la razón. La guerra estaba a punto de darse la vuelta para Alemania, y pronto las presiones para tener a punto el arma que debería salvarles de la debacle se haría sentir con toda su fuerza.
15. El general Erich Fellgiebel (izquierda) felicita al general Janssen (sin gorra, dándole la mano), oficial al mando de Peenemünde, por el exitoso vuelo del 3 de octubre de 1942, junto con otros miembros del ejército y del equipo de Peenemünde. Detrás, el general Dornberger, y por detrás de él, vestido de civil, Wernher von Braun.
Mientras von Braun recibía la Cruz al Mérito de Guerra de Primera Clase con Espadas, por su labor en el desarrollo del A-4, los ejércitos alemanes en el frente del este estaban a punto de enfrentarse a su primera gran derrota. En noviembre de 1942, el Sexto Ejército se veía obligado a detener su rápido avance frente a las afueras de Stalingrado. El día 19 del mismo mes, el Ejército Rojo iniciaba un fuerte contraataque, sobreviniendo una sangrienta batalla que para finales de enero de 1943 había llegado a reducir los efectivos del Sexto Ejército alemán de 330 000 hombres a tan solo 100 000, que se rendían finalmente a las tropas rusas; sólo 5000 de ellos conseguirían sobrevivir a los campos de prisioneros en Siberia para volver a su Alemania natal tras la guerra.
Recibiendo el visto bueno
En Peenemünde, entre tanto, se seguía trabajando para poner a punto el A-4 como arma realmente operativa. Tras el exitoso vuelo del 3 de octubre, los siguientes ensayos no terminaron tan felizmente, siendo frecuente que el cohete estallase en pleno vuelo o que siguiese su trayectoria de forma más o menos errática antes de caer contra el suelo. Estos problemas incluso ponían en ocasiones en serio peligro a los técnicos que trabajaban en el proyecto, estando en alguno de estos incidentes involucrado el propio von Braun. Por ejemplo, en una ocasión en que él y otros de sus compañeros estaban contemplando un lanzamiento de pruebas desde una distancia prudencial, el cohete estalló en pleno vuelo poco después de despegar, saliendo lanzados diferentes trozos de la estructura en todas direcciones; la parte más pesada, la zona inferior con las aletas y el motor, fue a caer al suelo a apenas unos metros de donde estaban von Braun y los demás técnicos.
En otra ocasión el peligro fue aún mayor. Deseando contemplar la llegada a tierra de uno de los A-4, para así ayudar a corregir los problemas aparecidos en esta última fase del vuelo, Dornberger y von Braun decidieron situarse en el punto marcado como objetivo durante uno de los ensayos con un A-4 cargado con una cabeza explosiva real. La acción no era tan inconsciente como pudiera parecer, pues dada la baja fiabilidad del sistema de guiado, con la enorme dispersión resultante en cuanto a punto de impacto, la probabilidad de que el arma cayese justo en el punto elegido era enormemente baja. De hecho, era una broma recurrente entre los técnicos decir que el lugar más seguro para situarse durante los ensayos era justamente el objetivo. Por esta razón, von Braun y Dornberger esperaban poder observar desde allí la llegada del A-4 a una distancia que les permitiera realizar un seguimiento técnico sin poner en riesgo su seguridad.
Sin embargo, en aquella ocasión el ingenio funcionó sorprendentemente bien: mientras los dos hombres seguían con la mirada la estela dejada por el arma durante su descenso, comprobaron con horror que se dirigía exactamente hacia ellos. «Apenas tuve tiempo de tirarme al suelo antes de ser lanzado por los aires por una tremenda explosión, para aterrizar ileso en una zanja próxima», comenta von Braun. «El impacto había tenido lugar a unos escasos cien metros, y fue un milagro que la cabeza explosiva no me desintegrara por completo».
16. Visita de Albert Speer y altos mandos militares a las instalaciones de Peenemünde en mayo de 1943. Von Braun aparece con traje oscuro a la derecha, justo detrás del general Dornberger (con la cabeza vuelta hacia atrás). En el centro, de oscuro, el almirante Dönitz.
Estaba claro que aún era necesario trabajar mucho para que el arma pudiese emplearse con éxito en el campo de batalla; pero por fin podían ya presentar hechos reales a los responsables del ejército para intentar conseguir un mayor apoyo al proyecto. Con esta idea, Walter Dornberger comenzó a recorrer los despachos de Berlín en busca de soporte. Sus esfuerzos dieron su primer fruto cuando el Ministro de Armamento, Albert Speer, accedió a acudir a presenciar un ensayo en Peenemünde en mayo de 1943. El ensayo se desarrolló con éxito, y Speer quedó gratamente impresionado; tanto que, dos días más tarde, anunciaba a Dornberger su ascenso a general de división. También el propio Heinrich Himmler, máximo responsable de las SS, fue convencido por Dornberger de la utilidad de la nueva arma, ofreciéndose a defender el proyecto personalmente ante Hitler.
Himmler cumplió su promesa, y pronto el general Dornberger recibía órdenes de presentarse el 7 de julio de 1943 ante el Führer en su cuartel general de Rastenberg, para informarle sobre los avances en el A-4. Con él acudirían Wernher von Braun y Ernst Steinhoff, responsable del área de guiado e instrumentación. Frente a ellos estarían el propio Hitler, el mariscal de campo Wilhelm Keitel, el Jefe de Estado Mayor general Walter Buhle, y el ministro de Armamentos Albert Speer, todos ellos acompañados por diversos asistentes.
No era la primera vez que Dornberger y von Braun acudían ante el líder nazi tras su visita a Kummersdorf en 1939. El verano anterior, poco antes del primer vuelo con éxito del A-4, ambos se habían presentado ante Hitler con la esperanza de vencer sus reticencias, ahora que el cohete ya era una realidad próxima a consumarse. Pero no hubo suerte: el día siguiente a su visita fueron informados, en palabras de von Braun, de que «el Führer había soñado durante la noche que nuestros cohetes no funcionarían». Evidentemente, no consiguieron más fondos para su trabajo.
Pero apenas un año después, la situación en el frente había cambiado radicalmente. Los otrora aparentemente invencibles ejércitos nazis habían sido detenidos en su avance en el frente del este, e incluso en algunas zonas estaban siendo obligados a retroceder. La en su día formidable Luftwaffe empezaba a ser sólo una sombra de la temible fuerza ofensiva que representara en su día, y la supremacía aérea ahora estaba en manos de los aliados; en el Atlántico, los submarinos alemanes que apenas meses atrás causaran estragos en las flotas americana y británica empezaban a ser perseguidos sin piedad; en el norte de África, lejos quedaban ya los rápidos avances de Rommel, y apenas un mes atrás los últimos efectivos del anteriormente temido Afrikakorps habían sido evacuados por Túnez hacia Europa; y el mismo territorio patrio empezaba a recibir por primera vez de forma periódica los ataques de los bombarderos aliados que despegaban desde Gran Bretaña. Aparentemente esta situación había llegado a afectar incluso el aspecto exterior de Hitler, a quien von Braun encontró en esta ocasión «mucho más avejentado, y por primera vez usaba gafas».
Tras las presentaciones, los hombres tomaron sus asientos en la sala de reuniones, mientras von Braun tomaba la palabra para realizar la exposición técnica, con ayuda de un proyector. La película grabada para la ocasión mostraba el primer lanzamiento con éxito del A-4, continuando con detalles sobre las operaciones de manejo y preparación del cohete, su llenado de combustible, imágenes de las instalaciones de lanzamiento, de los nuevos vehículos de lanzamiento móviles diseñados para desplegar el arma rápidamente donde fuera menester, las plantas de montaje… Se daba un repaso general a todo el proceso de fabricación y operación del nuevo misil, finalizando de nuevo con la grabación del lanzamiento, con el objeto de dejar impresa en la retina de los espectadores las espectaculares imágenes de la nueva arma elevándose en todo su esplendor.
Frente a su fría reacción durante la visita de 1939, en esta ocasión Hitler sí se sintió impresionado. El joven que tenía delante le estaba ofreciendo por fin el instrumento clave para encarrilar de nuevo la guerra hacia un final glorioso para Alemania. En palabras de von Braun, «cuando le describimos nuestros logros, su cara se iluminó de entusiasmo». Albert Speer, por su parte, describiría años después la escena de forma explícita: «Sin la más mínima timidez y con el profundo entusiasmo de un chiquillo, von Braun explicó sus teorías. No cabía la menor duda: a partir de ese momento, Hitler había sido finalmente vencido».
Tras la brillante exposición de nuestro protagonista, Dornberger tomó la palabra para exponer los aspectos logísticos, operativos y de producción de la nueva arma. Con su audiencia ya ganada para la causa, el único debate que surgió fue sobre la forma de lanzamiento del A-4: desde instalaciones fijas protegidas en búnkeres, o móviles. Dornberger era partidario de esta última opción, pero Hitler prefirió la primera, lo que haría que ésta fuese la elegida en un principio (aunque con el paso del tiempo, sólo las instalaciones móviles, menos propensas a los ataques aéreos aliados, serían las utilizadas de forma operativa). El proyecto contaba con su apoyo: el A-4 sería aprobado para su fabricación en serie, asignándosele la máxima prioridad.
Sin duda, la exposición de von Braun tuvo un papel importante en el éxito de la reunión con Hitler; pero, sin querer quitarle mérito a su entusiasta oratoria y a su capacidad de convicción, algo de lo que daría muestras en incontables ocasiones a lo largo de su vida, lo cierto es que la película que se proyectó también jugó un papel primordial en la tarea de impresionar a los máximos responsables nazis. Y es que la cinta era todo un ejercicio de marketing que no tenía nada que envidiar a la propaganda de Goebbels. Para la grabación de los lanzamientos se habían utilizado decenas de cámaras repartidas por diversos puntos, filmando los despegues desde diferentes posiciones y con diversos puntos de vista. Aunque en el momento de la realización de la película sólo se habían conseguido lanzar con éxito dos o tres A4 más después del primero, las grabaciones de las distintas cámaras fueron cortadas, intercaladas y montadas apareciendo el resultado final como si toda una inmensa batería de cohetes estuviera siendo disparada hacia el cielo, en un magnífico espectáculo de poderío bélico que no podía dejar a nadie indiferente.
Dornberger y von Braun salieron de la reunión exultantes. Tras años de esfuerzos y de trabajos casi en la sombra, finalmente tendrían a su disposición todos los medios que necesitasen para perfeccionar su producto. Las eternas objeciones de Hitler habían sido finalmente superadas, y Dornberger quiso agradecer a von Braun su participación en este logro: a instancias suyas, Albert Speer le propuso al Führer la concesión al ingeniero de una cátedra honorífica, en reconocimiento a su labor técnica y científica. Hitler inmediatamente estuvo de acuerdo: sin duda, este joven era un magnífico representante de lo que la raza aria y la doctrina nacional-socialista podían ofrecerle al mundo. A partir de entonces, Wernher von Braun podría utilizar el título de profesor.