4. El arma de la venganza
Desde que Hitler asignara al proyecto la máxima prioridad, no habían cesado los trabajos de los técnicos por poner a punto un ingenio que, aunque era capaz de elevarse hasta el cielo, aún no podía considerarse operativo para un conflicto bélico. Mientras se preparaban las líneas de producción y las fábricas subterráneas de Mittelwerk, von Braun y sus hombres seguían trabajando para que el arma pudiese realmente utilizarse con efectividad en el campo de batalla. No era fácil: a los continuos problemas técnicos y ajustes necesarios para un sistema absolutamente pionero en su campo, había que sumar los problemas de suministro. Las materias primas escaseaban, y los hombres de Peenemünde se veían obligados a menudo a cambiar los diseños con el único objetivo de usar un material alternativo porque el inicialmente propuesto no estaba disponible en las cantidades o plazos precisos. Esto afectaba seriamente a la fabricación, cuyos responsables se quejaban de que no habían conseguido poner a punto los utillajes y procesos para un determinado diseño, cuando les eran cambiados los planos y tenían que volver a partir de cero. Todo ello ocasionaría serios retrasos que afectarían a la entrada en producción del nuevo misil.
Cuando el Führer aprobó el proyecto en julio de 1943, ya planeó que la nueva arma se utilizaría para atacar Londres. Deberían construirse treinta mil de estos misiles, a un ritmo de unos mil al mes, y el primer ataque debería tener lugar en octubre. Dornberger y von Braun habían escuchado al líder nazi en silencio: ambos sabían que aquello era imposible.
En realidad, la entrada en servicio del arma se demoraría hasta un año más tarde de lo que Hitler había solicitado. Para cuando el primer A-4 era disparado hacia París el día 8 de septiembre de 1944, las tropas aliadas ya se batían en el continente contra los nazis, tras completar su desembarco en Normandía tres meses atrás. Demasiado tarde para dar la vuelta a una guerra que ya aparecía irremisiblemente perdida para Alemania.
El primer lanzamiento de un A-4 durante la guerra, sin embargo, había tenido lugar dos días atrás: el 6 de septiembre, una batería móvil ubicada cerca de la frontera oeste alemana había intentado lanzar dos cohetes contra París, que no consiguieron más que destruir las plataformas desde las que tenían lugar los lanzamientos. Dos días después, el intento se repetía con éxito con el misil lanzado contra la capital francesa. Ese mismo día, otra unidad lanzaba dos cohetes más desde una ubicación cercana a La Haya, en Holanda, en esta ocasión dirigidos contra Londres.
El día siguiente a los primeros lanzamientos con éxito, los periódicos alemanes abrían con los titulares «El «arma de la venganza-2» en acción contra Londres». La Vergeltungswaffe-2 era la nueva arma de la venganza que sucedía a la V-1. La propaganda de Goebbels convertiría así para la posteridad el cohete A-4 en la tristemente famosa V-2.
Un cohete mortal
¿Qué sintió von Braun cuando el cohete cuyo desarrollo había liderado, nacido de sus sueños sobre los viajes espaciales, terminaba siendo utilizado como arma para bombardear civiles? Es difícil saberlo, y sus propias declaraciones al respecto son en ocasiones contradictorias. Probablemente también sus propios sentimientos eran contradictorios. Lo que escribiría en sus memorias sería durante años la versión más extendida, llegando casi a convertirse en leyenda; según esa versión, los comentarios que todos hacían a los técnicos eran: «Podéis estar orgullosos de vuestra V-2. Es el único arma que los aliados no pueden parar. Es un éxito. Está golpeando Londres cada día». «Sí —pensaría von Braun, de acuerdo a sus palabras—, es un éxito; pero estamos golpeando el planeta equivocado.»
23. Una V-2 es sacada de su hangar para dirigirla hacia el lugar de lanzamiento.
24. Una V-2 es lanzada hacia su objetivo, mientras otra espera sobre su plataforma de lanzamiento y una tercera se mantiene sobre su transporte a la espera de su turno.
Palabras prácticamente idénticas escribiría su colega Stühlinger: «Queríamos que nuestros cohetes volasen hasta la Luna y Marte, no que cayesen sobre nuestro propio planeta». Sin embargo, el mismo von Braun confesaría en un par de ocasiones que no siempre sus sentimientos al respecto fueron tan inocentes. En una extensa carta privada a uno de sus críticos, escrita en 1971, expresaba: «Me han preguntado muchas veces cómo pude producir armas de guerra… sólo puedo decir esto: cuando tu país está en guerra, cuando tus amigos mueren, cuando tu familia está en constante peligro, cuando las bombas caen a tu alrededor y pierdes tu propia casa, el concepto de guerra justa se convierte en algo muy vago y remoto, y luchas por infligir al enemigo tanto o más [sufrimiento] como el que tú y tus familiares y amigos habéis sufrido». Algo similar quedaría reflejado en comentarios al periódico británico Manchester Guardian, publicados en 1977 con ocasión de su muerte. Según parece, von Braun había confesado no sentir demasiados remordimientos cuando comenzaron los ataques contra la capital británica: «Sentí satisfacción. Yo había visitado Londres un par de veces, y me encantaba el sitio. Pero amaba Berlín, y los británicos lo estaban bombardeando hasta los cimientos».
Similares sentimientos confesaría un antiguo miembro del equipo de Peenemünde en una entrevista años después de la guerra: «No se engañen: aunque von Braun puede que tuviera polvo espacial en sus ojos desde su niñez, la mayoría de nosotros estábamos bastante resentidos por el duro bombardeo aliado sobre Alemania, por la pérdida de civiles alemanes, madres, padres, parientes… Cuando la primera V-2 cayó sobre Londres, brindamos con champagne. ¿Por qué no? Seamos honestos: estábamos en guerra, y aunque no éramos nazis, teníamos una patria por la que luchar.»
25a-25b. Preparativos para lanzar una V-2.
Wasserfall, Taifun y otros proyectos
Fueron necesarios largos años de esfuerzos para que finalmente el cohete A-4/V-2 pudiese cumplir la función para la cual había sido concebido. Pero con su entrada en servicio no terminó el trabajo de los técnicos de Peenemünde: en sus mesas de trabajo se amontonaban los bocetos de los nuevos ingenios a desarrollar como derivados de este misil; la mayor parte de ellos, nuevas armas que extendían el alcance o la capacidad del cohete, pero también otros donde se especulaba con futuros vehículos espaciales.
Efectivamente, mientras Alemania era bombardeada día y noche y los ejércitos enemigos avanzaban por el este y el oeste hacia sus fronteras, unos cuantos soñadores en una remota base del Báltico que también recibía esporádicamente las visitas de los bombarderos aliados, mantenían vivo en su trabajo el sueño espacial, entre nuevos desarrollos de armas revolucionarias a las que la rápida evolución de la guerra impediría llegar a ver la luz.
Entre esos nuevos desarrollos estaba el A-6, una variante del A-4 encaminada a aumentar significativamente su operatividad bélica al incorporar propulsantes hipergólicos. Estos compuestos tienen la particularidad de arder espontáneamente al entrar en contacto, además de poder almacenarse fácilmente durante largos periodos de tiempo. De esta forma se simplificaban considerablemente las operaciones de apoyo en tierra y el tiempo necesario para preparar el lanzamiento. En el futuro, todos los misiles bélicos de propulsante líquido optarían por este tipo de compuestos para su funcionamiento, aunque en Peenemünde la idea no llegaría a pasar de estudios teóricos. Una versión más pequeña y económica, designada A-8 y diseñada para ser fabricada en grandes cantidades, optaría por el mismo tipo de propulsantes, corriendo finalmente la misma suerte que el A-6.
El A-7 era una versión reducida de pruebas de lo que se convertiría finalmente en el A-9: un cohete A-4 al que se le incorporaban alas en flecha para incrementar su alcance. De esta forma, la trayectoria balística original transformaría su fase de descenso en un vuelo de planeo hacia su objetivo, consiguiéndose doblar la autonomía del arma original. La idea venía de 1940, cuando ya en ensayos en túneles de viento se había comprobado la viabilidad de la idea para aumentar el alcance; pero la autorización no sería concedida hasta octubre de 1944: por entonces, ésta era una solución de bajo coste al problema que representaba la progresiva pérdida de territorios en Francia y los Países Bajos desde los que lanzar las V-2 contra Inglaterra. Un A-9 fue probado el 24 de enero de 1945 desde Peenemünde, aunque, incapaz de soportar los esfuerzos aerodinámicos del reingreso en la atmósfera a velocidad supersónica, el prototipo resultó destruido durante la fase de planeo.
26. El A-4b, una versión simplificada del A-9: un A-4 con alas para incrementar su alcance.
El A-9 incluía otra variante «espacial» que nunca llegaría a salir de las mesas de diseño: una versión tripulada, con una cabina presurizada en la proa con capacidad para un piloto-astronauta, y con un tren de aterrizaje para volver sano y salvo a la Tierra tras la fase de planeo de la reentrada.
Otro proyecto que nunca vería la luz sería el A-10, un cohete reutilizable concebido como primera etapa para impulsar un A-9 y conseguir así una autonomía de cerca de cuatro mil kilómetros con una carga útil de casi media tonelada; lo necesario para poder bombardear Nueva York. Aunque inicialmente contó con el apoyo oficial, el proyecto fue cancelado en 1944 al advertirse que su desarrollo se demoraría durante al menos dos años más, demasiado para cambiar el curso de una guerra que necesitaba de armas milagrosas de introducción inmediata si se quería evitar la debacle.
Al A-10 le seguirían el A-11 y el A-12, capaces de elevar no ya sólo el A-9, sino un A-10 con un A-9 en su proa, en forma de vehículo multietapa, y con capacidad para alcanzar la órbita terrestre. Aunque se presentarían como artefactos bélicos de alcance ilimitado, se trataba más bien de los sueños espaciales de un grupo de hombres que huían de la negra realidad que les rodeaba a través de sus mesas de dibujo.
En paralelo a todos estos proyectos, el equipo de técnicos también trabajaba desde 1943 en un misil antiaéreo, el que podría haber sido el primero de la historia en su género, bajo la denominación Wasserfall (cascada). Aunque la guerra terminaría antes de su entrada en servicio, más de cuarenta ensayos fueron realizados con éxito, y el concepto sería retomado años más tarde en los Estados Unidos.
27. El misil antiaéreo Wasserfall.
Los orígenes del proyecto Wasserfall se remontan a septiembre de 1942, cuando, ante el aumento de la ofensiva aérea aliada, el ejército alemán solicitó formalmente el desarrollo de nuevas armas antiaéreas de mayor efectividad. No tardaría mucho von Braun en dar su respuesta: apenas dos meses más tarde, el 2 de noviembre, presentaba su estudio titulado «Un cohete guiado antiaéreo», donde proponía versiones propulsadas tanto por propulsante líquido como por propulsante sólido. Pronto recibiría autorización para iniciar los diseños preliminares, aunque para cuando esto sucedía, ya era demasiado tarde para que un nuevo proyecto de esta magnitud pudiera ver la luz antes del fin de la guerra.
No obstante, los avances fueron significativos, a pesar de los múltiples problemas de nueva naturaleza encontrados. Uno de los más serios era cómo conseguir que el motor del cohete líquido se alimentase correctamente mientras el misil perseguía a su objetivo ejecutando maniobras que imponían aceleraciones laterales de muchas «g». En esas condiciones, el propulsante tendía a desplazarse hacia los laterales de los depósitos, impidiendo a las bombas hacer su trabajo con normalidad. A pesar de todo, los problemas técnicos iban encontrando soluciones uno tras otro, sólo para darse de bruces con los problemas logísticos.
Uno era la escasez de mano de obra. La simple construcción de nuevos bancos de pruebas se demoraba meses, retrasando un proyecto ya muy acuciado en los plazos dada la tardía fecha de su puesta en marcha. También había escasez de ingenieros, divididos a estas alturas entre un sinfín de proyectos. A pesar de todo, el 5 de febrero de 1944 se conseguía hacer la primera prueba con éxito del nuevo misil antiaéreo.
El Wasserfall era un enorme cohete de 7,5 metros de largo y noventa centímetros de diámetro; más o menos la mitad de tamaño que un A-4, pero aún así descomunal para lo que hoy en día se entiende por un misil antiaéreo. El Wasserfall se guiaba hasta su objetivo con la ayuda de dos radares: uno de ellos seguía al avión, y otro al misil, transmitiendo los datos de posición a un ordenador terrestre que calculaba la trayectoria de intercepción más adecuada. Esta información era enviada al misil por el mismo radar encargado de seguirlo, de modo que adaptase su rumbo según los cálculos realizados en tierra hasta la intercepción final.
Al contrario que el A-4, el Wasserfall utilizaba propulsante hipergólico para su propulsión, en el cual finalmente no se alimentaría al motor mediante bombas, sino simplemente mediante la presurización de los depósitos. Así se conseguía un diseño más simple y una operatividad mayor en el campo de batalla.
A pesar de todo, el arma no llegaría a estar operativa antes del fin de la guerra. El mayor problema lo supuso el sistema de seguimiento y control, que no pudo ponerse a punto en el plazo esperado. Como alternativa se decidió usar un guiado manual a través de un operador de tierra, que se basaría en referencias visuales: en palabras sencillas, el arma sería guiada «a ojo» por el operador hasta el avión objetivo. Evidentemente, esto restaba una gran efectividad al misil, especialmente en operaciones nocturnas. En cualquier caso, el proyecto sería finalmente cancelado el 1 de febrero de 1945, con la evacuación de Peenemünde.
El que acabamos de describir fue sólo el más avanzado de los múltiples proyectos paralelos puestos en marcha por el equipo de von Braun para conseguir un misil antiaéreo. Pero otro de ellos, el más sencillo, fue el que más cerca estuvo de llegar a utilizarse durante la guerra: se trataba del Taifun (tifón).
El Taifun era un pequeño cohete de tan sólo 37 centímetros de longitud y dos centímetros de diámetro (prácticamente un lapicero largo y gordo) de nueve kilos de peso y equipado con una carga explosiva de tan sólo quinientos gramos. Su diseño era extremadamente sencillo, estando impulsado por propulsante hipergólico alimentado a presión, y la forma de lanzarlo contra su objetivo podríamos llamarla como de «fuerza bruta» o «perdigonada»: la idea era lanzar cientos de estos cohetes en vertical sobre las formaciones de bombarderos atacantes. Los cohetes no estarían guiados, pero mediante este disparo masivo, deberían ser capaces de abatir a los aviones situados sobre ellos. Lamentablemente, se preveía que el sistema no estaría listo hasta agosto de 1945, y para entonces la guerra ya había terminado para Alemania. No obstante, diez mil de estos cohetes llegaron a fabricarse, habiéndose previsto la fabricación de dos millones al mes a partir del verano de 1945.
Otro de los proyectos planeaba el lanzamiento de las V-2 desde submarinos. A finales de 1944, con la supremacía aérea sobre Europa claramente en manos de los aliados, cada vez se hacía más difícil operar las nuevas armas sin exponerse a ataques aéreos. Por ello, un equipo de técnicos de Peenemünde liderado por Klaus Riedel desarrollaría un concepto en el cual los submarinos alemanes remolcarían contenedores herméticos bajo el agua que contendrían un total de hasta cinco V-2. Llegados a las inmediaciones de su objetivo, los contenedores serían reflotados a la superficie, los cohetes llenados de propulsante, y lanzados contra el enemigo. Grandes ciudades costeras norteamericanas como Nueva York quedarían así bajo la amenaza de la nueva arma.
Llegaron a efectuarse lanzamientos de pruebas de este nuevo sistema en Peenemünde, en un proyecto paralelo liderado por Riedel en el que von Braun no tomaría parte personalmente. No obstante, el devenir de la guerra impediría que el proyecto fuese más allá de unos cuantos ensayos; además, el propio Riedel murió en accidente de automóvil a finales de 1944, lo que supuso un nuevo obstáculo al desarrollo del sistema.
Mientras tanto, las V-2 caían rutinariamente sobre Londres y Amberes, en Bélgica, además de ataques puntuales contra París y otras ciudades de Francia, Bélgica y Holanda. Once misiles caerían incluso sobre suelo alemán, en la zona de Remagen, en un intento de frenar el avance aliado. Al final de la guerra, unas 1400 V-2 habían caído sobre la ciudad de Londres y alrededores, y otras 1600 sobre el emplazamiento portuario estratégico de Amberes; unas cuantas decenas más se repartirían entre el resto de ciudades atacadas, hasta un total de 3172. La cifra total de víctimas mortales, en su mayoría civiles, ascendería a 5400.
28. Efectos de una V-2 en la ciudad belga de Amberes.
29. Las V-2 precisaban de un complejo soporte logístico para su lanzamiento, con decenas de camiones y centenares de soldados para ponerlas a punto. Ello limitaba severamente su operatividad bélica.
Las V-2, no obstante, no fueron un arma de guerra realmente efectiva. Su precisión nunca fue demasiado notable, y aproximadamente sólo el 30% de los misiles lanzados alcanzaba el objetivo previsto. Su operatividad también era limitada, con complejas operaciones técnicas a realizar por grupos de soldados experimentados antes del lanzamiento de cada cohete; esto reducía la posibilidad de lanzar de forma continuada las densas salvas de misiles con las que Hitler había soñado. Tampoco eran del todo infrecuentes los fallos del artefacto en pleno vuelo, o incluso sobre la plataforma de lanzamiento. Y cuando finalmente alcanzaban su objetivo, el efecto de su carga explosiva no era comparable al que se conseguía con los bombardeos convencionales que los aliados dirigían sin descanso contra Alemania. De hecho, todo el poder explosivo de la totalidad de las V-2 lanzadas durante la segunda guerra mundial fue inferior a un solo raid de bombardeo de los habitualmente lanzados por los aliados contra Alemania; por poner en contexto las 5400 víctimas de las V-2, simplemente cabe señalar que 593 000 civiles alemanes morirían durante la guerra por estos bombardeos aliados.
30. Una rara fotografía de una V-2 captada instantes antes de caer sobre Londres.
En realidad, el verdadero impacto de la V-2 fue su novedad, el impresionante avance tecnológico que suponía y que, desde el principio, la convirtió en objeto de codicia por parte de los diferentes países que se enfrentaban a Alemania en la guerra. Otro aspecto a destacar era el terror y sensación de indefensión producidos sobre la población civil: acercándose a su objetivo por encima de la velocidad del sonido, la V-2 no anunciaba su llegada, haciendo imposible buscar refugio para protegerse. Si estabas en las inmediaciones del objetivo, no oías nada antes de producirse la explosión; si estabas algo más alejado, podías escuchar el doble «bang» del estampido sónico producido por el misil en su recorrido por la atmósfera apenas un par de segundos antes del impacto final. Nada avisaba de la llegada del cohete, y sólo en muy raras ocasiones alguien era capaz de distinguir la aproximación del arma antes de su caída contra la tierra. No había defensa posible contra la V-2. Ésa era su verdadera ventaja, y lo que la convertiría en una de las armas más temidas a pesar de su relativamente escasa capacidad destructiva real.
Existen teorías que incluso achacan a las V-1 y V-2 el rápido colapso final de Alemania durante la segunda guerra mundial. Según estos críticos, si los esfuerzos y millones de marcos invertidos en el desarrollo de estas armas se hubiesen dedicado a desarrollar cazas y bombarderos, el resultado final hubiese podido ser bastante más favorable para Alemania. El propio ministro Albert Speer, uno de los más fervientes defensores del proyecto, reflexionaría sobre esto años más tarde: «Las flotas de bombarderos enemigos estaban lanzando en 1944 una media de tres mil toneladas de bombas diarias a lo largo de varios meses. Y Hitler quería contraatacar con treinta cohetes que habrían llevado veinticuatro toneladas diarias de explosivos a Inglaterra… Yo no sólo me dejé llevar por esta decisión de Hitler, sino que la apoyé. Ése fue probablemente uno de mis peores errores». Mirando hacia atrás con perspectiva, Speer opinaría que habría sido mucho mejor invertir los esfuerzos en el perfeccionamiento del misil antiaéreo Wasserfall para así poder oponerse a las continuas oleadas de bombarderos que asolaban el país.
Por otro lado, hay quienes opinan, incluso entre los que participaban en la guerra desde el bando aliado, que el problema de la V-2 fue su tardía entrada en servicio. El propio Eisenhower escribiría que si las V-1 y V-2 hubiesen entrado en servicio «seis meses antes de lo que lo hicieron, nuestra invasión de Europa habría resultado extremadamente difícil, quizás imposible. Estoy seguro de que si hubiesen conseguido utilizar estas armas durante un periodo de seis meses, y especialmente si hubiesen hecho del área de Portsmouth-Southampton su principal objetivo, [la operación] Overlord habría sido borrada.»
Lo que sí podemos asegurar es que ni en un caso ni en el otro la V-2 habría podido cambiar el curso de la guerra, si acaso sólo prolongarla. De así haber ocurrido, es casi seguro que los Estados Unidos hubiesen utilizado la bomba atómica contra Alemania. En cierto modo, la escasa utilidad bélica del nuevo misil puede que le evitara al pueblo alemán males mayores.
Preparativos de fuga
En los últimos meses de 1944, la situación se deterioraba rápidamente en Alemania, y con el inicio del nuevo año comenzaba a quedar claro que la guerra estaba completamente perdida, y que la entrada de los ejércitos aliados en territorio alemán era inminente. A finales de 1944, los trabajadores de Peenemünde podían escuchar el sonido de los cañones rusos en su aproximación por el este, ya a tan sólo ochenta kilómetros de distancia. En poco tiempo, las instalaciones de la base de cohetes caerían en manos enemigas, y von Braun y sus hombres comprendieron que no podían quedarse allí a esperar.
A finales de enero, los miembros más veteranos del equipo técnico, no más de media docena en total, se reunieron secretamente para debatir cuál debería ser su actuación ante la derrota alemana que se avecinaba. La reunión se celebró en una granja a las afueras de Peenemünde, por temor a los posibles espías de la Gestapo. Allí, los técnicos se plantearon sus posibles alternativas: permanecer en Peenemünde conllevaría, en caso de sobrevivir al ataque soviético, ser capturados por el Ejército Rojo; no era una perspectiva muy agradable, teniendo en cuenta el odio alimentado entre ambos países por las consecuencias de las sangrientas batallas en el frente oriental. Incluso en el caso de que fuesen valorados sus conocimientos técnicos y puestos a trabajar para los rusos, no esperaban de aquel país un gran apoyo, ni técnico ni económico.
Del resto de ejércitos que se aproximaban hacia Berlín, rendirse al norteamericano parecía la opción más atractiva: los Estados Unidos poseían el dinero y la infraestructura ideal para proseguir las investigaciones sobre cohetes, y era de esperar un trato cuando menos respetuoso por parte del país prototipo de la democracia. Además, la opción americana aparecía también por eliminación: no sería buena idea rendirse a los británicos, después de haberles hecho sufrir en sus carnes los efectos de sus creaciones; y los franceses habían sufrido la ocupación alemana durante toda la guerra, siendo de esperar un fuerte rencor por su parte, además de no estar el país en condiciones de soportar un gran proyecto de investigación. De una forma u otra, los norteamericanos aparecían como la opción más razonable. Von Braun había acudido a la reunión con las ideas muy claras al respecto, y desde el principio defendió vehementemente esta opción, que sería la que finalmente se aprobaría casi por unanimidad: sólo Helmut Grottrup votaría en contra.
La decisión que acababan de tomar se consideraba un acto de traición contra el Reich, y sabían que todos ellos serían fusilados si se conocieran sus intenciones. Los hombres mantendrían el mayor secreto sobre el asunto mientras esperaban el momento propicio para huir de la base en dirección al sur, al encuentro de las tropas norteamericanas.
Alemania estaba sumida en el caos, y el desconcierto reinaba entre los mandos del ejército, sometidos en ocasiones a órdenes contradictorias. El propio von Braun confesaría más tarde que, en enero de 1945, llegó a tener «diez órdenes sobre mi mesa. Cinco prometían la muerte por un pelotón de fusilamiento si nos movíamos, y cinco decían que nos matarían si no nos movíamos». Con las tropas rusas aproximándose, el director técnico recibiría la orden más absurda de todas: tomar las armas y defender la base hasta la muerte cuando llegasen los soldados soviéticos. Estaba claro que había que salir de allí.
Pero su plan de escape no llegaría a ejecutarse: el 31 de enero, von Braun reunió a sus hombres para comunicarles que había recibido órdenes del general Kammler, de las SS, para evacuar Peenemünde y dirigirse a las montañas Harz (donde se ubicaba la factoría de Mittelwerk, controlada por Kammler). Deberían transportar con ellos todo el material considerado de valor, y una vez llegados al punto de encuentro esperar nuevas órdenes. Dado que siguiendo estas directrices estarían moviéndose en la dirección deseada para su planeada rendición a los americanos, decidieron que acatarlas era su mejor opción por el momento.
Von Braun dudaba acerca de las verdaderas intenciones de Kammler. Su plan bien podía ser una maniobra para mantener al equipo de técnicos como rehenes ante unas posibles futuras negociaciones con el ejército norteamericano a cambio de algún beneficio personal. Pero ya habría tiempo para preocuparse por eso más adelante: por el momento, lo importante era evacuar Peenemünde.
Antes de hacerlo, sin embargo, decidió realizar una pequeña escapada hasta Pomerania para despedirse de sus tíos por parte materna, que habitaban unas tierras junto al Báltico. Aunque el principal motivo de su visita probablemente fue despedirse de su prima de 15 años, la joven baronesa rubia y de ojos azules Maria Louise von Quistorp. A sus casi 33 años, Wernher von Braun sentía hacia su joven prima un cariño algo más que fraternal.
De vuelta en la base, von Braun asumió la dirección del titánico esfuerzo para evacuar ordenadamente a miles de técnicos con sus familias, junto con toneladas de documentos y material considerado de alto valor de cara al futuro de sus investigaciones. En un entorno dominado por el caos, la capacidad organizativa y de liderazgo de nuestro hombre sería capaz de llevar a cabo lo que en esas condiciones parecía casi imposible. Hasta encontrar cajas donde guardar el material suponía serias dificultades en aquellos días. No obstante, se consiguió realizar toda la mudanza con un perfecto orden, clasificando incluso los contenidos de las cajas mediante códigos de diferentes colores.
El impresionante convoy de personal y material se desplazaría a través de Alemania en cualquier medio de transporte disponible: trenes, camiones, coches, incluso barcazas fluviales… todo era poco para llevar a cabo la evacuación. Pero von Braun sabía que un éxodo masivo como éste llamaría la atención de demasiada gente, que podrían plantearse la legalidad del traslado. Presentar la orden personal del general Kammler podría servir de poco si no era revestida de una apariencia mucho más oficial.
Von Braun decidió crear una misión ficticia para justificar este ingente movimiento de hombres y material: se utilizaría su vinculación con las SS, de las que el equipo técnico de Peenemünde había pasado a depender como una rama de dicha organización, para conferir autoridad al desplazamiento. Para reforzar esta autoridad, uno de los miembros del equipo de von Braun, Erich Nimwegen, tuvo una gran idea: utilizarían un reciente envío de material de papelería defectuoso, en el que las iniciales que identificaban a su cuerpo, BZBV, habían sido impresas por error como VABV, algo que no tenía ningún sentido. En un alarde de imaginación, Nimwegen decidió convertirlas en las siglas de Vorhaben zur Besonderen Verwendung, o «Proyecto de Disposiciones Especiales»; un proyecto de alto secreto que se suponía puesto en marcha por el mismísimo Himmler.
Todas las cajas, vehículos y brazaletes fueron identificados con las siglas vabv. Se esperaba así que cualquier oficial, autoridad local o miembro de las SS que se cruzase con el convoy, quedaría inmediatamente convencido de que se trataba de una misión secreta de las SS de la cual no había sido informado. Y así fue: el truco funcionó, y el inmenso aparato de mudanza de técnicos y material avanzó por el país a través de los diferentes controles, que buscaban desertores o civiles que rehuían la orden de tomar las armas, sin el más mínimo impedimento.
El convoy se movía únicamente de noche, para evitar ser atacados por la fuerza aérea aliada, que dominaba ya sin apenas oposición los cielos de Alemania. Finalmente arribaron a su destino en Bleicherode, cerca de Nordhausen y de la factoría de Mittelwerk. Un millar de camiones y decenas de trenes transportaron hasta allí a miles de técnicos y toneladas de material, que se instalaron por las inmediaciones a la espera de nuevas órdenes. Unos dos meses más tarde, el día 5 de mayo de 1945, las tropas rusas entraban en Peenemünde, cuyas instalaciones habían sido previamente destruidas por las tropas alemanas en retirada.
El 15 de marzo, von Braun partía de Bleicherode para acudir a una reunión en el ministerio de Armamento, en Berlín. Iba a solicitar fondos para reconstruir un nuevo laboratorio de investigación ahora que Peenemünde había sido destruido. Era una petición sin sentido en aquellos momentos, y nuestro hombre lo sabía, pero pretendía con ello seguir apareciendo como un elemento valioso para el gobierno, intentando mantener un estatus que le fuese útil en el futuro. A la vez, esperaba que ello sirviera para mantener a sus hombres apartados de los indiscriminados reclutamientos masivos de estos últimos meses de guerra.
Mientras circulaba de noche por la autopista a alta velocidad y con los faros apagados para no ser detectados desde el aire, el conductor del vehículo ocupado por von Braun cayó vencido por el sueño. El coche se salió de la carretera cayendo por un terraplén hacia una línea de ferrocarril que discurría en paralelo unos metros más abajo. Como consecuencia del accidente, el conductor murió en el acto, mientras von Braun corría mejor suerte despertándose en el hospital con tan sólo el brazo y el hombro rotos. Afortunadamente, un segundo vehículo con otro par de técnicos del equipo seguían al de von Braun, pudiendo auxiliarle y quizás salvándole la vida.
El 19 de marzo, con los ejércitos aliados avanzando rápidamente hacia el corazón de Alemania, un Hitler decidido a que su pueblo fuera aniquilado antes que rendirse al enemigo ponía en marcha un plan para reducir a cenizas todo signo de tecnología alemana de vanguardia. Todos los centros de investigación deberían ser destruidos, y su documentación, quemada. Afortunadamente, la mayor parte de los oficiales que recibieron aquella orden en unos días en los que la guerra ya estaba claramente perdida, se negó a llevarla a cabo; por el contrario, muchos de ellos colocaron patrullas alrededor de los centros de investigación para impedir cualquier intento de destrucción por parte de nazis fanáticos.
Von Braun y su equipo también tenían claro que los resultados de su investigación deberían ser conservados para los años venideros. No sólo se trataba de salvar años de esfuerzos, sino que podrían servirles como moneda de cambio con los vencedores una vez fuesen capturados; los aliados se sentirían sin duda altamente interesados por sus avances en materia de cohetes, de modo que todos esos documentos serían su mejor baza de cara al futuro que se les avecinaba. El día 1 de abril, con los tanques norteamericanos a tan sólo veinte kilómetros de Bleicherode, von Braun comprendió que no podía demorar más esta operación, y ordenó a Dieter Huzel, su asistente en Peenemünde, que buscase urgentemente un lugar seguro donde ocultarlos, preferiblemente una cueva o una mina.
Huzel, acompañado de un pequeño equipo, partió con un par de camiones repletos de documentos hacia el noroeste, en busca de un lugar apropiado para llevar a cabo su misión. Preguntando a los lugareños y a las autoridades locales, llegaron hasta el pueblo de Dörnten, a unos ochenta kilómetros de Nordhausen, donde les habían hablado de una antigua mina abandonada.
El lugar era perfecto, y al día siguiente, el 3 de abril, catorce toneladas de planos y documentos fueron descargados de los camiones e introducidos en el interior de la mina, y se colocaron en una gran sala sellada por una gran puerta de hierro a unos cuatrocientos metros de la entrada. El ambiente interior era seco, ideal para preservar en buen estado la documentación.
El trabajo duró todo el día, y una vez completado, se decidió volar la entrada a la mina para sellar completamente su contenido. Hubo que hacerlo dos veces, pues la primera demolición no llegó a bloquear completamente el túnel. Sólo el pequeño grupo que había participado en la operación y algunos de los más próximos a von Braun conocerían la ubicación secreta donde se habían dejado los documentos.
Días antes de que la documentación fuese ocultada, y con los aliados aproximándose hacia donde se encontraban, nuevas órdenes de Kammler habían llegado al grupo de ingenieros: los cuatrocientos técnicos de mayor relevancia entre los aproximadamente cinco mil que se daban cita en los alrededores de Nordhausen serían seleccionados para un nuevo traslado hacia el sur hasta Oberammergau, en los Alpes bávaros. Allí Kammler los mantendría de nuevo como rehenes para cuando fuese necesario.
El núcleo duro del equipo fue así trasladado por tren en dirección sur, huyendo del avance de los ejércitos aliados. Seis días duró el traslado, con el tren zigzagueando entre Alemania y Checoslovaquia, debido a los frecuentes ataques aliados sobre las líneas férreas, que obligaban a tomar rutas alternativas. Von Braun y Dornberger estaban entre el grupo de seleccionados, que fueron alojados al llegar a su destino como si fueran prisioneros en barracones rodeados de alambre de espino y vigilados de cerca por tropas de las SS. No obstante, según declararía el propio von Braun, en todo momento fueron tratados correctamente, y en condiciones de la máxima comodidad, aunque las alambradas y la vigilancia dejaban ver a las claras que eran simples peones utilizados en el juego de Kammler.
El 11 de abril, tropas norteamericanas entraban en Nordhausen, encontrándose a la vez con la maravilla tecnológica de la factoría de Mittelwerk, y las huellas del horror en el campo de Dora, que la abastecía de mano de obra esclava. Ese mismo día, Kammler, el general de las SS, comunicaba a von Braun que partía hacia Berlín para cumplir con ciertos compromisos con el Reich, dejándole a cargo de sus subordinados. Nunca más se supo de él. Hay quienes dicen que murió durante un ataque enemigo, otros opinan que se suicidó. En cualquier caso, von Braun y sus hombres jamás volverían a encontrarse con Kammler, aunque las tropas de las SS seguían manteniéndolos bajo custodia.
De todas formas, su retención en el campo de internamiento duraría poco. Haciendo uso de sus dotes de persuasión, von Braun no tardó en convencer a los oficiales que los custodiaban de lo arriesgado que resultaba mantener a toda la élite de científicos alemanes de cohetes reunidos en un campo al alcance de la aviación enemiga. Si resultaban muertos en un ataque, el Reich perdería unos activos valiosísimos, y alguien podría ser acusado de negligencia por ello, y quizás fusilado. Von Braun convenció al oficial al mando para que sus hombres fuesen reubicados en diferentes alojamientos distribuidos por los pueblos de los alrededores.
Von Braun, junto con Dornberger, su hermano Magnus y otros veinticuatro técnicos fueron así trasladados a primeros de abril a la villa de Oberjoch, siendo alojados en el hotel Haus Ingeborg. Casi inmediatamente después de llegar al hotel, Wernher von Braun cayó completamente rendido por el agotamiento de los últimos días, unido a las secuelas del accidente de tráfico del mes anterior. El brazo le dolía tremendamente, y, comprendiendo que se arriesgaba a perderlo, decidieron enviarle al hospital de Sonthofen, a setenta kilómetros hacia el sudoeste, donde había un buen servicio de traumatología.
Tras otro largo viaje en coche por las difíciles carreteras de la Alemania en guerra, von Braun llegó al hospital, donde le quitaron la escayola para recolocarle los huesos del brazo sin anestesia ya que, debido a la escasez, se reservaba para casos más críticos. A continuación fue mantenido en reposo en una cama, completamente inmóvil, sometido a tracción mediante cables y contrapesos para conseguir que los huesos soldasen correctamente. Estando en esta situación, la aviación aliada comenzó a bombardear la ciudad de Sonthofen. Mientras caían las bombas a su alrededor, von Braun permanecía inmóvil en su cama, rogando para que ninguna acertase en el hospital. Afortunadamente, el bombardeo finalizó con el hospital intacto, aunque algunas bombas llegaron a caer realmente cerca.
Tras varios días de reposo en cama, von Braun se reunía finalmente con sus compañeros en Haus Ingeborg. La situación no dejaba de resultar pintoresca, como el propio Wernher relataría posteriormente: «Allí estaba yo, viviendo como un rey en un hotel de esquí en un valle de montaña. Los franceses estaban al oeste, y los americanos al sur. Pero nadie sospechaba que estábamos allí, por supuesto. Así que no ocurrió nada… Y el servicio del hotel era excelente». Efectivamente, el dueño del hotel, ante la perspectiva de la inminente llegada de las tropas norteamericanas, había preferido gastar todas las provisiones de su despensa con aquellos compatriotas antes que ser saqueado cuando llegasen los soldados enemigos. De esta forma, en Haus Ingeborg corrían los mejores vinos y licores, después de que su inmensa bodega fuera puesta a la entera disposición de sus huéspedes; von Braun y los suyos pasaron así unos días de auténtica fiesta en aquel hotel de las montañas, aislados de la hecatombe que se producía a su alrededor.
Un suculento botín de guerra
Cuando el 11 de abril de 1945 las primeras tropas norteamericanas entraban en Nordhausen, no estaban preparadas para lo que iban a encontrar allí. Aunque los servicios de inteligencia les habían advertido sobre la posibilidad de encontrar «algo un poco inusual» en las inmediaciones de la ciudad, no podían prever la mezcla de horror y maravilla técnica que iban a presenciar.
Primero fueron los restos de Boelcke-Kaserne, o el campo de Nordhausen, un antiguo campamento militar que las SS habían utilizado para amontonar los cadáveres de los prisioneros del área de Mittelbau que estaban demasiado débiles o enfermos para participar en las marchas forzadas de evacuación del área, poco antes de la entrada de los norteamericanos. Se estiman entre 1300 y 2500 los cuerpos allí encontrados, junto con unos pocos supervivientes en estado lamentable que fueron rápidamente atendidos por los servicios médicos de los vencedores. Un poco más adelante, aparecerían las entradas a los túneles de Mittelwerk: abandonados a toda prisa, parecía que la producción hubiese estado en marcha hasta hacía apenas unos minutos. Las luces estaban encendidas y la ventilación en marcha, y líneas enteras de cohetes V-2 en diferentes fases de su fabricación se mostraban ante los asombrados ojos de los primeros soldados norteamericanos que penetraban en el interior de la montaña.
31. La llegada de los norteamericanos sacó a la luz los crímenes cometidos en el área de Mittelbau, con el descubrimiento de algunos pocos supervivientes en un estado lamentable, y miles de cadáveres.
32. Entrada a los túneles que formaban el complejo de Mittelwerk.
Inmediatamente se informó del hallazgo al coronel Holgar Toftoy, en París, responsable de la inteligencia militar en su área técnica. La «Misión Especial V-2» fue puesta en marcha de inmediato con el objetivo de enviar a los Estados Unidos todo el material encontrado en Mittelwerk. Y había que hacerlo con celeridad, pues las fuerzas norteamericanas deberían evacuar la zona en unas semanas, al ubicarse dentro del área de ocupación soviética, según los acuerdos para el reparto de Alemania. Al frente del equipo encargado de realizar los trabajos se hallaba el comandante James Hamill.
Las órdenes eran reunir al menos un centenar de cohetes V-2 para su envío a los Estados Unidos. Esto no sería tarea fácil, pues apenas existían misiles completos almacenados en Alemania: según salían de la planta de montaje eran rápidamente enviados al frente, por lo que la mayor parte de lo que quedaba disponible eran piezas sueltas o V-2 en estados intermedios de su fabricación. Los norteamericanos se esforzaron entonces por reunir todas las piezas posibles para poder montar más tarde los cohetes en Norteamérica. Una labor complicada, pues no contaban con planos ni listas de piezas que les indicasen qué era lo que debían recopilar; la única solución era reunir todos los elementos diferentes que se pudieran encontrar, y enviarlos a su país. Y dado que los que se encargaban de la tarea no eran expertos, el resultado final fue que, en ocasiones, se enviaron a los Estados Unidos pilas enteras de materiales fácilmente disponibles en aquel país, mientras que otras piezas mucho más críticas llegaron en cantidades muy inferiores.
En cualquier caso, finalmente se conseguía reunir material suficiente para poder reconstruir los cien misiles requeridos. El 22 de mayo de 1945, un primer cargamento integrado por cuarenta vagones de ferrocarril cargados con piezas de V-2 salía de Nordhausen hacia el puerto belga de Amberes. Los envíos se sucederían a lo largo de los nueve días siguientes, llenándose el 31 de mayo el último de los 341 vagones que evacuaban el producto estrella de la maquinaria bélica alemana hacia los Estados Unidos de América. Testigos de la actuación norteamericana, los agentes de los servicios de inteligencia británicos comunicaron rápidamente a Londres lo que estaba sucediendo, pues, según acuerdos previos, les correspondía a ellos la mitad de las V-2 capturadas a los alemanes; el gobierno inglés emitió una protesta formal intentando paralizar el envío, pero esta reclamación fue ignorada por los Estados Unidos. Dieciséis cargueros tipo Liberty zarparían finalmente del puerto de Amberes hacia Nueva Orleans cargados de misiles V-2 completos y piezas suficientes para fabricar al menos cien más. Lo que los norteamericanos no habían conseguido encontrar, por entonces, era la documentación técnica que von Braun había ordenado ocultar a la espera del momento propicio.
Los horrores de Mittelwerk y Dora
Con la ocupación norteamericana de Alemania, saldrían a la luz las atrocidades cometidas por el régimen nazi. Entre ellas, las que tuvieron lugar en torno a la fabricación de las V-2.
La tragedia humana que tuvo lugar en Mittelbau (el complejo de fábricas, almacenes, campos de prisioneros e instalaciones levantados alrededor de la fábrica de Mittelwerk, cerca de Nordhausen) es en muchos aspectos comparable a las que en paralelo se desarrollaban en lugares como Auschwitz o Treblinka. Se estiman entre 40 000 y 64 000 el número de prisioneros que pasaron por este lugar, de los cuales unos 26 500 murieron durante las fases de construcción, operación y huida ante el avance de las tropas aliadas.
La factoría de Mittelwerk había aprovechado una antigua mina excavada en 1934 en la montaña de Kohnstein, cuyas galerías fueron posteriormente ampliadas en 1940 para reconvertirla en almacén de gasolina, aceite y gas venenoso. Cuando el gobierno alemán se propuso trasladar la producción de las V-2 a este emplazamiento, en agosto de 1943, se decidió que las labores de expansión del sistema de túneles de la antigua mina correrían a cargo de prisioneros de guerra. Las SS serían las encargadas de su custodia.
Los primeros prisioneros fueron trasladados desde el campo de concentración de Buchenwald, y alojados en el interior de los propios túneles en los que iban a trabajar. Un nuevo campo de concentración, denominado Dora, sería levantado en las inmediaciones para alojar a los miles de prisioneros que irían llegando con el paso del tiempo. Pero sería necesario que transcurriese un año antes de que este nuevo campo estuviese listo. Hasta entonces, la oscuridad, el frío y la humedad de los túneles conformarían el único alojamiento para los prisioneros.
Entre octubre y diciembre de 1943 tuvo lugar el trabajo más duro de expansión del sistema de túneles. Una vez terminado, estaría formado por dos grandes galerías paralelas (a y b) de casi dos kilómetros de longitud, 6,5 metros de alto y entre nueve y once metros de anchura, unidas por 46 túneles transversales más pequeños, más o menos equiespaciados a lo largo de los túneles principales y con longitudes en torno a los doscientos metros. Los túneles principales permitían el paso de vagones ordinarios de ferrocarril por su interior.
El proceso de excavación por parte de los prisioneros fue de una crueldad inenarrable. Sometidos a jornadas de doce horas, trabajando en dos turnos las veinticuatro horas del día, los prisioneros empujaban vagonetas cargadas de escombros con sus propias manos, y expandían los túneles a pico y pala subidos a menudo en escaleras de varios metros de altura. Si uno caía de agotamiento matándose, se retiraba el cuerpo y era de inmediato reemplazado por otro. Si alguno tropezaba mientras cargaba piedras, era levantado a latigazos. Vivían en los túneles, sin agua corriente ni instalaciones sanitarias. El tifus, la disentería, la tuberculosis y la simple inanición acababan frecuentemente con aquellos que no morían trabajando. Los cuerpos eran incinerados en los crematorios de Buchenwald, hasta que se construyeron nuevos hornos en Dora.
33. Vista de unos de los túneles principales de Mittelwerk.
34. En Mittelwerk se ensamblaban tanto las V-1 como las V-2. En la fotografía, túnel transversal conteniendo bombas volantes V-1.
35. La ampliación de los túneles fue realizada por prisioneros de guerra bajo la supervisión de las SS, viviéndose escenas de una crueldad indescriptible.
Tras la finalización de los túneles vino la instalación de la maquinaria. De nuevo serían principalmente prisioneros los que cargaran con los pesados elementos destinados a fabricar las V-2. Cuando la producción comenzó en agosto de 1944, también serían prisioneros los encargados de llevarla a cabo, supervisados por técnicos alemanes. Los prisioneros de mayor cualificación participaban en tareas de fabricación y montaje; el resto acarreaban material pesado desde los almacenes del exterior hasta la línea de producción dentro de los túneles. Si alguno dejaba caer una pieza, era flagelado sin piedad. Si un obrero era descubierto intentando realizar sabotaje, se le colgaba en el interior de los túneles permaneciendo allí durante días, suspendido sobre las cabezas de sus compañeros.
En abril de 1945, Mittelbau fue evacuado ante la inminente llegada de las tropas aliadas. La etapa de evacuación sería, junto con la de construcción de los túneles, la más sangrienta de la historia del complejo. Los prisioneros, agotados y famélicos, eran hacinados en trenes o forzados a realizar extenuantes marchas a pie en las que centenares morían por el camino. Los más débiles o enfermos fueron tiroteados o encerrados en establos y quemados vivos por las SS antes de abandonar las instalaciones. Los que consiguieron sobrevivir al traslado, lo harían sólo para terminar en campos similares al que acababan de dejar atrás.
36. Prisioneros trabajando en los túneles de Mittelwerk.
37. Un soldado norteamericano examina una V-2 a medio montar en los túneles de la factoría de Mittelwerk.
Hoy en día, de Dora y Mittelwerk sólo quedan algunos restos, preservados como recuerdo de la barbarie.