7. Sweet home Alabama
Después de algo más de dos años de tedioso letargo en medio del desierto americano, el nuevo año de 1949 iba a traer algo de movimiento al equipo de Fort Bliss.
La guerra fría empezaba a dejarse notar en toda su intensidad entre los que apenas unos años atrás fueran aliados en la segunda guerra mundial: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Finalizada la contienda, Stalin se había propuesto hacer de su país un temido oponente que nunca más tuviese que sufrir casi indefenso las continuas invasiones que comenzaron con Napoleón y habían tenido su culmen en lo que para ellos fue la «gran guerra patriótica». La nueva Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas pondría todo su empeño en salir del retraso tecnológico que la separaba de Occidente, poniendo especial énfasis en todo lo relacionado con la tecnología bélica y la potenciación de sus ejércitos. Conseguir la bomba atómica, hasta entonces únicamente en manos de los norteamericanos, sería su primer objetivo.
Esta nueva política rusa sería seguida con recelo desde Occidente, aumentando la tirantez a medida que se comprobaba cómo los soviéticos se iban convirtiendo en un rival cada vez más temible. La tensión llegó a un momento crítico en junio de 1948, con el levantamiento del muro de Berlín y el bloqueo a la parte occidental de la ciudad. El posterior puente aéreo montado por los norteamericanos para abastecer la capital, cruzando el espacio aéreo de la Alemania oriental, puso la situación al borde de la guerra. La complacencia que se había instalado en los ámbitos militar y gubernamental norteamericanos tras la victoria en la contienda estaba dando paso a una nueva visión de la situación.
A comienzos de 1949, la inteligencia norteamericana tenía indicios de que la Unión Soviética estaba cerca de obtener el arma atómica. El curso de los acontecimientos parece ser que hizo cambiar de opinión a los gerifaltes del Pentágono: en los últimos años habían rechazado en varias ocasiones la petición del ya general Toftoy para desarrollar un nuevo misil con capacidad nuclear. Finalmente, ahora daban el visto bueno para el desarrollo de un cohete capaz de transportar un arma atómica a una distancia de trescientos kilómetros, seguido por posteriores ingenios más potentes. Y se asignaba al proyecto una gran prioridad.
Toftoy sabía que, para ese proyecto, las instalaciones asignadas para el desarrollo de cohetes en Fort Bliss habían quedado pequeñas. De modo que el 1 de agosto de 1949 solicitó autorización para extenderlas a lo largo de la base. El ejército necesitaba el resto de las instalaciones para otras actividades, por lo que la petición fue denegada. De modo que el general inició la búsqueda de posibles emplazamientos para un nuevo complejo donde llevar a cabo por fin un programa serio en materia de cohetería militar.
Cerca de la ciudad de Huntsville, en Alabama, había dos antiguos arsenales del ejército que estaban en proceso de desmantelamiento. Utilizados durante la guerra para la fabricación de munición y de gas venenoso, una parte de las instalaciones habían sido construidas por prisioneros de guerra alemanes, y ocupaban un extenso territorio dividido en dos zonas diferenciadas aunque adyacentes: el Arsenal de Huntsville, con una extensión de 12 000 hectáreas, y el Arsenal Redstone, con 1600 hectáreas más. En la época de mayor actividad, se había llegado a dar ocupación aquí a catorce mil empleados, ayudando a generar prosperidad para una zona hasta entonces básicamente rural.
Pero con el cese de las hostilidades, el ejército no necesitaba mantener una extensión de terreno tan enorme en la zona de Huntsville. Así que se decidió vender el extenso territorio correspondiente al Arsenal de Huntsville, y reconvertir el mucho más pequeño Arsenal Redstone en el nuevo centro de investigación y desarrollo de cohetes militares que demandaba Toftoy.
El 14 de agosto, el general llegó a inspeccionar las instalaciones que le habían sido asignadas, encontrándose con que aquello resultaba totalmente inadecuado para lo que necesitaba. Informado de que el terreno adyacente, correspondiente al antiguo Arsenal de Huntsville, estaba en venta, decidió luchar para conseguirlo para su equipo.
No fue fácil: las autoridades locales contaban con los terrenos para construir industrias que reactivasen una zona que había vuelto a sumirse en la apatía económica con la marcha de los militares. También hubo oposición dentro del propio ejército, que percibía en la ambición de Toftoy un riesgo para su economía: unas instalaciones tan extensas sólo podían significar un programa de cohetes más grande y costoso de lo esperado. Pero el general no se amilanó, y presentándose directamente ante quienes debían autorizarlo, prácticamente imploró que le fuesen concedidos los terrenos. Finalmente, Toftoy conseguía para su programa la extensión completa correspondiente a los dos antiguos arsenales, que ahora serían fundidas en una sola área bajo el nombre de Arsenal Redstone.
Curiosamente, casi puede decirse que von Braun fue de los últimos en enterarse de los planes de reubicación de su grupo. En principio, podría considerarse lógico que no participase en el proceso de localización de los nuevos terrenos, o incluso que no fuera informado de que algo así se estaba gestando: al fin y al cabo, era un simple empleado del ejército y un colaborador extranjero, y eran los militares los que realmente estaban a cargo del proyecto. Pero sí hubiera sido lógico que, una vez decidido el movimiento, fuese él el primero de los técnicos en saberlo.
No fue así. Un día, el comandante Hamill se presentó en el despacho de Hannes Lührsen, uno de los técnicos del equipo de von Braun, y abriendo unos planos de Alabama le habló sobre el inminente traslado. Cuando Lührsen preguntó si von Braun estaba informado, Hamill respondió tranquilamente que no; ya le informaría al día siguiente. Un signo inequívoco de la frialdad que presidía las relaciones entre ambos hombres.
Formalizando la situación
Después de cuatro años de residencia irregular en los Estados Unidos, y con expectativas para continuar a lo largo de al menos unos cuantos años más, el gobierno norteamericano empezó a plantearse la posibilidad de regularizar la situación de los alemanes que trabajaban en Fort Bliss.
El grupo de veteranos de Peenemünde era especialmente valioso, y si los planes del ejército se desarrollaban según lo esperado, quizás necesitarían contar con ellos de forma estable durante aún muchos años. Por esta razón, no sólo se pensó en regularizar su residencia como inmigrantes, sino incluso en concederles la nacionalidad, tanto a ellos como a sus familiares. Algo que von Braun y su equipo estaban ansiosos por aceptar.
Von Braun fue el primero que iniciaría los trámites para convertirse en ciudadano de los Estados Unidos. Pero había un problema: su entrada en el país había sido formalmente «ilegal», al haber sido introducido por el ejército sin realizar los trámites aduaneros y de inmigración necesarios. No podía hacerse ciudadano americano a alguien que oficialmente no vivía allí. La solución era salir del país para volver a entrar, esta vez de forma legal. Después sería preciso esperar cinco años para que el procedimiento se realizara correctamente.
Y así se hizo: el 2 de noviembre de 1949, von Braun abandonaba Fort Bliss bajo escolta militar para cruzar la frontera con México vía El Paso. Allí acudiría al consulado americano en Ciudad Juárez para obtener el visado con el que podría volver a entrar legalmente en los Estados Unidos. En apenas unas horas, cruzaba de nuevo la frontera de vuelta a El Paso, esta vez como inmigrante legal.
A lo largo de la primavera siguiente, los diferentes miembros del equipo llevarían a cabo el mismo proceso. Los Estados Unidos habían iniciado el camino para dar acogida definitiva a los antiguos enemigos, aunque no sin ciertos desacuerdos internos. En los documentos desclasificados del FBI sobre von Braun, aunque con ciertas partes aún censuradas, se puede leer que «xxx [nombre eliminado] no recomienda que se conceda la nacionalidad a von Braun bajo ninguna circunstancia, pues opina que von Braun no perderá nunca sus inclinaciones nazis. Apunta, sin embargo, que von Braun sería más peligroso para este país si se convirtiera en ciudadano de alguna otra nación distinta a la de los Estados Unidos. Piensa que los conocimientos y capacidades de von Braun son necesarios, y que sería peligroso dejarle volver a Alemania o Rusia». Al parecer, en los círculos gubernamentales la conveniencia no estaba reñida con la desconfianza.
Huntsville
En abril de 1950, comenzaba el traslado de las instalaciones militares de cohetes de Fort Bliss, con su equipo de ingenieros alemanes, a los nuevos territorios de Alabama. Fue un proceso largo, que se prolongó hasta noviembre, y que supuso el traslado de más de un millar de personas. De ellas, más o menos la mitad eran militares, y la otra mitad, personal civil, repartido entre funcionarios civiles, empleados de la división de cohetes de General Electric, y el grupo de alemanes de von Braun.
Cinco años después del final de la guerra, había habido cambios en la composición del grupo original. De los 125 hombres que inicialmente dejaron Alemania, varios de ellos no habían superado la frustración de los primeros años olvidados en el desierto americano, y optaron finalmente por volver a su país o por la industria privada. Algunos estaban hartos de trabajar para los militares, otros no veían claro su futuro profesional en un entorno en el que era evidente que no existían los presupuestos necesarios para nuevos proyectos de gran envergadura, y otros, simplemente, se sintieron atraídos por las considerablemente mejores condiciones económicas que les ofrecía el sector privado. El propio hermano de Wernher von Braun, Magnus, terminaría por dejar el grupo pocos años más tarde para fichar por la empresa de automoción Chrysler, en Detroit, donde permanecería hasta su jubilación. Otros marcharon a empresas del sector aeroespacial como Bell, Consolidated y Raytheon, desde donde participarían en el desarrollo de los misiles Atlas y Thor de la Fuerza Aérea. Pero, entre tanto, nuevos miembros se habían incorporado al grupo con la puesta en marcha a nivel global del Proyecto Paperclip. El resultado final fue un pequeño incremento del número de alemanes del grupo de Peenemünde trabajando en el proyecto americano de cohetes militares: a finales de 1950, este número ascendía a 130 técnicos.
La cadena de mando en las nuevas instalaciones para el desarrollo de misiles militares era similar a la existente previamente en Fort Bliss: Toftoy mantenía la dirección estratégica del proyecto desde su despacho en el Pentágono, mientras que el ahora ya coronel James Hamill asumía la dirección del programa en Redstone. Un nuevo elemento aparecía en la persona del general Thomas Vincent, a cargo de las operaciones en el Arsenal de Redstone. Y, finalmente, von Braun asumía el cargo de director técnico del Grupo de Desarrollo de Misiles Guiados.
Para el grupo de alemanes recién llegados con sus familias al que iba a ser su nuevo hogar, fue como pasar del infierno al paraíso: de la aridez del desierto, al verdor de las montañas de Alabama; de la vida en una base militar de una ciudad fronteriza, a la tranquila vida de una pequeña comunidad que aún no había perdido el encanto rural; de los paisajes de El zorro, al de Los puentes de Madison.
En 1950, Huntsville era una ciudad de quince mil habitantes que vivía principalmente de la agricultura del berro y el algodón. Durante la guerra, los dos arsenales ahora refundidos en uno habían dado empleo a más de catorce mil empleados que fabricaban gas venenoso, cartuchos y obuses de artillería, potenciando notablemente la economía de la zona; pero con la llegada de la paz y el cierre de estas instalaciones, el paro invadió la región, devolviéndola a su estatus rural de los años treinta.
Previamente a la llegada de los alemanes, las antiguas instalaciones del arsenal habían sido consideradas para acoger un nuevo túnel de viento para la Fuerza Aérea. La idea fue acogida con entusiasmo por una comunidad ansiosa de recuperar la actividad económica de los años de guerra. El túnel de viento, una vez en funcionamiento, habría dado ocupación a 3500 obreros para su construcción, y a otros 3500 operarios posteriormente, una vez en funcionamiento. Pero las luchas de poder en el gobierno del Estado entre senadores que pugnaban por favorecer sus circunscripciones electorales, terminaron con la instalación del túnel de viento en la cercana ciudad de Tennessee, frente a la opinión de la propia Fuerza Aérea, que favorecía la opción de Huntsville.
La pérdida del túnel fue un duro golpe para las aspiraciones de los ciudadanos de Huntsville. Cuando, poco tiempo más tarde, llegaron los alemanes, no puede decirse que los acogieran con una gran alegría: no sólo se trataba de antiguos enemigos, sino que eran el recordatorio de que habían perdido la oportunidad de generar miles de empleos, a cambio de recibir a cien antiguos enemigos.
Pero si la llegada de los técnicos no fue acogida con entusiasmo, tampoco puede decirse que se notase una clara hostilidad hacia ellos entre la población. La reacción inicial podría definirse más bien como de frialdad, combinada con una cierta expectación. Aunque pasarían años antes de que los recién llegados fuesen realmente aceptados dentro de su comunidad: entre cinco y diez, según testimonios de algunos de los técnicos que lo vivieron.
Wernher von Braun contaba con que su equipo se instalase quizás por el resto de su vida en los Estados Unidos; para ello, era fundamental que fuesen aceptados por sus conciudadanos como unos americanos más, terminando lo antes posible con el estigma de su pasado nazi o el sambenito de locos visionarios. Y nunca se integrarían si se mantenían como una comunidad cerrada, quizás lo más cómodo y fácil para ellos al compartir idioma y costumbres.
Así lo expresó von Braun a sus compatriotas, pidiéndoles que hicieran todo lo posible por formar parte de su nueva comunidad: acudir a sus bares, cines y teatros, hacerse miembros de sus clubes, buscar en lo posible el contacto y la charla con los ciudadanos de Huntsville, dar conferencias o trabajar a tiempo parcial como profesores asociados en la universidad… cualquier cosa que les ayudase no sólo a dar la imagen de ciudadanos normales, sino también a intentar en lo posible quitarse ellos mismos la idea de ser un grupo cerrado y de algún modo diferente.
Un buen ejemplo del gran interés de Wernher von Braun por aparecer como un igual en su país de acogida, lo tenemos en la siguiente anécdota: cuando llegaron los alemanes, en Huntsville no había iglesia luterana, religión mayoritaria en Alemania y abrazada por los integrantes del grupo. Por ello, decidieron levantar una, y traer a un ministro luterano desde el cercano estado de Florida. Pero von Braun no acudiría a las celebraciones de esta nueva iglesia: desde su llegada, se unió a la comunidad episcopaliana, mayoritaria en la ciudad de Huntsville. Como demostraría en tantas otras ocasiones a lo largo de su vida, lo verdaderamente importante para él era conseguir sus objetivos; lo que hubiera que hacer para lograrlos tenía una importancia tan sólo relativa.
Aunque, en general, los recién llegados fueron tolerados en su nueva ciudad sin demasiados aspavientos, también hubo excepciones. Éste fue el caso, por ejemplo, de una gasolinera que colgó el cartel de Aquí no servimos a nazis, algo que se repetiría en algún que otro comercio. Pero por norma general se trató de casos aislados: el grueso de la población los veía más bien como excéntricos científicos alemanes que soñaban con cohetes para ir al espacio.
«Al principio pensamos que eran un puñado de coheteros locos», recuerda el que fuera alcalde de Huntsville en aquellos años. Refiriéndose a von Braun en particular, «pensé que el doctor von Braun era un tipo majo la primera vez que me encontré con él, pero pensé que estaba loco». Al parecer, ésta era más o menos la opinión mayoritaria entre la población en los primeros cincuenta.
También los alemanes albergaban sus reservas. Aunque el entorno era idílico en comparación con lo que dejaban atrás, el estado de Alabama era uno de los más radicales en cuanto a segregación racial y actuaciones del Ku Klux Klan, lo que les hizo llegar con importantes recelos acerca de lo que se podrían encontrar. Como suele ocurrir en estas ocasiones, los temores previos suelen exagerar la situación muy por encima de la realidad, de modo que cuando llegaron pudieron contemplar con alivio que, al menos, las personas negras no eran habitualmente perseguidas a tiros por la calle.
Huntsville era una tranquila ciudad sureña, donde la mayor parte de la gente se conocía y donde la vida diaria tenía el sabor del mundo rural. Algo que no era del agrado de Maria von Braun, acostumbrada a la animada vida berlinesa. Así se lo hizo saber a su marido al poco de llegar a su nuevo hogar, haciéndole prometer que, al menos una vez al año, harían un viaje a Nueva York para disfrutar del ambiente de la gran ciudad. A pesar de los muchos años que pasaron en Huntsville, esta añoranza de la actividad urbanita no llegaría a abandonarla nunca.
Por fin, un nuevo proyecto
El año 1950 comenzó a nivel mundial con una gran tensión entre los bloques capitalista y comunista. La Unión Soviética, que había finalizado la segunda guerra mundial como aliado de conveniencia de los Estados Unidos, se había convertido rápidamente en su mayor rival, lo que, unido a su rápida modernización y potenciación armamentística, la convertían en un peligroso enemigo. Pero, además, el peligro comunista parecía extenderse por el mundo: en octubre de 1949, Mao Zedong proclamaba la República Popular China; y un año más tarde, la Corea del Norte comunista invadía, apoyada por China y la Unión Soviética, la prooccidental Corea del Sur. Desde la crisis de Berlín de 1948, la escalada de tensión bélica parecía no tener fin; la tercera guerra mundial parecía estar a la vuelta de la esquina.
52. El Redstone, el primer misil balístico desarrollado por el equipo de von Braun en los Estados Unidos.
Si ya el año anterior el Pentágono había autorizado a Toftoy para que iniciara el desarrollo de un misil con capacidad nuclear, la evolución de los acontecimientos incrementaba el deseo del ejército por conseguir la nueva arma. Con el equipo de técnicos ya trasladado a las nuevas instalaciones del Arsenal Redstone, en julio de 1950 se recibía la orden de iniciar los estudios de viabilidad de un misil con un alcance de 500 millas (800 kilómetros).
Un año más tarde, con la guerra de Corea ya en su apogeo, se daba la aprobación formal al proyecto tras estudiar los informes de von Braun y su equipo, aunque rebajando el requisito de alcance de 500 millas a sólo 250 (unos 400 kilómetros), con una carga útil de tres toneladas. Aunque el alcance era poco mayor que el que tenían las primitivas V-2, su capacidad de carga aumentaba considerablemente, confiriéndole además la capacidad nuclear.
El nuevo cohete, cuyo diseño se basaba en gran medida en la tecnología de la V-2, no tendría nombre definitivo hasta el 8 de abril de 1952. Tras desecharse propuestas como Ursa o Major, finalmente el misil recibió el nombre del lugar donde estaba siendo desarrollado: Redstone.
El desarrollo del misil fue bastante rápido: a lo largo de 1952 quedó prácticamente finalizado el diseño, siéndole concedido a la empresa Chrysler el contrato para la producción del cohete. Si bien, como decíamos, la tecnología del Redstone era similar a la de la V-2, hecho que había permitido este rápido desarrollo, también incorporaba nuevos avances que serían comunes a todos los desarrollos posteriores: por ejemplo, fue el primer misil que contaba con una cabeza de guerra autónoma, que se desprendía del cuerpo del cohete durante la reentrada (los misiles anteriores, como la V-2, llegaban al punto de impacto completos); esto reducía el peso y la resistencia aerodinámica durante las fases finales de la trayectoria, favoreciendo un mayor alcance. El Redstone también incluía un sistema de guiado inercial, completamente autónomo. Y por primera vez incluía el concepto monocasco, en el que los depósitos de propulsante no eran elementos independientes dentro de la estructura, sino que formaban parte integral de la misma.
Como contrapartida, el misil seguía dependiendo de un fuerte apoyo en tierra para su lanzamiento, al igual que pasaba con las V-2: hasta 600 personas eran necesarias para darle soporte, además de una veintena de vehículos pesados. Dado que, al igual que la V-2, se trataba de un misil táctico de corto alcance, para su lanzamiento era necesario transportarlo hasta el lugar elegido del campo de batalla. Los preparativos para llevar éste a cabo una vez alcanzado el punto de disparo, requerían unas ocho horas de trabajo, más quince minutos adicionales para cargarlo de combustible una vez recibida la orden de lanzamiento. Aún habría que trabajar más en esta fase para conseguir misiles realmente operativos, de combustibles almacenables, listos para ser disparados cuando fuera necesario.
53. Primer lanzamiento de pruebas de un misil Redstone desde Cabo Cañaveral en 1953.
El primer vuelo con éxito del nuevo cohete tendría lugar en agosto de 1953, y entraría en producción en 1955. El primer Redstone de serie voló en julio de 1956, y en junio de 1958 se desplegaban las primeras baterías de este nuevo misil en Alemania occidental.
Von Braun y Goddard
Recién llegado al que iba a ser su nuevo hogar en Huntsville, Wernher von Braun recibió una inesperada sorpresa. Un día de 1950, el ya teniente coronel Hamill entraba en su despacho con un legajo de documentos y los ponía sobre su mesa pidiéndole que los examinara cuidadosamente. Se trataba de más de doscientas patentes emitidas a nombre de Robert H. Goddard y clasificadas como secretas por el gobierno norteamericano. Los herederos de Goddard, con el respaldo de la Fundación Guggenheim, habían demandado al gobierno de los Estados Unidos por quebrantamiento de sus derechos legales; la razón: los diseños de von Braun y su equipo.
Al parecer, tanto las V-2 restauradas y lanzadas desde White Sands como los nuevos diseños realizados ya en los Estados Unidos, contenían en su tecnología elementos patentados por Goddard. Hamill le pidió a von Braun que examinara en detalle las patentes y emitiera un informe técnico al respecto; los Estados Unidos tenían que ver la forma de defenderse para no tener que desembolsar una fuerte indemnización en el proceso legal que se avecinaba.
Asombrado, von Braun descubriría que, efectivamente, sus diseños infringían en numerosos aspectos muchas de las patentes del ingeniero norteamericano. Aquello resultaba sorprendente, teniendo en cuenta que ambos habían trabajado completamente por separado y sin conocer los avances del otro. Por otra parte, las patentes de Goddard habían sido etiquetadas como secretas por el gobierno desde su emisión, por lo que no podían haberse filtrado al exterior. De hecho, ésta era probablemente la primera vez que alguien accedía a dichas patentes desde que le fueron concedidas a su peticionario.
En realidad, las coincidencias no tenían nada de extraordinario. Al contrario que von Braun, que apenas se había molestado en solicitar más de diez patentes durante su trabajo en Alemania, Goddard se había ocupado de patentar cuidadosamente todos y cada uno de los avances en materia de cohetes que fue desarrollando a lo largo de su vida; y muchos de esos avances eran evoluciones lógicas en una tecnología como ésta, conclusiones a las que habría llegado cualquier ingeniero tarde o temprano. Por ejemplo, el uso de dispositivos giroscópicos para el guiado del cohete, o de turbobombas para alimentar el motor desde los depósitos.
Pero ello no restaba ningún mérito a los trabajos de Goddard, como el propio von Braun reconocería: se trataba de avances brillantes, y no sólo los había realizado en una época bastante temprana, sino, lo que era más asombroso, trabajando prácticamente en solitario. Aunque en su tiempo había sido a menudo ridiculizado por la prensa, ahora se descubría cuánto de genio había en su figura, aunque su propio país no lo había sabido reconocer hasta entonces. Impresionado, Wernher von Braun se convertiría en lo sucesivo en uno de los mayores defensores de la memoria del ingeniero norteamericano. En 1959, la recién nacida NASA también reconocía la figura de su compatriota asignando su nombre a uno de sus centros: el Centro de Vuelos Espaciales Goddard, en Maryland.
El proceso legal por los derechos de las patentes se prolongó a lo largo de diez años. En 1960 se resolvía conceder a los herederos de Robert Goddard y la Fundación Guggenheim (que se lo repartirían a partes iguales, como depositarios de los derechos) una indemnización de un millón de dólares. A cambio, los Estados Unidos adquirían la prerrogativa de utilizar el contenido de todas esas patentes.
Nadie creyó nunca que von Braun y su equipo hubieran copiado alguna de las invenciones de Goddard. Pero lo cierto es que, aunque involuntariamente, habían empleado tecnologías protegidas bajo patente. El temor a ser imitado que acució a Goddard durante toda su vida, y la escrupulosidad con la que intentó proteger todos sus trabajos, tuvieron al final su fruto; aunque serían sus herederos, y no él, quienes disfrutasen sus privilegios.
«Disculpen mi acento: soy de Alabama»
Asentados en las verdes colinas de Huntsville, con unas nuevas y modernas instalaciones a su disposición, con un contrato a largo plazo con el ejército norteamericano y con lo que parecía era el despertar de nuevos proyectos de cohetes, los antiguos técnicos de Peenemünde empezaban a sentir de verdad los Estados Unidos como su nuevo hogar.
Encarados a lo que parecía un futuro tranquilo por delante, y teniendo en cuenta que volver a Alemania representaba enfrentarse a la realidad de un país devastado que luchaba por la reconstrucción, la idea de instalarse definitivamente en América comenzó a calar en la mayor parte de los miembros del equipo. Ello se tradujo en el hecho de que un gran número de ellos acudiera a los bancos en busca de préstamos hipotecarios para adquirir su propia vivienda.
Von Braun compró una casa en una pequeña colina a las afueras de la ciudad, a unas manzanas del centro. Unidos por el trabajo, el idioma y las costumbres, a pesar de las recomendaciones de von Braun para mezclarse con la población, el espíritu de grupo había arraigado con fuerza entre las familias de los técnicos alemanes. Como consecuencia, otros varios miembros del grupo que se iban animando a comprar también sus casas, empezaron a hacerlo cerca de la del director técnico. Así, pronto empezó a crecer a las afueras de Huntsville un nuevo barrio, formado por las nuevas viviendas de los técnicos, en lo que rápidamente sería conocido jocosamente (y puede que con cierto aire despectivo) como «la colina del chucrut».
Pero no todos disponían de efectivo para adquirir una casa, aparte de que no existían demasiados inmuebles en venta en Huntsville por aquella época. De modo que otro grupo de unas treinta familias de técnicos decidieron comprar entre todos una parcela de tierra en Monte Sano, a las afueras de la ciudad, e ir construyendo allí sus viviendas poco a poco, según se lo iban permitiendo sus economías. Con el tiempo, otros veinte que se habían instalado anteriormente en otros lugares decidirían mudarse junto a sus colegas algún tiempo después, dando lugar con el tiempo a lo que sería conocido como «la colonia alemana».
Conseguir los préstamos hipotecarios no siempre era una tarea fácil para los técnicos: el banco les exigía disponer previamente de un saldo de al menos 2500 dólares en su cuenta corriente, una cifra enorme para quienes empezaban a cobrar por fin su primer sueldo de verdad en varios años. En algunos casos la solución fue ingeniosa: un grupo de cuatro familias se pusieron de acuerdo para reunir 3000 dólares e ingresarlos en la cuenta de uno de ellos, quien de esta forma conseguía su préstamo; a continuación, esos 3000 dólares eran derivados a la cuenta de otro técnico para que consiguiera el suyo, y así sucesivamente. «Con esos mismos 3000 dólares, traspasados de cuenta en cuenta, cuatro de nosotros acudimos al mismo hombre en un plazo de cuatro días, y construimos nuestras casas», explicaría Karl Heimburg, uno de los involucrados. Los cuatro sospechaban que el banquero en realidad sabía lo que estaba pasando, pero prefería mirar hacia otro lado.
Con un sueldo de diez mil quinientos dólares al año en 1951, los von Braun empezaban a adquirir una posición bastante cómoda en su país de acogida. Además, el puesto del cabeza de familia les otorgaba cierto reconocimiento social, y eran frecuentemente invitados a fiestas y recepciones públicas. Deseoso de integrarse en la comunidad, Wernher von Braun se unió también al club de astronomía de la ciudad, y empezó a realizar salidas a cazar y pescar con relevantes miembros de la sociedad local. Amante de los deportes en general, y de los acuáticos en particular, también comenzó a practicar la navegación y el esquí acuático en el río Tennessee, además de conseguir la licencia de piloto para retomar su antigua afición al vuelo; en 1954, también comenzaría a practicar buceo junto a su nuevo amigo Arthur C. Clarke. La vida era cómoda y relajada para von Braun y su familia, tras los difíciles años de la guerra en Europa.
54. Von Braun con su Mercedes, en 1959. Como director técnico del ABMA, en los años cincuenta comenzaría a disfrutar de una situación económica desahogada.
Y no era una familia limitada al matrimonio y su hija: en Huntsville se encontraba todavía el hermano menor del ingeniero, Magnus, incluido aún por aquel entonces en el grupo de técnicos que trabajaban en el Arsenal Redstone. Y sus padres, emigrados a los Estados Unidos tras la pérdida de todo su patrimonio en Alemania. La baronesa ocupaba el tiempo dando clases de inglés a las esposas de los demás miembros de la colonia alemana, mientras su padre se dedicaba principalmente a dar largos paseos por los verdes alrededores de la ciudad. Finalmente, en 1953 ambos volverían a Alemania, tras conseguir el barón una pensión gubernamental en reconocimiento a sus años de servicio público durante la República de Weimar. Allí había quedado también el hermano mayor de Wernher, Sigismund, quien acabaría ejerciendo como diplomático para la nueva República Federal Alemana.
Una vida agradable y tranquila, en suma, cuya alegría se vería aumentada con el nacimiento el 8 de mayo de 1952 de su nueva hija, Margrit Cecile. Tanto ella como su hermana Iris habían adquirido la doble nacionalidad germano-estadounidense con su nacimiento. En cuanto a sus padres, estaban en proceso de recibir la ciudadanía norteamericana, lo cual culminaría el 14 de abril de 1955 con la renuncia, junto a otros 38 miembros del equipo con sus familias, a la nacionalidad alemana (requisito previo para poder optar a este privilegio) y su nombramiento como ciudadanos de pleno derecho de los Estados Unidos de América.
Americano, ma non troppo
Aunque en 1955 von Braun y sus colegas conseguían la nacionalidad americana, esto no significó en la práctica que fueran reconocidos como tales en todos los círculos de su nuevo país. A lo largo de sus vidas, e incluso a pesar de haber llevado a su país de adopción hasta la gloria con la llegada a la Luna (o precisamente por eso, en algunos casos), serían mirados con recelo y desprecio por algunos reducidos sectores de la población. En ocasiones por xenofobia, y en otras por celos profesionales, para algunos norteamericanos serían siempre alemanes, inmigrantes, y no norteamericanos de pleno derecho.
55. El 14 de abril de 1955, un total de ciento tres alemanes, entre técnicos y sus familias, recibían la nacionalidad americana en una ceremonia en Huntsville. Entre ellos se encontraba Wernher von Braun.
Aunque esto puede entenderse como el estigma que tiene que sufrir todo inmigrante a lo largo de su vida, von Braun en particular tuvo que sufrir también otras experiencias aún menos gratas: una continua vigilancia por parte del servicio secreto durante sus primeros años en los Estados Unidos.
Efectivamente, durante años, dondequiera que fuera, era seguido por agentes del ejército (aunque él creyera que pertenecían al FBI). En una ocasión, en 1954, alguien le preguntó si había algo que no le gustase de los Estados Unidos. Su respuesta fue clara: «Sí, no me gusta que me traten como a un espía extranjero. Dondequiera que voy, me sigue el FBI. No puedo ni ir al baño sin que un hombre del FBI me pise los talones… siempre están alrededor. Mi teléfono está pinchado, y el FBI lee más correo mío que yo mismo. Espero que algún día confíen en mí y me dejen en paz».
En efecto, von Braun estaba bajo vigilancia. Pero no se trataba simplemente de una prueba de desconfianza, sino que era también una medida de seguridad: el ejército temía que su experto pudiera ser secuestrado por agentes soviéticos. Por la misma razón, le fueron denegadas en varias ocasiones diferentes peticiones para acudir a congresos en el extranjero: fuera del país, su seguridad corría más peligro. Por otra parte, su suegro estaba en un campo de prisioneros soviético en la Alemania oriental, y se temía que esto pudiese ser utilizado por los rusos como moneda de cambio para favorecer una posible deserción del ingeniero.