13. ¿Queremos ir a la Luna o no?

Tras el discurso de Kennedy del 25 de mayo, la NASA se vio obligada a cambiar ligeramente sus planes para el proyecto Apollo. Inicialmente, la agencia se planteaba como principal objetivo una misión tripulada a la órbita lunar, con un marco temporal situado hacia 1970, y con el objetivo final de poner a un hombre en su superficie más adelante; pero ahora, por imperativo presidencial, había que centrarse en la misión de alunizaje. Ello implicaba la necesidad, entre otros, de un nuevo vehículo preparado para descender sobre la superficie lunar, y de un lanzador más potente, capaz de asumir el sobrepeso representado por el nuevo perfil de la misión.

Mientras el proyecto Mercury avanzaba con nuevos vuelos suborbitales y, finalmente, con la primera misión orbital llevada a cabo por el astronauta John Glenn casi un año más tarde que Gagarin, el 20 de febrero de 1962, en Huntsville se trabajaba ya intensamente en el proyecto Apollo. Con prácticamente el 40% del presupuesto total de la NASA bajo su control, Wernher von Braun era uno de los principales protagonistas en este nuevo programa, responsable del desarrollo del gigantesco cohete lanzador necesario para la misión.

En Marshall se había comenzado por diseñar el Saturn I. Sus orígenes se remontaban a finales de 1958, cuando, aún trabajando para el ABMA, el equipo de von Braun había propuesto lo que inicialmente se llamó Juno V para satisfacer las demandas del ejército de un nuevo lanzador pesado. En realidad, el Juno V sería para el ABMA un proyecto de investigación y desarrollo, un paso previo a la introducción de lanzadores pesados destinados al despliegue de «armas espaciales ofensivas y defensivas». Aún no se sabía muy bien qué podría significar esto, pero el espacio era una nueva frontera, y, como tal, el ejército debía estar preparado para defenderla.

El Juno V se había ideado como un desarrollo rápido a partir del misil Júpiter, el más potente diseñado hasta entonces en Huntsville, agrupando ocho motores de este misil en tándem para dar lugar a una primera etapa de gran potencia. Pero la tarea no sería tan sencilla como en un principio parecía.

A finales de 1958, simplemente fabricar un depósito de propulsante de seis metros de diámetro, como requería el nuevo cohete, era algo que estaba más allá de la experiencia tecnológica previa. Dado que el presupuesto era escaso, y avanzar por ese camino supondría investigaciones que darían lugar a mayores costes y retrasos, los hombres de von Braun tuvieron una original idea: ya que se estaba haciendo una primera etapa a base de agrupar ocho motores más pequeños, ¿por qué no hacer el depósito agrupando también depósitos más pequeños? Y así se hizo: la primera etapa del Juno V estaría constituida por un depósito central de un misil Júpiter, de 2,7 metros de diámetro, rodeado de ocho depósitos de misiles Redstone, con un diámetro de 1,8 metros cada uno. Bajo ellos, ocho motores H-1 se alimentarían de este conjunto de depósitos para impulsar al cohete. El resultado era algo tan radicalmente diferente de los misiles hasta entonces desarrollados por el ABMA, que el equipo de Huntsville razonó que sería más lógico buscarle un nuevo nombre que lo diferenciase de los desarrollos anteriores. Y, dado que era un derivado más potente del misil Júpiter, parecía lógico denominarlo según el siguiente planeta en el Sistema Solar: Saturno. El nombre nacía oficialmente en febrero de 1959.

Con la primera etapa del nuevo cohete ya definida, pasarían años de estudios y debates sobre la configuración final que debería tener el nuevo lanzador. En su definición intervenían las expectativas tanto del ejército como de la NASA, que veía en él una de las principales herramientas para llevar a cabo su futuro programa lunar. Diversas configuraciones de dos o tres etapas de diferentes tipos serían discutidas antes de llegar a una configuración definitiva en 1961, ya con el ejército retirado del proyecto y con el equipo de Huntsville reconvertido en el Centro Marshall de la NASA.

Para entonces, varios desarrollos paralelos estaban planteados sobre el papel, los cuales también habían variado tanto en configuración como en número durante estos años. Estos desarrollos iban desde el Saturn I básico (inicialmente Saturn C-1) hasta el supercohete Nova ideado por von Braun para la misión de alunizaje. Entre ellos se situaba el Saturn V (inicialmente Saturn C-5), considerado en principio como un cohete para misiones circunlunares y para la puesta en órbita de estaciones espaciales.

A lo largo de este proceso de reconfiguraciones y estudios, había habido un momento especialmente clave para el proyecto a finales de 1959. En aquellos días, en las oficinas centrales de la NASA se debatía cuál debería ser el propulsante elegido para impulsar las etapas superiores del nuevo cohete Saturn. Mientras que von Braun y su equipo optaban por una aproximación conservadora, utilizando propulsantes convencionales (keroseno y oxígeno líquido, los mismos que alimentaban la primera etapa y cohetes anteriores como el Júpiter o el Redstone), en la cúpula de la agencia se optaba por una solución más ambiciosa. En concreto Abe Silverstein, director de Desarrollo de Vuelos Espaciales, y uno de los mayores expertos norteamericanos en materia de cohetes, defendía vehementemente la utilización de los nuevos motores criogénicos por entonces en desarrollo, propulsados por una mezcla de oxígeno e hidrógeno líquidos.

La propulsión criogénica era, sin duda, más ventajosa desde el punto de vista energético: el impulso específico de estos propulsantes es bastante superior al de los propulsantes convencionales con base en hidrocarburos, lo que significa una mayor eficiencia, una mayor potencia propulsiva para el mismo peso. Silverstein tenía claro que en estos propulsantes se encontraba el futuro de los grandes lanzadores, el futuro de la exploración espacial.

Von Braun y su equipo, en cambio, no lo veían tan claro. Aunque las ventajas del propulsante criogénico eran indudables, las dificultades que podrían aparecer introduciendo un elemento por aquel entonces aún no probado les refrenaba profundamente. El hidrógeno líquido es un elemento muy volátil y complicado de manejar y almacenar y, aunque la Fuerza Aérea estaba desarrollando la etapa Centaur, con los primeros motores criogénicos de la historia, se trataba de una tecnología que aún no se encontraba operativa, y que podía ocasionar problemas desconocidos.

En diciembre de 1959, un comité de alto nivel se reunió en las oficinas de la NASA en Washington para tratar el tema del propulsante. Von Braun expresó sus reticencias al respecto, las cuales eran secundadas por varios de los presentes; pero Silverstein estaba profundamente convencido de la corrección de sus argumentos, y no cejó en el empeño hasta que consiguió convencerlos a todos. No tenía sentido, argumentaba, iniciar un proyecto a diez años vista y seguir utilizando combustibles que eran cosa del pasado, y que tenían limitada su capacidad. Si querían introducirse con fuerza en el terreno de los grandes lanzadores y las cargas pesadas, había que utilizar propulsantes con el máximo impulso específico: había que utilizar propulsantes criogénicos.

Por otra parte, la etapa Centaur estaba por entonces en un avanzado estado de desarrollo, y la experiencia con propulsantes criogénicos conseguida en este proyecto sería posteriormente aplicable al Saturn. No se trataba de partir de cero: el Centaur serviría de punto de partida.

Finalmente, von Braun accedió, correspondiéndole la tarea, a su vuelta al Marshall, de convencer a sus ingenieros. No fue fácil: ya tenían bastantes dudas acerca de las dificultades que les supondría la conjunción de ocho motores en la primera etapa, para además añadirle una segunda etapa formada a su vez por un nuevo conjunto de motores, y además de tipo criogénico. Pero von Braun era persuasivo y, una vez estaba él convencido, supo transmitir su confianza a sus colaboradores. La decisión estaba tomada.

En la primavera de 1962, tendría lugar una reunión multidisciplinar en la NASA en la que se decidirían las configuraciones de los diferentes cohetes que formarían la familia Saturn, además del Nova, inicialmente concebido para la misión de alunizaje. En dicha reunión, los hombres del Marshall presentaron la capacidad del Saturn C-5 para llevar a cabo la misión de alunizaje que perseguía la NASA. Aunque no tenía la potencia del Nova, existían dos formas de poder conseguirlo.

Una era el encuentro en órbita terrestre, conocido por sus siglas inglesas EOR («Earth Orbit Rendez-vous»). Se trataba de construir la nave que debía realizar la misión lunar a partir de diferentes módulos ensamblados en la órbita terrestre, y enviados allí en diferentes misiones del Saturn C-5. De esta forma, el peso final del vehículo lunar se repartía entre varios lanzamientos, permitiendo la utilización de este lanzador. Una vez ensamblada, la nave viajaría hasta la superficie lunar, de donde despegaría de nuevo de vuelta hacia la Tierra.

La otra opción era el encuentro en órbita lunar, o LOR («Lunar Orbit Rendez-vous»). Siguiendo este esquema, una nave espacial más pequeña sería enviada al espacio con un único lanzamiento de un Saturn C-5. Dicha nave viajaría hasta la órbita lunar, donde una parte de ella se separaría para descender sobre la superficie, quedando el resto dando vueltas alrededor de nuestro satélite. Una vez terminada la misión, el segmento de descenso ascendería para reencontrarse con el que había quedado en órbita. Se disminuía así considerablemente el peso de la misión, al rebajarse la masa del vehículo que descendía sobre la superficie, lo que reduciría el combustible necesario tanto para el ascenso como para el frenado del alunizaje.

No obstante, el ascenso directo seguía siendo la opción más segura, y la preferida por los hombres de von Braun. Y, para ello, se hacía necesario el Nova. Pero los directivos de la NASA no lo verían así.

La familia Saturn

En la primavera de 1962 se cerrarían finalmente las configuraciones de los tres vehículos que conformarían la familia Saturn: Saturn C-1, Saturn C-1B, y Saturn C-5.

El Saturn C-1, destinado a ser principalmente un vehículo de evaluación, constaría de dos etapas: una primera etapa S-I, con la configuración anteriormente comentada (ocho motores H-1, derivados mejorados del motor del misil Júpiter, alimentados por el conjunto de depósitos del Júpiter y del Redstone), que utilizaría keroseno y oxígeno líquido; y una segunda etapa criogénica S-IV con seis motores RL-10 derivados de la etapa Centaur.

El Saturn C-5 había nacido como idea en Marshall a finales de 1961. Sin llegar a la capacidad del gigante Nova, este impresionante lanzador podría enviar una carga de 113 toneladas a la órbita terrestre, y de 41 toneladas a la órbita lunar. Sin llegar a las casi 82 toneladas que se pretendía que el Nova pudiera poner en trayectoria de escape, lo cierto es que no estaba nada mal, en un momento en el que los Estados Unidos aún no habían puesto en órbita a su primer astronauta.

84. Familia de lanzadores Saturn. De izquierda a derecha, Saturn C-1, Saturn C-5 y Nova.

El Saturn C-5 sería un vehículo de tres etapas. La primera estaría formada por un conjunto de cinco motores F-1 alimentados por keroseno y oxígeno líquido, un impresionante motor de nuevo desarrollo que debía ser capaz de generar un empuje de 685 000 kilogramos. La segunda etapa, S-II, criogénica, contaría con cinco motores J-2, también de nuevo diseño y de 91 000 kilogramos de empuje. Y por último, la tercera etapa, S-IVB, incorporaría un único motor J-2.

El Nova, que seguía apareciendo en los planes de los ingenieros de von Braun como el elegido para lanzador lunar, había pasado también a lo largo de todo este proceso por múltiples configuraciones. La que se consideraba más sólida en 1962 lo presentaba como un cohete de tres etapas, la primera impulsada por ocho motores F-1, y las otras dos criogénicas, la segunda con ocho motores J-2 y la tercera con un solo motor J-2.

Un nuevo vehículo nacería en la primavera de 1962, en la misma reunión en la que se cerraban las configuraciones del Saturn C-1 y Saturn C-5. Se trataría del Saturn C-1B, un vehículo similar al Saturn C-1, pero cambiando la segunda etapa S-IV de éste por la tercera del Saturn C-5, la S-IVB (derivada de la anterior, pero que sustituía los seis motores RL-10 por un único J-2). Ello le conferiría potencia suficiente para poder utilizarlo en pruebas en la órbita terrestre de la nueva nave lunar, a la vez que serviría para cualificar en vuelo la etapa S-IVB durante el desarrollo del Saturn C-5.

Eligiendo el modo

A comienzos de 1961, la opinión generalizada en la NASA para la misión lunar se decantaba hacia uno de estos dos modos: bien una misión directa con el Nova, o bien utilizando el encuentro en órbita terrestre (EOR) con el Saturn C-5. Cada opción tenía sus ventajas y sus inconvenientes. El modo directo parecía más sencillo y seguro, reduciendo la complejidad de la misión, pero por otra parte requería del desarrollo de un lanzador completamente nuevo, lo cual no sería tarea fácil. Por su parte, el modo EOR solventaba el tema del lanzador, al utilizar uno, el Saturn C-5, cuyo concepto estaba más maduro y para el que era de prever un desarrollo más rápido; pero por otra parte, suponía la necesidad de desarrollar procedimientos de encuentro y acoplamiento entre vehículos en el espacio, tema en el que existía una experiencia nula en 1961.

El modo LOR, por el contrario, no estaba siendo considerado seriamente por el conjunto de la agencia espacial. Aunque con fuertes defensores dentro del centro Langley, entre los que destacaría John Houbolt, la mayor parte de los involucrados lo consideraban simplemente demasiado arriesgado: si algo fallaba durante el acoplamiento del módulo lunar con el módulo orbital tras la finalización de la misión de alunizaje, los astronautas del módulo lunar quedarían fatalmente abandonados a su suerte, sin poder regresar a la Tierra. Un encuentro en órbita terrestre, por el contrario, siempre permitiría el retorno a casa de la tripulación si el acoplamiento fallaba, antes de iniciar la misión.

85. John Houbolt, exponiendo sus argumentos a favor del esquema de encuentro en órbita lunar, o LOR.

Bajo estos argumentos, prácticamente nadie en la NASA había prestado seria atención al modo LOR, a excepción de su grupito de defensores en Langley. John Houbolt en particular se sentiría especialmente frustrado por esta reacción de sus colegas, al entender que nadie se había molestado en analizar realmente a fondo las bondades del LOR. Ardiente defensor de su idea y desesperado al no encontrar eco por los canales apropiados, decidió en noviembre de 1961 saltarse todos los protocolos y escribir una carta al respecto nada menos que al administrador adjunto de la NASA, Robert C. Seamans. No era la primera vez: ya lo había hecho en mayo del mismo año, quejándose de lo que él consideraba graves errores de juicio en la selección de los modos de misión, a lo que Seamans había respondido amablemente que el tema estaba siendo estudiado en profundidad por la NASA. Pero en noviembre, Houbolt fue aún más lejos, con un escrito de nueve páginas en el que exponía, vehementemente y olvidando cualquier concesión a la diplomacia, su punto de vista al respecto. La carta comenzaba: «[Sintiéndome] como una voz en el desierto, quisiera comentarle unas cuantas ideas que han sido para mí motivo de honda preocupación en los últimos meses». Consciente de lo inusual de su misiva, el ingeniero de Langley ya advertía al principio que «dado que sólo hemos tenido algún contacto ocasional y limitado, y dado que debido a ello usted probablemente no me conoce bien, es concebible que después de leer esto piense que está tratando con un amargado. No se preocupe por eso. Los pensamientos expresados aquí puede que no estén plasmados de forma tan diplomática como debieran, o como en condiciones normales yo mismo intentaría hacer, pero es así a propósito, y en este momento no es lo importante. Lo importante es que oiga las ideas directamente, no después de que hayan sido filtradas por una veintena o más de personas, con el riesgo de que ni siquiera le lleguen a usted». El escrito reflejaba claramente la pasión y la desesperación de Houbolt, con frases como: «¿Queremos ir a la Luna o no?… ¿Por qué simplemente se acepta el Nova sin más, con su enorme tamaño, y por qué un esquema mucho menos grandioso que utiliza el encuentro [espacial] simplemente es relegado al ostracismo o poniéndose a la defensiva? Me doy perfecta cuenta de que contactarle de esta forma es un poco heterodoxo, pero los temas en conflicto son lo suficientemente cruciales para todos nosotros como para que se utilice un camino inusual». Pecando de un exagerado optimismo con respecto a las bondades de su idea, Houbolt afirmaba: «Denos el visto bueno y un C-3 [Saturn C-3, una versión finalmente desechada intermedia entre el Saturn C-1 y el Saturn C-5] y pondremos un hombre en la Luna en muy corto plazo»

Parece que esta vez las palabras de Houbolt sí hicieron su efecto sobre varios de los máximos responsables de la NASA, que empezaron a decantarse hacia el modo LOR. Sin embargo, a nivel de gerentes del programa lunar, un informe del mismo mes de noviembre presentaba el modo de ascenso directo con el cohete Nova como el que «proporciona mayor seguridad de cumplimiento durante esta década», solicitando que el Nova «debe desarrollarse con una prioridad del máximo nivel». De las otras dos opciones, EOR y LOR, el informe presentaba el LOR como la más arriesgada y complicada de todas.

Pero, poco a poco, la opción del LOR se iba abriendo paso. El principal argumento era la ventaja en peso que suponía frente a cualquiera de las otras dos opciones, lo que redundaba en una mayor economía y rapidez de desarrollo. Con el LOR, no se precisaba del gigantesco Nova, y bastaba con un solo lanzamiento de un Saturn V, en lugar de los dos requeridos por el EOR. Estas consideraciones eran principalmente las que iban ganando adeptos para el LOR en las oficinas centrales de la NASA. Como ventajas adicionales, que animarían a Gilruth (director del MSC, Manned Spacecraft Centre, y rival de von Braun), estaba la especialización de las diferentes partes de la nave: frente a una única nave pesada y compleja que alunizaría completa en la Luna, el LOR permitía dividir el vehículo en dos módulos más pequeños y manejables, cada uno de ellos especializado en la misión que debía desarrollar.

Pero aún quedaban fuertes oponentes al LOR. Entre ellos, aunque no únicamente, estaba von Braun y el conjunto de sus técnicos del Marshall. Estos abogaban fuertemente por el ascenso directo, o, en caso contrario, por el EOR. El LOR era para ellos excesivamente arriesgado, y discutían las ventajas en peso argumentadas por sus defensores: en opinión de los ingenieros de Huntsville, la división de la nave espacial en dos independientes supondría una duplicación de sistemas de todo tipo, lo que al final reduciría en buena parte la ventaja en peso aludida. Ciertamente, la realidad resultaría estar en un punto intermedio.

La lucha fue encarnizada entre los partidarios del LOR y sus oponentes, que tras el paso de Gilruth al lado de Houbolt y los suyos, se había convertido en una representación más de la eterna rivalidad entre el Marshall y el MSC. Incluso los propios responsables de la NASA observaban con impotencia lo que en palabras de alguno de ellos eran posturas enconadas por la rivalidad y la obstinación: si los hombres de von Braun mostraban una negatividad exagerada, los de Gilruth, por su parte, aparecían demasiado entusiastas y poco realistas. Se había perdido la objetividad, y la rivalidad y los celos entre ambos centros dominaban la discusión, haciendo que el acuerdo fuese prácticamente imposible. En palabras de un miembro de la NASA, cada uno de los centros «ignoraba completamente la capacidad del otro».

Pero en la primavera de 1962, la tensión comenzó a decrecer gradualmente. Y fue principalmente Wernher von Braun el responsable de que así sucediera.

En una de las múltiples e interminables reuniones sobre el modo de lanzamiento, mantenida en Huntsville durante el mes de abril, von Braun comenzó su campaña de distensión pronunciando unos comentarios bastante favorables tras la presentación realizada por sus rivales del MSC. Finalmente, en otra reunión mantenida también en las instalaciones del Marshall el 7 junio, las conclusiones de von Braun al cierre de la conferencia fueron de algún modo sorprendentes: el director del Marshall resumiría el contenido de la reunión y de los últimos largos meses de discusiones exponiendo cómo se habían presentado a lo largo de seis horas las posibilidades de llevar a cabo la misión lunar a través de un ascenso directo con el Nova, o mediante maniobras de encuentro en órbita terrestre o en órbita lunar. Todas estas opciones aparecían como viables, declaraba von Braun. Pero había que decidirse finalmente por una de ellas: «Es absolutamente imprescindible que lleguemos a una decisión definitiva sobre el modo en las próximas semanas, preferiblemente antes del primero de julio de 1962. Estamos perdiendo tiempo en nuestro programa a nivel global como consecuencia de la falta de una decisión sobre el modo». Su conclusión final fue lo más sorprendente: el centro Marshall optaba oficialmente por el modo de encuentro en órbita lunar, el LOR.

Von Braun expondría hasta once razones técnicas por las que su equipo se sumaba a los partidarios del LOR. Sin embargo, a la postre, la decisión había sido principalmente de índole estratégica, o política: la enconada rivalidad de los últimos meses y la falta de acuerdo estaban, de hecho, haciendo peligrar la consecución del objetivo último de llegar a la Luna antes del final de la década. El espíritu práctico de von Braun no podía permitir que se viniesen abajo sus sueños de toda la vida por mantener una posición obstinada y más basada en el orgullo que en sólidos motivos técnicos. El modo LOR, que había comenzado siendo la opción minoritaria, había recabado con el tiempo el apoyo del MSC y de buena parte de los responsables de la NASA; el Centro Marshall no podía permanecer ciego ante esta realidad.

Por otra parte, las intensas reuniones de los últimos meses habían conseguido finalmente presentar las diferentes opciones en un adecuado marco de objetividad. Como el propio von Braun expondría, las tres opciones aparecían finalmente como perfectamente válidas y realizables, cada una de ellas con sus ventajas e inconvenientes. Ni el LOR era la panacea defendida inicialmente por Houbolt y sus partidarios, ni la arriesgada locura con la que lo menospreciaban sus opositores. Y en 1962 presentaba una importante ventaja, que ya no se le ocultaba a von Braun: con su simplicidad, que permitía realizar la misión con un solo lanzamiento de un Saturn C-5, era el modo con mayores probabilidades de cumplir el compromiso de Kennedy de llegar a la Luna en lo que quedaba de década.

Efectivamente, el desarrollo del supercohete Nova, aún una simple idea sobre el papel en 1962, no parecía factible en tan corto plazo. Simplemente las infraestructuras necesarias para su fabricación y ensayos quedaban más allá de las existentes en la NASA en aquellos momentos. El modo EOR solventaba este problema al emplear, como el LOR, el Saturn C-5 en lugar del Nova; pero se requerían dos lanzamientos para la misión, y si el segundo tenía que retrasarse por alguna eventualidad, la etapa ya en órbita no podría permanecer operativa a la espera de una siguiente oportunidad, sino que se echaría a perder, con todo el coste que ello supondría. El modo LOR solventaba estos problemas.

Como buen líder, Wernher von Braun se encargaría de dejar claro a todos los involucrados que no había ganadores ni perdedores con esta decisión, comentario que por sí solo ya deja claro lo enconada que había sido la lucha y la rivalidad entre su centro y el de Gilruth. La opción elegida, el LOR, no había sido planteada ni por el MSC ni por el Marshall, sino por Langley, habiendo sido aceptada por todos en base a sus ventajas objetivas. Pasase lo que pasase, no existiría el «ya te lo dije», en palabras de von Braun. «De hecho, considero afortunado para el programa de Aterrizaje Lunar Tripulado que ambos centros, después de tanto debate, hayan llegado a idénticas conclusiones. Esto debe dar cierta confianza adicional a la Oficina de Vuelos Espaciales Tripulados de que nuestras recomendaciones no deben estar muy lejos de la realidad». Con esta habilidad política, von Braun cerraba el debate sin vencedores ni vencidos, sin resentimientos, y defendiendo la profesionalidad de todos los involucrados.

Éste no fue, a pesar de todo, el cierre final de la controversia sobre el modo de misión. Tras el acuerdo entre centros, aún quedaban responsables en las oficinas centrales de la NASA fuertemente opuestos al LOR. El debate volvería a surgir incluso en presencia del Presidente Kennedy, durante una visita de éste a las instalaciones del Centro Marshall acompañado por von Braun y los principales responsables de la agencia espacial. Con Kennedy estaba su asesor científico, Jerome Wiesner, un ferviente opositor del LOR. Después de que von Braun le explicase al Presidente que éste era el modo elegido para la misión, Kennedy comentó: «Creo que el doctor Wiesner no está de acuerdo con esto», y, volviéndose hacia atrás, buscó a su asesor: «¿Jerry? ¿Dónde está Jerry?». En unos momentos, Jerome Wiesner era arrastrado junto al grupo, donde se le sometería a un «careo» con los principales responsables de la NASA, acerca del modo de la misión. A la vista de las cámaras, aunque fuera del alcance de los micrófonos, tendría lugar una tensa discusión entre partidarios y opositores al LOR, entre Wiesner y von Braun, recién convertido al modo de encuentro lunar. Tras varios minutos de discusión, Kennedy se volvió hacia James Webb, administrador de la NASA: «Señor Webb, usted está al mando de la NASA. Tome usted la decisión».

86a-86b. Visita de John Fitzgerald Kennedy, el Vicepresidente Johnson y otros dignatarios al Centro de Vuelos Espaciales Marshall el 11 de septiembre de 1962. Allí se produciría una acalorada discusión entre Wernher von Braun y el asesor científico del presidente sobre el modo de misión lunar.

La decisión oficial tendría que esperar hasta el 7 de diciembre de 1962, cuando el administrador de la NASA, James Webb, ratificaría finalmente la opción LOR como la seleccionada para la misión lunar.