XVI
Valentia,
el día después de los Idus de Ianuarius del vigésimo
año de mandato del divino Augusto Diocleciano[78].
El viejo Tito había disfrutado como un gorrino en una charca. Compartir con aquel extraño chico culto y docto sus viejos pergaminos recién adquiridos había sido una experiencia única. El reo cristiano sabía mucho de Historia antigua y sus intervenciones eran de gran ayuda para ampliar los comentarios de las crónicas de Lucio Antonio.
No dudó ni un ápice; al atardecer, después de despachar un par de asuntos que le esperaban en el foro y aliviarse en las letrinas, volvió a su domus. Cenó algo liviano y dio órdenes precisas a sus esclavos de que le levantaran después del alba. Cuando Secundino, llegado el día anterior desde la villa de Enesa, le despertó sin sobresaltos a primera hora de la mañana se puso los calcei,[79] se aseó un poco y salió al atrio en busca de su compañero de excursión, su escriba, al que despabiló sin muchos miramientos. El esclavo estaba plácidamente dormido, tapado con una manta de lana y acurrucado frente al tablinio, en un rincón del atrio donde las corrientes de aire no le alteraban el sueño. Después de tomarse unas gachas y una chusco de pan con aceite, le ajustó la toga a su señor, vigilando que sus amplios pliegues no se arrastrasen por el suelo. Estaba listo para salir a la vida pública y visitar de nuevo a su joven compañero de plática.
Los milicianos que custodiaban el Castellum Aquae no les importunaron al verles llegar. Sin mediar palabra alguna, el encargado de las llaves abrió el portillo y acompañó de nuevo al decemprimi hasta la pequeña celda del joven cristiano. Repetía guardia y no quería repetir monserga.
—Buenos días, joven Eutiquio.
—No pones hoy muy buena cara, amigo Antonio; parece que has descansado poco y mal.
—El tiempo justo, como todo ciudadano responsable, atareado y dispuesto… ¿Y tú? ¿Has podido dormir bien?
—Claro, estos aposentos tan refinados invitan al descanso…
—En las academias de Oriente te tacharían de cínico.
—¿Y en las de Roma? ¿De que más me acusarían? —le replicó Eutiquio, arqueando sus finas cejas.
—Guárdate la retórica para más adelante, que seguro que la vas a necesitar. Te traigo esto. Es el siguiente legajo de Lucio Antonio.
—¡Bien! Me gustó mucho lo que leímos juntos ayer. Tuviste unos antepasados muy, pero que muy interesantes. Leí hace tiempo a Salustio y Livio en sus comentarios sobre las guerras civiles, incluso la Vida de Sertorio del griego Plutarco, pero nunca había leído nada escrito con un prisma tan directo. Estos tres grandes historiadores nacieron muchos años después de esta guerra, así pues ninguno fue testigo directo de los hechos. En cambio, vuestro antepasado sí lo fue. La Historia la trastoca siempre el que gana y, generalmente, es el mismo que cataloga después a los artífices de los hechos como campeones o tiranos.
—Así es; los fundadores de mi familia fueron unos activistas populares que pagaron muy cara su afiliación política —respondió el viejo Tito, rememorando las vicisitudes que contenían las memorias de su antepasado Cayo Antonio y su intensa y azarosa vida.
—Jamás sabremos qué habría sucedido si Sertorio, y no Pompeyo, hubiese ganado la guerra civil… ¿Más derechos para el pueblo? ¿Le habría concedido la ciudadanía romana a todos los indígenas y aliados hispanos anticipándose en más de dos siglos a Caracalla?
—Puede que sí… Quizá ni el mismísimo César hubiese sido relevante si Sertorio hubiese vuelto triunfal a Roma y depuesto a los optimates…
—Bueno, eso es algo que no podemos cambiar, pero sí que podremos comentar… Por cierto, ¿Ya te has leído estos rollos que traes?
—No, tenía intención de hacerlo contigo —le respondió Tito, girándose hacia su escriba, el cual, ante el gesto de su amo, extrajo de su ancho morral varios viejos pergaminos enrollados—. Son la continuación del anterior que ya leímos… cuando Lucio partió de su casa junto a la milicia berona para ir a la guerra contra el dictador.
—Tito, déjamelos; los leeré en voz alta, a la luz de la claraboya, y así cambiaremos impresiones sobre la campaña de César en Hispania…