Destrucción de murallas

Frontera entre la Layetania y la Cosetania. De las nonas a los idus de quintilis del 558 (del 8 al 15 de julio del 195 a. C).

M

ientras Catón escarmentaba a los lacetanos, Marco Camilo arrasaba, sin contemplaciones y con rapidez, siete poblados bergistanos. Los habitantes que no pudieron huir fueron exterminados o tomados como esclavos. Los romanos habían desactivado la rebelión incluso antes de que llegara a cuajar. Cumplidos los objetivos, Catón ordenó el regreso y descendió rápidamente por el Rubricatus. Cuando encontró al destacamento derrotado por los servidores de Icra montó en cólera, pero no castigó a los aliados, al contrario, hizo que le explicaran las condiciones del combate. Acto seguido dio órdenes muy concretas a Marco Camilo.

─ Mira Marco, quiero que tú en persona dirijas el ataque. Subid por el sendero, con prudencia, con los escudos preparados y llevad  honderos. En un momento dado esas medusas comenzarán a gritar y el eco multiplicará sus ruidos con un efecto aterrador. Explica bien esto a tus hombres, y si tienen miedo di que se metan cera en los oídos, como Ulises, vosotros no paráis hasta llegar al santuario. Aniquiláis la resistencia y tomáis prisioneras a las sacerdotisas.

Los aliados subieron con rapidez y a pie, esta vez ni los aullidos, ni la visión aterradora de los peñascos, ni la lluvia de piedras lograron detener el asalto del feroz Camilo. Numerosos guerreros terminaron despeñados o aplastados por las rocas, pero los latinos coronaron la explanada del santuario. La guardia íbera murió defendiendo la entrada de la cueva de Icra. Marco Camilo incendió y destruyó todos los recintos, tomó la imagen de la diosa negra y bajó con las doce viejas sacerdotisas que logró capturar vivas.

El día IV antes de los idus de quintilis llegaron al campamento del Rubricatus embajadores de prácticamente todos los grupos tribales de la Tierra Libre. El clima de resignación dominaba tras la aplastante derrota. Cuando los delegados y embajadores iban llegando a la tienda pretoria, la perplejidad y el espanto superaban todo lo esperado. En la plaza de armas estaban empaladas las doce sacerdotisas de Icra desnudas y cubiertas por nubes de moscas. Ante ellas quedaban los restos de una hoguera donde se podía identificar, medio quemada, la escultura de Icra.

Los delegados, absolutamente angustiados, escucharon a Catón y aceptaron las duras condiciones: rehenes y desarme. No había otra posibilidad, sumisión o muerte. Catón advirtió que en breve enviaría nuevos mensajeros ordenando acciones complementarias y advirtiendo que algunos oppidum deberían destruir total o parcialmente sus murallas. Los íberos abandonaron el campamento abatidos. El impacto de las órdenes, sumado al de la derrota, fue demoledor. Algunos caudillos guerreros prefirieron el suicidio antes de entregar las armas.

Al día siguiente, el III antes de los idus de quintilis, Catón con todas sus tropas atravesó el Rubricatus y bajó por la Vía Heraclea hacia Tarraco. Acampó frente al oppidum de Olerdulae que, por sus condiciones estratégicas de control sobre la Vía Heraclea, fue ocupado por un destacamento legionario previa expulsión de la población indígena. Con las pridie idus de quintilis, Catón entró en Tarraco. Ese mismo día llegó Helvio, que había sido pretor de la Ulterior, con una escolta de tres mil soldados. Catón montó en cólera, el ejército del sur prescindía de una parte de sus efectivos para dar protección al retorno de un pretor. Helvio, además, contó historias fabulosas de supuestas batallas que había ganado durante el camino de regreso y añadió que esperaba celebrar su triunfo en Roma. Catón le recriminó que no hubiera organizado el retorno por mar y ordenó que las tropas volvieran inmediatamente a Cástulo y que él procediera a continuar su viaje con una pequeña escolta ya que el territorio estaba pacificado.

Desde Tarraco, Catón se dedicó a preparar la marcha hacia la Turdetania. Una parte de las tropas y de la impedimenta se desplazarían por mar hasta Cartago Nova y el resto avanzaría siguiendo la línea de la costa. Si se movían con rapidez podían llegar a Cartago Nova por las kalendas de sextilis y a Cástulo con los idus de sextilis. En las kalendas de october podría haber terminado las operaciones y volver a Tarraco en las kalendas de november y, finalmente, volver a Roma con el ejército consular, como muy tarde, con las de februarius. Pero la marcha hacia el sur exigía seguridad máxima. Emporion y Tarraco estaban en manos romanas y quedaban tropas suficientes para garantizar la seguridad del territorio hasta el regreso del contingente de Manlio. Sin embargo, Catón quería aprovechar la victoria para doblegar totalmente a los íberos.

El día de los idus de quintilis, un centenar de embajadores acompañados por parejas de soldados de caballería partieron, con cartas selladas, hacia los oppidum radicados en los entornos de la Vía Heraclea y algunos otros del interior. Comunicaban una orden expresa: al recibir la notificación, los íberos debían proceder al derribo de sus murallas, y las obras debían comenzar de manera inexcusable el mismo día en que llegara el embajador, que permanecería vigilante mientras se iniciaban los trabajos. Los conjuntos urbanos seleccionados debían ofrecer una entrada franca, libre de defensas, a cualquier destacamento romano. Los núcleos que no cumplieran la orden quedaban amenazados con la destrucción.

La medida supuso un nuevo golpe demoledor para los íberos. Catón había dado instrucciones precisas y prácticamente todas las cartas se entregaron el mismo día. Las autoridades de los núcleos íberos no sabían si era una medida específica contra su poblado, o bien una medida generalizada que se podía obviar. La mayor parte no quiso correr riesgos, y observados por los delegados romanos procedieron a quemar las puertas y desmontar las defensas que protegían los accesos a sus poblados. En un solo día, y utilizando mano de obra nativa, Catón conjuró el peligro potencial que suponían los poblados fortificados que dejaba a sus espaldas. En las semanas siguientes, las tropas aliadas verificaron las obras de derribo, que se hicieron extensivas a los poblados más alejados.