Pacto de plata y oro

Campamento de Emporion, Lucio y Creonte planean apoderarse de la plata de Escipión, día III antes de los idus de junius, año 558 (11 de junio del 195 a. C.).

S

ura y Boius se reunieron en La Rápida de Ostia. El mercader, deseoso de profundizar su amistad con Boius, preparó un sabroso prandio con los ingredientes que su cocinero había adquirido en el mercado emporitano: ostras y erizos en salsa, costillas de cabrito asadas, pastelitos de miel, y todo muy regado con abundante vino aromatizado de Lesbos. Boius, que había empezado a perder peso debido a la espartana vida en el campamento, le dedicó brillantes miradas de agradecimiento mientras se chupaba pausada y ruidosamente los dedos que iba sumergiendo en la salsa. Al fin y al cabo la amistad de Sura podía ser una buena vía para cuando retornara a Roma.

─ Contigo sí que da gusto hacer negocios, Sura. Si supieras los provincianos que he tenido que soportar... eso sí que es sufrir. Me cogieron todos mis ahorros... Suerte que pude guardar el tesoro de Escipión, pero seguro que sospechan y continúan vigilando... Gentuza. En fin, me jugué la vida protegiendo el secreto, y si lo hacemos bien Escipión nos recompensará, y sin duda algo se perderá en el camino para recompensar nuestros esfuerzos. ¿O no? ¿Qué dice mi bello amigo?

─ Tranquilo Boius, el futuro todavía es nuestro, saldremos de ésta y saldremos bien, porque nuestra sensibilidad nos hace superiores. Salvaremos la mercancía de Escipión, él tiene la plata y tus leales servicios serán recompensados generosamente, y yo me encargaré personalmente de ello y de darte, con cariño, todas las compensaciones que tu valor se merece. Por otro lado eso que insinúas no me parece mal, algo podremos cobrar por adelantado.

Evaluaron conjuntamente la crisis en que se veían inmersos. Desde la tarde anterior, el tesoro estaba cargado en la nave insignia. Tenían que salir del puerto sin levantar sospechas. La expulsión decretada por Catón, que expiraba en horas, los beneficiaba en este aspecto. Boius tenía el presentimiento, fundamentado, de que Lucio iría a por él. Consciente del peligro y ya desde la noche anterior se había trasladado de incógnito a La Rápida de Ostia.

El viento empezaba a amainar y eso era buena señal puesto que podrían zarpar sin problemas. Lupus había planificado el asesinato de Catón para la IV hora de la segunda vigilia de ese mismo día, justo antes de la última comida vespertina del cónsul, iniciada ya la noche. Después del magnicidio correría hacia la playa. Media hora antes del atentado, La Rápida de Ostia se haría a la mar, abandonaría el puerto y esperaría fondeada cerca de la playa de Levante. Allí, un bote recogería a Lupus y lo trasladaría a La Rápida que, con la brisa marina a favor, no tendría problemas para alejarse, veloz, en dirección noroeste.

Con Catón muerto, el ejército consular entraría en un período de marasmo hasta que se pudiera rehacer una cadena de mando eficaz. Quietus, por supuesto, debía intentar tomar el control del ejército haciendo valer su categoría de tribuno en jefe, y a continuación esperar las instrucciones de Escipión.

A todo esto Lucio, ordenó a Floro y Quinto que le acompañaran a la ciudad. Imaginando las dos próximas horas con Friné, y con el corazón acelerado, enfiló la Vía Quintana para salir casi corriendo, por la puerta Dextra, hacia la puerta sur de Emporion. El chacinero y el pelirrojo cabezudo resoplaban detrás de Lucio. Atravesaron raudos las calles, cruzaron el ágora como un relámpago y entraron presurosos en El Unicornio. Friné, que atendía a los clientes de un jentaculum tardío, le dedicó a Lucio una sonrisa generosa y con el índice le señaló el piso superior. El par de siniestros al servicio de Lupus, sentados en una de las mesas y vaciando jarras no se perdieron detalle. Lucio ordenó a Floro y a Quinto que se sentaran, a ambos les brillaron los ojos y empezaron a babear cuando vieron a las sirvientas del local. Lucio les dio órdenes precisas.

─ Tomad un vino caliente con especias, a mi salud, y nada de tocar a las chicas. Con mirar tenéis bastante... Si Friné me dice que os portáis mal os haré apalear.

Ambos asintieron con una especie de mugido de intenciones indefinibles. Lucio subió los escalones de dos en dos y llamó suavemente a la puerta. Creonte abrió y echó un vistazo a la escalera, una prudencia ritual, para saber si Lucio venia solo o acompañado. Creonte contó todo lo que sabía. Estaba seguro de que esas ánforas llevaban el tesoro de Escipión. Lucio pensó que, efectivamente, podría tener razón, todos los movimientos de Boius eran extraños. El individuo podía ser un glotón pero se había tomado demasiado molestias si lo que custodiaba y trasladaba era simplemente garum de Gades. Podría ser que las ánforas guardaran el tesoro y que los escipiónicos lo quisieran recuperar. Ahora las doce ánforas púnicas estaban en la bodega de La Rápida de Ostia, que permanecía atracada justo en la dársena entre los espigones. Un buen lugar para soltar amarras cuando amainara el viento. Creonte mantenía un servicio de vigilancia. Uno de sus marineros en el muelle observaba las actividades de la flota comercial romana y pasaba la información, regularmente, a otro de sus hombres que se acercaba a la terraza de Creonte, quien, de esta manera, estaba perfectamente informado de cualquier movimiento.

─ Lucio, debemos capturar esas ánforas y repartirnos su contenido. Boius no puede salirse con la suya.

─ De acuerdo, siempre que la plata sea para ti, nada para Aníbal ni para los íberos...

─ Te lo juro por Baal, yo soy pobre y Aníbal rico, no le hacen ninguna falta.

─ Está bien. Sin embargo no creo que hoy puedan zarpar los barcos, el Boreas sigue soplando. Puedo ir a buscar refuerzos y atacar la nave, o puedo preparar la liburna para capturarlos cuando intenten escapar, pero como mínimo necesitaría una hora.

─ ¡Por las treinta tetas de Artemisa! ¡Lucio! ¿En qué piensas? Si la liburna de Catón interviene, será Catón quien se quede el tesoro... Es nuestra gran oportunidad. Dar un buen golpe y salir de la miseria: villas, barcos y danzarinas de Siria, o efebos barbilampiños, lo que quieras, no pienses en mezclar a Catón. Esto debe hacerse con cautela, sin ruidos y asegurándonos de que no son fantasías... esta plata es tuya y mía, y de nadie más.

─ Bueno, Creonte, intentaremos recuperar las ánforas, con discreción, eso sí..., para ti y para mí. Es necesario que mantengas a tu tripulación vigilante y La Gracia de Siracusa aparejada, lista para zarpar, en caso de que intentaran escapar les daríamos caza, y ahora tengo que dejarte ─Lucio estaba impaciente por departir con Friné, pero le dio otra excusa al Polifemo─. Por orden expresa de Catón debo asistir a una reunión con una embajada ilergete.

Creonte procesó aquella información y abrió su ojo de manera manifiesta.

─ ¿Una embajada ilergete? ¿Con Catón? Malditos traidores. Y no me habías dicho nada. Esto es importante para el conflicto, la posición de los ilergetes puede ser determinante. Esos cerdos están acobardados, son una sombra de lo que eran... ¿Y cómo es que no me habías dicho nada?

─ No te he dicho nada porque yo trabajo para Roma. Creía que ya lo sabías ─Lucio se iba excitando por momentos, pero quería ser muy preciso con Creonte─. No como tú, que eres un criado del tuerto de Cartago. Mira, el tema ilergete lo dejamos de lado. Además, ni tú ni yo daremos la plata a los ilergetes... ¿Verdad que no les devolviste el tesoro recuperado en Tibissi? Pues ahora, tampoco. Tenemos unas cuantas horas de margen hasta que amaine el Boreas. Ordenaré al chacinero y al enano que detengan a Boius, pues debe estar en el campamento. Mientras, yo dedicaré mi tiempo a rendir culto a Friné... Después comeremos y beberemos, ella y yo, solos, se entiende, y cuando estemos saciados de todo iré al campamento y haré cantar a Boius hasta que me diga qué hay en las ánforas. Después, me vestiré de guerrero e iré a la reunión con los ilergetes. A continuación, volveré y abordaremos, con tus hombres y mi autoridad, a La Rápida de Sura... y ya veremos lo que sacamos...

─ ¡Vamos!, hay una fortuna y una guerra en juego y tú, con sangre fría, sólo piensas en Friné. ¡Por todos los dioses griegos y púnicos!, creía que eras un tipo sensato, ahora es el momento del oro... Con Friné no necesariamente tendrás oro, pero con oro tendrás todas las Frinés que quieras.

─ Por ahora no puedo hacer nada más, si tus fantasías o sospechas se confirman actuaremos, pero no me quiero precipitar, y menos renunciar a un par de horas con Friné sólo porque tú crees que Boius ha metido plata entre el garum. Ni tú ni él me amargareis lo mejor del día.

─ ¡Maldita sea, estamos perdidos! ¡La cabeza de Zeus hecha astillas! Loco, eres un loco inconsciente.

Lucio se deslizó escaleras abajo con un par de saltos. En la sala dio órdenes precisas a sus chicos. Los hombres de Lupus intentaban enterarse, pero sólo pudieron captar algunos fragmentos.

─ ¡Marchad al campamento!, localizáis a Boius, y lo detenéis, pero no lo estropeéis demasiado. Sólo los golpes necesarios. Lo atáis, lo amordazáis y lo lleváis a mi tienda... y cuidad de él hasta que yo llegue. Si alguien dificulta vuestra misión le enseñáis el salvoconducto que lleváis colgando del cuello. ¿De acuerdo?

Lucio hizo repetir las instrucciones un par de veces a cada uno de ellos. Luego los dejó marchar. Friné miraba divertida.

─ Impresionan las fuerzas de inteligencia romanas. ¿Acaso te los han asignado tus enemigos?

─ Pocas bromas Friné, son buenos chicos, y es lo más leal que puedo tener.

─ Por lo que veo hoy no dispones de demasiado tiempo. ¿No valdría más que te dedicaras a resolver tus problemas que, por lo visto, son muchos?

─ Contigo los resolveré mejor. Necesito que me des un poco de energía. ¿Carpe Diem?

─ Naturalmente. ¡Carpe Diem!

A continuación, Friné ordenó que trajeran un prandio frugal a la habitación que tenía reservada para los encuentros con Lucio. Encargó también a las esclavas que hicieran sonar crótalos cuando la clepsidra se acercara a la hora de marcha de Lucio. La sesión no desmereció. Friné cabalgó con furia a su guerrero... Los crótalos sonaron demasiado pronto. Lucio, que reponía fuerzas, roncando dulcemente sobre el triclinio, se despertó de golpe y, a la carrera, se enfundó la túnica. Acarició a Friné, que medio dormía, y salió a la calle atándose las cáligas.

Cuando llegó al campamento comprobó que las cosas no iban bien. Quinto y Floro montaban guardia ante la tienda. Habían buscado a Boius por todas partes pero no lo habían encontrado. Los criados de Boius les dijeron que el tribuno había ido a entrenarse con la tropa. Lucio envió al pelirrojo a El Unicornio para que sirviera de enlace si la Rápida hacía algún movimiento, y encargó a Floro que siguiera buscando a Boius por el campamento. A continuación se vistió de romano (túnica escarlata limpia, armadura de lino, el tahalí y las faleras bien brillantes, el cinturón con la espada y el insoportable casco) y se dirigió a la reunión con la embajada ilergete. El Boreas había amainado, y eso no era una buena noticia. Quizás Sura intentaría zarpar.