Después de la batalla
Emporion. Los romanos se reorganizan después de la batalla. Mañana de las kalendas de quintilis. Año 558 (1 de julio del 195 a. C.).
ucio entró en la tienda pretoria del campamento emporitano. Catón, en contra de lo que era su costumbre, estaba sentado relajándose con una jarra del el vino mezclado con miel y especies llamado mulsum. No tenía una actitud de celebración, más bien mantenía su impasible y amable ademán. Sirvió mulsum a Lucio en un cráter negro campaniano.
─ Hoy ha sido un día duro Lucio, un día grande para Roma, hemos conseguido una gran victoria, y con muy pocas bajas, y hemos destruido de un solo golpe a nuestros enemigos. Las derrotas son tristes, pero las victorias también, nuestro éxito significa el exterminio de varios pueblos. En fin... no seré yo quien juzgue... así son las cosas. Podría haber sido al revés.
─ Cónsul, te felicito por la victoria, ha sido realmente aterradora por su contundencia. Tampoco soy yo quién para valorar la legitimidad de la campaña... Sin embargo, ha sido una batalla impresionante por la inteligencia con que la has planteado: audacia, precisión, ahorro de vidas propias, exterminio del contrario... Hoy Roma ha abierto las puertas de Hispania, y con el dominio de Hispania se puede construir un imperio.
─ No exageres Lucio, era mi deber: exterminar al enemigo y ahorrar vidas romanas, así es la guerra... pero esto tampoco ha sido Cannas.
─ Pues no sé qué decirte, Cónsul, en proporción no ha sido tan diferente. Creo que ha sido una de las batallas más bien planteadas en toda la historia de Roma, una genial brutalidad que se ha tragado una nación entera.
─ Lo siento por los derrotados. Por otro lado, ya verás cómo mis enemigos se ocuparán de disminuir la importancia de la acción y esta batalla terminará en el olvido. Si la hubiera librado Escipión, saldría en los manuales, pero yo vengo de familia humilde y, ya se sabe, no está bien visto que los pobres decidan la historia. Quería decirte que, formalmente, hoy se acaba tu compromiso conmigo, eres libre de volver a Roma, o quedarte en Emporion con esta... digamos... amiga, o lo que quieras. Yo he de continuar la campaña, primero aseguraré la frontera del Hiberus y dejaré fuera de juego, de manera definitiva, a las tribus de la Tierra Libre. Luego iré a la Turdetania para liquidar la rebelión y remachar el control de la Ulterior, y mientras seguiré erosionando y acosando al que, sin duda, es nuestro principal enemigo: Aníbal y Cartago. Creo que esta victoria me ayudará. Aquí, hemos derrotado las aspiraciones de Aníbal. Si quieres puedes continuar a mi servicio, lo que te agradecería ya que has sido un apoyo importante para mí. Por si te interesa considera que quiero ir directamente a acometer a Aníbal, y no pararé hasta que muera como un perro, y si tengo oportunidad también destruiré Cartago.
─ Te agradezco tus amables palabras, Cónsul. Lo que me propones es tentador, pero quisiera tener un poco de tiempo para pensar. ¿Puedo darte la respuesta en un par de días? Ahora vuelvo a ser un civil y tengo que tomármelo con calma... imaginar un nuevo compromiso es duro.
─ De acuerdo, pero ten presente que el ejército consular partirá inmediatamente hacia el Hiberus.
─ Por cierto, Cónsul, ¿sabes que entre la gente de la Tierra Libre había personas a las que yo apreciaba?, sé que hay refugiados en la Paleápolis. ¿Tienes alguna idea sobre lo que quieres hacer con ellos?
─ La victoria ha sido tan brutal que no ha dejado testimonios, y eso no es bueno. Después del prandio me desplazaré a la Paleápolis y si capitulan les ofreceré la libertad inmediata para que vuelvan a casa. Necesito que expliquen lo que ha pasado aquí y que se evidencie que no hay esperanza de resistencia frente a Roma
─ ¡Pues allí estaré!
Lucio marchó hacia El Unicornio. El campamento de los aliados mostraba un relajamiento curioso, los soldados descansaban, algunos jugaban a los dados. Las nubes de humo generadas por las piras de incineración y el olor a carne quemada impregnaban el ambiente. Friné recibió a Lucio con un abrazo cálido seguida por una despedida fría y contundente.
─ Por lo que dicen ha sido horrible, han exterminado a todo el ejército confederado. Lucio, yo... eres importante para mí pero yo apreciaba a esa gente, esta gente también era mi gente. Tú has sido uno de los malditos responsables de su aniquilación. Tienes las manos manchadas... ¿Qué necesidad tenías? Yo creo que no podré verte igual. Ahora hay un foso de sangre que nos separa. Necesito tenerte lejos un tiempo. Quizás en el futuro se secará el foso, pero ahora te acabaría odiando. ¡Adiós Lucio!
─ ¡Adiós Friné! Lo siento. Gracias por todo.
Lucio abandonó El Unicornio. Aquello no tenía solución. Friné era una de las mejores cosas que le habían pasado en la vida. Quizás era el momento de cambiar de trabajo. Quizás en el futuro habría nuevas oportunidades. Ahora lo importante era olvidar deprisa. Volvió a salir por la puerta sur y flanqueó el puerto hasta llegar al istmo que conducía a la Paleápolis. Dos manípulos del ala aliada estaban dispuestos en orden de batalla por si los sitiados decidían salir. Detrás de los combatientes había numerosos emporitanos, comerciantes y también se encontraban los magistrados de la ciudad. Lucio saludó a Darmenión y también a Creonte, que estaba a la expectativa.
─ ¿Sabemos algo de Tildok y de Melk? ─preguntó Lucio.
─ Nada ─contestó Creonte lacónicamente.
Marco Camilo, prefecto de los aliados, llegó y se adelantó hasta situarse de manera visible frente a la puerta principal de la Paleápolis. Utilizando el griego se dirigió a los sitiados.
─ ¡Íberos, la lucha ha terminado! Vuestro ejército ha sido derrotado. Cualquier resistencia es inútil. Catón, en su magnanimidad, ha decidido perdonar. Abandonad libremente la ciudadela y volved a vuestros hogares. Podéis llevaros las armas, y si queréis podéis incinerar a vuestros jefes. En las dársenas exteriores podéis tomar vino y pan, y coger lo que necesitéis para el viaje. Yo retiraré mis tropas hacia el campamento. Nadie os amenazará. Podéis marchar en paz. Nosotros renunciamos a combatir.
El breve discurso fue seguido con expectación por los íberos desde las azoteas y caminos de ronda de la fortificación. Las puertas de la Paleápolis se abrieron. Primero salió un guerrero y avanzó por el istmo, los aliados se habían retirado. Luego comenzó el goteo de salidas. Tomaron pan y vino. Muchos marcharon inmediatamente. Otros se interesaron por el lugar donde habían depositado los cadáveres de sus caudillos. Melk salió sin saber, a ciencia cierta, cuáles eran sus opciones. Estaba segura de que Tildok había muerto. La última vez que lo había visto estaba rodeado de enemigos, allí en la puerta norte, imposible salir indemne de aquel combate. Reconoció a Creonte y a Lucio, que la abrazaron.
─ ¿Sabéis algo de Tildok? ─preguntó Melk.
─ La última vez que lo vi fue en el inicio de la batalla ─respondió Lucio─, estaba dirigiendo el ataque contra la caballería romana. Después he buscado y he preguntado, pero inútilmente. He comprobado los cuerpos de los caudillos caídos que han recogido los romanos. No está entre ellos.
─ Gracias Lucio, estoy segura de que hubieras hecho todo lo posible para que Tildok continuara entre nosotros.
─ Tengamos esperanza, Melk, aún podría aparecer, o quizás haya podido escapar.
─ No lo creo, yo lo vi rodeado de romanos protegiendo la retirada de la gente hacia la Paleápolis... imposible salir con vida frente a tantos enemigos.
─ Ahora tenemos que ponerte bajo la protección de la ciudad, te alojarás de momento en El Unicornio y después estaremos a tu disposición. ─añadió Creonte.
─ Gracias amigos. No quiero volver a Qart-afell, todos sabemos cómo acabará esto. Dentro de unos días la ciudadela será destruida o quizás ocupada por los romanos. Por otra parte, sin Tildok no tiene ningún sentido para mí estar entre los cosetanos. Estos últimos días me imaginaba cómo irían las cosas, y todas se han confirmado. Yo he sobrevivido y como sabéis espero un hijo de Tildok. Quiero volver a la Numidia, a Althiburos, allí todavía conservo familia y uno de mis primos es un próspero comerciante de grano. Allí crecerá mi hijo. Si Tildok está vivo... si aparece, explicadle que vuelvo a casa.
Creonte asintió con la cabeza.
─ Cuando La Gracia de Siracusa parta hacia el sur vendrás con nosotros, y desde Cartago Nova no será difícil encontrar una nave hasta Tabarka.
Dejaron a Melk a las puertas de El Unicornio, Lucio quería hablar, de manera privada, con Creonte.
─ Polifemo, tú y yo tenemos cuentas pendientes. Supongo que seguirás espiando a Catón e informando al tuerto de Cartago, bien sabes que tus lealtades no me importan. Probablemente yo seguiré a ese visionario de Catón hasta la Turdetania. Espero que des las instrucciones suficientes para que Tildok, si es que vive, sea localizado. Por otra parte, tienes mi ánfora de plata y oro y sobre eso tengo un cambio de planes. Cuando llegues a Cartago Nova, o Masalia, ingresas las monedas. Igualmente, en el banco de Anaximandro de Alejandría, pero directamente, a nombre de Friné, unos dos mil sestercios, y a nombre de Melk los otros dos mil. Cualquier cambista de Emporion, Tabarka o Cartago podrá darles en efectivo las cantidades que deseen cuando las deseen.
─ Bien Lucio, está entendido y sabes que en estos asuntos puedes fiarte de mí. Tu opción es seguir siendo pobre, y éste es tu problema... Es una lástima porque juntos haríamos grandes cosas.
─ El dinero no lo es todo, y yo aspiro, sino a envejecer, sí a madurar en mi cuarto del Aventino, difícilmente podría adaptarme a la riqueza. En cualquier caso, he conservado un puñado de monedas del día del abordaje que servirán para pagarme alguna licencia. Despídeme de Friné y Melk, son dos mujeres extraordinarias y no sé si las volveré a ver nunca.
El día VI antes de las nonas de quintilis partieron los últimos íberos supervivientes. Los restos de algunos caudillos, entre ellos los edetanos e ilercavones, fueron incinerados y enterrados en la colina de Kors. Los canteros de la ciudad asumieron el compromiso de acabar las estructuras tumulares. Los supervivientes, tal y como había previsto Catón, diseminaron la noticia de la terrible derrota.
A primera hora de la mañana de ese mismo día, se presentaron personajes destacados de la comunidad indiketa, explicitando a Catón la sumisión del territorio. El cónsul les exigió la entrega de rehenes y de parte de las cosechas, y la entrada en Indika de una guarnición romana. Los indiketes accedieron sin resistencia, de hecho pensaban que, después de lo que había pasado, Catón simplemente los exterminaría.
Al mediodía, Catón convocó un nuevo consejo de guerra. Como siempre, su mente previsora demostró que todo estaba calculado.
─ ¡Roma ha vencido! Ahora tenemos que explotar la nueva situación y hacerla irreversible. En estos momentos, la noticia se habrá extendido por toda la Tierra Libre. Ahora tenemos que asegurar que no haya ninguna rebelión. Aquí en Emporion reconstruiremos el campamento de la colina y desmantelaremos los dos que hemos utilizado en campaña. Aquí quedará un ala de aliados. Tendrá como misión proteger la base emporitana y asegurar el eje, terrestre y marítimo, entre Emporion y Tarraco, fundamental para asegurar nuestro dominio en Hispania. Las tropas serán relevadas cuando la legión de Manlio vuelva a la Citerior. Mañana, de madrugada, levantaremos los campamentos y marcharemos en dirección a Tarraco. He enviado mensajeros para que las diferentes tribus me envíen representantes. Habrá una reunión el día IV antes de los idus de quintilis, en el valle del Rubricatus, justo en el cruce con la Vía Heraclea. Allí dictaré a los pueblos íberos las primeras medidas de pacificación.