Planes
Emporion, el ejército romano comienza a entrenarse, Catón quiere que sus legionarios estén compenetrados y luchen en equipo. Día XIV antes de las kalendas de junius. Año 558 (19 de mayo del 195 a. C.).
atón se instaló, sin ningún lujo, en la tienda pretoria, cerca de la plaza de armas. El día XIV antes de las kalendas de junius, una vez acabadas las tareas de acondicionamiento del campamento, se convirtió en el primer día rutinario del ejército en Emporion y marcó la tónica de lo que sería la campaña. Catón ordenó formar a las legiones y pasó inspección a las tropas, prácticamente hombre por hombre. Comprobaba el estado de las armas, las correas, la higiene y la moral de su gente. Acto seguido, ordenó una larga sesión de entrenamiento. Movimientos en orden cerrado y simulación de combate. Habló con los centuriones y apreció la calidad de los diferentes manípulos. Dado que la legión amalgamaba, indistintamente, veteranos con ciudadanos que nunca antes habían empuñado las armas, Catón ordenó algunos reajustes para equilibrar las unidades. Seguía atentamente los ejercicios, recompensaba a los legionarios y centurias que se esforzaban en las actividades, contrariamente utilizaba palabras duras y sancionaba los que entrenaban con desidia. Catón le confirmó a Lucio que quedaba incorporado a la Cohors Praetoria, el estado mayor de su ejército, y que ejercería como un legado polivalente, exclusivamente a su servicio. Le ordenó que tomara dos ayudantes o enlaces entre la guardia, y finalmente le aconsejó que abandonara la indumentaria civil y que se colocara algo que fuera mínimamente militar.
Lucio pasó revista a la guardia y consideró escoger para su servicio a un par de individuos fornidos, lo que siempre iba bien si había pelea, sin embargo tenía debilidad por los tipos raros. Escogió a Floro, un chacinero gordito que en la vida civil despachaba morcillas de sangre y menudillos en un tugurio de las dársenas del Aventino. Era un tipo con los ojos inyectados de sangre, de mirada turbia y perdida que únicamente era capaz de balbucear frases incomprensibles. El complemento fue Quinto, un pelirrojo cabezudo, casi un enano que antes de la movilización vivía feliz, según decía, como pocero en las alcantarillas de Roma. Su pequeñez le había dado una prestigiosa fama de efectividad en las actividades de las brigadas de limpieza. Su lenguaje también era limitado. Lucio quedó satisfecho, a fin de cuentas, esos dos individuos imprevisibles, y con la perversión marcada en sus caras, podían ser más disuasorios que el más forzudo de los bribones. Era sorprendente que aquellos individuos hubieran terminado en la guardia del cónsul, pero la milicia romana siempre era capaz de ofrecer sorpresas. Comprobó, con satisfacción, que los chicos tenían, efectivamente, pocas ideas e insistió en que, a partir de ese momento, cuando estuvieran a su servicio de enlace, sólo tenían que llevar la túnica militar y el cinturón, nada de armaduras, ni cascos, ni armas y, eso sí, un cordel colgando del cuello con el sello de Catón en un plomo, de tal manera que podrían identificarse si, debido a su aspecto, eran detenidos.
Para escoger la indumentaria militar, Lucio tuvo sus dudas. Odiaba la uniformidad, y no quería ni ostentación ni plumas. El cuestor de la I Legión le ofreció los restos del equipo de un tribuno muerto en combate: una armadura musculada de bronce, un casco ático con buenos penachos y unas magníficas grebas. Pero aquello era demasiado vistoso, y a la Sombra de Roma lo que le interesaba era todo lo contrario: pasar desapercibido. El cuestor desistió y dejó el asunto en manos de uno de sus adjuntos. Lucio optó finalmente por una discreta coraza helenística de lino prensado, de color ocre, y un gladio bien equilibrado. Tomó también un buen cinturón apto para colgar su puñal celtíbero y un discreto casco etrusco-corintio, de poco peso, y que confiaba no tener que ponerse. Unas grebas estándar, de legionario, complementaron su equipo militar. Tomó, eso sí, y aprovechando la oportunidad, hasta tres de las magníficas túnicas escarlatas, unas buenas cáligas y un par de sagums, que siempre le podían ser útiles en la vida civil. Firmó los papiros correspondientes y dispuso que trasladaran el material en su tienda.
Con la caída del sol, Catón convocó consejo de guerra. A la tienda de reuniones acudieron los tribunos de las dos legiones, los cuestores, los legados de confianza, los prefectos de las tropas aliadas y, saltando la normativa ambos centuriones primus pilus, así como Lucio, asesor de confianza. Los tribunos laticlavii, caballeros de rancias estirpes romanas, formaban un bloque aparte que contrastaba con los asilvestrados soldados que ocupaban el resto de cargos. De hecho, los caballeros estaban allí para poder continuar su carrera política. Entre ellos, pronto ejerció el liderazgo Antonino Quietus, el tribuno nobiliario que miraba a Catón con desprecio y que evidentemente era un sicario del partido de Escipión. Catón fue explícito y duro.
─ Este ejército no está preparado. Quiero entrenamiento intensivo durante al menos un par de semanas, después ya veremos. Que los legionarios hagan ejercicio hasta agotarse, que se conozcan, que sincronicen movimientos... No pienso comenzar las operaciones hasta tener un ejército bien trabado. Dentro de una semana, a más tardar, tendremos aquí a los aliados, por lo tanto disponemos de este margen para poner en forma a nuestra gente: comida justa y mucho ejercicio...
Antonino, en tono burlón y prepotente, se atrevió a interrumpir al cónsul:
─ Si tú lo quieres Cónsul, mi caballería, con la crema de Roma, ocupará el campamento íbero inmediatamente. Al parecer los bárbaros son pocos, si tardas en atacar habrá más y será más costoso expulsarlos. Los brutos de infantería continuarán igual de torpes por mucho que entrenen...
La última frase la acompañó con una carcajada que inmediatamente secundaron los otros nobles. Lucio hubiera estrangulado al individuo, pero Catón no le dio importancia y contestó con una amable sonrisa:
─ Gracias por tus consejos Antonino Quietus, los tendré en cuenta... Y volviendo al tema os confirmo que este ejército consular se ha constituido con dos legiones que suman 8.400 legionarios y 600 jinetes, 15.000 aliados de infantería; 800 aliados de caballería y las 20 naves que me otorgó el Senado. Sabed que en estos momentos Apio Claudio Nerón, el nuevo pretor de la Ulterior, en sustitución de Quinto Fabio, el pretor del 557, ha partido de Ostia. Viene con 2.000 legionarios y 200 jinetes, espero que veremos desfilar sus naves en tres o cuatro días, desembarcará en Cartago Nova e irá a unirse a la legión de Cástulo, allí aún está Helvio, que fue pretor de la Ulterior el 556. También se ha de haber puesto en marcha Publio Manlio, pretor de la Citerior en sustitución de Quinto Minucio Termo, el pretor del 557, que apoyó a Quinto Fabio Buteon en la Ulterior cuando fue atacado por los celtíberos. Manlio también irá a Cástulo, recogerá los restos de la legión de Quinto Minucio Termo, y la reforzará con los 2.000 legionarios y 200 jinetes que lleva embarcados. Apoyará a Apio Claudio Nerón y marchará hacia la Citerior cuando nosotros le hayamos limpiado la provincia. Tened claro que, si nosotros fallamos, todos ellos quedan fulminados, y sin la Citerior la Ulterior se desplomará. Precisamente he enviado a los dos pretores al sur para garantizar el control de la minería de la plata y, como sabéis, la plata es la sangre que mueve Roma. Cuando abramos la puerta de Emporion y dominemos el territorio, nuestro ejército consular marchará hacia el sur para ayudar a pacificar la Ulterior y castigar los límites de la Celtiberia. Amigos, aquí se decide el futuro de Roma. Con Hispania en nuestras manos no habrá que temer las puñaladas que antes o después nos dará Cartago. ¿Alguna observación?
La reunión continuó con una dilatada sesión técnica que trató desde los problemas de abastecimiento hasta la ingeniería del desagüe de las letrinas. El abastecimiento de víveres se desveló como uno de los problemas graves. Las tropas habían transportado alimentos para aguantar los primeros días, pero no se sabía cuándo llegarían más alimentos... Era incomprensible, pero aún no había noticias de las embarcaciones enviadas a través de Córcega.
Al terminar la sesión, Lucio se dirigió respetuosamente al cónsul.
─ Eh... esto, Cónsul quiero comentarte algo. Ya sé que has sido muy contundente respecto a que nadie debe entrar en la ciudad. Sin embargo, verás, yo soy civil... y te diré, con toda franqueza, que en mi anterior estancia hice amistad con la dueña de El Unicornio, una de las tabernas del puerto. La verdad es que desearía saludarla de nuevo...
Catón le dedicó una mirada fija e inexpresiva que hizo que Lucio se ruborizara. No tenía ni idea de cómo reaccionaría el cónsul, pero tenía que intentar entrar en la ciudad...
─ En nuestras circunstancias, los asuntos personales no deben tenerse en cuenta, creo que ya lo habíamos hablado...
Lucio intentó balbucear algo, pero Catón alzó la mano, ordenando silencio, y continuó con la reflexión.
─ Pero tienes que ir a la ciudad. Tú, como te dije, eres una prolongación de mis ojos y mis oídos. No me fío de los griegos. Entra en Emporion, haz lo que tengas que hacer y ponte al día de todo lo que valga la pena.