Catón en Emporion
Catón desembarca en Emporion, tarde del día XVII antes de las kalendas de junius. Año 558 (16 de mayo del 195 a. C.)
l quinquerreme de Catón abandonó Rhode a toda prisa siguiendo la estela de la liburna emporitana. El capitán ordenó armar la vela, que se hinchó con un viento suave y sostenido del norte. La nave cruzó, rápida, la bahía de Rhode poniendo la proa directamente hacia Emporion. Lucio pudo distinguir la silueta de la Paleápolis. La nave se alejó de la costa y sólo cuando estaba al lado de Emporion viró y se dirigió hacia el puerto utilizando los remos. Atravesó la bocana exterior justo cuando el Sol se ponía detrás de la colina campamental. En el espigón bajo control íbero había algunos guerreros que no se mostraron hostiles. A contraluz, en la zona central del puerto se adivinaban numerosos barcos mercantes. No parecía que la situación de tensión afectara al comercio. Los remos se retiraron y la nave, de flanco, quedó atracada contra el muelle que se extendía entre el espigón exterior y el interior, que era una prolongación de la muralla de la ciudad. Catón fue el primero en saltar a tierra. Prácticamente a la carrera un pequeño comité de recepción formado por los magistrados, con el arconte Darmenión al frente, y el tribuno Boius en segunda fila, saludó Catón.
─ ¡Salud Cónsul!, sabíamos que venderías, pero la espera se ha hecho larga. Las columnas de humo que se ha podido ver han anunciado vuestra llegada desde hace un par de días.
─ ¡Salud Darmenión!, Roma debe felicitarse de tener aliados como vosotros.
Darmenión reconoció inmediatamente a Lucio, se dirigió hacia él y lo abrazó:
─ ¡Salud Lucio! ¡Qué alegría volver a verte, y vivo! ─Inmediatamente se volvió hacia Catón─. Es gracias a Lucio que esta ciudad se mantiene. Fue él quien, el año pasado, nos salvó del saqueo íbero.
Boius, El Verraco, también reconoció inmediatamente a Lucio. Detrás de Catón parecía su guardaespaldas, o quizás un asesor de confianza. El semblante de El Verraco se transmutó y su piel rosada mudó a blanca. Lucio disfrutó del momento, ignoró al tribuno senatorial, como si no lo hubiera visto en la vida. No hizo ni una mueca, se limitó a escupir a los pies de Boius que estaba temblando. Catón, con su pequeño séquito y los magistrados entraron en el recinto urbano por la puerta de la muralla de levante, la que daba a las playas. Numerosos ciudadanos se amontonaban sobre los pasos de ronda para ver el quinquerreme romano y a sus ocupantes. Lucio, con palpitaciones e inquietud, observó rápidamente a las personas, algunas caras le resultaron familiares, pero no encontró la que esperaba reconocer. Friné no estaba.
Catón pidió a Darmenión, con cortesía, la posibilidad de efectuar un primer reconocimiento de la ciudad mientras hubiera luz. Necesitaba entender el lugar, todo lo que sabía de Emporion venía de los papiros y de lo que Lucio le había contado, pero al natural las cosas se veían diferentes. El cortejo subió a las murallas y Catón empezó a hacerse una idea del escenario de la campaña. Desde la muralla que daba a la playa, Emporion se percibía en toda su complejidad. Y aunque la visión era desde un punto más bien bajo, podían identificarse las distintas partes de la ciudad: la plaza del ágora, la zona de templos, las viviendas amontonadas y el puerto que se extendía hasta la antigua Paleápolis. Catón dictó unas notas que Anaxágoras se apresuró a registrar en sus tablas de cera:
─ A ver… ¡Mmmmmh!, los muros de la ciudad son fuertes. Más allá de los muros y torres del oeste comienza la empalizada del antiguo campamento. Desde nuestra posición parece como si hubiera dos ciudades juntas pero separadas por los recintos de las murallas.
─ Es cierto, desde aquí el campamento parece una gran ciudad hispana ─precisó Anaxágoras─, y la empalizada luce magnifica, como nueva.
─ Pues no es una ciudad, y eso les debe quedar claro a los legionarios ─replicó Catón─. Es el campamento que hace 24 años construyeron nuestras fuerzas. Apunta... que el recinto se extiende sobre el promontorio, dominando el puerto hasta la Paleápolis.
─ De hecho ─precisó Darmenión─, Emporion siempre ha sido un puerto con una ciudadela anexa. Nunca se levantó una ciudad en la parte alta de la colina.
─ Entiendo... ─Catón constataba lo que ya había estudiado─. Si lo importante hubiera sido la ciudad la hubieran construido en la cima de la colina. Y lo que tenemos es una ciudadela anexada directamente al puerto y a su servicio. Esto quiere decir que lo importante siempre ha sido el puerto.
─Justo, Cónsul ─continuó Darmenión─, por esta razón la ciudadela se construyó contra natura en la zona baja de la ladera de la colina, y para conjurar la desventaja geoestratégica el pequeño recinto se dotó con grandes murallas.
─ Bueno, está claro, ¡toma nota de todo Anaxágoras!
Catón se giró hacia el pequeño séquito y continuó con su plática.
─ Amigos, el cónsul de Roma está desembarcando en Emporion para iniciar la conquista de Hispania. ¿Es, o no este un momento histórico? Debemos ser escrupulosos en reflejar lo que está pasando, es posible que la historia de Roma o del mundo cambie con esta campaña. ¡Apunta Anaxágoras!: la ciudad es de planta más o menos rectangular, está amurallada por tres de sus cuatro lados. El perímetro de la muralla comprende unos seiscientos pasos, doscientos por cada uno de los tres tramos de muralla. La parte abierta al puerto no está amurallada. Las dimensiones de la pequeña urbe contrastan con el recinto íbero, muy extenso y que puede llegar hasta los tres mil pasos de perímetro.
─ De hecho ─complementó Darmenión─, es un campamento para dos legiones y aliados que ahora los íberos han prolongado con empalizadas para bloquear la ciudad.
La inspección continuó por las murallas del sur. Catón se sorprendió al ver abierta la puerta del sector. Junto al protiquisma, y a pesar de la hora, todavía funcionaba un animado mercado. Una multitud de comerciantes íberos, púnicos y griegos regateaba con la más absoluta normalidad. Por otra parte, los médicos de Esculapio, el Asclepio griego, trataban a su clientela habitual de tullidos y enfermos. Un pelotón de guerreros emporitanos e íberos custodiaba las transacciones comerciales. Catón, extrañado, preguntó a Darmenión.
─ Pensaba que estábamos en guerra. ¿Qué es esto?
─ Nada extraño, Cónsul ─respondió Darmenión ensayando una sonrisa─. Los emporitanos no nos consideramos en conflicto... con nadie. El comercio es sagrado. Los que están allá arriba, teóricamente, nos protegen... ─dijo señalando con el índice hacia el campamento─. Tienen problemas con Roma, pero no con nosotros.
─ Entiendo vuestra posición y no es necesario que explicitéis tanto vuestra sinceridad ─observó Catón─, probablemente estaríais más tranquilos sin Roma, pero, a veces, no puedes elegir.
─ Ciertamente, Cónsul. Nuestros vecinos íberos están alborotados y han intentado golpear a Roma, pero en nuestra cara. Nosotros estamos con Masalia, y Masalia está con Roma, pero nuestra posición es difícil y no podemos renunciar a nuestra razón de ser: el comercio. La puerta sur está abierta unas horas, los comerciantes así lo exigen y también los peregrinos que llegan para honrar a Esculapio y a Poseidón. Aun así, como puedes ver, la puerta está custodiada por un magistrado. Contrariamente, la puerta del oeste, la que da al campamento, está clausurada.
─ Supongo que esto no era lo normal en otros tiempos ─cuestionó Catón─.
─ No creas, Cónsul ─Darmenión continuó contestando con claridad─. El acceso a la ciudad siempre ha sido restringido, pero ahora vivimos una situación difícil de paz armada que exige una prudencia excepcional.
─ Y dime, Arconte… ¿Como tienes organizada la defensa en esta situación de excepción?
─ La población que puede tomar las armas se ha dividido en tres grupos. Cada día, con su noche, un grupo monta la guardia en el mercado y sobre las murallas. Al día siguiente esa gente descansa y el tercer día se dedican a sus tareas habituales. Es un ritmo duro, pero garantiza al mismo tiempo seguridad y actividad normal.
─ Por lo que veo, las zonas de atraque en el puerto también están delimitadas entre griegos e íberos...
─ Cierto, Cónsul. En las dársenas que tocan la ciudad sólo pueden acceder masaliotas o romanos. Por el contrario, prácticamente cualquier comerciante tiene acceso a los muelles exteriores. Esto no es bueno para nosotros. Si la situación dura, el maldito campamento se convertirá en ciudad y en un mercado que, fuera de nuestro control, nos hará la competencia. Pero, como te puedes imaginar ─Darmenión puso cara de circunstancias y abrió los brazos mostrando impotencia─, en los últimos tiempos no hemos podido discutir con nuestros fuertes vecinos, bastante hemos hecho con sobrevivir.
─ Magistrado, estoy impresionado por la eficacia que mostráis. En los próximos días la situación cambiará, puedes dar el compás de espera por terminado.
Había oscurecido cuando, llegados a la muralla oeste, subieron a la torre atalaya, que tenía una perspectiva prácticamente enrasada con el vallum del campamento. No se apreciaba ninguna actividad especial, resplandores de hogueras y algunas columnas de humo se elevaban al cielo, sin embargo, nada denotaba una gran concentración humana. Catón valoró la situación, y se imaginó un posible ataque directo por parte de sus fuerzas, y lo que imaginó no le gustó... Quería comentar la situación con Lucio, y con un gesto indicó al cortejo que se mantuviera distante.
─ Fíjate, Lucio, hay unos ciento treinta pasos de distancia entre las murallas griegas y el foso del campamento. La pendiente es suave, pero el foso se intuye profundo y el terraplén cuenta con una empalizada sólida. Un asalto directo es posible, en estos momentos la guarnición no debe ser numerosa, pero sí suficiente para defender el recinto. Justo lo que pensaba y lo que tú ya me habías avanzado. La superioridad numérica no se puede ejercer fácilmente en este estrecho espacio. Un ataque directo podría implicar un número de bajas escalofriante. Catón se giró lentamente y se dirigió al arconte.
─ Darmenión… ¿Cuántos guerreros hay detrás de este vallum?
─ Se hace difícil de calcular, como te puedes imaginar es peligroso salir a pasear. Deben ser entre mil y dos mil guerreros. No soy yo quien pueda aconsejar pero tendrás que valorar si es conveniente desalojar a nuestros vecinos antes de que sean más fuertes. En pocos días esto será un enjambre de íberos.
─ Todo en su momento, Darmenión ─contestó un Catón abrumado─, continuemos la visita.
El cónsul romano pensó que no era bueno definirse en público, podía haber gente desleal en el cortejo. Sin embargo, su imaginación había comenzado a especular. Por un lado, la insinuación de Darmenión era razonable. Cuanto más tardara en atacar, más concentración de guerreros habría en la cima y más difícil sería la victoria. Pero, por otro lado, cuantos más enemigos se concentraran mejor, ya que abría la posibilidad de destruirlos de una sola vez. El reconocimiento continuó subiendo a la torre extrema de la muralla, en la arista noroeste del recinto. Se trataba de un cubo gigantesco que se fundamentaba, directamente, sobre el fondo del puerto, y que tenía tres de sus caras rodeadas por agua. Detrás de la torre se abrían las dársenas que daban a la zona baja de la ciudad, un espacio sin fortificaciones. La torre contaba con dos pisos dotados de troneras protegidas con portones detrás de los cuales se alineaban las catapultas.
Catón pudo observar las grandes dimensiones del puerto. No era extraño que hubiera condicionado las opciones geoestratégicas en el mar Occidental en los últimos decenios. En las dársenas del exterior de la ciudad había aún unas veinte naves. Lucio, a su vez, también observó para confirmar lo que ya se temía: detrás de unos mercantes ebusitanos pudo distinguir, perfectamente, la silueta y la pintura negra de La Gracia de Siracusa. Creonte había salido a toda prisa de Masalia y, sin duda, los íberos tenían toda la información a su disposición, aunque de poco les había de servir si Catón decidía atacar al día siguiente. Desde la torre distinguió perfectamente el cuerno de El Unicornio que con el crepúsculo encendía ya las primeras lámparas.