Diplomacia y secuestros
Campamento de Emporion, Catón se reúne con la embajada ilergete, día III antes de los idus de junius, decimosegunda hora, año 558 (17 horas del 11 de junio del 195 a. C.).
la decimosegunda hora del día III antes de los idus de junius, Catón, desplegando todo el protocolo, recibió en la tienda pretoria a la delegación ilergete. El cónsul presidía, sentado en un entarimado, rodeado de sus legados y con un traductor, por si había problemas. En el exterior, los lictores y legionarios montaban guardia con las armaduras pulidas. Toda la cacharrería dorada y plateada se ponía al servicio de la imagen de Roma. Lucio se mantenía en un discreto segundo plano. Los ilergetes llegaron escoltados, pomposamente, por un manípulo y con un sonido estremecedor de tubas y cornus. Los embajadores llevaban sus mejores ropas y armas de puño. Tras las genuflexiones rituales comenzaron las negociaciones. Ursubil, que hablaba latín a la perfección, llevó en todo momento la iniciativa.
─ Nuestra lealtad a Roma nos perjudica. Los enemigos han concentrado fuerzas contra nosotros, amenazan nuestras fronteras e impiden la siega de los campos. Necesitamos apoyo. Con tres mil de vuestros legionarios y un buen suministro de trigo sería suficiente.
Catón, que no esperaba la demanda, mantuvo la calma.
─ Como veis, estamos aquí rodeados por vuestros enemigos, que son los míos, pero mi ejército es limitado y la batalla está próxima. Habrá que ver si es posible atender vuestras justas demandas, pero estoy vivamente impresionado por la terrible situación que padecéis, y hay que solucionarla.
Ursubil continuó presionando. Ahora la teatralización llegó a su punto culminante. La delegación se arrodilló a los pies de Catón.
─ ¿Qué podemos hacer si los romanos nos rechazan? No tenemos aliados, estamos condenados. Si hubiéramos sido traidores, como los otros pueblos, ahora estaríamos tranquilos. Confiábamos en la ayuda y protección de Roma. Pero si ésta no se materializa, si tú, Cónsul, no nos ayudas, pongo por testigos a los dioses que incluso en contra de nuestra voluntad tendremos que hacer causa común con los demás pueblos de la Tierra Libre. Por lealtad a Roma podríamos acabar como los saguntinos, abandonados y sacrificados, y eso no puede pasar. Nosotros necesitamos garantías.
Las palabras del ilergete fueron demasiado duras, pero Catón siguió sin inmutarse.
─ He entendido perfectamente vuestra situación y peticiones, veré cómo las puedo satisfacer. Tengo que pensar. Ahora marchad, mañana continuaremos el encuentro.
Pero Ursubil no dio por terminada la audiencia.
─ Otra cuestión de no menor importancia es la de nuestros tesoros retenidos por Escipión.
─ Recuérdamelo, por favor ¿De qué se trata? ─Contestó Catón con curiosidad.
─ Como sabes, la alianza con Aníbal de nuestros caudillos, Indíbil y Mandonio, provocó la furia de Escipión. Los legionarios profanaron el Templo del Lobo de Iltirda, saquearon nuestras riquezas y sustrajeron la Sagrada Pátera del Lobo, monedas de plata y mancalas de oro del Sícoris que teníamos preparadas para sufragar los costes de la guerra. Escipión nos prometió la devolución cuando la lealtad de Iltirda fuera restablecida. Bilistage entiende que ahora, cuando está probada nuestra lealtad, es el momento de recuperar la pátera y el tesoro.
Catón no entendía demasiado el problema. Lucio le había contado algo. Pero nadie le había informado de ningún compromiso de Roma con los bárbaros de Iltirda, ni el Estado romano había ingresado, que él recordara, oro o plata ilergete. Necesitaba tiempo para recoger información y decidió cortar definitivamente la reunión.
─ Mañana también trataremos este problema. ¡Id en paz!
Cuando los ilergetes abandonaron la tienda ya había oscurecido. Catón pidió a Lucio que se quedara.
─ ¿Qué sabes de todo esto, Lucio? ¿Qué es esa fábula del tesoro y de la pátera sagrada de Escipión?
─ Esto es complicado, Cónsul, y algo te avancé en nuestra reunión de Roma. Los oficiales de Escipión, y él mismo, robaron todo lo que pudieron, durante años, mientras duró la Guerra Púnica. En el Templo del Lobo de Iltirda tomaron montones de monedas y de lingotes de oro, y también una pátera sagrada y numerosos vasijas de plata. A lo que parece, Escipión se apoderó del tesoro, pero no de todo. Un centurión escondió la pátera y algunas piezas de plata en el campamento de Tibissi. Intenté encontrar las piezas, pero fue imposible. Los íberos también iban detrás del tesoro del centurión, y eran más y más rápidos. Ellos recuperaron objetos de plata y monedas, pero yo pude esconder la pátera, y que yo sepa, a estas alturas todavía no la han podido localizar. Esto quiere decir que no la pueden utilizar para empujar a los ilergetes contra Roma. Pero, aunque quisiéramos sería difícil recuperar la pátera. La escondí con urgencia un día de lluvia torrencial y sin referencias claras para localizar nuevamente el lugar. No sé si sería capaz de encontrar el lugar...
─ ¡Qué panorama tan complicado! Estoy perdiendo el hilo. Poco a poco, Lucio, quiero saberlo todo, pero ve despacio. Lo del centurión está claro, pero ¿Qué pasó con el botín de Escipión?
─ Bueno, sé que fue el mismo Escipión quien tomó las cien mil piezas y las mancalas de oro que los ilergetes tenían para sufragar gastos de guerra. Por lo que sabemos este tesoro nunca llegó a Roma. Probablemente Escipión lo llevó a Tarraco y desde allí lo trasladó clandestinamente a Roma. O quizás la plata aún esté en Tarraco. Con Darmenión pensamos que Boius sabía dónde estaba el tesoro de Escipión, es decir, el de los ilergetes. Le obligamos a hablar y nos entregó un tesorillo que era el producto de sus rapiñas. Pero allí no había los sestercios ni el oro de los ilergetes.
─ O sea, que hay una pátera enterrada en Tibissi, no se sabe dónde, y unas cuantas mancalas de oro y cien mil piezas de plata sin localizar ─Catón empezaba a desesperarse─. Pues no sé que les diremos a nuestros aliados. Lo más prudente será ganar tiempo y hacerles creer que vamos a enviar soldados y que reclamaremos a Roma los tesoros que Escipión pidió “prestados”, pero esto requiere tiempo... En fin, mira a ver si se te ocurre algo. Mañana continuaremos con el asunto. ¡Salud Lucio!
Quinto regresó a El Unicornio, aquella misión le gustaba, las mujeres eran bellísimas y la hermosa dueña le sirvió, con rapidez, un vino caliente acompañado de una sonrisa. Luego comenzó a encender las lámparas. Los dos clientes permanentes que antes había visto estaban hablando en la calle con cuatro individuos sospechosos. Uno de ellos llevaba un gran saco en las manos. Aquello no era normal. Los individuos entraron en el local y se distribuyeron por la sala.
Cuando Friné salía con unas sopas para el pelirrojo, uno de los matones le lanzó un terrible puñetazo en el estómago. La chica se dobló con la respiración cortada. El cuenco reventó contra el suelo salpicando sopas. Quinto, paralizado, vio la escena, de entrada pensó que aquello le había hecho daño a la chica y que quizás le podrían haber roto alguna costilla. Entonces reaccionó, se levantó y cogió un taburete para enfrentarse a los facinerosos. Tres de ellos intentaban meter a Friné en el saco y los otros tres se enfrentaron a Quinto, el cual, hecho una furia, estrelló el taburete contra un primer sicario, que cayó aturdido. A continuación, lanzó una mesita contra los otros dos que cayeron rodando. Friné se recuperó y de un tirón se escabulló de los atacantes. De un salto, la chica se plantó sobre una de las mesas desde donde propinó una violenta patada en el hocico de uno de los sicarios. De reojo vio cómo dos de los bribones se abalanzaban sobre el pelirrojo. Friné volvió a saltar para colgarse del cuerno del unicornio que utilizó a modo de columpio para avanzar en dirección al legionario. La pieza, sin embargo, no aguantó el peso de la chica y las dos cadenas se desprendieron del techo. Sin embargo, Friné ya había saltado hasta el pelirrojo, y ahora llevaba el cuerno en las manos y lo blandía a modo de lanza. Sin dudarlo clavó el cuerno, con fuerza, en el pecho de uno de los atacantes que se había girado para hacer frente al nuevo peligro. El sicario quedó traspasado y profiriendo aullidos escalofriantes salió a la calle, donde aún pudo dar una docena de pasos antes de caer agonizante en un charco de sangre. Mientras los otros tres matones, recuperados de la sorpresa, avanzaban contra Friné armados con las patas de una de las mesas rotas.
El pelirrojo recibió un bastonazo de revés en la cara. Las enormes y blandas mejillas atenuaron este primer golpe, pero el segundo bastonazo fue directo a las costillas y le dejó sin respiración, y para rematar, un taburete se estrelló contra la masa carnosa de su cabeza. Quinto perdió el conocimiento. Mientras tanto, la chica se resistía, pero todos se revolvieron contra ella. Lograron reducirla, le taparon la boca y la golpearon hasta dejarla sin sentido.
La pelea había sido muy rápida. Justo cuando los sirvientes del local entraban en la sala, alarmados por las voces, los matones se llevaban a Friné dentro del saco. Salieron por la puerta que daba al muelle hacia un bote que, salvando el espigón de la muralla, se dirigió hacia La Rápida. Los hombres de Creonte, entre sombras, vieron a aquellos tipos que, con un saco, iban hacia el barco que se preparaba, ostensiblemente, para zarpar. El mar estaba revuelto pero el viento había parado, podían partir en cualquier momento.
Cuando Friné recobró el conocimiento notó un fuerte dolor en las costillas y sangre en la boca. Estaba atada en lo que parecía la oscura bodega de un barco. Oía voces que llegaban distorsionadas, pero eran lo suficientemente inteligibles como para entender lo que pasaba. Una de las personas que hablaba y reía era Boius, sin duda.
─ Con esta lena en nuestras manos estaremos más seguros. Lucio se abstendrá de actuar, y siempre la podemos poner al servicio de la tripulación, o venderla, o tirar al agua cuando estemos lejos...
Creonte había escuchado sonidos extraños en la planta baja, rumor de movimientos de sillas y mesas, y también gritos. Bajó con una barra de hierro en la mano. Pericles, veloz, se adelantó y comenzó a gritar. Al enano pelirrojo ensangrentado le estaban atendiendo las chicas del local. Dijeron que unos individuos se habían llevado a Friné dentro de un saco. En ese mismo momento entró uno de sus hombres.
─ La Rápida de Ostia está punto de zarpar...
Creonte se precipitó hacia la puerta, y antes de salir se dirigió a Quinto.
─ Voy tras ellos, avisa a Lucio, dile que La Rápida escapa y que han raptado a Friné, no puedo perderlos la pista, La Gracia de Siracusa también zarpa, dile que lo recogeremos, si llega, en el extremo del espigón exterior.
Lucio tampoco había tenido una tarde plácida. Volvió a la tienda, para dejar la armadura, el casco y las malditas grebas. Floro le confirmó que no había señales de Boius. Probablemente había optado por huir con Sura, llevándose el tesoro de Escipión. Decidió ir al puerto a detener a Boius, pero, para mayor seguridad decidió informar a Catón y pedirle permiso para ordenar la salida de la liburna por si las circunstancias obligaban a una persecución naval. Dio órdenes precisas a Floro.
─ Floro, voy a ver al cónsul. Mientras preparas mi caballo, tomaremos algunos legionarios e iremos al puerto exterior a detener a los traidores.
Quinto no había vuelto de El Unicornio, lo que evidenciaba que La Rápida aún no había partido. Pero el tiempo había mejorado y si Sura era inteligente, que lo era, partiría inmediatamente. Había que darse prisa.