Los preparativos

Alrededores de Emporion. Catón decide atacar y da las instrucciones necesarias para aproximarse al campamento íbero. Noche de tránsito entre las pridie kalendas y las kalendas de quintilis, año 558 (28 de junio a 1 de julio, 195 a. C.).

L

as tropas seleccionadas para la incursión nocturna, en esta ocasión turmas de caballería aliada, esperaban la medianoche con las armas preparadas. Hacia la hora VI de la segunda vigilia, Catón convocó inesperadamente un consejo de guerra, ampliado a primus pilus, centuriones veteranos y caballeros notables. También habían sido llamados con anterioridad los responsables del campamento romano de Emporion. Los mandos se reunieron en la tienda de conferencias. Catón los recibió con un primer discurso, que previamente había dictado a uno de sus ayudantes.

─ Ha llegado la ocasión que tantas veces habíais deseado, aquella en la que se os presenta la oportunidad de mostrar vuestro valor. Hasta este momento habéis luchado más como bandidos que como guerreros, ahora en lucha regular llegaréis a las manos, enemigos contra enemigos, a partir de ahora ya no devastaréis campos, sino que tomaréis las riquezas de las ciudades. Nuestros antepasados, estando en Hispania los generales y el ejército de los cartagineses, y no teniendo ellos mismos ningún soldado, quisieron, sin embargo, que en el tratado se añadiera esta cláusula: que el río Hiberus fuera el límite de su imperio. Ahora, cuando Hispania les ha tocado en suerte a dos pretores, un cónsul y tres ejércitos romanos, cuando desde hace casi diez años no hay ningún cartaginés en estas provincias, hemos perdido nuestro imperio de más acá del Hiberus. Hay que recuperarlo con vuestras armas y valor y obligar a este pueblo, que es más temerario para la rebelión que constante en la resistencia, a aceptar de nuevo el yugo que se ha sacado.

Los mandos se distribuyeron en taburetes de tijera alrededor de una gran mesa. Una especie de sábana cubría unos extraños volúmenes. Catón fue directo a la cuestión:

─ La próxima madrugada, con la entrada de las kalendas de quintilis daremos la batalla. Partiremos esta misma noche, en la IX hora de la III vigilia y en una hora llegaremos al campo de batalla y nos desplegaremos en absoluto silencio.

Catón, ante la sorpresa de los presentes, apartó la sábana y dejó al descubierto una maqueta de barro del territorio comprendido entre la Paleápolis y el campamento de las Escalas de Aníbal. Tomando piezas de madera pintadas comenzó a situar las unidades. Su orden de exposición era rápido, metódico y sistemático.

─ Primero. Situación en el campamento de Emporion: Marco Camilo, pondrás guardia doble, y ten presente que tan pronto comience nuestro ataque por poniente movilizarás todas tus tropas. En principio no debes intervenir, pero si las cosas se tuercen tienes que estar preparado para lanzar un asalto frontal contra el campamento íbero, para dividir las fuerzas enemigas.

Mientras hablaba, Catón iba situando las piezas de madera en el lugar preciso y señalaba con una vara las posibles líneas de movimiento.

─ Segundo. El papel de las tropas aliadas de Mario Emilio. En principio tienes una triple responsabilidad: protagonizar la expedición nocturna usual, custodiar este campamento, de las Escalas de Aníbal, y lanzar el primer ataque contra el campamento enemigo. La salida nocturna de hoy la protagonizará la caballería aliada con sus treinta turmas. Debe irse con una cierta ostentación y haciendo ruido en dirección a Bedenga o Indika, tal como habíamos acordado. Quiero que todos los centinelas íberos estén pendientes de esta salida y que se les arrastre hacia el sur, e incluso que se vean en condiciones de dar batalla.

Mario Emilio asintió tratando de asimilar las rápidas indicaciones del cónsul, que continuaba dándole órdenes.

─ Además, lo que es más importante: elige diez cohortes completas, y bajo tu dirección, Mario Emilio, iréis hacia el campamento enemigo. Flanquearás la I Legión desplegada en el valle, entre los dos cerros, y pondrás cinco cohortes aliadas en cada flanco. Las de la derecha en el extremo sureste del cerro de Kors. Tres de ellas iniciarán el primer ataque. Te quedará un ala entera para proteger el campamento y defender los vados del Ticer y el Bedenga. Tienes mucha responsabilidad si es que tenemos que retroceder o si la caballería tiene problemas. ¿Entendido?

─ Por lo que veo, el ataque será por el vértice extremo del campamento... ─precisó Mario Emilio.

─ Justo, cuando las dos legiones estén alineadas tus tropas intentarán tomar la puerta del vértice suroeste y las empalizadas adyacentes.

─ Entiendo que mi gente debe iniciar la fiesta. Ninguna novedad... los aliados siempre han de ser los primeros en recibir... ─puntualizaba Mario Emilio con disgusto.

─ Y en dar... Es lo usual, ya sabes... Tercero. Detrás de las tropas aliadas saldrá del campamento la primera legión de Lelio Tulio, con caballería incluida. Rodearán el cerro de Kors y se colocará sigilosamente en el fondo del valle, entre ambos cerros. Toda la caballería a la derecha bajo el mando de Quietus. La segunda legión de Máximo Constante actuará como reserva, se desplegará detrás de la cresta de la colina de Kors. Pero la caballería flanqueará por la izquierda a la primera legión y a las cohortes del ala aliada

Catón terminó de distribuir con las maderas de colores la ubicación del conjunto de tropas. Los mandos comenzaron a discutir e intercambiar opiniones entre sí. Catón pidió silencio para continuar.

─ Podéis imaginaros cómo es el plan: al amanecer, justo antes de las primeras luces los aliados atacan, se trata de un contingente potente de tres cohortes, unos 1500 combatientes, y atacan con contundencia. Ellos son el cebo. Los íberos rechazan el ataque y confiados en su superioridad, ya que no se ven más tropas a la vista, salen a combatirlos. Los aliados retroceden, los íberos están seguros, ninguna de las dos legiones es visible desde su punto de vista. Ante la posibilidad de una victoria ellos saldrán de manera desordenada y entonces... ¡Zumm! Como un rayo... la I legión sale de su escondite y los ataca. Si aceptan batalla los derrotamos, y si no, retroceden en desbandada hacia el campamento e igualmente los exterminamos ante las puertas. La II legión cubre la operación, después y confiando en que saldrán duramente castigados tomamos al asalto el campamento y los exterminamos a todos. No quiero supervivientes, el orden es la aniquilación total del enemigo, de un solo golpe destrozado todas las fuerzas íberas al norte del Hiberus. No les daremos una segunda oportunidad.

─ Se trata de un plan muy audaz, Cónsul ─comentó Lelio Tulio─. ¿Qué pasará si no salen del campamento? Quizás no se arriesgarán a rechazar los aliados más allá de los terraplenes.

─ Pues si no salen no hay ni batalla, ni asalto. Podemos tantear con un intento para comprobar la solidez de las defensas, pero no estoy dispuesto a perder hombres.

─ ¿Y si nos descubren antes del intento? No es fácil mover dos legiones y tropas aliadas de incógnito y en territorio enemigo.

─ Nuestros combatientes tienen que marchar en absoluto silencio, en las últimas semanas se han entrenado para ello. Debemos entrar en orden de batalla sin ser descubiertos. Quiero que los más expertos enlaces, encuadrados por los exploradores de Lucio, vayan por delante y eliminen a cualquier centinela enemigo que podamos encontrar entre el campamento y la colina de Kors. Lucio se encargará de la limpieza y de poner a cada unidad en su sitio. Por otra parte, confío en el trabajo del destacamento que saldrá antes y que arrastrará las guardias íberas. Eso es todo, dentro de poco, a medianoche, saldrá la caballería aliada y dos horas más tarde saldremos el resto. Disponéis de tiempo suficiente para organizar las tropas.

A continuación, hubo un breve debate. Legados y tribunos discutieron sobre los detalles e intercambiaron impresiones. Los primus pilus de las dos legiones partieron rápidos para preparar la marcha. A medianoche, las treinta turmas de la caballería aliada formaron en el foro del campamento de las Escalas de Aníbal. Desplegando enseñas y vexilias salieron a la llamada de las tubas. Luego marcharon directos hacia el vado del Bedenga. Unas docenas de pasos más allá, los centinelas íberos constataron que en esta ocasión salía caballería, algo que podía significar que atacarían un objetivo lejano. La columna romana giró hacia el sur. Inmediatamente, los jinetes íberos partieron en distintas direcciones. Cuatro de ellos se adelantaron a la columna romana por el camino de Bedenga dando la alarma y sonando las caracolas. El quinto jinete fue a avisar a la guardia de caballería que estaba estacionada a una milla hacia el interior, entre los caminos de Bedenga y Ngerunda. En esta ocasión, Tildok descansaba en el campamento y era Amaruk el responsable de un nutrido grupo de caballería edetana y de indiketes que sumaba unos doscientos guerreros, y que se prepararon para impactar perpendicularmente contra la columna enemiga que iba por el camino de Bedenga. Los centinelas y escuchas guiados por el sonido de las caracolas se pusieron en marcha hacia la zona sur, donde, sin duda, sus servicios serían necesarios.

La Luna creciente ofrecía una tenue luz que, sin embargo, era suficiente. El ojo experto de Amaruk calculó que la fuerza enemiga sumaba un millar de jinetes. Avanzaban tranquilos y ruidosos, confiados en su número. Sin duda podrían rebajarles los humos. A unas dos millas de Bedenga, Amaruk lanzó el primer ataque, sus jinetes realizaron una carga devastadora y concentrada que causó numerosas bajas en la retaguardia de la columna. Después los íberos, simplemente, desaparecieron en la noche. Los aliados continuaron la marcha con más precaución, pero los jinetes íberos, cada vez más reforzados por nuevos contingentes, los seguían por ambos lados del camino esperando una buena oportunidad para descargar un segundo golpe. A la entrada de Bedenga los aliados desmontaron, el enclave, a pesar de ser un lugar abierto, se había fortificado con medios de fortuna, tenía guarnición y no sería fácil ocuparlo.

Mientras tanto, en el foro del campamento de las Escalas de Aníbal formaron la infantería aliada y las dos legiones consulares. Los susurros terminaron rápido, centuriones y optio apaleaban duramente a los legionarios ruidosos. El silencio era impresionante. Lucio tomó a su treintena de exploradores y a algunos auxiliares. Salieron por la puerta de poniente, atravesaron el Bedenga y marcharon hacia el vado del Ticer, bajo la colina de Kors. Lucio repetía sobre la marcha las órdenes que ya había explicitado antes de irse.

─ Repartiremos escuchas frente al Bedenga y el Ticer, cada pareja patrullará a lo largo de media milla. Aniquilad a cualquier enemigo que se acerque y siempre con sigilo.

A medida que iban avanzando, Lucio iba distribuyendo a los exploradores que formaban una pantalla paralela al arroyo. La línea de escuchas y el Bedenga definían el espacio por el que circularían las legiones. Cuando llegaron al cerro de Kors, los batidores se adelantaron hasta media milla de la base del cerro. Algunos subieron a la carrera hasta la cresta y comprobaron la ausencia de centinelas enemigos, otros recorrieron el fondo del valle entre las colinas emporitanas. Lucio estableció su puesto de mando, con Floro y Quinto, en la cima de la colina de Kors, desde donde podría divisar al mismo tiempo los caminos de acceso y el propio campamento enemigo. La noche, sin duda, sería larga. Terminado el despliegue de los exploradores, y comprobada la viabilidad de la marcha de las legiones, Quinto, un auténtico nictálope gracias a su experiencia en el alcantarillado, recorrió a pie la pantalla de centinelas, y volvió al campamento para informar a Catón de que podían iniciar la marcha.

El formidable ejército ordenado en la plaza de armas se puso en movimiento. Las tropas aliadas salieron en primer lugar. A continuación la primera legión, con la caballería desmontada y sosteniendo los caballos por la brida y, finalmente, Catón con la segunda legión. La marcha fue muy lenta. Centuriones y optio estaban alerta para garantizar el silencio. La tenue Luna creciente proporcionaba la luz justa, sólo aminorada por alguna nube esporádica. La columna marchaba paralela al Bedenga y el rumor de las aguas enmascaraba el ruido amortiguado de las miles de cáligas. Al llegar al Ticer pasaron el vado y toparon con la base del cerro de Kors. La operación de despliegue se realizó con rapidez. Las fuerzas aliadas y la caballería de Quietus se situaron en la parte baja de la colina, en el extremo noreste cerca del Ticer, y sin ascender. La primera legión rodeó la colina de Kors por poniente. Los manípulos avanzaron en columna para girar y entrar en el valle, una vez desplegados variaron hacia la izquierda, con lo cual la legión quedó formada, con manípulos intercalados de hastati y príncipes. Los triarios quedaron concentrados en el flanco izquierdo, cerrando la entrada al valle.

Desde su puesto de observación, Lucio apenas pudo intuir la maniobra que se desarrolló con rapidez. Naturalmente, con toda su atención, escuchó los rumores de movimientos y sonidos metálicos, y por un momento pensó que los íberos también los estarían escuchando. Pero en realidad la discreción fue suficiente, y los aullidos del viento del norte ayudaron a enmascarar los movimientos. En el distendido campamento enemigo no se percibía ninguna reacción.

La caballería de la segunda legión se colocó en el extremo noroeste de la base del cerro de Kors. Finalmente, la segunda legión, tras efectuar una variación, ascendió desplegada inmediatamente detrás de la cresta de la colina, pero sin coronarla. Catón, Máximo Constante y sus tribunos se agruparon junto a Lucio, observando el campamento enemigo. Ahora sólo tenían que esperar el amanecer.