Matar al cónsul

Pretorio del campamento romano de Emporion, segunda hora de la primera vigilia. Día III antes de los idus de junius. Año 558 (19 horas del 11 de junio del 195 a. C.)

L

upus preparó el golpe con cuidado, calculando hasta el último detalle. Al fin y al cabo, era un experto en la organización de las más repugnantes acciones. En Roma, sus chicos sembraban el terror: cuchilladas, palizas, extorsiones, raptos, violaciones, incendios de almacenes... Su gente, al acecho desde las tiendas de los equites extraordinarii y de la cuestoría, simulaba la entrega de provisiones a pesar de lo avanzado de la tarde. De repente, el carro que descargaban se hundió, la lama extrema de una de las ruedas se había roto. Y esto sucedía justo detrás de la tienda del cónsul. El que operaba como capataz exigía, a gritos, rapidez en la reparación. Levantaron el carro y sacaron la rueda, y trajeron una de repuesto, pero la sustitución no era sencilla a la luz de las lucernas. Los dos legionarios que patrullaban en la zona posterior de la tienda pretoria se acercaron, ociosos, para seguir la reparación.

Uno de los sicarios de Lupus, que vigilaba la entrada de la tienda, confirmó que había guardia de lictores y eso evidenciaba que Catón estaba dentro. Lupus, detrás de la tienda pretoria, dio la orden de acción levantando el índice en un movimiento circular.

Justo en ese momento, Lucio entraba por el porche frontal de la tienda de Catón después de saludar a los lictores que vigilaban los accesos. Sorteó sillas de tijera y apartó cortinas. La tienda tenía una alcoba, con el dormitorio del cónsul, situada en la zona del fondo, separada por las cortinas de la sala principal que daba a la entrada. Uno de los sirvientes de confianza estaba en el interior presto a cumplir cualquier encargo. La sala se mantenía iluminada con varias lucernas de bronce colgadas en candelabros de pie. En la mesa de la sala, Catón y Anaxágoras repasaban las cuentas presentadas por los cuestores. Mantenían una ardua discusión tratando de cuadrar los números. Catón no era avaro, pero sí cuidadoso con el presupuesto y no toleraba desviaciones. Consideraba que los recursos públicos eran sagrados.

Lucio evidenció su presencia con un saludo.

─ ¡Salve, Cónsul! Eh... tengo un tema urgente...

Catón se separó de Anaxágoras. Lucio lo tomó por el brazo para salir al porche y hablar en privado.

─ Lo siento, Cónsul, pero es una cuestión confidencial. Tengo sospechas fundadas de que en estos momentos Boius está en la nave de Sura dispuesto a escapar y creo que tiene el tesoro de Escipión. Intentaré detenerlos, pero si han zarpado necesitaré la liburna para seguirlos...

─ ¡Por la cabeza de Júpiter hecha astillas! Ya es de noche. Esos malhechores podrán escapar... Ve rápido al muelle e intenta detenerlos, yo haré llegar el mensaje al capitán de la liburna. ¡Corre Lucio, no pierdas ni un segundo...!

Los legionarios que vigilaban la parte posterior de la tienda pretoria seguían con atención los esfuerzos de reparación de la rueda. Ahora la cosa se ponía interesante, una de las palancas había cedido y el carro había atrapado la pierna de un esclavo. Pero ellos estaban de guardia, no podían ayudar y se limitaron a dar consejos. Fue lo último que hicieron, dos de los hombres de Lupus pasaron afilados cuchillos sobre sus gargantas. No tuvieron ni tiempo de saber qué pasaba, se desplomaron sin poder articular palabra. Los criminales tomaron con rapidez, los cascos, sagum, escudos y pilum de los caídos intentando aparentar que la guardia continuaba. Lupus, con un afilado estilete, rasgó la parte posterior de la tienda y se deslizó hacia el interior. Reconoció la zona del dormitorio. No había nadie, se acercó a las cortinas y con prudencia las abrió levemente. Frente a él, a dos palmos, había un criado sentado al lado de un brasero, estaba de espaldas. Más allá, estaba el cónsul, trabajaba con un montón de papiros iluminados por las lucernas. Era Catón sin duda: gordo y calvo. Lupus actuó con profesionalidad, su mano izquierda tapó la boca del criado al mismo tiempo que el estilete, sostenido con la mano derecha, le seccionaba la garganta. El criado se estremeció durante unos segundos, pero Lupus lo sujetaba con firmeza mientras un chorro de sangre manaba de la brecha del cuello. El supuesto cónsul ni se enteró, los ruidos del exterior ocultaron los rumores. Lupus depositó, con suavidad, el cadáver en el suelo y se dirigió resuelto hacia el tipo de los papiros. En su avance, tomó el pie del candelabro de bronce que sostenía dos lucernas de ambientación y lo levantó por el aire. El escribiente percibió, de reojo, movimientos extraños y sombras inesperadas, levantó la vista de los papiros a tiempo para ver, frente a él, a un energúmeno que blandía un pie de candelabro. No supo interpretar correctamente lo que pasaba, pero tampoco tuvo tiempo. El golpe de Lupus fue un revés violentísimo que rompió el cráneo del gordito, que, tras el catacrac, cayó a plomo sobre el suelo. Lupus le saltó encima, le tapó la boca por si era capaz de proferir algún sonido y remató la faena con varias puñaladas que, entre las costillas, buscaron el camino del corazón.

Con rapidez, Lupus apagó las lucernas que quedaban encendidas, deshizo el camino y salió por donde había entrado. Sus hombres abandonaron las vestimentas legionarias y colocaron sobre Lupus un sagum para ocultar la sangre. A continuación iniciaron la dispersión. Disponían de unos momentos antes de que dieran la alarma y comenzara la persecución. Lupus estaba satisfecho, había cumplido, se había superado a sí mismo, contaba con un magnicidio en su haber, el maldito cónsul era historia.

Catón y Lucio percibieron rumores imprecisos y un golpe seco en el interior de la tienda, pero no le dieron importancia.

─ ¿En qué dirección debemos enviar la liburna?

─ Por el momento, que se prepare para partir. La liburna con sus remos es mucho más rápida que la nave oneraria, el problema consistirá en saber si ponen proa a Cerdeña o si siguen la costa hacia el norte. La noche es clara y la Polar marca el norte perfectamente.

Catón llamó a su secretario.

─ ¡Anaxágoras, deja eso y ven aquí! Haz que busquen a Aulo Varrón y que disponga la partida inmediata de la liburna. ¡Anaxágoras! Por favor. ¡Por las tetas de Artemis, cada día estás más sordo!

Catón apartó levemente las cortinas y volvió a llamar.

─ ¿Anaxágoras?

Abrió totalmente las cortinas pero todo estaba oscuro. Lucio, siguió a Catón, tomó una lámpara y entró. Dos relieves voluminosos se distinguían en el suelo, sobre grandes manchas negras. Cogió su puñal celtíbero y se puso frente al cónsul.

─ ¡Atrás Cónsul, han intentado asesinarte, te han confundido con Anaxágoras! ¡Guardias! ¡Alarma!

Cuando entraron los primeros lictores asegurando al cónsul, Lucio saltó hacia el dormitorio y vio el corte en el cuero de la tienda, se precipitó al exterior, pero allí sólo había dos cadáveres, a lo que parecía legionarios de la guardia. La intuición le decía que los asesinatos y la huida de Boius estaban en relación y que todo formaba parte del mismo plan. Volvió a entrar en la tienda. Catón estaba rodeado por su guardia que había formado un erizo de escudos y lanzas a su alrededor. Garantizada la seguridad del cónsul, Lucio decidió no perder tiempo, lo más probable era que los asesinos intentaran irse en La Rápida de Ostia.

─ Cónsul, voy a perseguir Boius, extremad la seguridad por si los asesinos aún están al acecho.

Catón abrazó el cadáver y lo puso sobre la cama y aunque estaba impresionado por la muerte de su amigo, calmó a su gente.

─ No deis la alarma general. No haremos nada que pueda minar la confianza de los legionarios. Las puertas del campamento están custodiadas, pero avisad que no dejen salir a nadie.

Cuatro legionarios de la guardia salieron a la carrera, hacia las cuatro puertas. Lucio también salió corriendo hacia la puerta Dextra justo cuando llegó resoplando el diminuto pelirrojo. Su cabeza estaba llena de sangre y deformada. Casi al mismo tiempo llegó Floro sujetando por la brida el caballo de Lucio. Quinto, sacando espumas sanguinolentas entre los dientes rotos, aún tuvo ánimos para balbucear.

Siracusa en el agua, Friné capturada, si corres te recogerán en el espigón exterior.

Lucio entendió a la perfección, La Rápida de Ostia había salido con Friné, la habían raptado y La Gracia de Siracusa perseguía a los malhechores. De un salto montó el caballo, a pelo, y le clavó los talones en los flancos. Salieron al galope por la Vía Pretoria en dirección a la puerta norte, que daba a las dársenas exteriores de la ciudad.

Mientras, Lupus y sus cuatro secuaces, marchaban rápidos entre las tiendas y los fuegos legionarios. Al llegar al extremo noreste del campamento, subieron al terraplén. El guardia más cercano les dio el alto, pero estaba demasiado lejos. Al saltar al foso, uno de los cuatro matones cayó en mala posición y renqueante fue incapaz de avanzar, el resto salieron disparados hacia la playa de Levante. Una luz oscilante les marcó el camino. En el rompiente de las olas les esperaba un bote, lo empujaron mar adentro y saltaron a su interior. Los marineros comenzaron a bogar hacia la silueta cercana de La Rápida de Ostia, con las velas arriadas y el ancla echada. Habían considerado que era más seguro esperar fuera del puerto, así, si el atentado fallaba, podrían marchar con rapidez. Ya dentro del bote, Lupus, profundamente satisfecho, soltó ruidosas carcajadas y dedicó gestos obscenos a los legionarios que, en persecución, habían llegado a la playa. Un primer pilum silbó en el aire, pero quedó corto, después llegaron otros, más precisos. Dos de sus hombres resultaron traspasados. Lupus, sin contemplaciones lanzó los heridos al agua. Tuvieron que salvar tres líneas de rompientes y el trayecto se hacía interminable pero, finalmente, llegaron junto a la nave. El mar, aun encrespado, no facilitó las operaciones... Sura y Boius, asomados en la amura, esperaban expectantes, iluminaron el bote con un farol. Lupus estaba radiante, hablaba al mismo tiempo que profería sonoras carcajadas.

─ Ya lo sabéis, soy Lupus... y soluciono problemas. Ahora sí que nos podemos chupar los fascinus. En estos momentos el señor Catón tiene una conversación con Caronte sobre el precio que cuesta pasar la Estigia. Catón ya es pura historia... ¡Viva el Báculo!

Sura manifestó su satisfacción.

─ Bueno, esto hay que celebrarlo. ¡Capitán! Partimos a toda velocidad. De momento siguiendo el viento, despliega las velas... y, cuando puedas, directos a Masalia siguiendo la Polar hasta el amanecer.

─ ¡Señor Sura, señor Sura! ─gritó el capitán─, un barco a sotavento, está abandonando el puerto y pronto flanqueará los espigones exteriores...

Lucio atravesó al galope la puerta Pretoria, la guardia no tuvo tiempo de reaccionar, salió a la dársena y continuó cabalgando sobre el espigón exterior, al llegar al extremo frenó, y el caballo respondió. La Gracia de Siracusa se acercaba. Avanzó hasta el pequeño faro y ocultó varias veces, con su túnica, la luz de las antorchas provocando una intermitencia. Las salpicaduras de las olas rompientes lo dejaron empapado, se estrellaban de manera fuerte y ruidosa. Sin embargo, pudo escuchar la poderosa voz de Creonte.

─ ¡Vamos, salta que te tiramos unas cuerdas! ¡No te puedes perder esta fiesta!

─ ¡Vigilad, que voy!

Lucio bajó rápido por los sillares del extremo del espigón, se tiró al agua en la zona interior del puerto, algo menos movida, y nadó hacia el centro de la bocana. En pocos segundos, La Gracia de Siracusa llegó cabeceando violentamente. Los marineros levantaron los remos a la vez que lanzaban por la amura de babor un par de largas cuerdas. Lucio, braceando, intentaba llegar al casco que se deslizaba dejándolo atrás. A tientas buscó los cabos, topó con uno y se aferró. Recuperó el aliento y llamó.

─ Tirad de las cuerdas, que no puedo más...

Creonte mantenía el farolillo en la mano e intentaba localizar a Lucio. Éste, a su vez, notó cómo los marineros recuperaban la cuerda. En pocos segundos, Lucio subió, agotado, por la amura derecha. Creonte le miró expectante a la espera de novedades. Lucio intentó explicar, con voz temblorosa, lo que había pasado.

─ Han intentado matar a Catón, estoy seguro de que Boius va en este barco y que esconden algo. ¿Es cierto que tienen a Friné? Hay que detenerlos. Vamos por ellos, dame una espada...