IX. TOMAMOS DAMIETA Y REPARTIMOS EL BOTÍN
Tal fue el desorden en que huyeron los turcos que olvidaron cortar el puente de barcazas que sirve de entrada a Damieta. Tan solo tuvieron ánimo para quemar el bazar, lo que nos contrarió extraordinariamente pues había allí tanta riqueza como en un día de mercado en Barcelona, y con ello habríamos contentado a los soldados. Nos consolaba, empero, el hecho de que, habiendo atacado a pie y estando los turcos a caballo, solo un milagro nos entregaba Damieta sin una sola baja. En el año de 1219 el rey Juan de Francia no pudo reducir a Damieta más que tras un larguísimo asedio, y cuando penetró en la ciudad no quedaba nada de valor.
No fue ese nuestro caso pues, reunido el botín, se vio que era de bastante consideración, por lo que el rey convocó a sus barones con el fin de proceder al reparto. El obispo Hug, llamado el Negro, tomó la palabra para decir que él conocía muy por el detalle las costumbres de Tierra Santa; que según esas costumbres corresponde al rey un tercio del botín y los restantes dos tercios son para los peregrinos, que así lo habían hecho todos los reyes de Jerusalén. Habló con voz muy gruesa y como tomada por el polvo; parecía un oso disputando su presa, pero el rey no hizo el menor caso de monseñor, se quedó con todos los víveres y entregó al obispo Hug seis mil libras como valor de los bienes muebles, que eran los que correspondían a los peregrinos, según el rey. Monseñor mantuvo un silencio amenazador, pero luego aceptó la oferta. Al día siguiente, las gentes del rey abrieron establecimientos y procedieron a vender los víveres a tan alto precio que pronto recuperaron las seis mil libras y más del doble y del triple. De modo que el rey acabó quedándose con los bienes muebles y una gran cantidad de dinero, lo que disgustó al obispo y a muchos cruzados, los cuales habrían representado un serio peligro, de no ser porque entonces tuvo lugar un suceso lamentable que hizo olvidar la pendencia.