PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN (1963)
por Jorge Elliott
Hay poetas en Chile y Enrique Lihn es uno de ellos, uno de los verdaderos. Es, además, un poeta que reside en el valle de la poesía, sin que por eso se haya vuelto provinciano, sin que por eso viva del pasado, añorando otra época, ensoñando la «Arcadia» perdida. Otros, a la manera de Alejandro de Macedonia, simplemente cortaron el nudo «gordiano» y, con la espada en la mano, partieron hacia continentes hostiles para someterlos al imperio de la poesía por la agresión. Al menos uno de ellos empuñaba la espada mágica «excalibur». Enrique Lihn, con sus dedos sensibles y pacientes, deshace ese nudo cuando se le antoja y vaga tranquilamente en territorios extranjeros, sin que nadie lo resista. Los más audaces, en medio de la refriega, lo encuentran a su lado con las manos en los bolsillos, pero con los ojos abiertos y, aunque febril, alerta. Desaparece y luego regresa al terreno de lo poético. Enrique Lihn no está del todo bien como no lo está nadie. No obstante sale a peregrinar y, por eso, lo que nos dice fluye de la experiencia efectivamente tangible a la surrealista del delirio:
¿Nos perdimos realmente en el bosque? Esto podría ser como el claro del sueño…
Las hojas nada dicen que no esté claro en las hojas…
… sólo la fiebre habla de lo que en ella habla con una voz distinta, cada vez.
La gran magia de la poesía de Enrique Lihn reside para mí, su lector, no tanto en la «música de sus ideas», como en el murmullo subterráneo, subjetivo, subsexo, subansia que la recorre. Nos produce un sobresalto como el rumor que anuncia un temblor y que pasa sin destruir nada, pero que agita el corazón porque nos deja con nuestra mortalidad anudada en el cuello y nuestra carne temblorosa, amarrada a la vida, a la angustia de sus deseos. Para usar sus propias palabras:
Imposible distinguir entre el sudor y las lágrimas
que se disputan dos bocas resecas.
Schopenhauer decía: «La música nunca expresa los fenómenos, sólo el ser interior, la esencia de los fenómenos» y la poesía hace lo mismo, no cuando intenta ser música, un campanilleo de palabras plateadas, sino cuando sus imágenes surgen en oleadas y nos acosan en la sangre misma. La música «poética» de Lihn resuena en nosotros cuando sus imágenes se «empavonan» ellas mismas y, antes de que sean vistas del todo, se transmutan en sensación interna. El encuentro dialéctico entre la imagen y lo sentido la esfuma y termina en nosotros en una vibración tensa que gime. Dice:
… Se levantan los años empavonados del aire que entra al invernadero lleno de vidrios rotos
vidriándonos la noche de un bosque inexpugnable.
Esto no es mera vaguedad. La imprecisión denotativa no corresponde a una imprecisión emotiva. Se crea una lucha dialéctica de imagen y sentir, por cuanto «los años empavonados del aire» levantan, visualmente, una estructura muy semejante al «invernadero lleno de vidrios rotos» y, sin embargo, esta estructura se deshace y entra «empavonada» al invernadero. Es que el empavonamiento de los años es otra cosa al del vidrio y, no obstante, los vidrios, al estar «rotos», pertenecen también al orden del tiempo. Finalmente, estamos perdidos en la «noche de un bosque inexpugnable» «vidriada». El choque de estas imágenes fragmentarias, desvanecientes, nos da una resonancia «empavonada», «vitrea». ¿Dónde estamos? Lo que «hay» es el bosque inexpugnable. Este bosque tiene… un pavoroso «adentro». El mundo poético de Lihn es un mundo que debemos arriesgarnos a explorar. Este libro nos da la oportunidad de ello.