CALETA

En esta aldea blanca de oscuros pescadores

el amor vive a dos pasos del odio

y la ternura, muerta, se refugia en el sueño

que agranda la mirada del loco del villorrio.

Amanecer: el mar se duerme bajo el sol

como un gigante ebrio después de una batalla;

alguien perdió la vida, anoche, entre sus manos

enguantadas de blanco, más crueles que la nieve.

Pero los compañeros del caído volvieron

en sus valvas ahitas de sangrienta semilla

y extienden en la arena sus trofeos agónicos.

Mediodía: a la mesa se sientan los tatuados

y sus mujeres les guardan las espaldas

atentas al peligro de sus gestos que ordenan

otro vaso de vino

más loco cada vez.

Luego, la guerra a vida entre los sexos

y los gañanes bajan a la playa

como a una amante más que escarnecieran

a remar en un sueño furioso de borrachos.

Varadero del sol herido a cielo

en la línea de fuego de las olas.

Es hora de ir al mar a capturar sus pájaros

si una riña de hombres, de perros o de gallos

no retiene en la orilla la jauría de barcas.

La noche trae un poco de alma a la caleta:

un poco de agua dulce que en los ojos del loco

se enturbia en el olvido de sí misma.

Alguien que no he podido olvidar se me agranda

como la ola a un mar preso de luna

y golpea mi cara por dentro hasta cegarme.