—ES DEMASIADO LARGA —suspiró Anakin, estirándose para probar la resistencia de la escalera.
Entonces se le ocurrió una idea, un plan tan ridículo que Obi-Wan jamás lo aprobaría.
Así que tenía que intentarlo.
Se apresuró a volver a la galería y tomó una de las unidades de entrenamiento de la caja. Metió la mano en uno de los bolsillos de su cinturón y extrajo un pequeño controlador de bits que usaba desde niño, cuando construyó a C3-PO. Enchufó el dispositivo en el módulo de control remoto y comenzó a reprogramar al dron.
Minutos más tarde, Anakin estaba de vuelta en el ducto de servicio no con uno, sino con dos robots remotos hackeados que flotaban a su lado. Apartó la cortina y asintió expectante ante el vacío.
—¿Y bien?, ¿qué esperan?
Las unidades de entrenamiento reprogramadas zumbaron en el espacio, sus luces iluminaban el túnel vertical. Se dejaron caer hasta la altura de los pies de Anakin y, antes de que pudiera cambiar de idea, este dio un paso adelante colocando el pie izquierdo sobre el dron más cercano. El robot se tambaleó un poco, pero permaneció en el aire. Usando un peldaño de la escalera como soporte, con cuidado colocó el pie derecho en el otro robot.
Tras soltar la escalera, extendió los brazos para mantener el equilibrio. Lanzó una carcajada mientras las unidades sostenían su peso flotando en el aire. Sí, había una pequeña posibilidad de precipitarse hacia la muerte, pero la idea de ganarle por una vez a Obi-Wan hacía que valiera la pena el riesgo.
—Está bien, vamos abajo.
Los robots descendieron por el túnel, con Anakin montado sobre ellos como en una tabla de surfear. Aunque los repulsores comenzaron a rechinar, se comportaron perfectamente. El rechinido se convirtió en un chirrido mientras Anakin los guiaba cada vez más adentro del túnel que conducía a la rejilla del nivel de almacenamiento.
—Pueden hacerlo —los animó al ver el fondo del ducto—. ¡Pueden hacerlo!
Como si quisiera demostrarle que estaba equivocado, el robot de entrenamiento bajo su pie derecho silbó y chisporroteó antes de apagarse por completo. Anakin cayó en picada hacia la rejilla, quejándose de dolor al atravesar el metal y llegar a una habitación llena de estantes altísimos. Al darse la vuelta, empujó hacia abajo con la Fuerza para amortiguar el aterrizaje.
Se detuvo bruscamente, suspendido a centímetros del frío y duro suelo. Contuvo el aliento, pero el segundo robot, que aún flotaba en el aire, también se descompuso y se precipitó por el túnel, golpeándolo en la parte trasera de la cabeza. El impacto rompió la concentración de Anakin y este chocó contra el suelo. Rio y rodó sobre su espalda, mientras veía la rejilla rota encima de él.
Lo había logrado, pero… ¿dónde estaban los intrusos?
¿Y dónde estaban Obi-Wan y los guardias?
Se puso de pie y usó la Fuerza para alzar los robots inservibles del suelo. No eran una gran arma, pero era lo único que tenía.
Anakin miró alrededor. El aire era fragante, perfumado por cajas llenas de vegetales frescos y hierbas secas. Había aterrizado en una despensa. Su mirada se posó en una charola con duraznos morados del tamaño de los robots de entrenamiento que sostenía con la mano izquierda.
—No les importará si tomo uno —dijo y eligió el durazno más grande; lo mordió mientras se arrastraba entre las cajas con el jugo escurriendo por su barbilla. Tendría que recordar ese lugar, por si alguna vez necesitaba un bocadillo a medianoche.
Casi se había terminado el durazno cuando encontró una puerta que conducía a un pasillo cualquiera. Chupando la pulpa de sus dedos, abandonó el depósito y se escabulló. Allí abajo no eran necesarias las decoraciones del templo principal. No había tapices adornando las paredes. Tan sólo había puertas metálicas que conducían a otros sombríos almacenes.
¿Dónde estaba el intruso? ¿Dónde debía buscar?
Anakin cerró los ojos. La Fuerza lo guiaría.
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