LA NAVE PLANEABA ENCIMA del agua, el mar se ondulaba en el horizonte.

—No hay nada más que agua —suspiró Anakin— ¿Cómo vamos a encontrar al secuestrador?

—Tal vez estamos buscando a la persona equivocada —repuso Obi-Wan—. Si Yoda ha sido traído hasta aquí…

Anakin se animó.

—¡Lo sentiremos!

Obi-Wan asintió, orgulloso de su padawan.

—Así es. Ahora concéntrate.

Anakin se relajó y cerró los ojos. Sentía el planeta a su alrededor. Gaviotas-lagartijas en el aire, anguilas gigantes en el mar. Sentía la frescura de la brisa marina sobre su rostro y los cálidos rayos del sol en su cuello.

E imaginaba todo el tiempo el increiblemente viejo rostro del Maestro Yoda. Esos sabios ojos. Esa sonrisa traviesa. El sonido de su retorcido bastón chocando contra las losas del templo, tap-tap-tap.

No había nada.

—No hay nada —suspiró Anakin.

A su lado, Obi-Wan estaba sentado, meditando.

—No te rindas tan pronto. Puedes hacerlo, Anakin.

—Sé que puedo —espetó Anakin y pulsó los interruptores para activar los sensores de la nave.

—¡Lo tengo! —anunció de pronto.

—¿Qué te dije? —Obi-Wan abrió los ojos—. Si confiamos en la Fuerza…

Su rostro mostró decepción al ver a Anakin contemplando una pantalla cercana.

—Oh, usaste la nave.

—Recuerdo que dijo que nadie venía aquí, así que busqué partículas de los propulsores en la atmósfera…

—Especialmente si se trata de un propulsor dañado al escapar de la escena del crimen —musitó Obi-Wan con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Transfiero los datos a la computadora de navegación —dijo Anakin, que operaba los sistemas de la nave con agilidad.

No tuvieron que esperar mucho.

—Eso es —dijo Anakin, señalando una pequeña isla en el horizonte—. ¡La nave del templo! ¿La ve?

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