25. PARA MONSIEUR M.

Para Monsieur M.

Fiscal jefe y responsable de la policía judicial del distrito de L.

Distinguido Monsieur M.:

Ante todo me disculpo por dirigirme a usted por carta pero me ha sido imposible, en los muchos meses transcurridos hasta ahora, conseguir una nueva cita después de aquel lejano primer encuentro nuestro. De haber sabido que sería también el último lo habría hecho mejor. Quiero decir que habría intentado –pese a estar «emotivamente implicada», como usted me hizo notar– ser más precisa, clara y pertinente en mis demandas. Es lo que trataré de hacer, ahora, por escrito.

Entonces estaba en efecto emotivamente implicada, y no puedo negar que sigo estándolo. Pero soy consciente de que la policía judicial de su cantón tiene, por supuesto, una gran cantidad de investigaciones a las que hacer frente, episodios criminales al lado de los cuales la desaparición ya remota de dos niñas de seis años puede archivarse. Es eso lo que me ha inducido a escribirle: la breve nota con la que su oficina me informa de que, ante el resultado negativo de las investigaciones, el caso será archivado. Me dicen que se requiere mi firma como refrendo para completar el acto. Por otra parte es necesario archivarlo para proceder a «posteriores cumplimientos», concluye la telegráfica misiva. El principal de tales cumplimientos, no sé determinar ningún otro, es la declaración de muerte presunta indispensable para iniciar la sucesión testamentaria en favor de los parientes del padre de las niñas, en ausencia de herederos descendientes.

Comprenderá usted, distinguido Monsieur M., mi dificultad para firmar. No por la herencia, naturalmente: no hace falta que aclare que no me afectaría en ningún caso. Usted lo sabe bien –consta todo en los autos–, me cuesta incluso consignar por escrito semejante precisión. Es por la muerte presunta. Le ruego considere, por más que la función que usted desempeña le imponga una necesaria y forzosa distancia con respecto a los estados de ánimo de las personas con las que entra en contacto, que para mí resulta realmente imposible suscribir semejante aceptación sin tener la certeza de haber recorrido todos los caminos hacia la verdad de los hechos. No sé, no sabemos, cómo sucedieron las cosas. En mi opinión las investigaciones han dejado abiertas algunas importantes cuestiones que quisiera, con el máximo respeto, someter a su consideración. Seré concisa, y procederé por puntos.

• La intención homicida. En el que fuera nuestro único encuentro me pareció que usted identificaba mi último correo electrónico a Mathias, el padre de las niñas, como la causa desencadenante de su «desesperación» –así la definió–, dando a entender que un hombre en aquel estado de postración habría podido realizar un gesto extremo. Dese usted cuenta, señora, de lo que ha escrito, me dijo. Le adjunto aquel correo electrónico, es del 26 de enero de 2011, deseo ahorrarle la molestia de tener que buscarlo en los autos. Le ruego que lo relea. Es un intercambio de información en el que encontrará incluso matices de afecto, de complicidad. Por lo demás, la separación no había sido en absoluto traumática, nunca había habido una discusión entre nosotros. Le recuerdo que en el período inmediatamente anterior a la desaparición las niñas habían estado durante las vacaciones de Navidad nada menos que tres semanas en el Caribe con su padre. Tres semanas era mucho más de lo pactado en los acuerdos. Mi ex marido y yo consideramos ambos que aquel viaje les gustaría a Alessia y Livia: juntos determinamos que era la decisión correcta. A su vuelta retomamos la rutina ordinaria, sin rencillas. Nada, hasta el domingo de la desaparición, podía hacer pensar que Mathias tenía intenciones distintas de las de un buen padre.

• Las psicólogas. Es éste un punto –la intención homicida, el verdadero estado de ánimo de Mathiassobre el que quizá se podría oír a las personas competentes, para una eventual confirmación. La psicóloga que lo trataba desde hacía tiempo, por ejemplo, y que le había visto el jueves: sólo tres días antes de la desaparición. Nunca se la ha escuchado, con el argumento de que vive y trabaja en un cantón distinto del nuestro: problemas de procedimientos burocráticos. Se requería, me dijeron, una especie de comisión rogatoria entre cantones. Y se consideró superfluo. En cambio, su oficina llamó por teléfono a la terapeuta de pareja a la que habíamos ido ambos durante largo tiempo en vísperas de la separación. Ésta respondió que no podía dar información si no era en persona, y rogó que fuera alguien a hablar con ella. No fue nadie. Si hubiera tenido algo importante que decirnos, nos habría llamado, me respondió uno de sus colaboradores. No tenemos, pues, información alguna sobre las condiciones efectivas de salud psicofísica de Mathias.

• Los zapatos. Dado, pues, que nada nos induce a creer que mi ex marido tuviera intenciones homicidas, creo necesario presentar pruebas. Nuestros vecinos de al lado dijeron que, cuando fue a su casa aquel día a buscar a las niñas a la hora de comer, calzaba unos zapatos de senderismo sucios de barro. Quizá por la mañana había estado en algún sitio en el campo o en el bosque. ¿Dónde? ¿Por qué? Yo encontré aquellos zapatos en casa, y los llevé a su oficina para que indagaran sobre la tierra pegada a las suelas. Me respondieron que la tierra es igual en todas partes. No se examinaron las muestras.

• La casa. No se precintó en ningún momento. Me pregunto si no había objetos, huellas, rastros que permitieran deducir los proyectos de Mathias. Decenas de personas, durante semanas, entraron y salieron libremente. Me pregunto si en casa no había, si no hay aún, elementos útiles para la investigación.

• La tarjeta de teléfono. Tuve que garantizar el pago eventual de novecientos francos para pedir que se rastrearan las llamadas y se localizara la posición de Mathias el domingo de la desaparición. Desconozco su lista de llamadas entrantes y salientes. ¿Con quién habló? ¿Cuántas veces? ¿Durante cuánto rato? Me parece relevante.

• Los parientes. En los cinco días transcurridos entre su desaparición y su muerte, como usted sabe, ninguno de los parientes de Mathias vino a SaintSimon para participar en su búsqueda ni se involucró en modo alguno. No tenemos noticias de sus actividades en aquellos días, ni en los siguientes. Creo que sería importante tenerlas.

• La alerta de secuestro. La policía suiza no avisó en ningún momento a sus homólogas francesa e italiana con una alerta de secuestro. El coche recorrió decenas de miles de kilómetros sin que hubiera una razón para detenerlo a lo largo de todo el trayecto. El vehículo estaba a mi nombre: quizá habría bastado un simple aviso de robo para activar un control.

• Los avistamientos. Una testigo considerada fidedigna dijo que había visto a las niñas el domingo de la desaparición, junto con su padre, en las inmediaciones del aeropuerto de Lyon. Me pregunto y le pregunto a usted si se han investigado los registros aeroportuarios de dicha terminal, lo que a mí no me consta, para verificar si hubo salidas de menores no acompañados, y en ese caso quién las autorizó, y hacia qué destino.

• Las bolsas náuticas. Como ya denuncié a sus agentes, del armario de casa desaparecieron dos bolsas náuticas. Mathias era un gran aficionado a la vela, tenía un barco amarrado en el lago. En aquellas bolsas guardaba sus cosas. En el armario encontré los objetos, pero no las bolsas. ¿Tiene usted idea de la forma y las dimensiones de una bolsa náutica? Un gran cono de tela, de más de un metro de largo, que se cierra con una cuerda por un lado. Pues bien. Dos. Las vació y se las llevó.

Hay muchas otras cuestiones a las que he estado dando vueltas en estos meses, distinguido Monsieur M., pero no quiero importunarle con suposiciones. Observo únicamente que el argumento esgrimido por su oficina frente a cualquier ulterior requerimiento mío –«su marido era suizo alemán, no brasileño, y por lo tanto una persona responsable», «su marido era el padre de las niñas, se habrá preocupado de su suerte»– sigue sin parecerme suficiente para cerrar el caso. No desde mi punto de vista, que espero y deseo le parezca relevante. No firmaré, pues, el requerimiento para archivar el caso. Antes al contrario, mi intención hoy es pedirle que tenga a bien conceder una ulterior profundización de las investigaciones, si es posible en colaboración con las oficinas homólogas de los países afectados. Aunque tardías, unas nuevas investigaciones podrían dar fruto. Sean del tipo que sean, podrían darnos certezas que no hemos tenido hasta ahora.

Confío en su colaboración, en su comprensión, y le presento mis respetos.

Con mis mejores deseos,

I. L.