LOS AZNAR, EN EL CORTIJO DE BLESA

Los correos de Miguel Blesa cuando presidía

Cajamadrid revelan una gestión de la caja

realmente memorable. Lo que sigue no está

en los correos. O quizás sí.

En medio de una dehesa

dos paisanas, Blasa y Blusa,

de forma quizá algo ilusa

discutían sobre Blesa.

–¡Qué porte el de Don Miguel!

–¿Qué porte? ¡Vaya liante!

–¡Qué donoso, qué elegante!

–¡Qué don Oso está hecho él!

–¡Qué talento administrando!

–¡Qué de talentos se lleva!

–¡Qué afán pone en toda prueba!

–¡Cómo le cunde afanando!

–¡Qué bien cuida de la panda!

–¡Qué de muertos en armario!

–¡Cómo crece el inventario!

–¡Cómo lo expolia la banda!

–¡Qué bien elige su vino!

–¡Vino caro, caradura!

–¡Él se paga la factura!

–¡La pagas tú, vaticino!

–¡Qué bien posa en el retrato!

–¿Y la pasta que nos cuesta?

–¡No me seas aguafiesta!

–¡No será nada barato!

–¡No le tengas tanta inquina!

–¡Que le den quina y ricino!

–¡Cómo cuida nuestro sino!

–¡Cómo cuida a la sobrina!

–¡Yo le quiero como a un hijo!

–¡Yo le huyo como a un yerno!

–¡Yo le tengo amor eterno!

–¡Yo estoy harta del cortijo!

–Admite, Blusa, que Blesa

es hombre de cuerpo entero,

que es el mejor cortijero

y que el cortijo progresa.

–Admite tú, amiga Blasa,

que el cortijo es una ruina

y que todo se encamina

al derrumbe de la casa.

Así andaban Blasa y Blusa,

así estaban Blusa y Blasa,

cuando hete aquí que en la casa

se escuchó una cornamusa:

–¡Que vienen los señoritos!

¡Que los señoritos llegan!

¡Que su presencia despliegan!

¡Que son dos, pero infinitos!

En efecto, los Aznar

se acercaban a caballo.

Uno rucio, el otro bayo

ambos muy de guapear.

Sénior el suyo espolea

y marcha, trota, galopa.

Júnior le da al suyo estopa

y cimbra y caracolea.

¡Qué donosura, qué maña!

¡Sénior, Júnior, padre e hijo!

¡Qué deleite y regocijo!

¡Qué fulgor de Marca España!

¡Ay qué grandeza los Joses!

¡Qué planta, qué poderío!

¡Se diría, señor mío,

que parecen semidioses!

¡Qué cidianos, qué valientes!

¡Qué valientes, qué cidianos!

¡Qué toreros, qué gitanos!

¡Qué volcanes, qué torrentes!

Casi un torneo improvisan

los Joses, en un momento,

y luego, sin miramiento,

al cortijero ya avisan.

–¡Buscádnoslo y dad con él!

¡Sacadlo de do se esconda!

¡Se acabó la trapisonda

de nuestro cuate Miguel!

Cuando cerca lo tuvieron,

postrado ante ellos de hinojos,

de sus órbitas los ojos

muy pronto se le salieron.

Sénior sólo le miraba

con gesto duro y feroz.

Y Júnior, con fuerte voz,

lo zahería y abroncaba.

–¡Lo tuyo es impresentable!

¡Con los pelos que ha dejado

mi padre por tu tinglado!

¡Eres bobo y miserable!

A la Espe y a sus caspas

les das la Ceca y la Meca.

A tu sobrina, hipoteca.

Y a mi papi, ni unas raspas.

Tan grande es la traición,

tan dolidos nos sentimos

que sepas que bendecimos

que te quiten el sillón.

Sénior más duro miraba.

Júnior dictaba condena.

El cortijo, todo pena.

El cielo se encapotaba.

Blasa y Blusa, en un rincón,

observaban entre llanto

y a la virgen y a su manto

le pedían protección.

Los Aznar y la cuadrilla

cambiaron de cortijero

mas ni mejoró el granero

ni se volvió la tortilla.

El cortijo acabó mal.

No salió de aquellos lodos.

Con otros lo fusionaron

pero ni aun así evitaron

burlar su suerte fatal.

Lo pagamos entre todos.