LA TRANSFORMACIÓN DE FÁTIMA

Casi recién llegada al cargo, la ministra

de Empleo, la onubense Fátima Báñez, pide

en público a la Virgen del Rocío que nos saque

de la crisis. Poco después, preocupada por una

Encuesta de Población Activa (EPA) con poco

empleo y mucho paro, la señora ministra

se entrevista de tapadillo con su paisana.

Pero este cronista estaba allí y lo oyó todo.

A la Virgen de Doñana

se dirige la ministra

por ver si le suministra

en la EPA una tisana.

–¡Señora de las Marismas!

¡Estrella del Horizonte!

¡Reina del Río y de Almonte!

¡Carisma de los Carismas!

–¡Para ya la letanía!

¡No me brindes loa tanta!

Ya sé que soy una santa,

pero ¡dios! qué algarabía.

–¡Luz de Donde el Sol la Toma!

¡Virgo Clemens! ¡Virgo Potens!

¡Stella Verdinen Brotens!

¡Muy Blanquísima Paloma!

–¡Para, para, no te embales!

¡No hagas ripios, no exageres!

Bien sé que ministra eres,

pero, en verdad, no lo vales.

–¿Yo no lo valgo, señora?

¿Por qué me hacéis ese feo?

Soy la ministra de Empleo

y soy muy trabajadora.

–Que trabajes, no está claro.

Y tu título honras poco.

Contigo, y no me equivoco,

lo que sí crece es el paro.

–No me hagáis tal comentario

ni lo tengáis en la mente,

que el pueblo, y el presidente,

se han tragado lo contrario.

–¿Y tú pretendes, paisana,

que yo bendiga el engaño

y que os blinde el escaño

con mi advocación mariana?

Así pasan largo rato

esgrimiendo, replicando,

discutiendo, teologando...

¡Incluso del Concordato!

El avance era muy magro,

al acuerdo no llegaban,

mas cuando más porfiaban

se hizo la luz, ¡oh milagro!

Pues fue que en un acalore...

–Ve, traidora y desleal

a pedirlo a Portugal

y a mí no más se me implore.

«Tate –Fátima cayó–,

las vírgenes en los cielos

tantas hay que sufren celos.

¡Mal nombre el que tengo yo!».

Y reaccionó a tal reclamo:

–Quiero deciros, señora,

también que a partir de ahora

Rocío Báñez me llamo.