Canon de vertidos
Las olas del molino han encallado sobre la arena.
El duende de la tahona, exhausto y triste,
se ha sentado en el alféizar a recordar.
(No hay memoria para encerrar tanta miseria)
El mar que enamoraba.
El mar que rugía y serenaba.
El mar de las multitudes submarinas.
Hay un pozo abierto en su corazón.
Hay demonios sembrados en la superficie.
No bajes mi niño a jugar,
a la orilla de los rumores y la espuma.
Quizá cuando crezcas.
Tal vez cuando la muerte deje de bañarse
provocativa y triunfadora.
Negra.
Muy negro.
(Su camisón sobre las aguas).
Huele a funeral del fuego.
Huele como huelen las heridas que tocan el horizonte.
Agrio y profundo, desde la sien de los abismos.
Contemplad el mar con otros ojos,
en blanco y negro.
(Y el mar miraba sonriendo,
embriagado de melancolía).
Maravilloso compañero.
Gigante azul de fatal inocencia.
Una mancha densa te galopa,
y tú, fiel al universo,
la traes
sobre tu piel de espejismos,
hasta el rompeolas…
(Donde rompe el llanto de los marineros.
Es la espuma, el alcohol, la despedida).
Un lecho de lodo extraño.
Una corteza devastadora y ciega.
Un cadáver de los yacimientos
se ha hecho navegante.
Ya no es el mar.
Mi mar.
Arriad la velas,
nuestros náufragos besaran la tierra.