Premio Pulitzer

 

Un jardín de hombres yacentes

al cobijo de las sombras del mármol.

Epitafios grabados sobre su blanca piel.

Un mujer postrada vela la heredad definitiva.
 

La esperanza sella.

 

Sobre el sepulcro una bandera,

como un mantel que el viento desequilibra.

Palidece la firma.

Allen Ginsberg encendió una luz en su ventana.

Hace tiempo ya que la denuncia se llenó de soledad.

 

La mujer abraza el marfil y oculta su rostro.

 

Bastaría con filtrar la fotografía

en el viejo proyector de un cine de barrio:

La madre gira su cabeza para contemplarnos.

Moja sus manos frías en la tierra que no late.

Roza con sus labios el resumen.

 

Al ver la bandera

una multitud furiosa invadió su corazón.

 

Al amanecer,

el tejedor de los sobornos abandonó la batalla.

 

Para no volver.

Mientras las luces del teatro continúen
apagadas.