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El vigilante no puede dormir.
Piensa a todas horas en una piel de seda,
en una casa blanca con la sombra caliente,
en un pozo rebosante de agua fresca.
Las flores de la boda aún sin marchitar.
Su fragancia es confusión.
La sombras descubren la silueta de un espejismo
que huye abrazado a la arena de las dunas.
(Sígueme silencio frío)
¡Ay! De repente tropieza con un charco de metralla.
El viento dispara su nombre.
Baja su torpe mirada el que hoy sabe que mata
pero desconoce qué será mañana.
El vigía repasa el mapa de su cuerpo.
(Absurdo)
Se pregunta por qué no siente el ruido del amanecer,
por qué le han abandonado las soledades
que ayer
buscaban cobijo bajo su piel.