Esta ciudad que nos guarda desconoce la inocencia,
cubre las huellas con cenizas robadas a los héroes
y maquilla la cara de las musas.
El mimo se estremece.
Callejones tristes de la memoria.
Doce peldaños de madera. La huella del blues.
Un anciano vigila las mazmorras de la monotonía,
hace solitarios con la baraja marcada.
Bajo la impunidad del nocturno
nace la lluvia oscura.
Las calles se multiplican.
La ciudad es un templo.
Empuja por la espalda a los solitarios infieles.
Levanta puentes colgantes para que se harten de vacío.
¡Salta chico!
Grita la farola perfecta.
Gritan las arquitecturas aburridas.
El río sólido especula con los reflejos de la luna,
se renuevan los mensajes bajo sus aguas turbias.
Quedan restos de algún barquito de papel
que, encallado en los escombros,
se deshace.
Un crío se inclina a recogerlo...
Y pasa el tren veloz.
Veloz y ciego.
Esta ciudad no es inocente,
la traición tiene una gran tienda.
(Abierta las veinticuatro horas)
Está la noche temblorosa.
El alba aguarda...
como un ser vivo,
como el licor del fuego,
a que arrecie el desorden de las calles.
Esta ciudad nunca es inocente
(aunque se quedara dormida en el regazo de los dioses).