Mientras duerme

Nada más pesaroso que un cuerpo dormido, blanco, triste, al lado del amante, en la noche profunda. Cerrado el cuarto, oscuro, ¿existen los cielos? ¿Habrá estrellas? Un fulgor que tú no conoces, inmóvil, rodea esa forma, como el vaho que del sueño surtiera. ¿Conoces ese cuerpo soñado, sin peso, que finge un descanso sobre la holanda fina y que sin un gesto o su luz, te rechaza? Aquí está la frente. Blanquísima, vive el tenebroso reino de la sombra donde los negros besos estallan. Los labios rojos, sin color, por siglos se te alejaron, y allí en el tiempo infinito, reciben los besos de hielo puro que su carmín ardientemente le roban. Oh labios del sueño: pavor de esos labios. Oh labios que nunca he besado. Oh labio: agua pura, agua ciega —¿de dónde?— que yo no he bebido.

¿Qué miras? Aquí la nieve de los brazos, blancos fantasmas del amor caído. Aquí la delgada memoria de la cintura, perfecta nieve lúcida que vigilantemente reposa. ¿Y el vientre? Amontonamiento de blancor que continuamente se funde. No la toques, amante que verías esfumarse la casi aérea forma que sólo como suspiro existe a tu lado. Porque la amada dormida a tu lado no es un alma con bordes frescos, como cuando el amor la revela. Es sólo el soplo tenue, el son, el ritmo de un existir que tú no contemplas. Allí, como sonido sólo, existe la leve quimera, el fantasma casi invisible al que tú desde tu oscura vida no puedes tocar, si no quieres que de su irrealidad no te quede sino una espuma en los labios.