La hermanilla

A Conchita

Tenía la naricilla respingona, y era menuda.

¡Cómo le gustaba correr por la arena! Y se metía en

el agua,

y nunca se asustaba.

Flotaba allí como si aquél hubiera sido siempre su

natural elemento.

Como si las olas la hubieran acercado a la orilla,

trayéndola desde lejos, inocente en la espuma, con

los ojos abiertos bajo la luz.

Rodaba luego con la onda sobre la arena y se reía,

risa de niña en la risa del mar,

y se ponía de pie, mojada, pequeñísima,

como recién salida de las valvas de nácar,

y se adentraba en la tierra,

como en préstamo de las olas.

¿Te acuerdas?

Cuéntame lo que hay allí en el fondo del mar.

Dime, dime, yo le pedía.

No recordaba nada.

Y riendo se metía otra vez en el agua

y se tendía sumisamente sobre la olas.