Difícil
¿Lo sabes? Todo es difícil. Difícil es el amor.
Más difícil su ausencia. Más difícil su presencia o
estancia.
Todo es difícil… Parece fácil y qué difícil es
repasar el cabello de nuestra amada con estas manos
materiales que lo estrujan y obtienen.
Difícil poner en su boca carnosa el beso estrellado
que nunca se apura.
Difícil, mirar los hondos ojos donde boga la vida,
y allí navegar, y allí remar, y allí esforzarse,
y allí acaso hundirse sintiendo la palpitación en la
boca, el hálito en esta boca
donde la última precipitación diera un nombre o la
vida.
Todo es difícil. El silencio. La majestad. El coraje:
el supremo valor de la vida continua.
Este saber que cada minuto sigue a cada minuto,
y así hasta lo eterno.
Difícil, no creer en la muerte; porque nadie cree en
la muerte.
Hablamos de que morimos, pero no lo creemos.
Vemos muertos, pisamos
muertos: separamos
los muertos. ¡Sí, nosotros vivimos!
Muchas veces he visto
esas hormigas, las bestezuelas tenaces viviendo,
y he visto una gran bota caer y salvarse muy pocas.
Y he visto y he contado las que seguían, y su divina
indiferencia,
y las he mirado apartar a las muertas y seguir afanosas,
y he comprendido que separaban a sus muertos como
a las demás sobrevenidas piedrecillas del campo.
Y así los hombres cuando ven a sus muertos
y los entierran, y sin conocer a los muertos viven,
aman, se obstinan.
Todo es difícil. El amor. La sonrisa. Los besos de
los inocentes que se enlazan y funden.
Los cuerpos, los ascendimientos del amor, los castigos.
Las flores sobre su pelo. Su luto otros días.
El llanto que a veces sacude sus hombros. Su risa o
su pena.
Todo: desde la cintura hasta su fe en la divinidad;
desde su compasión hasta esa gran mano enorme y
extensa donde los dos nos amamos.
Ah, rayo súbito y detenido que arriba no veo.
Luz difícil que ignoro, mientras ciego te escucho.
A ti, amada mía difícil que cruelmente,
verdaderamente me apartarás con
seguridad del camino
cuando yo haya caído en los bordes, y en verdad
no lo creas.