El último amor

I

Amor mío, amor mío.

Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.

Y acaba de irse aquélla que nos quería. Acaba de salir.

Acabamos de oír cerrarse la puerta.

Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz se

queja en la garganta.

Amor mío…

Cállate. Vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio la

puerta, si es que no quedó bien cerrada.

Regrésate.

Siéntate ahí, y descansa.

No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve. No

puede volver.

Se ha marchado, y estás solo.

No levantes los ojos para mirarlo todo, como si en

todo aún estuviera.

Se está haciendo de noche.

Ponte así: tu rostro en tu mano.

Apóyate. Descansa.

Te envuelve dulcemente la oscuridad, y lentamente

te margen.

Todavía respiras. Duerme.

Duerme si puedes. Duerme poquito a poco,

deshaciéndote, desliéndote en la noche que

poco a poco te anega.

¿No oyes? No, ya no oyes. El puro

silencio eres tú, oh dormido, oh abandonado,

oh solitario.

¡Oh, si yo pudiera hacer

que nunca más despertases!

II

Las palabras del abandono. Las de la amargura.

Yo mismo, sí, yo y no otro.

Yo las oí. Sonaban como las demás. Daban el mismo

sonido.

Las decían los mismos labios, que hacían el mismo

movimiento.

Pero no se las podía oír igual. Porque significaban:

las palabras

significan. Ay, si las palabras fuesen sólo un suave

sonido,

y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el

sueño…

Yo las oí. Y su sonido final fue como el de una llave

que se cierra.

Como un portazo.

Las oí, y quedé mudo.

Y oí los pasos que se alejaron.

Volví, y me senté.

Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.

Sin ruido. Y me senté. Sin sollozo.

Sereno, mientras la noche empezaba.

La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.

Y dije…

Pero no dije nada. Moví mis labios. Suavemente,

suavísimamente.

Y dibujé todavía

el último gesto, ese

que yo ya nunca repetiría.

III

Porque era el último amor. ¿No lo sabes?

Era el último. Duérmete. Calla.

Era el último amor…

Y es de noche.